Madrugada
Bajó la luna sobre el descampado
como un pabilo en vela que vacila,
como las alas de la garza blanca
que voló en andas de una lluvia fina;
salió temblando entre las nubes quietas,
girando sobre sí, redonda y viva,
sorprendiendo a un ramaje de penumbras
que daba sueño al pueblo que dormía.
Ya no guarda la noche sus secretos,
porque la intacta lumbre la ilumina,
porque con dedos de oro aparta el velo
de los rincones y las cosas íntimas;
todos los besos se inmovilizaron,
las caricias se acallan desvaídas,
y los ojos febriles se retraen
en una red de luz que los enfría.
Todo ha quedado inmóvil. Los misterios
que rondan la penumbra se disipan,
los brazos enlazados languidecen,
pierden los labios su pasión furtiva,
los murmullos se acallan, dando paso
a la quietud que resplandece y brilla,
y en las rejas de amor, las serenatas,
musitan una incierta despedida.
Se asomó el alba por mirarle el rostro,
se acercó el búho de mirada estricta,
el ave en ronda de los tajamares,
la cascabel sonora en su guarida;
se acercaron la alondra y el venado,
se acercaron por verle la mejilla,
pero la lumbre, somnolienta y riente,
con un guiño final de despedida,
cerró los ojos, inclinó la frente,
y dio lugar al despertar del día.
Elvio Romero
De Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)
La más sublime descripción poética de una madrugada tierra adentro de la pluma de uno de los mejores poetas paraguayos, aunque el pequeño establishment intelectual no lo reconozca como tal.
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