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31 de agosto de 2017

Erostrato. Incendiario, Marcel Schwob

Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867 – París, 1905) fue un escritor, crítico literario y traductor judío francés, autor de relatos y de ensayos donde combina erudición y experiencia vital. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo.
Jorge Luis Borges escribió que sus Vidas imaginarias (1896) fueron el punto de partida de su narrativa.

EROSTRATO Incendiario, Marcel Schwob

La ciudad de Éfeso, donde nació Eróstrato, se extendía por la desembocadura del Caistro, con sus dos puertos fluviales, hasta los muelles del Panorma, desde donde se distinguía la línea brumosa de Samos sobre un mar de un color intenso. Éfeso rebosaba de oro y telas, de lanas y rosas, desde que los magnesios con sus perros de guerra y sus esclavos expertos en lanzar venablos, fueron vencidos a orillas del Meandro después de que los persas arruinaron a la espléndida Mileto. Era una ciudad voluptuosa, donde se festejaba a las cortesanas en el templo de Afrodita Hetaira. Los efesios llevaban túnicas amórginas, transparentes, ropajes de lino hilado a la rueca de color violeta púrpura y azafrán, sarápides amarillo manzana. blancos y rosados, telas de Egipto color jacinto, con destellos de fuego y móviles matices marinos, y calasiris de Persia, de apretado tejido, liviano, con un fondo escarlata de granos de oro labrados como copelas.
Entre la montaña de Prion y un acantilado alto y abrupto, se veía, a orillas del Caistro, el gran templo de Artemisa. Se tardó ciento veinte años en construirlo. Rígidas pinturas decoraban sus salas internas, cuyo techo era ébano y ciprés. Las pesadas columnas que lo sostenían, estaban embadurnadas de minio. La sala de la diosa era pequeña y ovalada. En el medio, se alzaba una prodigiosa piedra negra, cónica y brillante, marcada de dorados lunares, que no era otra que Artemisa. El altar triangular esta-ba también tallado en una losa oscura. Había otras mesas, hechas de piedra negra, con agujeros que servían para que corriera la sangre de las víctimas. De los muros colgaban anchas hojas de acero, con puño de oro, destinadas para el degüello, y abundaban las cintas ensangrentadas en suelo pulido. La gran piedra oscura tenía dos senos duros y puntiagudos. Así era la Artemisa de Éfeso. Su divinidad se perdía en la noche de las tumbas egipcias, y había que adorarla de acuerdo a los mitos persas. Poseía un tesoro encerrado en una especie de colmena pintada de verde, cuya puerta piramidal estaba erizada de clavos de estaño. Allí, entre los anillos, las grandes monedas y los rubíes, se encontraba el manuscrito de Heráclito, que había proclamado el reino del fuego. El propio filósofo lo había depositado en la base de la pirámide, mientras la construían.   
La madre de Eróstrato era violenta y orgullosa. Nadie supo quién fue su padre. Eróstrato declaró más tarde que era hijo del fuego. Bajo la tetilla izquierda llevaba una marca en forma de medialuna que, cuando lo torturaron, pareció encenderse. Aquellos que asistieron a su nacimiento predijeron que estaba sometido a Artemisa. Era colérico y permaneció virgen. Su rostro estaba corroído por líneas oscuras y el color de su piel era negruzco. Ya le gustaba, desde la infancia, acercarse al pie del alto acantilado, cerca del Artemision. Contemplaba desde allí las procesiones de ofrendas. Debido a que se desconocía el origen de su raza, no pudo convertirse en sacerdote de la diosa a la cual se creía destinado. El colegio sacerdotal tuvo que prohibirle varias veces la entrada a la nave del templo, donde Eróstrato esperaba descorrer el precioso y pesado velo que ocultaba a Artemisa. Llegó a sentir odio y juró violar el secreto.
El nombre de Eróstrato no le parecía comparable con ningún otro así como creía que su propia persona era superior a toda la humanidad. Deseaba la gloria. Primero siguió a los filósofos que enseñaban la doctrina de Heráclito, pero éstos ignoraban la parte secreta de ella, puesto que estaba encerrada en la celdilla piramidal del tesoro de Artemisa. Eróstrato sólo pudo conjeturar la doctrina del maestro. Lo endureció el desprecio por las riquezas que lo rodeaban. Su repugnancia por el amor de las cortesanas era extremada. Se creyó que reservaba su virginidad a la diosa. Pero Artemisa no se apiadó de él. El colegio de la Gerubia, que custodiaba el templo, lo considero peligroso. El sátrapa ordenó que lo exilaran a los suburbios, Vivió al pie del Koressos en una gruta excavada por los antiguos. Desde allí acechaba, de noche, las lámparas sagradas del Artemision. Hay quienes suponen que algunos persas iniciados fueron hasta allí para conversar con él. Pero es más probable que su destino se le revelara súbitamente.
En efecto, cuando lo torturaron, confesó que, de pronto, había comprendido el sentido de la palabra de Heráclito: el camino de lo alto, y por qué el filósofo había enseñado que el alma mejor es la más seca y la más ardiente. Declaró que, en ese sentido, su alma era la más perfecta, y que había querido proclamarlo. No dio otro motivo para su acción que la pasión por la gloria y la alegría de oír mencionar su nombre. Dijo que sólo su reino hubiera sido absoluto, puesto que no se le conocía padre alguno, Y que Eróstrato hubiera sido coronado por Eróstrato, que él era hijo de su obra y que su obra era la esencia del mundo: que habría si-do, a un mismo tiempo, rey, filósofo y dios, único entre los hombres.
 El año 356, en la noche del 21 de julio, la luna no se mostraba en el cielo y el deseo de Eróstrato había adquirido una fuerza inusitada: resolvió violar la cámara secreta de Artemisa. Se deslizó, pues, por una quebrada hasta la orilla del Caistro y subió las gradas del templo. Los sacerdotes de guardia dormían junto a las lámparas sagradas. Eróstrato agarró una y entró en la nave.
El olor de aceite de nardo era intenso. Las negras aristas del techo de ébano brillaban. El óvalo de la cámara estaba dividido por la cortina tejida con hilo de oro y púrpura que ocul-taba a la diosa. Eróstrato, jadeante de voluptuosidad, lo arrancó. Su lámpara iluminó el terrible cono de senos erectos. Eróstrato los agarró con las dos manos y besó ávidamente la piedra divina. Después dio la vuelta a la estatua y vio la pirámide verde donde estaba oculto el tesoro. Asió los clavos de bronce de la puertita y la arrancó. Hundió sus dedos entre las joyas vírgenes. Pero sólo se apoderó del rollo de papiro donde Heráclito había inscrito sus versos. A la luz de la lámpara sagrada los leyó y se enteró de todo.
Enseguida exclamó: "¡El fuego, el fuego!" Tomó la cortina de Artemisa y acercó al paño inferior la mecha encendida. La tela ardió primero lentamente; luego, debido a los vapores de aceite perfumado que la impregnaban, la llama subió, azulada hacia el techo de ébano. El terrible cono reflejó el incendio.       
El fuego se enroscó a los capiteles de las columnas y repto a lo largo de las bóvedas. Una tras otra, las placas de oro consagradas a la poderosa diosa Artemisa cayeron desde sus suspensorios hasta las baldosas, con un estruendo metálico. Luego el haz fulgurante estalló sobre el techo e iluminó el acantilado. Las tejas de bronce cayeron. Eróstrato se irguió en medio del resplandor clamando su nombre en la noche.
Todo el Artemision no fue más que un montón rojo en medio de las tinieblas. Los guardias detuvieron al criminal. Lo amordazaron para que dejara de gritar su nombre. Lo ataron y lo encerraron en los sótanos, durante el incendio.
Artajerjes ordenó que lo torturaran. Eróstrato no quiso confesar más que lo que se ha dicho. Las doce ciudades de Jonia prohibieron, bajo pena de muerte, que se revelara el nombre de Eróstrato a las edades futuras. Pero el rumor lo ha traído hasta nosotros. La noche en que Eróstrato incendió el templo de Efeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia.     




Marcel Schwob
Vidas Imaginarias, Marcel Schwob, traducción de Eduardo Paz Leston

CENTRO EDITOR DE AMERICA LATINA (1973)

30 de agosto de 2017

Empédocles, Supuesto dios, Marcel Schwob

EMPÉDOCLES

Supuesto dios

Nadie conoce su origen ni cómo llegó a la tierra. Apareció junto a las orillas doradas del río Acragas, en la hermosa ciudad de Agrigento, poco después de que Jerjes hiciera azotar al mar con cadenas. La tradición sólo cuenta que su abuelo se llamaba Empédocles: nadie lo conoció, De eso se desprende, evidentemente, que era hijo de sí mismo, tal como corresponde a un Dios. Pero sus discípulos aseguran que antes de que recorriera gloriosamente la campiña de Sicilia había vivido cuatro veces en el mundo, y que había sido planta, pez, pájaro y doncella. Llevaba un manto púrpura sobre el cual caían sus largos cabellos, una franja de oro le ceñía la cabeza, calzaba sandalias de bronce y jugaba con guirnaldas trenzadas de lana y de laurel.
Por el contacto de sus manos curaba a los enfermos y recitaba versos al modo homérico, con pomposo acento, subido a un carro y mirando al cielo. La muchedumbre lo seguía y se prosternaba delante de él para escuchar sus poemas.
Bajo el cielo puro que ilumina los trigales, de todas partes venían los hombres para ver a Empédocles, con los brazos cargados de ofrendas. Empédocles los dejaba boquiabiertos al cantarles la bóveda divina, hecha de cristal, la masa de fuego que llamamos sol, y el amor que todo lo contiene, parecido a una vasta esfera.
Todos los seres, decía, no son más que trozos desprendidos de esa esfera de amor donde el odio se insinúa. Y lo que llamamos amor es deseo de unirnos y fundirnos y confundirnos, como lo estábamos antes, en el seno del dios globular que la discordia ha roto. Invocaba el día en que la esfera divina habría de hincharse, después que las almas hubiesen pasado por todas las transformaciones. Pues el mundo que conocemos es obra del odio, y su disolución será obra del amor. Así cantaba a través de las ciudades y los campos, mientras sus sandalias de bronce llegadas de Laconia resonaban a sus pies, y ante él sonaban címbalos. Mientras tanto, de la boca del Etna surgía una columna de humo negro que echaba su sombra sopre Sicilia.
Semejante a un rey del cielo, Empédocles andaba envuelto en púrpura y ceñido en oro, mientras los pitagóricos llevaban delgadas túnicas de lino y zapatos hechos de papiro. Decían que sabía hacer desaparecer las legañas, disolver los tumores y aplacar los dolores de las extremidades. Le suplicaban qué acabara con las lluvias o los huracanes. Conjuró las tempestades en un círculo de colinas; en Selinonte expulsó la fiebre desviando dos ríos en el lecho de un tercero, y los habitantes de Selinonte lo adoraron y le levantaron un templo y acuñaron medallas en las que su efigie se confrontaba con la efigie de Apolo.
Otros pretenden que fue adivino, instruido por los magos de Persia, y que dominaba la nigromancia y la ciencia de las hierbas que hacen enloquecer. Un día en que cenaba en casa de Anquitos, un hombre furioso se precipitó en la sala, blandiendo una espada. Empédocles se irguió, extendió un brazo y cantó los versos de Hornero sobre la nepenta que provoca insensibilidad. En seguida la fuerza de la nepenta dominó al furioso, que quedó inmóvil, con la espada alzada como si hubiese bebido el dulce veneno mezclado en el vino espumoso de una crátera.
Los enfermos dejaban las ciudades para buscarlo, y lo rodeaba una multitud de miserables, a los cuales se sumaron mujeres, que le besaban los bordes de su precioso manto. Una de ellas se llamaba Panthera, hija de un noble de Agrigento. Estaba destinada a Artemisa, pero huyó lejos de la fría estatua de la diosa y consagró su virginidad a Empédocles. Nadie vio signos de amor, pues Empédocles preservaba una insensibilidad divina. Profería sus palabras en metro épico y en dialecto jonio, si bien el pueblo y sus fieles sólo se valían del dorio. Todos sus gestos eran sagrados. Cuando se acercaba a los hombres era para bendecirlos o para curarlos. Casi siempre permanecía en silencio. Ninguno de aquellos que lo seguían llegó a sorprenderlo dormido. Se lo vio siempre majestuoso.
Panthea se vestía de lana fina y oro. Arreglaba sus cabellos según el estilo magnífico de Agrigento, donde la vida transcurría ociosamente. Una almilla roja le sostenía los senos, Y la suela de sus sandalias era perfumada. Por lo demás, era hermosa y muy alta, y de color muy deseable. Resulta imposible afirmar que Empédocles la amara, pero tuvo piedad de ella. En efecto, el viento de Asia engendró la peste en los campos sicilianos. Muchos hombres fueron alcanzados por los negros dedos de la peste. Hasta los cadáveres de las bestias cubrían los lindes de las praderas, y se veían ovejas desolladas, muertas con el hocico abierto hacia el cielo y las costillas al aire. Y Panthea languideció a causa de esta enfermedad. Cayó a los pies de Empédocles y dejó de respirar. Aquellos que la rodeaban sostuvieron su cuerpo rígido y lo bañaron en vino y aromas. Desataron la almilla roja que apretaba sus pechos jóvenes y la envolvieron con vendas. y le sujetaron la boca entreabierta con una cuerda, y sus ojos hundidos ya no veían la luz.
Empédocles la miró, se desató la banda de oro que le ceñía la frente y se la impuso. Sobre los senos le colocó la guirnalda de laurel profético, cantó versos desconocidos sobre la migración de las almas y tres veces le ordenó levantarse y caminar. La muchedumbre estaba aterrorizada. Al tercer llamado Panthea salió del reino de las sombras, y su cuerpo se animó y se irguió sobre sus pies, envuelto en las vendas funerarias. Y el pueblo comprobó que Empédocles sabía invocar a. los muertos.
Pisiánates, padre de Panthea, vino a adorar al nuevo dios. Se tendieron mesas bajo los árboles de su predio a fin de ofrecerle libaciones. A ambos lados de Empédocles unos esclavos sostenían grandes antorchas.
Al igual que en los misterios, los heraldos proclamaron el silencio solemne. súbitamente, en la tercera vigilia, las antorchas se apagaron y la noche envolvió a los adoradores. Se oyó una voz fuerte que exclamó:”¡Empédocles!". y cuando se hizo la luz, Empédocles había desaparecido. Los hombres no volvieron a verlo.
Un esclavo contó lleno de espanto que había visto un dardo rojo surcando las tinieblas hacia la cima del Etna. Los fieles ascendieron la falda estéril de la montaña a la triste luz del amanecer. El cráter del volcán vomitaba un haz de llamas. Sobre el brocal poroso de lava que circunda el abismo ardiente se encontró una sandalia de bronce retorcida por el fuego.



Marcel Schwob de Vidas imaginarias (1896)

29 de agosto de 2017

Nota preliminar de Vidas Imaginarias de Marcel schwob, Ricardo Baeza

 Nota preliminar de Vidas Imaginarias de Marcel schwob, Ricardo Baeza

Remy de Gourmont, en su 'Deuxième libre des Masques, decía, a propósito del arte de Marcel Schwob: “El mundo es una selva de diferencias; conocer el mundo es saber que no hay identidades formales, principio evidente y que se verifica a la perfección en el hombre, ya que la conciencia de ser no es sino la conciencia de ser distinto. No hay una ciencia del hombre, si un arte del hombre. Marcel Schwob ha dicho algunas cosas que me complazco en declarar definitivas; por ejemplo: “ El arte es el polo opuesto de las ideas generales; sólo describe lo individual, solo propende a lo único. En vez de desclasificar, desclasifica.”
Palabras singularmente luminosas y que tienen aún otro mérito; el de plasmar cabalmente en unas pocas sílabas la tendencia actual de los mejores espíritus.
“ Este arte desconocido de diferenciar la existencia es practicado por Marcel Schowb con la más aguda perspicacia. Sin jamás recurrir al procedimiento (legítimo por otra parte) de la deformación, particulariza con toda facilidad aun a los personajes de condición más ilusoria;
bástale para ello seleccionar en una serie de hechos ilógicos aquéllos cuya agrupación es susceptible de determinar un carácter exterior que se superponga, sin ocultarlo, al  carácter interior del hombre. Es la vida individual creada o reconstituida por la anécdota.
"El genio particular de Schwob es una especie de sencillez pavorosamente compleja, que hace que, mediante la disposición y armonía de una serie de detalles justos y precisos,  sus narraciones den la sensación de un detalle único. Como Paolo Uccello, cuyo genio geométrico analiza, envía sus líneas del centro hacia la periferia para luego traerlas de nuevo al centro, de igual manera la figura de Frate Dolcino., herético, parece dibujada en una sola espiral como el Cristo de Claude Mellan, pero, al final, el extremo del trazo torna a su punto de partida con una curva brusca.
"La ironía de estos cuentos y relatos biográficos raramente aparece acentuada como al comienzo de MM. Burke & Hare, asesinos: “Mr. William Burke se elevó de la condición más humilde a una fama eterna”; por lo general, es más bien latente, difundida sobre sus páginas como una veladura a primera vista apenas perceptible. Schwob, en el curso de su narración, nunca siente la necesidad de hacer comprender sus invenciones; no es en modo alguno explicativo, y ello aguza la impresión de ironía por el contraste natural que se descubre entre un hecho que nos parece maravilloso o abominable y la brevedad desdeñoso de un cuento. Pero, llevada a ciertas alturas de superioridad y desasimiento, la ironía linda con la piedad; realizase, en suma, una metamorfosis y no vemos ya las luces de la vida sino como “lámparas diminutas que alumbran apenas la lluvia oscura”. La ironía ha devorado su causa, y no alcanzamos ya a distinguirnos de las miserias que nos hacían sonreír y acabamos amando el error humano de que formamos parte.
"Trato sólo de explicar un método; precisar la impresión propia sobre el resultado obtenido es más difícil. El resultado, en varios tomos de cuentos y particularmente en las Vidas Imaginarias, es una legión de seres naciendo, moviéndose, hablando, recorriendo los caminos de la tierra y del mar con una prodigiosa certidumbre vital. Si la ironía de Marcel Schwob hubiera propendido hacia ese género de mistificación (en que Poe descollara) que los norteamericanos llaman hoase, ¡cuántos lectores, sin excluir a los doctos, habría podido embaucar con esa vida de Crates, cínico, donde ni una sola palabra viene a destruir la serenidad de una auténtica biografía! Para llegar a dar una impresión semejante, hacen falta una erudición infalible, una penetrante imaginación visual, un estilo puro y flexible, un tacto muy fino, una levedad de mano y una delicadeza extremas, y de añadidura el don de la ironía: sin todas estas virtudes, bien agenciadas en un espíritu de orden personalismo, no habrían podido escribirse las Vidas lmaginarias.”
No sería fácil caracterizar esta mezcla de poesía y realidad (“de realidad en lo inexistente”, decía Paul Claudel), de erudición y de ensueño, de matemático y de visionario, que es el arte de Schwob, mejor ni más sumariamente que lo hace Gourmont, quien en otro pasaje de su ensayo alude al “librito milagroso” que es La Cruzada de los Niños, para concluir: “Los libros de Marcel Sclrwob invitan a meditar, después de habernos deleitado con lo imprevisto del acento, de los rostros, las vestiduras, los ademanes y actitudes, escritor de los más sustanciales, de la especie diezmada de los que tienen siempre en los labios alguna palabra nueva y fragante que ofrecernos”.
Vidas Imaginarias, incontestablemente la obra maestra de Scbwob, es desde luego una obra punto menos que única en el reino literario, un hibrido de la biografía y la ficción; o, más bien, un injerto de la historia en la literatura, ya que su naturaleza es esencialmente literaria, y las facultades cardinales que presiden su orden son la imaginación y el espíritu de poesía.
Así, el estilo, “su frase, henchida de savia”, que dice también Gourmont, es un elemento primordial en ella y uno de sus valores más sustantivos, al igual que en sus otras obras.
Prueba de ello es la misma elección de los protagonistas, casi todos figuras históricas, pero o bien de plano secundario, como Cecco Angiolieri, Clodia, C-rates, Pocahontas, Burke & Hare, o bien de unn realidad humilde y casi anónima, como Frate Dolcino, Gabriel Sponsor, Katherine, Alain, o envuelta en el misterio, como Cyril Tourneur, o írisando con lo iabuloso, como Erostrato, o si ilustres, como en el caso de Empédocles, Luciano y Petronio, más en  la leyenda y el mito que en la historia; e incluso alguno exclusivamente literario, como Sufrah, salido de Aladino y la lámpara maravillosa. Esto es: seres de una realidad problemática, más fantasmal que efectiva, en -quienes la escasez de los datos y la imprecisión de los rasgos permite, e incluso impone, una reconstitución especulativa, mediante la inducción, la hipótesis y el ensueño: imaginaria, en suma.
El autor, en su ensayo preliminar (“páginas admirables, que todos los artistas deberían aprender de memoria”, decía Jules Renard), nos expone su concepto del arte biográfico: captar los rasgos únicos, distintivos de la vida del personaje, lo que constituye su identidad fundamental, su parábola propia, u ninguna otra semejante, en el firmamento de la vida colectiva; y de ahí el error de Plutarco, pese a todo su genio, al pretender ofrecernos unas vidas “paralelas”. Dada la brevedad de sus biografías “imaginarias”, Schwob ha tenido que escoger cuidadosamente los rasgos para la caracterización de sus personajes, desechando todo lo simplemente anecdótico, conservando tan sólo lo esencial, destilando sus materiales y buscando la máxima estilización de su línea. En este respecto, pocas obras tan concisas y de una tan extraordinaria condensación, dentro de esa sobriedad y simplificación que ya indicaba Gourment como característica fundamental del arte de Schwob: arte de litote, si los hubo, el menos barroco y ornamental que podría concebirse. Como la realidad de los personajes que toma entre manos es apenas histórica, en el sentido de que apenas sabemos nada preciso de ellos, el autor tiene que acudir a la imaginación para trazar el esquema de sus vidas, y por eso ha llamado a éstas “imaginarias”, indicando con ello que son ante todo obra de poesía. Pero la imaginación aquí no es arbitraria ni vaga a su antojo por los caminos de la fantasía; severamente gobernada por un criterio que podríamos llamar científico, puesto que se apoya en el conocimiento más estricto, toma como base o punto de partida los datos conocidos y opera sobre ellos con los instrumentos espirituales de la intuición y la lógica, completando y supliendo.
Dentro de este repertorio de veintidós vidas hay una diversidad extraordinaria de fuentes, desde Diógenes Laercio hasta De Quincey y los registros de la criminalidad londinense, pasando por los historiadores griegos y latinos, los tratadistas de la Cábala, los cronistas de la Edad Media, el proceso de Juana de Arco, las letras remisorias espigadas en los Archivos Nacionales de Paris, Vasari, el mundo teatral elisabetano, los anales de la piratería, etc.; y hay también una diversidad de especie entre ellas, una cierta gama de individuación en la imagen, que va desde las más personales y, privativas, como Eróstrato, Lucrecio 0 Cyril Tourneur, hasta las más genéricas, como Gabriel Spenser, Katherine, Alain o Phips; aunque incluso en estas últimas no falta nunca el rasgo propio, singular, único, que da aun a la figura en apariencia más genérica un acento y un rostro individual y es como su fermento de vida.
Pero todas ellas aparecen destacándose sobre un fondo histórico minuciosamente compuesto, con la ciencia detallada  precisa de un filólogo consumado y un erudito; y esta mixtura, tan poco usual, de sabio y de poeta, de arqueólogo y de artista, constituye sin duda una de las características más conspicuas y originales del libro.
Es así como estas Vidas Imaginaria; Vienen a ser, no obstante su parvedad, un variadísimo panorama histórico, una especie de Leyenda de los Siglos (considerablemente más fidedigna, desde el punto de vista arqueológico, «que la victorhuguesca), una serie de viñetas sutilmente miniadas que nos llevan a través del tiempo y del espacio, desde la antigua Grecia a las orillas neblinosas del Támesis, cruzando la Roma de los Césares, el Islam miliunanochesco, la Francia medieval, la Italia renacentista, las lndias occidentales, y tantas otras épocas y parajes de la aventura humana. Libro esencialmente de evocación, que con toda justicia mereció a su autor ser calificado por Goncourt de “el más maravilloso resucitador del pasado”.

Marcel Schwob fué estimado y admirado por lo mejor de su época: Mallarmé, Anatole France, Edmond de Goncourt, Mirheau, Elémir _Bourges, Alphonse y Léon Daudet, Wyzewa, Jules Renard, Gourmont, Barrès, Gide, Paul Fort, Bataille, Maeterlinck, Claudel, Colette, Francis Jammes, casi todos los escritores notables del su época fueron amigos suyos, le apreciaron en su justo valor y han dejado testimonio fehaciente de su admiración. Muchos de ellos, además, sufrieron su beneficiosa influencia. Gran conocedor y difundidor de la literatura inglesa, fué también conocido y estimado de algunos de los más grandes escritores ingleses del período victorìano, entre ellos Stevenson y Meredith, cuya obra reveló al público francés, y Oscar Wilde, que le consultó para el texto definitivo de Salomé (escrito, como es sabido, en francés) y le dedicó su poema The Sphinx, el más importante de su obra poética después de la Balada. No es dudoso que, de haber vivido más tiempo y en condiciones más normales, su nombre habría quedado en la literatura de su época como uno de los más insignes. Pero, aun malograda por un destino trágico, la obra que de él nos queda es suficiente para asegurarle un puesto de honor y conservar viva su memoria entre los hombres de espíritu.
La vida literaria hoy día es una tal presura de intereses y ambiciones personales, un tal tumulto de candidatos al éxito y la fama, que el artista, para su triunfo, ha de fiar ante todo en su propio esfuerzo y capacidad muñidora.
De ahí que, si no ha agrupado en torno suyo poderosos intereses ajenos, pecuniarios o doctrinales, de escuela o de partido, capaces de sobrevivirle, apenas muerto resbala al olvido, y en él permanece, más o menos totalmente sumergido, basta que, con el transcurso de los años, surge, por razón de fervor o de provecho, el resurrector de glorias dotado de la suficiente actividad e influencia a quien su rescate de las tinieblas puede servir de laurel propio. Tal es el destino melancólico de los artistas solitarios, y tal fue el de Marcel Schwob, desaparecido demasiado 'tempranamente de la escena literaria para poder dejar en ella como cumplía la huella de su paso.
Sus entusiastas no han faltado, como decíamos más arriba, y el libro de Champion como la edición póstuma de sus obras completas prueban que su fama está en creciente. Pero la justicia que ya se le ha hecho no es todavía la que por derecho propio le corresponde; y pienso que su arte, tan complejo  sensible, tan fuerte y delicado, tan sutilmente urdido de emoción y de inteligencia, tiene aún más porvenir que pasado, y constituirá para el espectador de mañana, aún más que para el de hoy, un bello y aleccionador espectáculo.

Marcel Schwob nació el 23 de agosto de 1867 en Savìlle, departamento de Seine-et-Oise. De raza judía, desciende por ambas ramas de dos antiguas familias de rabinos y de médicos, de letrados y eruditos.
Su tío materno, Léon Cahun, conservador adjunto dc la Biblioteca Mazarine, es hombre doctísimo, autor de un libro titulado La Vie Juive, que goza de gran autoridad.
Recibe una educación esmeradísima; a los tres años habla inglés y alemán; De gran precocidad, dedicado por entero al estudio y a la literatura, empieza a escribir casi adolescente y debuta muy joven en el periodismo, con gran éxito. A los veinticuatro publica su primer libro, Coeur double, colección de cuentos, y participa activamente en el movimiento simbolista. Agudo crítico y ensayista (véanse los estudios recogidos en Spicilège), a la vez que cuentista y poeta en prosa, letrado de vastísima cultura, es también un filólogo eminente, consumado humanista, con un profundo conocimiento del francés antiguo. Su biógrafo, Champion, historiador de la poesía del siglo XV y especialista en Villon, Charles d'Orléans y Ronsard, ha reconocido sus investigaciones sobre el primero de estos poetas .y la banda de los coquillards como capitales en la materia y aceptado como válida su teoría de que el argot no era de formación espontánea, sino un lenguaje artificial destinado a ser comprendido tan sólo de una clase determinada. Por otra parte, Schwob no cesó jamás de ahondar el tema, sobre el que proyectaba una obra de vastas proporciones, al final de su vida dio un curso sobre él, y el largo estudio titulado François Villon que encabeza Spicilêge es el más importante del libro.
La vida de Scbwob, consagrada por entero a las letras, ofrece pocos acontecimientos de importancia, aparte sino del trágico sino que arruinó su salud, y con ello su obra de creación, y le hizo sobreviviese diez años. De 1890 a fines del 93 tiene lugar su liaison con una muchachita de la vida, Louise, menuda, frágil y pueril, hermana espiritual de Ann, la inolvidable y misericordiosa ramera adolescente que cruza con pie tan fugaz las páginas del Opium eater. Minada por la miseria y la tisis, muere al fin Louise, apenas cumplidos los veinticinco, dejando inconsolable a Schwob, que se esforzó en salvarla, cuidándola con una ternura exquisita.
Le Livre de Monelle, de esta época, le fué en gran parte inspirado por su recuerdo, y en él se nos aparece furtivamente bajo la máscara de Mónera y sus hermanas.
A principios de 1895 conoce a la que habrá de ser su mujer y la pasión ya de su vida: Marguerite Moreno, actriz de la Comédie Française, famosa por su arte inteligente y personal, su exótica belleza y su voz admirable. Schwob (nos dice Champion) la amó en seguida con una pasión absoluta, siguiéndola a todas partes; “lloraba escuchándola decir versos, y todo en ella le parecía maravilloso”. Pero el idilio duró sólo unos meses, interrumpido trágicamente por una atroz enfermedad, a la que alude un tanto crípticamente su biógrafo: “A fines de aquel mismo año Scbwob fue operado por vez primera. Cuatro operaciones más hubo de sufrir posteriormente, a causa de un mal misterioso, que los médicos diagnosticaban de modo diverso. Schwob, a partir de ese momento, fue ya un inválido, condenado a arrastrar una vida lánguida y precaria, mutilado, herido irremediablemente en su dignidad de hombre, en un amor que le dió, sin embargo, la fuerza heroica de sobrevivirse. Después de aquella primera operación, Marguerite Moreno, que le cuidó hasta el final con la más perfecta abnegación, fué ya una verdadera hermana de caridad a la cabecera de su lecho de enfermo. “Ella me ha consolado de todo -decía Schwob-; vivo sólo por ella y para ella.”
Con el comienzo de su terrible dolencia, sumido por ella en el estupor intermitente de los hipnóticos y analgésicos, termina la obra de creación de Schwob, que circunscribe en adelante su actividad a trabajos de erudición y de crítica. Su vida no ofrece ya otro suceso saliente que el viaje que hace a Samoa en 1901- 1902, siguiendo la pista del recuerdo de Stevenson, cuya obra amó tanto. Acompañado tan sólo de Ting, su fiel criado chino, pues Marguerite Moreno fué retenida en Francia por sus obligaciones profesionales de sociétaire del Théâtre Français, estuvo a punto de morir durante el viaje de una neumonía. Pero el reposo definitivo no llega hasta el 26 de Febrero de 1905, en París.
La personalidad humana de Marcel Schwob no fué menos singular y atractiva que la artística. Pocos hombres tuvieron en tal grado el don de la simpatía humana y de la amistad, la capacidad de gozarse en cl talento ajeno, la sagacidad de descubrirlo y la inclinación a favorecerlo. Los testimonios de sus contemporáneos à este respecto son concluyentes y abundantes. Véase, por ejemplo, lo que Paul Valéry le escribe en 1895: “Si he tenido la suerte de escribir algo que pueda merecer su aprobación, a usted se lo debo en absoluto. Usted es casi la única persona que me ha estimulado sincera y lúcidamente”.
Otros nos han dejado una impresión vivida y fidedigna del hombre y su influjo. En 1891, Jules Renard escribe en su Diario: “Ayer, Schwob estuvo en casa hasta las dos de la mañana. Me pareció como si tomara entre sus dedos finos mi cerebro y le diera vueltas, exponiéndolo a la luz. Hablaba de Esquilo, comparándolo con Rodin. Analizaba los Siete contra Tebas y la rivalidad de Eteocles y Polinices y la manera geométrica, arquitectural, en que esta obra se halla compuesta: tantos enemigos contra tantos, tantos versos, diez por ejemplo, para cada jefe... La lámpara se apagó de repente, y tuve -que encender las bujías del piano. El rostro de Schwob quedó en la sombra. Siento que este hombre va a ejercer sobre mí una influencia enorme”. (Schwob fué, por otra parte, quien le movió a publicar L”Écornifleur y le animó con su elogio y su consejo). Y en otra ocasión anota: “Cuando le dice a uno que algo está bien, sus ojos tienen un leve parpadeo, como unos labios que rezaran”.
Francis Jammes, a su vez, nos dice, con motivo de una visita a Schwob en 1895: “Su voz era la más melodiosa que oí nunca. Su saber era extraordinario, pero tenía el don de ponerse al alcance de uno”. Y tres años más tarde, cuando Schwob le devuelve la visita en su agreste retiro de Orthez, nos traza el siguiente retrato: “Sus ojos eran de una maravillosa limpidez, color de agua de mar gris, con un punto tan negro y tan vivo en el centro que se veía casi lo que iba a decir antes de oírlo.
La nariz era un tanto carnosa, en pico de gaviota, vista de perfil, como la de muchos israelitas. Se había afeitado el bigote. Tenía el labio inferior abultado, la barbilla voluntariosa, la oreja tendida, siempre alerta. Andaba un poco encorvado, apoyándose en un bastón y llevándose de cuando en cuando a la boca, con ademán anguloso y cohibido, una pipa corta de cartón piedra. Volví a oír aquella voz dulce, que tanto me llamara la atención la primera vez, de una extraña dulzura, lo mismo cuando hablaba de los sucesos más triviales, que en su boca dejaban de serlo, que cuando, durante un paseo que dimos por la playa, me leía, traduciendo del latin, sin un titubeo y en un francés inimitable, leyendas de la espiritualidad más elevada”.
André Gide corrobora esta impresión en su Diario, donde apunta, a propósito de Schwob:
“Seguramente que no era hermoso, pero su mirada tenía una dulzura encantadora, en perfecta armonía con el timbre de su voz. Su amabilidad era exquisita y ponía el mayor interés
en dirigir la curiosidad intelectual de sus amigos hacia aquello que a su inicio podía satisfacerla
mejor. No olvidaré que el fué quien me hizo leer Ibsen”.

Vies Imaginaires comenzó a publicarse en Le Journal, en iuiio de 1894, apareciendo en libro en 1896. Los otros libros originales de Marcel Scbwob publicados en vida son:
Coeur double, cuentos, 1891. -›- La Rai au masque d or, cuento, 1892. Le Livre de Monelle, 1894.  Mimes, poemas en prosa (sugeridos en cierto modo por los Mimos de Herondas), 1894. / La Croisade des Enfants, narraciones (que participan de la narración y del poema en prosa), 1895. Spicilège (criticas y ensayos), 1896. -I Maeurs des Diurnales (ensayo y disparatario del periodismo, publicado bajo el seudónimo de Loyson-Bridet), 1903. – La Lampe de Psyché (que incluye Le Livre de Monelle, Mimes y La Croisade des Enfants, añadiendo un cuento: L'Étoiï,e de bois, de 1897), 1903.
En 1928 apareció en las Editions Bernouard, Paris, dirigida por Pierre Champion, una edición definitiva y critica de sus Obras Completas, en 10 volúmenes in-8, de los cuales 4 inéditos.
Se recogen en ella, además de las obras mencionadas y de la traducción de Macbeth, Hamlet
(versión estrenada por Sarah Bernlnardtì, la novela de Daniel De Foe Moll F landers y el drama de Marion Crawiord Francesca de Rimini, los Écrits de Ieunesse, Lettres à sa famille, Voyage à Samoa, Chroniques, Lettres parisiennes y Mêlanges clhistoire litteraire et de linguistique.
Para el conocimiento detallado de su vida y obra, véase el excelente libro de Pierre Champion: Marcel Schwob et son temps, que lleva en Apéndice unas interesantes cartas de Jules Renard, Paul Clandel, Colette y Francis Jammes.
Esta es la primera obra de Marcel Sclrwob que aparece en Castellano-

Ricardo Baeza

Ricardo Baeza Durán (Bayamo, Cuba, 18901​ – Madrid, 3 de febrero de 1956)2​ fue un escritor, poeta, traductor, embajador, editor, ensayista y periodista español. Entre 1915 y 1939 alcanzó gran prestigio en la vida literaria e intelectual española, hasta que la derrota de la II República le obligó a exiliarse a Argentina, donde desarrolló también una destacada labor cultural, sobre todo en el campo de la edición. Aunque nació en Cuba sus padres regresaron pronto a Madrid, por lo que su formación académica tuvo lugar en esta ciudad, siendo compañero de estudios de Ramón Gómez de la Serna en el Instituto Cardenal Cisneros y en la Universidad Central madrileña.


28 de agosto de 2017

La belleza, Manuel López Ares

LA BELLEZA

La belleza es cruel a veces,
sabe que su arma es poderosa
como el cañón tonante del dinero.
A veces su pureza la hace sana
límpida, maternal, como la risa,
en oportunidades es diamante
endiabladamente puro, penetrante,
como el ojo feroz del universo, V
pero cuando llega a los afeites
es cuando su crueldad no tiene límite.
Pero guarda siempre su otro rostro,
otra sonrisa, otra dentadura
que va incluida en la ternura,
en el ojal del beso, en la caricia
esa que recordamos desde niños
y que jamás logra repetirse.
Y como digo, es cruel a veces la belleza
pero es la reina del planeta.

Manuel López Ares

De Jueves (1993) Editorial Artesanales Ares

27 de agosto de 2017

Fuera de hora, Manuel López Ares

FUERA DE HORA

A Erasmo Stivala

Tengo un amigo en Córdoba, Stivala
que sabe la palabra y el soneto I
cuando pesa “ catorce" es peso neto
y el pulso de su lira, casi bala.

Como al descuido, sencillez resbala
pero infunde piramidal respeto,
cubre de luces el típico alfabeto
cuando al idioma lo cubre de gala.

y si a Violante alude, se despega
de la torpe palabra que acoquina
a ciertos carcamales que en la ciega

cambian de reja en actitud ladina.
Al dar vuelta la hoja en una esquina
en que la noche oculta lo que riega.

Manuel López Ares
De Tiro a los pavos reales Editorial Artesanales Ares


26 de agosto de 2017

No te inquietes razon, Manuel López Ares

NO TE INQUIETES RAZÓN

Buenos días razón, hoy te pregunto
vieja razón de Kant. ¿Qué te sucede?
¿La orgía del dinero te ha comprado?
Un infierno de algunos, la codicia,
con su nariz ganchuda,-con su risa
y su simiesca ternura de dinero?`
Oye razón, “
los que hicieron ciudades,
puentes, toda la historia de peleas,
los albañiles, los carpinteros, ellos,
están cerca de ti, sin eufemismos.
!Un racimo de vino azucarado, _
hermanado a tu suerte, tus verdades
No te inquietes razón, acaso un día
salgamos a cantar con mi guitarra
tu verdad y mi canto en los caminos
del hombre que rehúse ser esclavo.
Con las rojas banderas de la sangre
envueltas en coraje y entre todos
con mi voz de poetas si me dejan
cantar estos capangas de la urna.
En los ranchos, las ollas populares,
en las calles descalzas, en el sueño
del pobre sin trabajo.
Buenos días razón está llegando
desde todos los tiempos orientales
la calavera de Hamsúm que nos urge
mientras vamos ahora caminando.
Mientras vamos ahora caminando.

Manuel López Ares
De Chafalonia

Artesanales Ares

25 de agosto de 2017

Llueve, Manuel López Ares

LLUEVE...

Llueve,
el piso de tierra
siente vergüenza
por estar húmedo.

Papa salió con el carrito
hoy es domingo
hay más residuos en los tachos;
hoy comerán mis hermanitos.

El intendente prometió
un plan trabajar,
pero depende del gobernador
que a su vez espera del Congreso
que promulgue las leyes
que pidió el presidente
que viajó a Nueva York:
por nuestro pan.

S.O.S. Urgente.
La última rata la comimos ayer
y el presidente no se enteró.
Pobre tipo.
Y vos, dios, sabias,
que los políticos se roban todo?
Seguro que no, estabas ocupado
en otro canal. ¿Con ellos?

Manuel López Ares
De Revolución productiva (2003)

Artesanales Ares

24 de agosto de 2017

Después del salariazo, Manuel López Ares

DESPUÉS DEL SALARIAZO

Usted no lo creerá
V yo trabajaba en Y.P.F
b poco trabajo_` buen dinero,
auto, vacaciones en Brasil,
mirando a los negros desde arriba
y a mi vecino piel de cobre,
esporádicamente sobre el hombro,
ése de la suficiencia.
Pero llegó "La Productiva"
también los amigos hispanos
para que el pueblo sea"repso12
Mi vecino piel de cobre
sale a cirujear conmigo,
me está enseñando
a poner cara de idiota,
a lo Carlos nomás, a lo Carlitos
Si, juro que se aprende,
la vida y la penuria curtió.
es la mejor maestra _
y los políticos
la peor muestra.
Si señor.

Manuel López Ares
De Revolución productiva (2003)

Artesanales Ares

23 de agosto de 2017

Esta democracia, Manuel López Ares

ESTA DEMOCRACIA

Tengo un cascabel en la mirada
y debajo de la lengua una sonrisa. «
Mientras, hurgo en la espesura
la amistad de los pájaros, el sueño
de una mujer que ignoro,
el calor soberano de las madres,
el amor que no sea cosa extraña.
Camino, canto y todavía la ternura
llega en la dentadura del silencio,
en el rugir de trenes que se alejan,
en la eterna cicatriz de la tristeza.
Solitario me pierdo en las cornisas
inocentes del aire, de las tardes
en que estoy regresando a los andenes.
Estoy aca, en la ciudad perdida
de los antiguos generales
donde una caravana de paisanos
viene a cobrar su libertad a plazos.
¡Hay quien la llama democracia!
Yo entre tanto,
canto, sonrío y amanezco.

Manuel López Ares
De Jueves (1993) Editorial Artesanales Ares



22 de agosto de 2017

La tierra, Manuel López Ares



LA TIERRA

Hablando con la tierra,
mi tierra, la de ustedes
los que saben la hora del menguante,
el ojo de la lluvia,
el tajo del arado
el corazón del surco,
las gaviotas;
escucho su pena, su pedido.
Quieren la salud del labriego,
la justicia social,
el predio sano,
limpio de cólera, antiséptico,
en su morada humilde
sin tahúres, sin botas,
ni honrados portafolios
ebrios de hipocresía.
Pobre la tierra, ignora,
el felón humano, el feudalista,
el hacedor de asco, podredumbre,
del sembradío humano.
Ella me cuenta,
sufre por ustedes,
los que hurgan su entraña
los que saben;
el valor sin igual
de las cosechas.

Gorina. Enero de 1993
Pcia de Buenos Aires

Manuel López Ares
De testimonio
Artesanales Ares


21 de agosto de 2017

Navegante solitario II, Horacio Castillo


NAVEGANTE SOLITARIO II

Después aparecieron los arrecifes: un ojo de vidrio,
una esmeralda en medio del océano. Y la luz
cayó de golpe sobre mí como aceite hirviendo, como un
arpón.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz.
Lo que llamábamos luz era sólo un reflejo.
Aquello que se posaba sobre el alféizar de la ventana era
un simulacro.
La luz era esto: correas ciñendo los músculos.
La luz era esto: grasa en los ojos, en la boca.
Hasta entonces no habíamos conocido la luz
Esa noche, bajo las grandes hojas del verano,
pagamos el diezmo de nardo y vainilla.
Y se arqueó la cadera del mundo. Al amanecer,
libres para siempre de toda oscuridad,
salimos nuevamente al mar azul,
cantando al ritmo de los remos la antigua canción:
Hacia el horizonte que siempre se aleja,
hacia el horizonte que arroja su red,
hacia el horizonte que nos hace temblar,
hacia el horizonte que esconde al gran pez,
hacia el horizonte del poder desconocido,
hacia el horizonte, siempre hacia el primogénito,
para recibir el alma real, para servir a un amo mejor.


Horacio Castillo

20 de agosto de 2017

La casa del ahorcado, Horacio Castillo

La casa del ahorcado

Las puertas estaban abiertas, las ventanas estaban
     abiertas,
las paredes horadadas como por un trépano,
y donde había estado el techo ahora sólo se veían
vigas rotas y hierros retorcidos.
La luz entraba violentamente por todas partes,
descubría frescos obscenos en la mancha de
     humedad,
doraba las hornacinas donde dormían las paloma.
En el centro de la sala, junto al brasero apagado,
una mujer vestida de rojo devanaba en la rueca un hilo
      negro,
como un cordón umbilical que salía del fondo de la
      tierra.
En otra habitación, mascando restos de tul,
una niña miraba las hormigas que subían al lecho
y oscurecían el lado izquierdo de la almohada.
Y en el patio, donde triscaban las cabras,
un niño recogía ojos multicolores,
hasta encontrar su propio par de ojos
con los que veía por primera vez la oscuridad.
Detrás del limonero, junto al pozo ciego,
dos jóvenes se vendaban los ojos,
mientras la gente iba y venía, recorría
en silencio las habitaciones, tomaba fotografías,
caminaba hasta el fondo donde una muchacha con
      cabello de azafrán
vendía escapularios y souvenirs: madera del árbol
       nefando,
fragmentos de la cuerda que había entibiado el cuello,

el ojo al fin azul del prisionero.

Horacio Castillo

19 de agosto de 2017

Encrucijada, Horacio Castillo

ENCRUCIJADA

Esa es la voz de Hécate.
Esa es la mano izquierda del destino.
La luna enrojece el paisaje,
esparce sobre el mundo la locura y la muerte.
Y ella canta en la encrucijada.
Allí donde el cuerpo se triplica,
donde se triplican los ojos y los pies
pero no el corazón,
allí donde cae la cabeza del condenado,
donde no hay perdón.
Ella canta en la encrucijada
y su canto abre las puertas del infierno.
Ella canta en la encrucijada
y se retuercen los epilépticos.
Ella canta en la encrucijada
y el alacrán arrastra su víctima al tálamo de fuego
Ella canta en la encrucijada
y el cuerpo y el alma desatan su terrible nudo.
Ella canta:
“Oh, cómplice de la noche,
reina de los muertos y de los fantasmas,
trivia,
el corazón estrábico mira a derecha e izquierda,
adelante y atrás,
se mira a sí mismo y a su doble.”
Ella canta en la encrucijada.
Pero alguien saldrá esta noche como ladrón a los
caminos,
pisará los escalones de lo desconocido,
traerá de los cabellos la cabeza del sol.
Para arrojarla a sus pies,
para que su canto no cese,
para que siga brotando de sus pechos
la leche caliente de la fatalidad.



Horacio Castillo

18 de agosto de 2017

Poema Para Ser Recitado En La Barca De Caronte, Horacio Castillo

Poema Para Ser Recitado En La Barca De Caronte 

El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado:
Estas murallas que caen a pico sobre nosotros,
Aquel sol negro descendiendo sobre la laguna,
Allá, a estribor, un arco iris que refracta la niebla.
Pero esta moneda de hierro entre los dientes,
Este óbolo que debemos morder hasta el término del viaje,
Cierra la boca que desea cantar.
Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco,
Mientras el cómitre marca con el látigo el compás,
Mientras ordena remar sin interrupción,
Cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz.

Horacio Castillo


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