Éxodo
En los valles imaginarios
salen volando los pañuelos,
vuelan las nubes en la tarde,
al aire vuelan los sombreros;
en los patios de arena roja,
los niños ensayan un juego
donde se cambian de lugares,
con encuentros y desencuentros.
En los valles imaginarios
los ríos pasan sonriendo,
llevando lejos las jangadas
desamarradas por los vientos;
las flores de la serranía
se inclinan, ofreciendo un beso,
como diciendo “¡adiós, adiós!”
a las abejas en su vuelo.
En los valles imaginarios
todos los pájaros se fueron,
quedan vacíos de sus trinos
los profundos aserraderos;
los trenes, en la lejanía,
son lentas sombras del recuerdo
y hasta los jóvenes del baile
de pronto desaparecieron.
En los valles imaginarios,
el hombre sigue prisionero
de su deseo de alejarse
de su querencia y sus anhelos;
nadie dice “Me quedaré -
a ser un árbol de este suelo”,
da tres vueltas y dice “¡adiós!”
como llevándose el sendero.
En los valles imaginarios,
todos los seres se movieron.
¿Qué ha sucedido en esta tierra,
que signa a sus hijos con miedo
de estar atados a su sombra,
de asumir todos sus silencios;
que nadie cumple su destino
y andan errantes por el cielo?
En los valles imaginarios,
la luna se inclinó partiendo
hacia un rincón desconocido
de naranjales sin consuelo;
se cantaron las serenatas
últimas, en callado deseo,
y murmurando “¡adiós, adiós!”
las rejas mismas se perdieron.
En los valles imaginarios,
por donde vuelan los pañuelos.
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