Citas de las enseñanzas de Don Juan de LA RUEDA DEL
TIEMPO (1998) Carlos Castaneda
Citas de Las enseñanzas de don Juan
El poder reside en el tipo de conocimiento que uno posee.
¿Qué sentido tiene conocer cosas inútiles? Eso no nos prepara para nuestro inevitable
encuentro con lo desconocido.
Nada en este mundo es un regalo. Lo que ha de aprenderse
debe aprenderse arduamente.
Un hombre va al conocimiento como va a la guerra: bien
despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier
otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa puede
correr el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo.
Cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos ‑estar
bien despierto, y tener miedo, respeto y absoluta confianza‑
no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones, sus
acciones pierden la torpeza de las acciones de un necio. Si un hombre así
fracasa o sufre una derrota, no habrá perdido más que una batalla, y eso no le
provocará lamentaciones lastimosas.
Ocuparse demasiado de uno mismo produce una terrible
fatiga. Un hombre en esa posición está ciego y sordo a todo lo demás. La fatiga
misma le impide ver las maravillas que lo rodean.
Cada vez que un hombre se propone aprender tiene que
esforzarse como el que más, y los limites de su aprendizaje están determinados
por su propia naturaleza. Por tanto, no tiene sentido hablar del conocimiento.
El miedo al conocimiento es natural; todos lo experimentamos, y no podemos hacer nada al respecto. Pero por temible que sea el aprendizaje, es más
terrible la idea de un hombre sin conocimiento.
Enfadarse con la gente significa que uno considera que
los actos de los demás son importantes. Es imperativo dejar de sentir de esa
manera. Los actos de los hombres no pueden ser lo suficientemente importantes
como para contrarrestar nuestra única alternativa viable: nuestro encuentro inmutable con el infinito.
Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos.
Por tanto, un guerrero siempre debe tener presente que un camino es sólo un
camino; si siente que no debería seguirlo, no debe permanecer en él bajo
ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo
debe estar libre de miedo o ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera
deliberada. Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse,
obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino?
Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna
parte. Sin embargo, un camino sin corazón nunca es agradable. En cambio, un
camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle gusto;
el viaje se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno con él.
Existe un mundo de felicidad donde no hay diferencia
entre las cosas porque en él no hay nadie que pregunte por las diferencias.
Pero ése no es el mundo de los hombres. Algunos hombres tienen la arrogancia de
creer que viven en dos mundos, pero eso es pura arrogancia. Hay un único mundo
para nosotros. Somos hombres, y debemos transitar con alegría el mundo de los
hombres.
El hombre tiene cuatro enemigos naturales: el miedo, la
claridad, el poder y la vejez. El miedo, la claridad y el poder pueden
superarse, pero no la vejez. Su efecto puede ser pospuesto, pero nunca vencido.
COMENTARIO
La esencia de todo cuanto me dijo don Juan al principio
de mi aprendizaje se halla encapsulada en la naturaleza abstracta de estas
citas, seleccionadas del primer libro, Las enseñanzas de don Juan. En la época
en que se produjeron los hechos que se describen en el libro, don Juan hablaba mucho
de aliados, de plantas de poder, de Mescalito, del humito, del viento, de los
espíritus de los ríos y los montes, del espíritu del chaparral, etcétera.
Cuando más adelante le recordé la importancia que había dado a aquellos
elementos y le pregunté que por qué no hablaba ya de ellos, admitió sin rubor
que me había soltado toda aquella palabrería pseudoindia al principio de mi
aprendizaje por mi bien.
Me quedé estupefacto. Me pregunté cómo podía afirmar tal
cosa que, obviamente, era falsa. Resultaba evidente que lo decía con
sinceridad, y si había alguien capacitado para juzgar la veracidad de sus
palabras y de sus estados de ánimo, ése era yo.
‑No te lo tomes tan en serio ‑dijo,
riendo‑. Disfruté mucho contándote todas esas bobadas, y aún
disfruté más porque
sabía que lo hacía
por tu bien.
‑¿Por mi bien, don Juan? ¿Qué
aberración es ésta?
‑Sí, por tu bien. Te engañé
dirigiendo tu atención sobre elementos de tu mundo que te provocaban una
profunda fascinación, y tú te tragaste el anzuelo, el sedal y la plomada.
»Lo único que me hacía falta era captar toda tu atención.
Pero ¿cómo podría haberlo hecho cuando tenías un espíritu tan poco
disciplinado? Tú mismo me repetías una y otra vez que permanecías conmigo
porque encontrabas fascinante lo que yo decía sobre el mundo. Lo que no sabías
expresar era que la fascinación que sentías se debía a que apenas reconocías
vagamente cada elemento del que te hablaba. Por supuesto, pensabas que aquella
vaguedad era chamanismo, y te atrajo, lo que quiere decir que te quedaste.
‑¿Le hace eso a todos, don Juan?
‑No a todos, porque no todos vienen
a mí y, sobre todo, porque no me intereso por cualquiera. Estuve y estoy
interesado en ti, sólo en ti. Mi maestro, el nagual Julián, me engañó de un
modo similar. Me engañó a causa de mi sensualidad y mi avaricia. Me prometió
conseguirme todas las mujeres bonitas que lo rodeaban y me prometió cubrirme de
oro. Me prometió una fortuna, y caí en la trampa. Todos los chamanes de mi
linaje han sido engañados de ese modo desde tiempo inmemorial. Los chamanes de
mi linaje no son maestros o gurús. Les importa un comino enseñar su
conocimiento. Quieren herederos para su conocimiento, no gente vagamente
interesada en su conocimiento por razones intelectuales.
Don Juan tenía razón cuando dijo que me había atrapado
con su artimaña. Yo creía que había encontrado al chamán informante ideal al
que todo antropólogo aspira. Fue en esta época cuando, bajo los auspicios de
don Juan y debido a su influencia, escribí diarios y recolecté viejos mapas que
mostraban los sitios de los pueblos de los indios yaqui a lo largo de los
siglos, comenzando por las crónicas de los jesuitas de finales del siglo
XVIII. Registraba todos esos sitios e identificaba los cambios más sutiles, y
me preguntaba y sopesaba por qué se trasladaban los pueblos a otros lugares y
por qué se disponían de forma ligeramente distinta cada vez que se reubicaban.
Las pseudoespeculaciones sobre la razón, y las dudas
razonables, me abrumaban. Recopilé miles de páginas llenas de posibilidades y
notas abreviadas, extraídas de libros y de crónicas. Era un perfecto
estudiante de antropología. Don Juan me animaba en mi fantasía tanto como
podía.
‑No hay voluntarios en el camino
del guerrero ‑me dijo don Juan a guisa de explicación‑. Un hombre ha de ser forzado a seguir el camino del
guerrero en contra de su voluntad.
‑¿Y qué hago con las miles de notas
que recopilé a causa de sus engaños, don Juan? ‑le pregunté entonces.
Su respuesta me conmocionó.
‑¡Escribe un libro sobre ellas! ‑respondió‑. De todos modos, seguro que si
empiezas a escribirlo nunca las utilizarás.
Son inútiles; pero ¿quién soy yo para decírtelo?
Averígualo por ti mismo. Sin embargo, no te propongas escribir un libro como lo
haría un escritor. Propónte hacerlo como un guerrero, como un chamán guerrero.
‑¿Qué quiere decir con eso, don
Juan?
‑No lo sé. Averígualo por ti mismo.
Tenía toda la razón. Nunca utilicé aquellas notas. En
cambio, y sin que yo lo pretendiera, me encontré escribiendo acerca de la
existencia de un sistema de cognición diferente y de sus inconcebibles
posibilidades.
Citas de Las enseñanzas de don Juan, Carlos Castaneda, de
La rueda del Tiempo (1998)
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