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4 de enero de 2021

Noche VI, Torquato Tasso

 

       Noche VI
 
 
Los enemigos de mi gloria se han levantado furiosamente contra mí.
Sus gritos resuenan en el Arno, y se propagan velozmente por toda Italia.
Yo los destruiré y saldré vencedor en la lucha. Conozco mi causa. Mi  «Jerusalén» triunfará del tiempo y de la envidia.
Pero ¡ay de mí! Otra pérdida mucho más grande podría sufrir aún. -Mi corazón vale seguramente mucho más que cualquier ingenio y cualquier poema. Es tan difícil en estos tiempos hallar otro corazón como el mío, cuanto lo era componer un poema digno rival de la «Eneida». ¿Quién aprecia un corazón cual se merece? ¿Es posible que aun haya quien se atreva a insultarlo? ¡Fatalidad de los tiempos! Se pregunta con arrogancia de qué sirve este don, mayormente si no se trata de un príncipe; y si estando dotado de un corazón tierno y amoroso pretendes la gracia de una mujer de elevada clase, los malignos cortesanos te llaman loco.
¡Ah! ¿Qué harás, Torcuato? Seguramente que no te opondrás a tus enemigos. Demasiados peligros te circuyen, y tu causa no puede exponerse sino dentro de ti mismo. Los hombres son feroces adoradores de las divinidades que se han forjado a su capricho.
Ella es también una divinidad para mí. Pero el culto que yo le tributo no es el del vil cortesano.
¡Dios de los cielos! Haz de ella una simple aldeana. Los mismos que hoy me arruinarían porque la adoro, la despreciarán mañana abiertamente,la mirarán con desdén y la dejarán en un absoluto abandono.
Ella empero nada perderá en mi corazón. Antes bien, adquirirá un nuevo precio, porque estando a cubierto de los peligros de la corrupción, podrá fortificarse más libremente en su virtud.
¡Oh! ¡Cómo brillaría entonces su hermosura entre los inocentes atractivos de la simple naturaleza! Bajo sus pies nacerían flores de todas estaciones; los límpidos y cristalinos arroyuelos suspenderían su curso y llevarían sus aguas en torno de ella, codiciosos de besar sus bellos pies; la fresca brisa de la primavera vendría a acariciarla con sus suaves perfumes; saludarían con sus cantos las avecillas del bosque; correrían balando inocentemente hacia ella las ovejas, admiradas de ver tan hermosa criatura; la respetarían, la amarían, la adorarían los hombres del lugar; repetido su nombre de boca en boca penetraría en las fastidiosas ciudades
y en la corte: los grandes de ella se olvidarían entonces de aquel insensato orgullo, que ahora es su ídolo; ¡y quién sabe si desde lo alto de su opulencia y vanidad, el fastuoso magnate, que mira como una nada a todo el resto de los hombres, no se desdeñaría entonces de ser amado de esta aldeana! Los mentirosos cortesanos aplaudirían prontamente la nueva elegida. Dirían... ¡Qué no dirían para lisonjear la pasión del grande, sus falaces cortesanos!¡Pero en vano! Esta mujer es mía, toda mía. Jamás conoció los humos de la vanidad; jamás pudieron embriagarla. Sólo conoce la rectitud del corazón, el candor de los afectos y la pureza de los sentimientos.
¿Poseéis acaso vosotros alguna de estas virtudes? Si no las tenéis, callad, miserables. Seguramente que no tenéis ninguna, yo lo sé bien, he vivido entre vosotros, y os conozco. ¡Ah, demasiado! También os conoce ella, que educada entre vosotros, se acuerda con desdén y horror de vuestras pérfidas lecciones. Y aunque pudieseis ofrecerle virtudes dignas de ella, temblad sin embargo; hallaréis en mí un temible rival. Sí; yo me presentaré el primero en la palestra, y os disputaré la victoria. Siempre he aborrecido vuestras viles artes. Nunca supe hacer comercio de mi corazón. Yo no busco en el amor sino el amor solo. Vosotros hacéis servir esta noble pasión para otros fines; y si un afecto violento llega a dominaros por un instante, vuestra ambición no tarda en contaminarlo.
Pero, ¡ay de mí! Ella permanece en el palacio de mi Señor; no se desprende de las seductoras grandezas en que nació, y yo no tendré el consuelo que deseo. ¡Infeliz! Entretanto, ¡oh destino cruel!, la guerra suscitada a mi gloria se hace fatal a mi amor. Ella oirá las dudas y los reparos; y quién sabe si tal vez se unirá a mis enemigos para burlarse de mí.
No; ella no tiene un alma vil. Titubeará sin embargo. Arrojemos de nosotros esta turba de impertinentes; vindiquemos, ¡oh Torcuato!, nuestra gloria; tal vez vindicaremos nuestro amor. Escribamos.
 
Torquato Tasso

3 de enero de 2021

Noche V, Torquato Tasso


 
 Noche V
 
           Cortesano; respóndeme y sé veraz. ¿Sigues tú a nuestro príncipe animado tan sólo por la esperanza de arrancar de sus manos alguna liberalidad? -Yo le sigo por un sentimiento puro. Alfonso es tal, que aunque fuese menos rico y poderoso se haría amar del mismo modo. -¿Es decir que tú le amas?

-Sí. -¿Y qué haces para demostrarle tu amor? -Le presto mis servicios siempre que se digna emplearme en alguna cosa.
Eres prudente; pero no siendo yo cortesano como tú, hago, sin embargo, mucho más por él. Le preparo un asiento en el templo eterno de la inmortalidad al lado de los más grandes héroes.
Pero antes te lo preparas a ti mismo.
Hay en esto una diferencia que se hace notable. Tú sigues al príncipe y le sirves; pero esto lo harás principalmente porque esperas con su protección hacer tu fortuna; y si yo quisiese, podría excluirte de la que me preparo a mí mismo. Él no me paga; porque ni aun esto puede hacer, pues todos sus Estados y todas sus riquezas no serían bastantes para satisfacerme.
A mí me parece que pones en muy alto precio esta merced que tú le haces. ¿Y es cierto que no esperas de él alguna recompensa? ¡Malicioso! Yo no debía haberte llamado. Tú no puedes ser mi juez.
Mis servicios son voluntarios. Yo no pido dignidades ni riquezas. ¿Qué necesidad tengo de ellas? No tengo sino una necesidad; aquella que mi doliente corazón me recuerda cada instante; aquella sin la cual siéndome desde mucho tiempo la vida una pesada carga, hubiera bien pronto terminado mi existencia...
¡Tú sola me detienes, dulce tormento de mi alma, y por ti sola me es apreciable mi Señor!
Pero el orgullo de los grandes desprecia esta suerte de homenajes.
¡Desgraciado de mí si me declarase!... Un negocio de estado; ¡un delito!... ¡Un delito el puro afecto; el sentimiento!
¿Creéis vosotros que pueda obtenerse con el oro? ¿O no sentís acaso su necesidad?
¡Insensatos! Dió la naturaleza a cada uno sentimientos y alma.
Falaces instituciones alteraron el orden de las cosas, y sólo se distingue la energía del alma y del corazón.
 
 Torquato Tasso

1 de enero de 2021

Noche IV, Torquato Tasso


 

Noche IV
 
Mi delirio ha llegado a su colmo. He visto, sí; he visto a Leonor.
¡Era acaso ilusión! Y bien; Señora, ¿traéis una palabra de vida? Me figuraba que llamándome me dirigía estas palabras: «Torcuato; tú eres el primer cantor del Universo; por ti se inmortalizará el nombre de nuestro príncipe, y de todos aquellos que tú honras con tus versos. ¿Quién dejará de cobrarte afecto, cuando distribuyes a tu albedrío la gloria tan apetecida de los hombres? No hay fortuna que tú no iguales.»
Sí; Leonor, Virgilio, nacido en una aldea del Mincio, habiendo ido miserable a Roma para reclamar algunos estadios de terreno, llegó a ser el amigo de Mecenas y el convidado de Augusto. Sobre todo, Leonor, no estaba prohibido a Virgilio el ver a Livia, el hablar con Julia, y recitar sus versos a las dos. Nuestro príncipe es digno del corazón de Augusto, y yo no soy indigno de la suerte del cantor de Eneas. ¿Qué es lo que estoy diciendo? ¿Por qué, infeliz, me fatigo en vano? Leonor apenas ha fijado en mí ligeramente los ojos. Juraría que ni aun ha reparado en mi persona.
¡Ah! En aquellas elevadas torres en donde habita lo que más aprecia mi corazón; en aquellas torres... no hay quien se acuerde de Torcuato.
¡Corazones crueles! ¿Qué es lo que al fin merece más aprecio? Vuestro poder puede en un momento destruirse; vuestras riquezas dependen de aquel que os las ha transmitido; despojaos de cuanto os conceden los hombres insensatos, no siempre serán tales, y entonces seréis sólo unos miserables esqueletos dignos de compasión.
El ingenio se eleva sobre todo, y no está sujeto a ninguna vicisitud.
La violencia, el odio, la fuerza, nada puede dañarle. Yo viviré eternamente en la memoria de los hombres; y el tiempo destructor aniquilará bien pronto vuestro nombre, si yo no acudo a sostenerlo.
¿Habrá, pues, quien me acuse de arrogancia y llame temeraria mi pasión?¡Oh, edad vil y corrompida! ¿Debo yo estar ciego a tus leyes?
No; la vileza nunca tuvo cabida en aquella alma candorosa que impera sobre mí. Si algún día llega a oírme, no dudo que me dirá: «¡Torcuato! Existe en los corazones humanos un afecto que iguala todas las condiciones, y tú eres tan grande que nadie podrá rehusarte su amor. Una misma corona cine a los reyes y a los poetas, y de éstos reciben los monarcas la palma de la inmortalidad.» ¿Y no amaría un alma tan noble y tan virtuosa? Yo... Siempre.
 
 
Torquato Tasso

31 de diciembre de 2020

Noche III, Torquato Tasso


 

Noche III
 
He paseado las prolongadas calles de los jardines. Cien veces he medido con mis ojos la magnitud del soberbio alcázar donde moras. Animado por la esperanza, creí al principio que vería a lo menos a una de tus doncellas.
¡Oh!¿por qué no tienen éstas mi corazón? Mi corazón sólo estaría bien dentro de su pecho, ya que deben servirte a ti, primero y último objeto de mis desvelos. En vano me ha lisonjeado la esperanza. Inútilmente he contemplado aquellas ventanas por largo tiempo; en balde mis ojos han querido descubrir señal humana.
¿Qué hacían, pues, aquellas doncellas encerradas en sus aposentos?
¡Perversas! Te privan del beneficio de respirar el fresco de la mañana...
Hasta la luz... ¡Ah! no. El aire que tú respiras es mas balsámico, y quieren disfrutarlo todo ellas solas. Harto motivo tienen: ¿quién no sería avaro de un bien precioso? ¡Ah! Tiempo hace que estoy anhelando una pequeña parte de este tesoro. El haberlo poseído un día en abundancia me hizo perder la calma del corazón.
¡Ah! ¡ojalá mis preces puedan llegar hasta ti! Yo las recomiendo al aire, al viento. Sólo el viento, sólo el aire pueden elevarlas hasta la altura de tu mansión. Pero no acostumbrada a tales mensajeros, e ignorando sus encargos, tú no podrás prestar oído atento a la relación que irán a hacerte.
¡Torcuato! ¿de qué hablas? ¡Infeliz! Tu delirio es excesivo. Cesa. No haces más que dar pábulo a tu dolor. Cantemos a Reinaldo. He aquí lo único que te es permitido en este lugar.
 
Torquato Tasso

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