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31 de enero de 2017

Escribo, Gloria Fuertes

ESCRIBO

Escribo sin modelo
a lo que salga,
escribo de memoria
de repente,
escribo sobre mí,
sobre la gente,
como un trágico juego
sin cartas solitario,
barajo los colores,
los amores,
las urbanas personas
las violentas palabras
y en vez de echarme al odio
o a la calle,
escribo a lo que salga.


Gloria Fuertes

30 de enero de 2017

Matinal soneto de amor, Baldomero Fernández Moreno

Matinal soneto de amor

No ha de apagar su lámpara el poeta
aunque el fino pincel de la mañana
el desnudo cristal de la ventana
pinte con el azul de su paleta,

sin tejer otra lírica violeta
en la ideal corona que engalana
tu divina cabeza soberana,
por buena, por hermosa y por discreta.

Vaya hacia ti mi ofrenda matutina
en la luz y en el pájaro que trina.
Una dulce mañana te deseo.

Así, mientras te vayas levantando,
verás mi puro corazón vibrando
en un rayo de sol y en un gorjeo.


Baldomero Fernández Moreno

29 de enero de 2017

28 de enero de 2017

Catedrático, Baldomero Fernández Moreno

Catedrático

Junto a las paredes,
por el ancho patio,
van los profesores
casi con recato:
libros y papeles
debajo del brazo,
largo el sobretodo
y medido el paso.
Yo voy confundido
entre los muchachos:
la cabeza al viento,
vacías las manos.
Me empujan de frente,
me tiran de lado,
se me viene encima,
aquel de quinto año
que trae como lanza
un mapa arrollado...
Consúltame el otro
cualquier caso raro,
me pide un consejo,
un punto más alto.
Yo voy confundido
entre los muchachos.
Aurora son ellos
y yo soy ocaso...
¡Pudiera ser que

se me pegue algo!

Baldomero Fernández Moreno

27 de enero de 2017

Isla madera, Baldomero Fernández Moreno

Isla Madera

He visto en la isla Madera
perseguir un hombre un beso
encerrado en el espeso
jardín de una cabellera.
Que una niña ventanera
volcaba el pelo sobre él;
de tal modo que el doncel
lograba en su oscuridad,
noche, alcázar, soledad,

boca, ruiseñor y miel.

Baldomero Fernández Moreno

26 de enero de 2017

La noche, Baldomero Fernández Moreno



La noche

Así cierra la noche sobre la pampa ingente.
Es un ojo violeta, muy grande, que se apaga
y que se pone lóbrego, profundo, de repente,
como a la orden suave de la brisa que vaga.
Es la noche, que aprieta como en un puño oscuro,
élitros, plumas, crines, huevecillos y granos,
todo lo que está lleno de presente y futuro.
Es cuestión de esperar hasta mañana, hermanos.
Buscad la noche ahora, buscadla si es posible,
una vez que ha trozado las solares cadenas.
En otras latitudes algo será tangible,
acaso un campanario, tal vez unas almenas.
La noche entre nosotros es lo sombrío enorme,
sin ruido de torrentes ni canto en la taberna.
Es la negrura virgen en un bloque uniforme,
es el pedazo criollo de la tiniebla eterna.

Baldomero Fernández Moreno


25 de enero de 2017

A mi mesa, Baldomero Fernández Moreno

A mi mesa

Desnuda como un yunque, mesa mía,
no admites ni una flor para tu adorno,
nada se aquieta en ti ni permanece:
el torrente infantil lo barre todo

Negro tintero, blando cartapacio,
búcaro de cristal o marco de oro
hace mucho que están en las alturas
o yacen de cajones en el fondo.
Cuando me llego a ti ya voy completo:
el pensamiento musical y pronto,
estilográfica en la mano
y una hoja sale de un bolsillo o de otro,
¿Cómo será una mesa aderezada
bajo la fija claridad de un foco,
con una rosa erguida en una copa,
sin una brizna de papel o polvo?
La pluma ha de correr oleosamente
y el período o la estrofa fluir solos.
Mas ¿quién piensa en el orden un instante
bailando alrededor varios demonios
que saltan sobre ti como si fueras
en la campaña fugitivo potro?
Éste abre su libro de lectura,
ése levanta mapas policromos,
aquél corta figuras de revistas
y las pega en cuadernos ampulosos
a pinceladas de indomable engrudo
que, de paso, salpican el contorno.
Tal vez así se escriba con ventaja,
entre gritos, moquetes y sollozos,
y el cerebro agradezca el espolazo
como el fijar el hierro presuroso,
como la tierra el filo de la reja
o como el mar los remos espumosos.
Así te han puesto más de quince años
cual banco de escolares revoltosos,
que elaborando sobre ti se han ido
el verso más o menos primoroso
o la resta pueril, o el mapa alegre,
cosas de niño, de poeta y loco.
Sobre tu desnudez leo y medito
contra la tabla, persistente, el codo,
o me cruzo de brazos resignado
en la actitud cerrada del estoico.

Mesa: estés como estés, así te dejo,
ni te pulo, te lustro, ni repongo,
hemos de continuar como hasta ahora:
ya sabemos los dos que falta poco.

Baldomero Fernández Moreno
 


24 de enero de 2017

Dalmira, Baldomero Fernández Moreno



Dalmira

Tu nombre es terso, claro, deslumbrante,
como la hoja desnuda de una espada.
En el aire se aguza como el aire
y en el agua se estría como el agua.

Para ser suspirado entre palmeras,
al fondo del harén, a una sultana,
entre un rebaño pálido de eunucos
y el brillo corvo de las cimitarras.

Baldomero Fernández Moreno

Muerte, Baldomero Fernández Moreno

Muerte

Quiero una muerte limpia de doctores
en una clara y espaciosa estancia,
donde solo se sienta la fragancia
de una mujer y de unas cuantas flores.
No quiero ver cien frascos de colores,
la droga nueva o la pomada rancia.
Que alguien me cuente un cuento de la infancia,
que no haya nadie por los corredores.
Un panorama quiero de azoteas,
cúpulas, torreones, chimeneas,
el de la gran ciudad en que he nacido.
Y que al llegar el postrimer instante,
recoja el noble oído agonizante
del angustioso tránsito el rugido.

Baldomero Fernández Moreno 

23 de enero de 2017

Existencialismo, Witold Gombrowicz


Lunes, 5 de mayo de 1969

Existencialismo, Witold Gombrowicz

El existencialismo es la subjetividad.
Personalmente, soy muy subjetivo y me parece que esta actitud corresponde a lo real.
El hombre subjetivo es el hombre concreto.
No un concepto del hombre, sino Pedro o Pablo, pues el concepto del hombre no
existe, dice Kierkegaard.
A causa de ello, al existencialismo le resulta monstruosamente difícil hacer
razonamientos, pues los razonamientos se basan en conceptos y sólo gracias a la traición
de Heidegger, que se adueñó del método fenomenológico, puede hablarse [frase
incompleta].
El existencialista es un hombre subjetivo, libre. Tiene lo que se llama la libre
voluntad, al contrario de un hombre visto desde el exterior científico, siempre sometido a
la causalidad, como un mecanismo.
Esta atrevida tesis de que el hombre es libre parece absolutamente insensata en un
mundo en que todo es causa y efecto. Se apoya en una sensación elemental: somos libres y
no hay medio de convencerme de que si muevo la mano izquierda no es porque yo quiero.
No es fácil precisar en qué se funda esta posibilidad de libertad.
Supongo que está fundada en una diferencia de tiempo. El tiempo del hombre no es
el pasado sino el futuro. Si se hace algo, no es a causa sino para. «Leo para acordarme
de», etcétera.
Si se trata del pasado, estamos ante la causalidad; en el porvenir, en la existencia del
hombre, nos las tenemos que ver con el futuro.
Podemos decir, más profundamente, que en nuestra conciencia se encuentra la misma
ruptura interior que se revela, por ejemplo, en la física.
El hombre, este Ser para sí, está dividido en dos (con una abertura). Es en esta nada,
en este vacío (esta abertura), donde se introduce la noción de libertad. La libertad tiene un
papel enorme en Sartre porque es el fundamento de su sistema moral.
Sartre es un moralista y es curioso que en la filosofía francesa se produzca de nuevo
la misma desviación observada por Husserl en Descartes.
Descartes, de una forma categórica en extremo, reduce el pensamiento a la sola
descripción de la conciencia, pero de repente, aterrado ante la aniquilación de Dios y del
mundo, se traiciona a si mismo. Reconoce la existencia de Dios. Y de inmediato deduce de
la existencia de Dios la existencia del mundo.
Pues bien, en el caso de Sartre nos las tenemos que ver, a mi juicio, con la misma
cobardía. En El ser y la nada hay hasta unas quince páginas en las que Sartre hace
esfuerzos dramáticos para fundar lógicamente un fenómeno que parece por completo
evidente: la existencia de otro hombre distinto de «mí». Por ejemplo, el fenómeno de la
existencia de Witold es el mismo que el de una silla.
Sartre analiza todos los sistemas: Kant, Hegel, Husserl; y demuestra que ninguno de
éstos tiene posibilidad alguna de reconocer al otro. ¿Por qué? Porque ser hombre es ser
sujeto. Es tener una conciencia que reconoce todo lo demás como objeto. Si yo admitiera
que Witold tiene también una conciencia, entonces, yo soy por fuerza un objeto para
Witold, que es el sujeto. Es imposible ser a la vez sujeto y objeto.
Ahora bien, aquí es donde Sartre se asustó. Su moral tan extremadamente
desarrollada se niega a admitir que no haya otros hombres porque, si el otro es objeto, ya
no hay deberes morales.
Sartre, siempre desgarrado entre el marxismo (científico) y el existencialismo (lo
contrario) se asustó igual que Descartes. Declaró simple y honestamente que, aunque sea
imposible reconocer la existencia del prójimo, no hay más remedio que reconocerla como
una evidencia que salta a la vista. Aquí naufraga de forma dramática toda la filosofía de
Sartre, todas sus posibilidades creadoras, y este hombre, dotado de un genio
extraordinario, se convierte en un simple bonachón (marxismo-existencialismo) que, en el
fondo está obligado a hacer una filosofía de concesiones. Su pensamiento se convierte en
un compromiso entre el marxismo y el existencialismo. Y a partir de ese momento, cada
uno de sus libros se convierte en la base de un sistema moral en que todo sirve para
sostener una tesis ya concebida de antemano. Ahora bien, la base de este sistema moral es
la famosa libertad sartriana.
Dice: «Soy libre, me siento libre». Por tanto, tengo siempre la posibilidad de elegir.
Esta elección es limitada porque el hombre está siempre en una situación y puede elegir
solamente dentro de esa situación. Ejemplo: puedo quedarme en la cama o ponerme a
caminar, pero no puedo elegir volar, porque no tengo alas. Existe la libre elección de
aquello acerca de lo cual el hombre es responsable. Si me niego a escoger entre dos
posibilidades, ésta es también una manera de elegir la tercera actitud. «Si no se quiere
escoger entre el comunismo y el anticomunismo, existe la neutralidad». Sartre dice
también que el hombre es creador de valores. Se trata de la consecuencia directa de un
ateísmo obstinado, el más consecuente de toda la filosofía.
Esta es la situación: dado que hemos perdido la noción de Dios, convirtámonos
entonces, nosotros mismos, a causa de nuestra libertad absoluta, en creadores de valores.
Y, en este sentido, podemos hacer lo que queramos. Ejemplo: si ésta es mi elección, puede
parecerme bien el hecho de asesinar a X o de no asesinarle. Las dos Posibilidades existen,
pero, al elegirlas, me elijo a mí mismo como asesino o no.
Aquí creo reconocer en la filosofía un exceso de intelectualismo y la decadencia (el
debilitamiento) de la sensibilidad. Los filósofos, salvo Schopenhauer, parecen personas
cómodamente sentadas en sus poltronas y que tratan del dolor con un desprecio
absolutamente olímpico, desprecio que desaparecerá cuando vayan al dentista y
comiencen a gritar: «¡Ay!, ¡ay, doctor!». Con su desdén teórico hacia el dolor, Sartre
declara que para un hombre que elija el dolor como un bien la tortura puede convertirse en
un placer celestial. Esta afirmación me parece muy dudosa y muy propia de la burguesía
francesa que, por fortuna, ha estado preservada desde hace mucho tiempo de grandes
dolores. A pesar de la afirmación sartriana de que la libertad está limitada por la situación
y por la llamada «facticidad» (el hecho, por ejemplo, de que tengamos un cuerpo, que
seamos un hecho, un fenómeno en el mundo), a pesar de todas estas limitaciones, Sartre
va demasiado lejos.
El hombre existencial es concreto, único, hecho de nada, por tanto, libre.
Está condenado a la libertad y puede elegirse. ¿Qué sucede si elegimos por ejemplo
la frivolidad y no la autenticidad; la falsedad y no la verdad? Como no hay infierno, no
hay castigo. Desde el punto de vista existencial, el único castigo es que este hombre no
tiene una existencia verdadera. Por tanto, no es un existente. He aquí un juego de palabras,
tanto de Heidegger como de Sartre, del que sin duda se burlará quien haya elegido la
supuesta no existencia.
¿Qué porvenir tiene el existencialismo?
Muy grande.
No creo en los juicios superficiales, según los cuales el existencialismo es una moda.
El existencialismo es la consecuencia de un hecho fundamental: la ruptura interior de la
conciencia, que se manifiesta no sólo en las cualidades fundamentales del hombre sino
que —algo extremadamente curioso— es evidente, por ejemplo, en la física, en la que hay
dos medios de concebir la realidad:
—corpuscular
—ondulatorio
Ejemplo: teorías de la luz.
Ahora bien, ambas teorías son justas, como demuestra la experiencia, pero son
contradictorias. Hallamos el mismo fenómeno en la noción de la física referida a los
electrones, en la que hay dos maneras de concebirlos, que son, ambas, justas y
contradictorias. Asimismo, en mi opinión, el hombre está dividido entre lo subjetivo y lo
objetivo de una manera irremediable y para toda la eternidad. Es una especie de llaga que
tenemos, de la que es imposible curarnos y de la que somos cada vez más conscientes.
Dentro de unos años, será aún más «sangrante», pues no hará sino aumentar con la
evolución de la conciencia.
La profunda verdad de la dialéctica de Hegel (tesis-síntesis) aparece aquí. En estas
condiciones es imposible exigir al hombre que sea armonioso, que pueda resolver nada de
nada. Impotencia fundamental.
Ninguna solución.
A la luz de estas reflexiones, la literatura que considera que puede arreglarse el
mundo es la cosa más idiota que imaginarse pueda.
Un pobre escritor que se crea dueño de la realidad es una ridiculez. ¡Ay, ay, ay! ¡Huf!


Witold Gombrowicz de CURSO DE FILOSOFÍA EN SEIS HORAS Y CUARTO

20 de enero de 2017

Existencialismo,, Witold Gombrowicz



EXISTENCIALISMO



Domingo, 4 de mayo de 1969



El existencialismo nació directamente del ataque de Kierkegaard contra Hegel.

A decir verdad, no hay sólo una escuela existencialista sino varias; entre otras, las de

Jaspers, Gabriel Marcel (un pobre idiota), Sartre… Pero a decir verdad, el existencialismo

es una actitud que va desde Parménides, Platón, Jesucristo y San Agustín hasta nuestros

días.

Intentaré deciros lo que separa a la filosofía existencial de la filosofía clásica.

En primer lugar, como ya hemos dicho a propósito de Kierkegaard, la oposición entre

lo concreto y lo abstracto.

El asunto resulta extremadamente serio y hasta trágico para la mente, pues razonamos

con conceptos, por tanto, con abstracciones.

Trágico porque el razonamiento puede hacerse tan sólo a través de los conceptos y de

la lógica, y porque las leyes generales no pueden ser formuladas sin conceptos ni lógica.

Por otra parte, los conceptos no existen en la realidad (muy importante).

Pero aún queda una objeción elevada por Kierkegaard contra Hegel: «La verdad

hegeliana está concebida de antemano», la elección entre nuestras concepciones no se

realiza como consecuencia de un razonamiento, sino que son elegidas previamente. El

razonamiento sirve sólo para justificar una elección anterior. (Es imposible luchar contra

lo que el alma ha escogido; Zeromski)*.

Hegel concibió su mundo de antemano, dentro de su razón, etcétera. Por tanto, es

premeditado. Un defecto más del razonamiento abstracto, y es el drama de la mente. A

causa de esto, el razonamiento no es posible.

¿Cómo son posibles, en estas condiciones, un razonamiento existencialista o un

sistema filosófico como el de Heidegger o el de Sartre?

Hay un método que vino en ayuda de los existencialistas: es el método

fenomenológico de Husserl.

Heidegger fue el alumno preferido de Husserl. Husserl no le perdonó nunca que se

aprovechara de la fenomenología para fines completamente diferentes, creando así el

primer sistema existencialista. ¿Por qué el método fenomenológico?

Es una nueva reducción del pensamiento, que ya había sido reducido por Descartes,

Feuerbach y otros.

Esta reducción consiste en lo siguiente. Husserl dice: puesto que no podemos decir

nada del noúmeno (cosa en sí), ponemos entre paréntesis el noúmeno; es decir, que de lo

único que puede hablarse es de los fenómenos.

El noúmeno es, por ejemplo, esta silla tal y como es verdaderamente, y el fenómeno

es la silla tal y como la vemos —o vista por una hormiga—, condicionada por nuestra

posibilidad de ver. Esto no concierne sólo a nuestras facultades físicas de recepción, sino

también a las facultades de la mente, como Kant demostró (a saber, que el tiempo y el

espacio provienen de nosotros y no del objeto en sí).

Husserl dice: puesto que no podemos saber nada del noúmeno, lo pongo entre

paréntesis. De la existencia de Dios, por ejemplo, no sabemos nada.

Y, regresando con ello al famoso cogito ergo sum cartesiano, Husserl pone entre

paréntesis el mundo y todas las ciencias que conciernen al mundo (biología, física,

historia). No quedan más que las ciencias que se refieren a nuestras facultades, como las

matemáticas, la lógica, la geometría, etcétera.

Puso entre paréntesis a Dios y a las ciencias.

Podéis imaginar las extraordinarias consecuencias de ver a través del método

fenomenológico.

Ay, que no sé si Isa existe,* ¡tengo una idea de Isa en mi cabeza!

De igual forma, yo no he nacido nunca. De ningún modo nací en 1904.

Sólo sé que tengo en mi conciencia la idea de mi nacimiento en 1904 y que tengo la

idea de 1904 es decir, de todos los años pasados.

Todo ha cambiado de una manera demoníaca. Esto cambia el universo. No hay otra

cosa más que un centro definitivo, que es la conciencia y lo que pasa en la conciencia. La

conciencia está evidentemente sola. La posibilidad de otras conciencias no existe.

La vida no es más que un dato de la conciencia. De igual forma, la lógica, la historia,

mi porvenir, no son nada más que datos de mi conciencia, a la que ni siquiera puedo

llamar «mi» conciencia, puesto que «Mi» conciencia no es sino un dato de «la» conciencia

definitiva.

Todo queda reducido a fenómenos en mi conciencia. ¿Cómo puede hacerse filosofía

en esta situación?

A esta conciencia definitiva no le queda otro remedio que «juzgarse» a si misma.

Como la conciencia es consciente de algo, pues bien, es consciente de si misma. La

conciencia se separa, por así decirlo, en varias partes que pueden describirse así: primera,

segunda y tercera conciencia. Pero esta segunda conciencia puede ser descrita por una

tercera conciencia y esto es justamente lo que hago al hablar de la tercera conciencia.

Os ruego que no olvidéis que ésta es una manera en extremo rudimentaria de

presentarles la fenomenología.

Queda todavía una ley de la conciencia formulada por Husserl, y que recibe el

nombre de «intencionalidad» de la conciencia, es decir, que la conciencia consiste en ser

consciente. Pero, para ser consciente, hay que ser siempre consciente de alguna cosa. Y

esto significa que la conciencia nunca puede estar vacía, separada del objeto. Esto lleva

directamente a la concepción del hombre de Sartre, quien dice que el hombre no es un ser

en sí, como lo son los objetos, sino que es un ser «para sí», que es consciente de si mismo.

Esto conduce a una concepción del hombre separado en dos, con un vacío. Por esta razón

el libro de Sartre incluye el nombre de la nada. Esta nada es una especie de surtidor, de

Niágara que va siempre de lo interior a lo exterior.

Por ejemplo, soy consciente de este cuadro, mi conciencia no está sólo en mí, está en

el cuadro (objeto de la conciencia). La conciencia está, por así decirlo, fuera de mí.

Cuando leí esto en El ser y la nada, lancé un grito de entusiasmo, puesto que es

justamente la concepción del hombre que crea la forma y que no puede ser auténtica de

verdad.

Por suerte Ferdydurke apareció en 1937 y El ser y la nada en 1943. He aquí por qué

alguno me atribuye en su bondad el haber anticipado el existencialismo. Volvamos a lo

nuestro.

He hablado del método de la fenomenología de Husserl porque éste hizo posible la

filosofía existencial. A decir verdad, el existencialismo no puede dar lugar a ninguna

filosofía.

Yo soy único, concreto, independiente de toda lógica, de todo concepto.

¿Qué hacer en esta situación?

¿Ser crucificado como Jesucristo?

¿Perdido en su dolor?

Vivimos solos, morimos solos.

Impenetrable.

Pero con el método fenomenológico podemos organizar los datos de nuestra

conciencia referidos a nuestra existencia. Y es lo único que nos queda.

Se ha comparado el método de Husserl con la forma de comerse una alcachofa, es

decir: observo en mi conciencia una noción.

Ejemplo: el color amarillo. Intento reducirlo a su estado más puro, como la alcachofa,

hoja tras hoja, y cuando por fin llegamos al corazón, nos lanzamos a él y lo devoramos.

La fenomenología es un descenso hasta la noción más profunda, la última, del

fenómeno, y entonces, cuando está depurado, uno se lanza sobre él y lo engulle mediante

una intuición directa.

Recordad que la intuición es un saber directo, sin razonamiento.

Así el existencialismo es la descripción más profunda y definitiva de nuestros datos

referidos a la existencia.

Sartre tomó prestado mucho de Heidegger. Heidegger es más creador que Sartre, pero

Sartre es más claro.

Sartre se propone esta descripción de la existencia. Todavía tengo que hablar un poco

de una diferencia muy profunda entre el existencialismo y la filosofía precedente.

La filosofía clásica era más bien una filosofía de las cosas, en la que incluso el

hombre era tratado un poco como una cosa, mientras que el existencialismo aspira a una

filosofía del SER.

Cada objeto es a la vez objeto más ser.

Es cierto que esta diferencia ha existido casi siempre en la filosofía, incluso en la de

Hegel, filosofía del devenir.

Pero el existencialismo se ha concentrado en esto y en un solo tipo del SER, que es

precisamente la existencia.

Tres tipos diferentes del SER.

1. El Ser en sí (ser de las cosas).

2. El Ser para sí (ser de la conciencia muerta. Ser independiente de esto).

3. Seres vivos y Seres existentes.

La palabra «existencia» significa sólo existencia humana consciente y solamente en

la medida en que se es consciente de la existencia. Los hombres que viven de forma

inconsciente no tienen existencia.

Los animales no tienen conciencia.

Esta es prácticamente la clasificación de Sartre. Es justo el tema de El ser y la nada.

¿Cómo podemos definir las características del «Ser en sí», es decir, del ser de los

objetos?

1º Hay que decir que sólo existen fenómenos (Husserl). Cualquier cosa se manifiesta

como un fenómeno. No podemos decir, según Sartre, que una persona es inteligente si ésta

se manifiesta solamente a través de actos estúpidos. El hombre no es otra cosa que aquello

que se ve de él.

Fijaos en que cada cosa carece de límite.

Lámpara, etcétera, son definiciones arbitrarias santificadas por nuestro lenguaje.

Podemos ver que el existencialismo pasa al estructuralismo.

El Ser en sí no puede ser ni creado por alguien, ni activo o pasivo (dado que éstas son

ideas humanas).

El Ser en sí es opaco.

Es como es, es todo cuanto puede decirse, es inmóvil; no está sujeto a la creación y a

la temporalidad y no puede ser deducido de ninguna cosa (como creado por Dios).

Ser en sí: un ser del que no puede afirmarse nada, sino que es en si tal como es (un

poco como Dios).

Es curioso, el Ser para sí, la existencia humana, es de alguna manera inferior al Ser

en sí. Tiene en sí el vacío, la nada, está formado, por decirlo de algún modo, de dos partes.

Como si estuviera cortado en dos, y esto es lo que le permite ser consciente de si mismo.

Así pues, es un ser secundario en comparación con el Ser en sí.

Resulta curioso: esta comparación rudimentaria que alcanzo a hacer puede parecer

ingenua. Pues bien, conduce al menos a nociones reales, por ejemplo, que el ser humano

está vacío a causa de la famosa intencionalidad de la conciencia. Mientras que una silla es

una silla, la conciencia nunca es idéntica a si misma, puesto que hace falta ser siempre

consciente de algo. No podemos imaginar la conciencia vacía. El famoso principio de

identidad, A igual a A (silla es silla), no se realiza aquí. El Ser de la conciencia es en este

sentido un ser imperfecto. Pero vayamos más lejos.

El Ser en sí no puede desaparecer. Es independiente del tiempo y del espacio. Es

como es, nada más. Mientras que la existencia, el Ser para sí, es un ser limitado que tiene

un final, que muere. (Así al menos se presenta nuestra existencia ante nuestra conciencia.

La existencia ha de ser sostenida como una llama).

Para Einstein el objeto no es otra cosa que una «curvatura del espacio». La silla

representa una cantidad de energía y esta energía puede transformarse en otro objeto o

seguir siendo energía sin diferencia, mientras que la existencia humana comienza y

termina (nacimiento y muerte).

Pero entonces, ¿qué es el hombre como Ser para sí o existencia?

1º El hombre es una cosa, puesto que tiene un cuerpo, y solamente así, como cuerpo,

puede estar en el mundo. Sartre se lanza aquí a reacciones muy subjetivas: dice que el

hombre como cuerpo está de más. Provoca náuseas; de ahí el título: La náusea.

2° El hombre es una cosa porque es un hecho (facticidad). Por ejemplo: tengo mi

pasado, ya he sido hecho, definido, realizado. Pero cuando me dirijo hacia el porvenir,

salgo del mundo de las cosas para entrar en la realización de mí mismo.

3º El hombre es una cosa por su situación; esto es lo que le priva de su libertad.

He aquí la famosa cuestión de la libertad, que hace que seamos responsables de

nosotros mismos. Por supuesto, tenemos dos sentimientos completamente contrarios. Por

una parte, somos tan sólo el efecto de una causa. Ejemplo: si bebo es porque tengo sed. Si,

según el freudismo, tengo un complejo, es el resultado de un trauma. Por otra parte,

estamos absolutamente seguros de ser libres. Nadie puede quitarme el sentimiento de que

soy yo mismo quien decide si debo mover la mano o no. Pues bien cuando contemplamos

a otras personas, éstas se nos presentan como la consecuencia de una causa.

Para un médico no hay duda de que las enfermedades de su paciente obedecen a

causas. Este sentimiento de libertad, que es tan fuerte en nosotros, no nos concierne más

que a nosotros mismos, mientras que vemos a los demás como mecanismos. De este

modo, el Ser en sí tiene siempre su causa cuando se presenta; no tiene ni comienzo ni fin.

La libertad es únicamente la particularidad del Ser para sí. Es evidente que aquí se

produce una ruptura entre los sentimientos de la causalidad universal y nuestro

sentimiento de libertad, que proviene de la diferencia esencial entre el saber científico y el

saber existencial. Esto es muy importante porque define los límites de la ciencia, que

nunca puede ser el fundamento de la filosofía, porque solamente la conciencia puede ser

consciente de la ciencia, mientras que la ciencia nunca puede fundar la conciencia.

Además, la ciencia ve al hombre desde el exterior, como un objeto entre otros.

Diferencia entre la operación de apéndice desde el punto de vista del médico que

trata al enfermo como un mecanismo, y desde el punto de vista del enfermo. Para el

enfermo esta operación es vivida. Es subjetiva y tiene que ser sufrida por él y nadie más.

Hay otra cosa: en cuanto al pasado, nos sentimos sometidos a la causalidad, mientras que

el porvenir parece depender de nosotros mismos. Por esto decía Heidegger que el tiempo

existencial es el futuro. Cada cosa que el hombre hace puede ser considerada desde el

punto de vista del pasado. Muevo la mano porque tengo ganas de fumar. O del futuro:

muevo la mano para encender la pipa.

Por tanto, puede afirmarse que la libertad es propia solamente de la existencia,

mientras que la causalidad es lo propio del Ser en sí.

El existencialismo no es una ciencia.

En el existencialismo el todo no es un mecanismo, la suma de los elementos significa

siempre alguna cosa más que la suma total. Supongamos que las palabras que forman una

frase no sean solamente una cantidad de palabras, sino también un sentido. Entre la

manera de ver al hombre como objeto, desde el exterior, propia de la medicina, la

psicología, la historia, etcétera, y la del existencialismo, que consiste en sentir, por así

decirlo, desde dentro, en su ser, hay un ABISMO

 Witold Gombrowicz de CURSO DE FILOSOFÍA EN SEIS HORAS Y CUARTO

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