EL LÍMITE DEL DIÁLOGO
Calle de duendes de primavera que atrae a
los hombres se-
dientos y sacude su polvo a la diestra de
las respiraciones, por
un camino de miradas furtivas, oh blancos
senos ¿en que olvi-
do de horas de peligro os encontré?
Ardiendo hasta que nos detiene una frágil
muralla de calma,
despertar de ruidos y perfumes.
Ya no quiero retroceder en los caminos
acosado por las
ciones de las medusas.
Hacia el oriente las manos señalan la
partida del sol
gravedad.
Ya no quiero envejecer en los hoteles
carcomidos por las
migraciones, donde los transeúntes se
inmovilizan
sueño en tanto que las lianas crecen ávidas
hacia la
los pájaros.
Un mar distante y la próxima sangre
entablan el
frialdad y el ardor. Los teatros están
desiertos.
Los pasos se alejan en la soledad que tú
respiras y Se
los rostros.
Los desconocidos se saludan profundamente
hasta el límite de
la petrificación.
Aspirando a un retorno de otros climas en
los que la vegetación
se enciende y el deseo hace hervir su sorda
potencia hasta con-
sumirse a sí mismo sin llamas, sin cenizas.
Voracidad del aliento al atravesar impávido
el foso que todo lo'
separa.
Estamos en el límite del diálogo refugiados
en los portales don-
de un sol sin esperanza renuncia a iluminar
la amarga quietud.
Molineros de la molicie soportando
incrédulos la consagración
de la inocencia.
Estamos en el límite del diálogo, allí
donde se alcanza el cora-
zón del conocimiento. Así se logra
arrebatar su mercadería a
los traficantes del misterio y la soledad,
así se ahuyenta a los
mercaderes del silencio.
Aldo Pellegrini de Construcción de la
destrucción (1957)
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