Se va el circo
Se va el circo del pueblo.
El cielo, encapotado.
Hay un
paisaje
mágico que se esfuma.
Desde el baúl que lleva consigo el saltimbanqui,
saluda un viejo traje.
Se agitan los
felinos
y el domador, gallardo, sube a un caballo y parte.
Se va el circo.
Garúa
sobre el rincón baldío.
Los
carromatos salen
en medio de una calma sofocada y de muerte.
Van el payaso, el músico, la gorda, el tragasables
—los que a la gente humilde dieron un paraíso
de sueños, un alborozo raudo como el vuelo de un ave—,
misteriosos y lentos, como si los cubriera
la galera del mago con pañuelos radiantes.
Se va el circo.
Hay colores
de rotas serpentinas sobre la alfombra grande;
el ángel del trapecio desde una nube ríe,
pasa y desaparece.
Quedan
viejas canciones en el aire.
Hay una vaga angustia de partida
en la mirada inmóvil de un animal salvaje.
Se va el
circo del pueblo.
En un hondo vacío las golondrinas caen.
Y hasta la carpa verde se parece a un pañuelo
de novia, que llorando se despide en la tarde...
Elvio Romero
De Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)
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