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12 de octubre de 2015
11 de octubre de 2015
Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia.
Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia.
Video del Café Literario del Jueves 19 de Marzo de 2009, en el
patio de Big Pancho, Sarmiento 269,
Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo
tema fue EL ENCUENTRO .
Rafael Horacio López leyendo Antipoesías de Eduardo Fracchia. CAFE LITERARIO EL ENCUENTRO 19/03/09
Antipoesía número 10
Los encuentros son tan difíciles
como
las despedidas.
Los
encuentros y las despedidas
son
un comienzo.
Eduardo Fracchia
Antipoesía número 11 Eduardo Fracchia
Suele ocurrir
a veces
el mundo se nos cae
entonces,
desesperados, lo inventamos de nuevo.
10 de octubre de 2015
Temor, Rafael Horacio López
Temor
A mi soledad le duele el paso de la lluvia
porque golpea, loca, sus húmedos martillos
empujando, empujando, a los charcos cansados.
Y es un viejo terco el barro ya formado.
Temo a mi soledad por su vacío como si fuera
el último vagón, duro, sombrío.
Pero sigo así, pensando que me llueve
alguna oreja húmeda para penetrar
aún más, en ese miedo oscuro.
Mi soledad no habla.
Como leche encrespada se levanta, sorda,
y me acerca su hollín de sigilosos puma.
Rafael Horacio López
9 de octubre de 2015
El verde de los talas, Rafael Horacio López
Lita Cáceres y Rafael Horacio López
El verde de los talas
Camino por la ignorada bandera de los talas
suavemente
como pudiera hacerlo el peso del puma
sobre la dormida hierba.
El verde es leche tibia
que cae como baba de buey
que se la lleva el viento
es como el miedo chiquilín de la noche
es una lágrima que se extiende
a lo largo de la acequia
como si anunciara desde siempre
la llegada del brote.
Por la noche los talas y los astros
se miran y la lágrima se transforma en savia
que sube por los dedos de los álamos.
Todo comienza a reverdecer
en el reventón enorme de septiembre
y todo es así
como el arco iris que da color al mundo
une con miradas reverdecidas
piedras sobre musgos.
Todo esto me sucede cuando un canto
minúsculo y tierno como un higo
me endulza por dentro.
Rafael Horacio López
8 de octubre de 2015
7 de octubre de 2015
Video de la Presentación del libro "TRONCO, Pueblo Viejo" del poeta Rafael Horacio López
Video de la Presentación del libro "TRONCO, Pueblo
Viejo" del poeta Rafael Horacio López, viernes 19 de junio de 2015,
Auditorio Municipal Ciudad de Villa Dolores, Traslasierra Córdoba, Argentina.
Se refirieron a la obra la Lic. Celia Inés López Miranda y la Prof. Beatriz
Tombeur.
Locución Guillermo Sappia
Palabras, análisis y anécdotas de la Presidente del Grupo
Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento LIc. Inés López y de la Presidente
de la Junta Municipal de Historia de Villa Dolores Beatriz Tombeur
Palabras del Poeta Rafael Horacio López
6 de octubre de 2015
Cosas que me hacen pensar, Rafael Horacio López
Cosas que me hacen pensar
Pediré perdón por lo que he vivido
y por lo que me queda
Don Segundo y Doña Clara
me enseñaron a soñar
y soñando corrí mundos
mastiqué dolores
y continúo buscando palabras
en el vacío
dejado por otros.
Y si nadie me enseñó
lo que no sé: cómo abriré las
puertas
de lo verde
del silencio
de la música
de la madera
del concierto que cada mañana
abre las ventanas de lo irremediable.
Rafael Horacio López
5 de octubre de 2015
Alejandro Nicotra leyendo sus poemas: En uno y otro día, El llamado, Venus, La estrella fugaz, A si mismo, El pan de las abejas.
Alejandro Nicotra leyendo sus poemas:
En uno y otro día, El llamado, Venus, La estrella fugaz, A si mismo, El pan de
las abejas.
Acto de entrega del Premio Rosa
de Cobre en la Biblioteca Nacional (Buenos Aires, Argentina) 22 de noviembre de
2013: Juan Gelman (representado por su editor), Juana Bignozzi, Rodolfo Godino,
Alejandro Nicotra, Hugo Padeletti y Luis Tedesco. Horacio Gonzalez Director de
la Biblioteca Nacional.
Venus
Cuando llegas, nadie
te anuncia,
aún oscurece piedra y
piedra la tarde
y apaga arriba o
halcón o paloma,
sus animales de
fuego.
Y los árboles ya son
objetos de la noche.
Todo cicatriza, como
un párpado;
damos la espalda al
cielo.
Pero tú abres
puertas,
te instalas y
desnudas,
e inicias, en los
declives de la sombra
-fijo planeta, rara
diosa-,
el esplendor de la
mujer y el rocío.
……………………………………………….
La estrella fugaz
A Alejandro Bekes
No la línea que se
cierra en el círculo,
sino la tangente:
la ventura de la estrella fugaz
que ha rozado la
noche
(porque la mente
elude toda afirmación,
flotante en lo
incierto,
en lo improbable).
Así amaste otra vez
su travesía,
por suburbios del
cielo.
---------------------------
A sí mismo
Tema del anochecer,
última luz,
materia
apta, tal vez, para
ilustrar la estela
de este día -y su fe:
y no, ahí
la dejas, virgen
en las canteras que
ya oculta la noche,
como una veta de
amatista o ágata
inexplorada.
*
(Coda)
Así el día se va
como el amor que
alentó las mañanas,
que dio al Oeste su
declive
lento -de valle,
y ahora es el turno,
dices, de la sombra
aún tenue, y su
piedad.
----------------------------------
EL
PAN DE LAS ABEJAS
(En memoria
de Antonio Esteban
Agüero)
El pan de las abejas, la miel de
todos.
Sopla el tiempo
sobre la galería de tu
casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema.
.pan de las abejas, la miel de todos.
(“El agua con racimos y la luz con abejas”…)
Patio sin parras. Seco aljibe.
Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los
panales.
He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
gota a gota,
los
pequeños
cadáveres.
Alejandro Nicotra
4 de octubre de 2015
El hijo, Alejandro Nicotra
EL HIJO
Se asomó a la ventana
y amó el cielo
recién pintado
como
en su cuaderno de convaleciente;
sobre las hojas del parral
amó
una paloma
cálida. La vida
le tendía, otra vez, sus manos
para
la ronda alegre, hermosa:
en el centro
miraba
(con mis ojos)
la muerte.
ALEJANDRO NICOTRA
“Detrás, las calles”,
Ediciones Rialp, Col. “Adonais”, Madrid, 1971]
3 de octubre de 2015
El insomne, Alejandro Nicotra
Gabriela Bayarri, Alejandro Nicotra y Jose Luis Colombini
El insomne
Sombra o brisa, ha pasado por su cielo
alta, sobre mis parpados
de piedra:
-Pero no te soñé,
pie en el desierto de la noche en blanco…
Y ahora el cerco de la luz se ha cerrado;
no hay verdad más allá de su ojo
fijo, inmortal.
Alejandro Nicotra
De Desnuda musa (1988)
2 de octubre de 2015
Video completo de la disitinción a Alejandro Nicotra como ciudadano ilustre
Video completo de la disitinción a Alejandro Nicotra como
ciudadano ilustre
Alejandro Nicotra Jueves 21 de julio 2011,la
Municipalidad de Villa Dolores, distinguió como "Ciudadano Ilustre" a
Alejandro Nicotra, por su trayectoria como escritor y poeta, logrando
reconocimientos a nivel nacional e internacional. La cita fuelas en el Salón de
los Cuadros del Nuevo Palacio Municipal, en el Centro Cívico de Villa Dolores,
Traslasierra, Córdoba, Argentina
1 de octubre de 2015
En medio de las ruinas, Alejandro Nicotra
EN MEDIO DE LAS RUINAS
En medio de las ruinas
te hallo como a una estatua.
O un árbol, o una fuente.
Porque no eres piedra para los siglos.
El viento mueve tu falda y tus cabellos,
la luz retoca sin cesar tu sonrisa.
Eres tu cuerpo en la mañana.
(A tus pies la muerte ha sembrado un jardín
de destrucciones, de memorias, de noches;
tú naces del deseo,
entre una ola y otra ola del aire.)
Un árbol. O una fuente.
Y la plaza un desierto
que cruzo hacia la sombra y el agua.
Juntos nosotros,
el día y la ciudad giran como dos pájaros.
Alejandro Nicotra
30 de septiembre de 2015
Crónica, Alejandro Nicotra
CRÓNICA
La luz de la realidad
tiene el color arduo del amanecer.
He visto, a esa hora,
cómo vacilaban las paredes
y la inquietud de los árboles
y pájaros como gritos por el cielo.
He visto
una torre yacente
y el ángel roto
de su cruz.
La luz del amanecer
es también otro ángel, de alas sin término:
he visto sus ojos desiertos
ni piadosos ni crueles
sobre los ojos y las gargantas humanas.
En el azar del día,
sobrevivimos.
ALEJANDRO NICOTRA
[En “Lugar de Reunión”,
Taladriz, Buenos Aires, 1981]
29 de septiembre de 2015
Presentación del Primer Anecdotario Dolorense "Rescate del Ayer"
Presentación del Primer Anecdotario Dolorense "Rescate del Ayer"
Sala de Arte Municipal. 25 de setiembre de 2015. Villa
Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Organiza Círculo de Narradores de
Traslasierra “ Paso del Leon” y Biblioteca Pedagógica de Villa Dolores.
Conducción del acto: Alejandra Nieto.
Palabras del Presidente del Círculo de Narradores de
Traslasierra “ Paso del Leon” Víctor Romero (Víctor Saturni)
Palabras de Isabel Nieto Grando
Profesor Nazareno Farias autor de la tapa del anecdotario
Entrega de anecdotarios: Enzo Angellotti, Osvaldo
Guevara, Justo Valdarenas, Mario Torres, Beatriz Tombeur, Hugo Herrero, Roque
Rojas, Roberto Pablo “RPG” Garcia,
Rafael Horacio López, Gerardo Garro, Maria Luisa Ortiz, Ñatita Nieto, Nazareno
Farias, Mónica Fornés.
Lecturas de Anécdotas:
Enzo Angellotti lee El cochecito amarillo de Felipe
Angellotti
Rafael Horacio López lee Pasiano
Jose Luis Colombini lee Santa Bárbara de Aldo Amaya
Justo Valdarenas lee su anécdota La Batalla que no fue
Victor Saturni lee Añoranzas de Roque Adolfo Rojas
Alejandra Nieto lee la anécdota de su autoría Cochero de
Plaza
Hugo Herrero lee la Piojera
Mario Torres lee su anécdota Apuntes desde la farmacia
28 de septiembre de 2015
Los Pelícanos De Plata - Manuel Mujica Lainez
Los Pelícanos De Plata - Manuel Mujica Lainez
1615
Melchor Míguez da los últimos toques con el cincel al
gran sello de plata que ostenta en su centro el escudo de la ciudad. Ya está
lista la obra que por castigo le impusieron los cabildantes hace veinte días.
Hay tres cirios titilantes sobre la mesa y el fondo del aposento se ilumina con
las ascuas del hornillo, bajo la imagen de San Eloy. El platero enciende dos
velas más. Ahora la habitación resplandece como un altar, alrededor del santo
patrono de los orífices. Melchor ajusta el mango de madera al sello y lo hace
girar entre los dedos finos, entornando los ojos para valorar cada detalle.
Está satisfecho con su trabajo y los ediles tendrán que estarlo también. En el
círculo de plata maciza, abre sus alas el pelícano heráldico. Cinco polluelos
alzan los picos en torno. Tal es la descripción que le hizo el capitán Víctor
Casco, alcalde ordinario, cuando le leyeron la sentencia y Melchor Míguez se ha
ceñido exactamente a lo dispuesto. Luego, mientras burilaba los animalejos de
abultado buche, salieron otros vecinos, viejos pobladores, alegando que ésas no
eran las armas que Juan de Garay había diseñado para Buenos Aires, que ellos
creen recordar que se trataba de un águila con sus aguiluchos; pero el terco
alcalde se mantuvo en sus trece y no hubo nada que hacer. Pelícanos le pedían
al platero y pelícanos había labrado.
Se recostó en el respaldo de vaqueta y suspiró. Esa noche
su mujer quedaría libre. Lo había prometido y tenía que cumplir. Extendió la
cera verde sobre un trozo de pergamino y aplicó encima el sello de plata: los
palmípedos se destacaron en la sobriedad primitiva de las líneas. Pronto se
multiplicarán en los papelotes del Cabildo entre las firmas inseguras.
Y su mujer podrá irse, si quiere. A lo mejor se va esa
misma noche para Santa Fe, donde tiene una hermana. Al alba partirá una tropa
de carretas con negros esclavos y mercancías. Que se vaya con ellos. No le
importa ya. El otro, el amante, se ha fugado de la ciudad, con la cara marcada
para siempre. Acaso se encuentren en Santa Fe. ¿Qué le importa ya al platero?
La señal de su cuchillo quedará sobre el pómulo del otro, para siempre, para
siempre. Y cuando la adúltera le abrace, aunque sea en lo hondo de la noche de
tinta, la cicatriz en medialuna se inflamará para enrostrarle su pecado. No
podrá rozarla sin que le queme las mejillas como una brasa.
Después de todo, los alcaldes no extremaron el rigor. A
cambio de la herida, lo único que le han exigido es que labrara ese escudo, sin
cobrar nada por la hechura. El mayordomo de los propios le entregó el metal
hace veinte días, y en seguida se puso a trabajar. Le gusta su oficio: es tarea
delicada, señoril; requiere paciencia y arte.
El otro estará en Santa Fe, aguardándola; pero el tajo en
el pómulo, verdadero tajo de orfebre por la destreza, ése no se le borrará.
Ella tuvo también su pena: quince azotes diarios con el
látigo trenzado, sobre las espaldas desnudas. Da lástima ver ahora esas
espaldas que fueron tan hermosas. Ella misma se las ha curado con hojas cocidas
y aceites, pero todas las mañanas volvían a sangrar bajo la lonja de cuero.
Melchor Míguez le dijo:
—Tengo que labrar el escudo y pondré veinte días en
hacerlo. Hasta que lo termine, permanecerás encerrada y recibirás quince azotes
cada día. Luego podrás ir a reunirte con él.
Y no ha cedido. A medida que su obra avanzaba,
enrojecieron las espaldas de su mujer y se desgarraron en llaga viva. Nada
logró apiadarle: ni los gritos enloquecidos que no serían escuchados, pues su
casa está apartada de todas; ni el ver, mañana a mañana, cómo se debilitaba su
mujer; ni ha sucumbido tampoco ante la tentación de soltar el látigo, de caer
de rodillas y de besar esos hombros cárdenos, sensuales, que adora.
Podrá irse esta noche misma, si le place. Después se lo
dirá. ¿Y si se quedara? ¿Si se quedara con él? La culpa ha sido lavada ya.
Ambos pagaron el precio: él, con esa pieza de plata que resume en su gracia
simple su sabiduría de orfebre; ella, con su sangre. Le desanudó las ligaduras
que le impedían escapar, para que se vaya esta noche, si quiere. Pero ¿y si se
quedara? ¿Si volvieran a vivir como antes de que el otro apareciera con su
traición?
Se le cierran los ojos. Sueña con su mujer bella y
sonriente. Él está cincelando una custodia maravillosa, como la que el maestre
Enrique de Arfe hizo para la catedral de Córdoba, en España, y que sale en
andas, balanceándose sobre las corozas de los penitentes, a modo de un pequeño
templo de oro y de plata para el San Jorge que alancea al dragón. Ella, a su
lado, en la bruma del sueño, vigila el fuego, pule la ileza, los alicates, las
limas, los martillos diminutos. Melchor cabecea en su silla, en el aposento
iluminado por el llanto de los cirios gruesos.
Ábrese una puerta quedamente y su mujer se adelanta,
encorvada como una bruja. Cada paso le tuerce el rostro con una mueca de dolor.
Despacio, sin un ruido, se aproxima al platero. Sobre la mesa brilla con la
alegría de la plata nueva, el sello de la ciudad. La mujer estira una mano,
cuidando de no tocar los buriles. Sus dedos se crispan sobre el mango de madera
dura. Ya lo tiene. Avanza hasta colocarse delante de su marido. Alza el gran
sello redondo, con un vigor inesperado en su flaqueza, y de un golpe seco,
rabioso, cual si manejara una daga, lo incrusta en la frente de Melchor.
El orfebre rueda de su asiento sin un quejido. Algo se le
ha quebrado en la frente, bajo el golpe salvaje.
La mujer, espantada, arroja el sello en el hornillo, para
que se funda su metal. Luego huye renqueando. Afuera, escondido entre las
sombras, la recibe en sus brazos un hombre con una cicatriz en la cara, en
forma de medialuna.
Melchor Míguez yace en la habitación silenciosa, alumbrada
como un altar para una misa mayor. En su frente hendida, la sangre se coagula
en torno del perfil borroso de los pelícanos.
Manuel Mujica Lainez De Misteriosa Buenos Aires (1950)
Gabriela Bayarri recordando a Gustavo Roldan y leyendo
los pelícanos de Manuel Mujica Lainez
Videopoetico Café
Literario del Jueves 5 de Abril de 2012, en Quo Vadis Café, Sarmiento 341 (Al
lado de Tribunales), Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue Los oficios y coordino Gabriela Bayarri.
Organiza Grupo Literario Tardes de la Biblioteca
Sarmiento
27 de septiembre de 2015
Encuesta: El caso Lolita, Manuel Mujica Lainez
Encuesta: El caso Lolita, Manuel Mujica Lainez
ENCUESTA: EL CASO “LOLITA”
1. ¿Cree usted que un poder político debe ejercer la
facultad de censurar obras literarias?
2 ¿Cuáles son los límites y el criterio con que esta
facultad debe ejercerse?
3. ¿Cree usted que en el caso de Lolita de Vladimir
Nabokov, esa facultad ha sido ejercida con acierto?
MANUEL MUJICA LAINEZ:
1. No.
2. Hay un
límite debajo del cual la obra deja de ser literaria convertirse en algo
informe. En ese caso, ya fuera de la órbita de lo literario que implica un
nivel de calidad artística, creo
un
poder político debe censurar las publicaciones pornográficas evidentemente nocivas.
3. No. Lolita
es un libro admirable, ejemplarmente escrito, un caso doloroso y cierto.
Flaubert y Baudelaire en Francia por obras maestras. Siempre sucede asi. El
Tiempo, al fin y al cabo, es el que juzga Lolita se leerá dentro de muchos
años, como Madame Bovary, como Las Flores del mal.
Publicado en Revista Sur
sept./oct 1959, pp. 44/75.
26 de septiembre de 2015
El civilizado, Manuel Mujica Lainez
EL CIVILIZADO
Cada vez que recuerdo las dos ocasiones en que vi y oí su
voz —en París, como periodista, y luego
como funcionario de la Cancillería, en Buenos Aires— la imagen que ante mi se
presenta, por encima de las demás, es la del equilibrio, la del “civilizado”.
Habló, en cada oportunidad, de política y de guerra, y lo hizo con vehemencia y
con pasión; sus ojos penetrantes se iluminaban y se le acentuaba el dibujo de
una vena, en la sien. Pero también, como si arrojase un peso sobre el otro
platillo de la balanza, para recuperar la estabilidad armoniosa (el
equilibrio), habló de arte, y no obstante que puso, al hacerlo, igual ímpetu e
intensidad, ha quedado fija en mi mente la inesperada dulzura que asomó en su
mirada y en su breve sonrisa. Es que Malraux
fue, más allá de su urgencia de “hacer” y de comprometerse, en un plano
supremo, un civilizado, uno de los hombres más civilizados que surgieron en el país
que tiene la suerte de seguir siendo el más civilizado del mundo. Por eso apoyó
la riqueza de su vida sobre dos pilares contradictorios pero que, cuando se
logran, constituyen el ideal eximio de la individualidad: la acción y la
contemplación. Político y artista, defensor de las grandes causas que se
vinculan con la libertad del hombre y con el progreso de su espíritu; lúcido,
civilizado y, en consecuencia, campeón insobornable, incansable, de la
civilización, tan preocupado (recuerdo) por un pequeño huaco peruano que
acariciaban sus manos sensibles, como por reclamarle al teatro su condición de
embajador de cultura, y después por explicar el porqué, circunstancial,
exaltado, de España, el porqué de Francia, el porqué de China, el porqué. . .
de comprenderlo y de compartirlo, vibrante… y de entrecerrar los ojos, sonreír
apenas y evocar, de paso, la India de los grandes templos, y un manuscrito de
Patmos y la necesidad de salvar hasta el último nervio de las catedrales
góticas… y de volver a acariciar el pequeño huaco, el pequeño y frágil testimonio. Así permanece, conmovedor, en mi memoria.
Manuel Mujica
Lainez
“El Paraíso”, enero de 1977
Publicado en revista Sur, N° 340, enero/junio 1977.
André Malraux
(París, 1901 - Créteil, 1976) Narrador y ensayista
francés, historiador y hombre de Estado, que encarnó el prototipo del escritor
comprometido. Hijo único de padres separados, pasó su infancia en los suburbios
de París. A los diecisiete años abandonó los estudios secundarios, pero pronto
adquirió una vasta cultura autodidacta y se integró en los medios literarios y
artísticos parisinos.
Participó en las tendencias de vanguardia de la inmediata
posguerra, en especial el cubismo. Colaboró en Action, revista de este
movimiento y en 1921 fue contratado como editor de la Galería de Arte Simon; allí
apareció su primer trabajo, Lunes en papel, ilustrado por Fernand Léger y
dedicado a M. Jacob. En 1922 comenzó su colaboración en la Nouvelle Revue
Française. Viajó por Europa y visitó numerosos museos.
Su pasión por el arte jemer lo llevó a emprender, a
finales de 1923, una expedición arqueológica a la selva camboyana. Allí
descubrió, en un templo abandonado, bajorrelieves que extrajo con la intención
de venderlos en Europa. La aventura le costó la cárcel, pero finalmente fue
absuelto. Regresó a Francia pero volvió pronto a Saigón, en enero de 1925, para
fundar un periódico: L´Indochine, que desapareció al año siguiente a instancias
de las autoridades coloniales.
La doble experiencia de la sociedad colonial y del
periodismo de opinión desempeñó un papel decisivo en la vida de Malraux:
paralelamente a su descubrimiento de Oriente, tomó conciencia de las realidades
políticas y sociales y adquirió la reputación de escritor comprometido que
orientó su vida y su obra.
A su regreso a Francia, publicó La tentación de Occidente
(1926), un "ensayo-novela" que confrontaba un Oriente de sabiduría y
un Occidente en crisis. A esta obra le siguieron tres novelas, igualmente
inspiradas por sus contactos con Asia, en las que abordó los grandes problemas
éticos del siglo XX: Los conquistadores (1928), La vía real (1930) y La
condición humana (1933); esta última se convertiría en su libro más célebre.
Con la llegada al poder de Adolf Hitler, se hizo
"compañero de ruta" del partido comunista. El tiempo del desprecio
(1935), dedicado a las víctimas del nazismo, abrió un nuevo ciclo novelesco,
ligado a la lucha contra los fascismos. Participó en la Guerra Civil española
junto a los republicanos e intervino en combates aéreos con las brigadas
internacionales. Fruto de esa experiencia fue la novela épica La Esperanza
(1937), de la que al año siguiente hizo una adaptación cinematográfica.
25 de septiembre de 2015
Encuestas (Responde Manuel Mujica Lainez)
Encuestas (Responde Manuel Mujica Lainez)
¿ARTE ABSTRACTO O ARTE NO FIGURATIVO?
1° ¿Cree usted efectivamente que el término de arte
abstracto, utilizado hasta hoy más generalmente, es verdaderamente impropio,
impreciso y debe reemplazarse en lo sucesivo por el de arte no figurativo, sin
perjuicio de acoger también, dentro de
común denominador, otros nombres que sirvan para designar tendencias más
particulares?
2° En caso contrario ¿qué nombre sugeriría usted,
recomendable por su exactitud y susceptible de encontrar fácil aceptación?
3° ¿Cuál es, a su parecer, el sentido y el porvenir del
arte no figurativo en relación con el arte representativo?
En su minuciosa “Respuesta a Julio E. Payró” publicada en
el N° 202 de SUR, Guillermo de Torre alude, casi al finalizar su carta, al
riesgo de que estas cuestiones “aparentemente adjetivas” puedan ser
consideradas bizantinas. La idea se presenta con el ánimo del lector
ineludiblemente, mientras recorre la correspondencia en la que con tan prolija
enumeración de textos
los dos inteligentes críticos debaten el asunto. ¿Es
éste, en realidad, tan importante en si mismo? Designada en una u otra forma —y
el “embarras du choix” es muy amplio— la
tendencia a la que se le busca rótulo no dejará de ser lo que es. Por mí,
prefiero llamarla “arte abstracto” o “arte concreto” indiferentemente, seguro
de que la avisada minoría a quien estas cosas en verdad interesan, sabrá a qué
nos referimos. Y pienso que a de Torre lo asiste la razón más robusta cuando no
juzga enteramente felices las denominaciones que entrañan una negación.
Es difícil sino imposible pronosticar cuál será el
porvenir arte abstracto frente al del
arte representativo. Lo probable es que ambas tendencias convivan de ahora en
adelante y que,
siguiendo el movimiento pendular de las modas, haya
periodos en los que lo que hoy se considera todavía como revolucionario... a
pesar de su ya larga existencia, y asusta a muchos, se tache de pasatista, para
que luego le vuelva su turno de “novedad” y, con las “novedades” auténticas que
se le incorporen (parece inverosímil que las haya), asuste otra vez. Y si en la
actualidad se resuelve dar al arte “que no invoque ni en sus fines ni en sus
medios las apariencias visibles del mundo” un nombre determinado (abstracto,
concreto, absoluto, constructivo, no figurativo, no objetivo, antinaturalista,
etc.), ya se lo designará entonces de otras maneras sin dejar por ello de ser
esencialmente lo mismo.
En cuanto al sentido del arte abstracto, creo que, como
todo gran experimento, como todo lo que implique un verdadero paso hacia
adelante en la eterna búsqueda expresiva, merece el respeto más alto.
Publicado en Revista Sur, N° 209/10, marz./abr. 1952, pp.
157/168.
24 de septiembre de 2015
La galera (1803), Manuel Mujica Láinez
La galera (1803) Manuel Mujica Láinez, de
"Misteriosa Buenos Aires"
¿Cuántos días, cuántos crueles, torturadores días hace
que viajan así, sacudidos, zangoloteados, golpeados sin piedad contra la caja
de la galera, aprisionados en los asientos duros? Catalina ha perdido la
cuenta. Lo mismo pueden ser cinco que diez, que quince; lo mismo puede haber
transcurrido un mes desde que partieron de Córdoba, arrastrados por ocho mulas
dementes. Ciento cuarenta y dos leguas median entre Córdoba y Buenos Aires; y
aunque Catalina calcula que ya llevan recorridas más de trescientas, sólo
ochenta separan, en verdad, a su punto de origen y la Guardia de la Esquina,
próxima parada de las postas.
Los otros viajeros vienen amodorrados, agitando las
cabezas como títeres; pero Catalina no logra dormir. Apenas si ha cerrado los
ojos desde que abandonaron la sabia ciudad. El coche chirría y cruje
columpiándose en las sopandas de cuero estiradas a torniquete, sobres las
ruedas altísimas de madera de urunday. De nada sirve que ejes y mazas y
balancines estén revueltos en largas lonjas de cuero fresco para amortiguar los
encontrones. La galera infernal parece haber sido construida a propósito para
martirizar a quienes la ocupan. ¡Ah, pero esto no quedará así! En cuanto
lleguen a Buenos Aires, la vieja señorita se quejará a don Antonio Romero de
Tejada, administrador principal de correos; y si es menester, irá hasta la
propia virreina Del Pino, la señora Rafaela de Vera y Pintado. ¡Ya verán quién
es Catalina Vargas!
La señorita se arrebuja en su amplio manto gris y palpa
una vez más, bajo la falda, las bolsitas que cosió en el interior de su ropa y
que contienen su tesoro. Mira hacia sus acompañantes, temerosa de que sospechen
de su actitud; más su desconfianza se deshace pronto. Nadie se fija en ella. El
conductor de la correspondencia ronca atrozmente en un rincón; al pecho, el
escudo de bronce con las armas reales; apoyados los pies en la bolsa del
correo. Los otros se acomodaron en posturas disparatadas, sobre las mantas con
las cuales improvisan lechos hostiles cuando el coche se detiene para el descanso.
Debajo de los asientos, en cajones, canta el abollado metal de las valijas al
chocar contra las provisiones y las garrafas de vino.
Afuera el sol enloquece al paisaje. Una nube de polvo
envuelve a la galera y a los cuatro soldados que la escoltan al galope, listas
las armas, porque en cualquier instante, puede surgir un malón de indios y
habrá que defender las vidas. La sangre de las mulas hostigadas por los
postigotes mancha los vidrios. Si abrieran las ventanas, la tierra sofocaría a
los viajeros; de modo que es fuerza andar en el agobio de la clausura que
apesta el olor a comida guardada y a gente y ropa sin lavar.
¡Dios mío! ¡Así ha sido todo el tiempo, todo el tiempo,
cada minuto, lo mismo cuando cruzaron los bosques de algarrobos, de chañares,
de talas y de piquillines, que cuando vadearon el Río Segundo y el Saladillo!
Ampía, los Puestos de Ferreira, Tío Pugio, Colmán, Fraile Muerto, la Esquina de
Castillo, la Posta del Zanjón, Cabeza de Tigre… Se confunden los nombres en la
mente de Catalina Vargas, como se confunden los perfiles de las estancias que
velan en el desierto, coronadas por miradores iguales, y de las fugaces
pulperías donde los paisanos suspendían las partidas de naipes y de taba para
acudir al encuentro de la diligencia enorme, único lazo de noticias con la
ciudad remota.
¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Y las tardes que pasan sin dormir,
pues casi todo el viaje se cumple de noche! ¡Las tardes durante las cuales se
revolvió desesperada sobre el catre rebelde del parador, atormentados los oídos
por la risa cercana de los peones y los esclavos que desafiaban la vihuela o
asaban el costillar! Y luego, a galopar nuevamente…. Los negros se afirmaban en
el estribo, prendidos como sanguijuelas; y era milagro que la zarabanda no los
despidiera por los aires; las petacas, baúles y colchones se amontonaban sobre
la cubierta. Sonaba el cuerno de los postillones enancados en las mulas, y a
galopar, a galopar.
Catalina tantea, bajo la saya que muestra tantos tonos de
mugre como lamparones, las bestias uncidas al vehículo, los bolsos cocidos, los
bolsos grávidos de monedas de oro. Vale la pena el despiadado ajetreo, por lo
que aguarda después, cuando las piezas redondas que ostentan la soberana efigie
enseñen a Buenos Aires su poderío. ¡Cómo la adularán! Hasta el señor virrey del
Pino visitará su estrado al enterarse de su fortuna.
¡Su fortuna! Y no sólo esas monedas que se esconden bajo
su falda con delicioso balanceo: es la estancia de Córdoba y la de Santiago, y
la casa de la calle de las Torres… Su hermana viuda ha muerto y, ahora a ella,
le toca la fortuna esperada. Nunca hallarán el testamento que destruyó
cuidadosamente; nunca sabrán lo otro… lo otro… aquellas medicinas que ocultó… y
aquello que mezcló con las medicinas… Y ¿qué? ¿No estaba en su derecho al
hacerlo? ¿Era justo que la locura de su hermana la privara de lo que se le
debía? ¿No procedió bien al protegerse, al proteger sus últimos años? El mal
que devoraba a Lucrecia era de los que no admiten cura…
El galope… el galope… el galope…. Junto a la portezuela
traqueteante, baila la figura de uno de los soldados de la escolta. El largo
gemido del cuerno anuncia que se acercan a la Guardia de la Esquina. Es una
etapa más.
Y las siguientes se suceden: costean el Carcarañá,
avizorando lejanas rancherías diseminadas entre pobres lagunas donde bañan sus
trenzas los sauces solitarios; alcanzan a India Muerta; pasan el Arroyo del
Medio. Días y noches, días y noches. He aquí Pergamino, con su fuerte rodeado
de ancho foso, con su puente levadizo de madera y cuatro cañoncitos que apuntan
a la llanura sin límites. Un teniente de dragones se aproxima, esponjándose,
hinchado el buche como un pájaro multicolor, a buscar los pliegos sellados con
lacre rojo. Cambian las mulas que manan sudor y sangre y fango. Y por la noche,
reanudan la marcha.
El galope… el galope… el tamborileo de los cascos y el
silbido veloz de las fustas… No cesa la matraca de los vidrios. Aun bajo el
cielo fulgente de astros, maravilloso como el manto de una reina, el calor
guerrea con los prisioneros de la caja estremecida. Las ruedas se hunden en las
huellas costrosas dejadas por los carretones tirados por bueyes. Pero ya falta
poco. Arrecifes… Areco… Luján… Ya falta poco.
Catalina Vargas va semidesvanecida. Sus dedos estrujan
las escarcelas donde oscila el oro de su hermana. ¡Su hermana! No hay que
recordarla. Aquello fue una pesadilla soñada hace mucho.
El correo real fuma una pipa. La señorita se incorpora,
furiosa. ¡Es el colmo! ¡Como si no bastaran los sufrimientos que padecen! Pero
cuando se apresta a increpar al funcionario, Catalina advierte dentro del coche
la presencia de una nueva pasajera. La ve detrás del cendal de humo; brumosa,
espectral. Lleva una capa gris semejante a la suya, y como ella, se cubre con
un capuchón. ¿Cuándo subió al carruaje? No fue en Pergamino. Podría jurar que
no fue en Pergamino, la parada postrera, ¿cómo es posible…?
La viajera gira el rostro hacia Catalina Vargas; y
Catalina reconoce, en la penumbra del atavío, en la neblina que todo lo invade,
la fisonomía angulosa de su hermana, de su hermana muerta. Los demás parecen no
haberse percatado de su aparición. El correo sigue fumando. Más acá, el fraile
reza con las palmas juntas; y el matrimonio que viene del Alto Perú dormita y
cabecea. La negrita habla por lo bajo con el oficial.
Catalina se encoge, transpirando de miedo. Su hermana la
observa con los ojos desencajados. Y el humo, el humo crece en bocanadas
nauseabundas. La vieja señorita quisiera gritar, pero ha perdido la voz.
Manotea en el aire espeso; más sus compañeros no tienen tiempo de ocuparse de
ella, porque en ese instante, con gran estrépito, algo cede en la base del
vehículo y la galera se tuerce y se tumba entre los gruñidos y corcovos de las
mulas sofrenadas bruscamente. Uno de los ejes se ha roto.
Postillones y soldados ayudan a los maltrechos viajeros a
salir de la casilla. Multiplican las explicaciones para calmarlos. No es nada.
Dentro de media hora, estará arreglado el desperfecto y podrán continuar su
andanza hacia Arrecifes, de donde los separan cuatro leguas.
Catalina vuelve en sí de su desmayo y se halla tendida
sobre las raíces del ombú. El resto rodea al coche, cuya caja ha recobrado la
posición normal sobre las sopandas. Suena el cuerno, y los soldados montan en
sus cabalgaduras. Uno permanece junto a la abierta portezuela del carruaje para
cerciorarse de que no falta ninguno de los pasajeros a medida que trepan al
interior.
La señorita se alza, mas un peso terrible le impide
levantarse. ¿Tendrá quebrados los huesos, o serán las monedas de oro las que
tironean de su falda como si fueran de mármol, como si todo su vestido se
hubiera transformado en un bloque de mármol que la clava en tierra? La voz se
le anuda en la garganta.
A pocos pasos, la galera vibra, lista para salir. Ya se
acomodaron el correo y el fraile franciscano y el matrimonio y la negra y el
oficial. Ahora, idéntico a ella, con la capa color de ceniza y el capuchón
bajo, el fantasma de su hermana Lucrecia se suma al grupo de pasajeros. Y ahora
lo ven. Rehúsa la diestra galante que le ofrece el postillón. Están todos. Ya
recogen el estribo. Ya chasquean los látigos. La galera galopa, galopa hacia
Arrecifes, trepidante, bamboleante, zigzagueante, como un ciego animal
desbocado, en medio de una nube de polvo.
Y Catalina Vargas queda sola, inmóvil, muda, en la
soledad de la pampa y de la noche, donde en breve no se oirá más que el grito
de los caranchos.
Manuel Mujica Láinez
"La Galera" de Manuel Mujica Laínez narrado por
Alberto Laiseca
Manuel Bernabé Mujica Láinez (Buenos Aires, 11 de
septiembre de 1910 - "El Paraíso" en Cruz Chica, Córdoba, 21 de abril
de 1984) fue un escritor, biógrafo, crítico de arte y periodista argentino.
La prosa de Mujica Láinez es considerada "fluida y
culta, de sabor algo arcaico, detallista y preciosista; rehuye la palabra
demasiado común, sin buscar sin embargo la desconocida para el lector". Es
en especial hábil en reconstruir ambientes, gracias a un dotado talento
descriptivo y una gran formación como crítico de arte, aparte de su rica
inventiva y su exquisitez literaria enriquecida por los conocimientos de
historia legados a travez de sus antepasados.
El autor, seducido por las doctrinas esotéricas, creía
con firmeza en la reencarnación y declaró escribir "para huir del
tiempo". Ese es el tema de la mayor parte de sus obras.
En su narrativa pueden establecerse dos vertientes
principales: el tema argentino (La casa, Los viajeros, Invitados en El Paraíso,
El Gran Teatro) y las novelas históricas (Bomarzo, El unicornio, El laberinto y
El escarabajo).
Se sintió igual de gustoso en el cuento (Aquí vivieron;
Misteriosa Buenos Aires; Crónicas reales; Un novelista en el Museo del Prado y
Cuentos completos) que en la novela.
Se considera que su obra maestra es Bomarzo (1962).
23 de septiembre de 2015
El gran fresco del Renacimiento, Roberto Bolaño
El gran fresco del Renacimiento
ROBERTO BOLAÑO DIARIO EL MUNDO | 06/04/2001
Durante la primera mitad del siglo XX, en Buenos Aires,
vivieron y formaron parte de una misma
generación, y por lo tanto se conocieron, escritores de la talla de Roberto
Arlt, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Eduardo
Mallea, Jorge Luis Borges. Algunos tuvieron como maestro a Macedonio Fernández.
Como si esto no bastara, un día llegó a la Argentina Witold Gombrowicz y allí
se quedó.
A este grupo disímil perteneció Manuel Mujica Láinez, a
simple vista el menos profesional de todos, en el sentido en que nos es difícil
imaginar a Mujica Láinez como un escritor que vive de y para la literatura,
sino más bien todo lo contrario, es decir un hombre que vive de rentas y que
dedica sus ocios, por otra parte escasos, a escribir novelas sin otra ambición
que la de ser leídas por su amplio grupo de amigos. Sin embargo, Mujica Láinez
fue tal vez el más prolífico de los narradores argentinos de su tiempo.
No el más ambicioso ni el más seminal (un papel reservado
probablemente a Julio Cortázar y Ernesto Sábato), ni el más cercano a la
realidad argentina (un papel que se le puede adjudicar, según baje o suba el
grado de delirio, a Arlt, a Cortázar, a Sábato, a Bioy), ni el más adelantado
en concebir estructuras literarias capaces de internarse por territorios
ignotos (como Borges y Cortázar), ni el que más ahonda en el misterio de la
lengua (reino absoluto de Jorge Luis Borges, que además de ser un gran
prosista, no hay que olvidarlo, fue un gran poeta). Mujica Láinez, en este
sentido, fue de una discreción absoluta. De hecho, su figura, junto a la de
esos escritores irrepetibles y gigantescos como Borges, Cortázar, Arlt, Bioy
Casares y Sábato, parece empequeñecerse y buscar un refugio tranquilo en la
literatura estrictamente argentina, el refugio de las literaturas provincianas,
pero esta impresión, a poco que se lea su obra, resulta absolutamente equivocada.
Desde su primera novela Don Galaz de Buenos Aires (1938),
es dable hallar en las páginas de Mujica Láinez dos constantes que lo acompañarán
durante toda su vida de escritor. Por un lado, un manejo exquisito del idioma,
que es preciso, rico, lleno de variantes, sin caer nunca en el español
recargado y castizo. Por otro lado, y esto es posiblemente lo que de verdad
importa, una disposición feliz ante el hecho de narrar.
Es verdad que nunca asumió riesgos muy grandes y que
comparado con los grandes narradores latinoamericanos del siglo XX su obra, de
alguna manera, es la obra de un autor menor. ¡Pero qué lujo de autor menor!
Capaz de escribir, por ejemplo, Misteriosa Buenos Aires, o El viaje de los
siete demonios, o El unicornio, o Los viajeros, todos ellos libros gratos de
leer, libros discretos (y también algo nerviosos) como su autor, y suficientes
como para asegurarle su nombradía al lado de autores, asimismo menores, como
Mallea o José Bianco.
Pero Mujica Láinez aún nos tenía reservada su mayor
sorpresa y esta sorpresa es Bomarzo. Publicada en 1962, la novela obtuvo el
Premio Nacional de Literatura argentino y después el premio John F. Kennedy, en
1964, premio compartido con Rayuela, de Cortázar, el cual (como nos recuerda
Marcos Ricardo Barnatán) le sugirió a Mujica Láinez la posibilidad de publicar
ambas novelas en una edición conjunta y con un título único, que podía ser
Ramarzo o Boyuela.
Mi generación, demás está decirlo, se enamoró de Rayuela,
porque eso era lo justo y lo necesario y lo que nos salvaba, y sólo leímos
Bomarzo algunos años después, casi como un ejercicio de arqueología. Contra lo
que esperábamos, no salimos indemnes de esta lectura, entre otras cosas porque
nadie o casi nadie puede salir indemne de cualquier lectura y mucho menos si
son las más de 600 páginas de Bomarzo, una novela feliz, es decir una novela
que hará feliz a todo lector mínimamente sensible, es decir inocente, y que no
le enseñará nada a ningún escritor joven.
La vida y aventuras del duque de Orsini, las mil
aventuras del duque y sus incontables
desgracias y hazañas son el escenario en donde se
despliega una escritura, un arte de narrar, que al tiempo que recuerda a los
clásicos del siglo XIX, introduce lujos apócrifos del siglo XVI, el siglo del
monstruoso y angelical Orsini.
A simple vista Bomarzo se asemeja a una novela de
resistencia, a una novela de supervivencia, a una novela histórica, a una
novela de intriga, a un folletón. Puede que sea, efectivamente, todas esas
cosas.
Pero también es muchas cosas más: es una novela sobre el
arte y es una novela sobre la decadencia, es una novela sobre el lujo de
novelar y es una novela sobre la exquisita inutilidad de la novela. También es,
entre líneas, el comentario o el epílogo jocoso que Mujica Láinez hace de sí
mismo y de su familia. Y también es, por supuesto, una novela para leer en voz
alta y en familia, aunque esta última posibilidad siempre conlleva el riesgo de
que los niños huyan en tropel.
Después de Bomarzo poco más es lo que le restaba por
decir a Mujica Láinez. Viajó mucho y como un señor por diferentes lugares del
planeta. Escribió De milagros y melancolías y El gran teatro, aparentemente sin
la más mínima dificultad.
Y antes de morir, en 1984, a la edad de 74 años, tuvo
tiempo para escribir y publicar, en 1982, El escarabajo, una novela de más de
500 páginas que narra las vicisitudes de los poseedores de un talismán egipcio
a través del tiempo, y que es una obra inteligente, bien escrita, grata de leer
(posiblemente grata de escribir), con dosificadas gotas de humor, dolor y algo
de turismo, una novela feliz como la mayoría de sus obras.
DE ENTRE PARENTESIS, (6 de abril de 2001)
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