Londres, Septiembre 191…
A un costado de mi cama, en la pared, hay tres manchas de
tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella
doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última
perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué.
Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio
visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro
como obstáculo para el fácil rodar de las ideas.
Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo
mirando el techo: el amor, el dolor y la muerte.
Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave,
algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad.
Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos
negros quedarán estampados dentro de mi cerebro.
En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la
sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida
del cráneo.
Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis
labios.
Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los
cuadros de la ventana. (p. 19-20).
En algunas ocasiones, esas observaciones llegan a ser
obsesivas, pero acentuadas por una mirada vanguardista, escudriñadora de los
matices de su ser:
Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, 3 y media
madrugada.
No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba
a entregarme al sueño, me dí cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encendí la lámpara y los conté. Son nueve.
Recogida, haciéndome pequeña contra el lado de la pared,
traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas,
negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa
sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado
de las ventanas.
No podría explicarlo, pero aquí, en este momento, hay
alguien que no veo y que respira en mi propio pecho.
Bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no
debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oído con un tubo largo, que lleva
mensajes a través de la eternidad y ese oído me ausculta ahí, tras el noveno
espejo.
Teresa Wilms Montt
Quiero explicar que todos los post que fueron subidos al blog están disponibles a pesar de que no se muestren o se encuentren en la pagina principal. Para buscarlos pueden hacerlo por intermedio de la sección archivo del blog ahi los encuentran por año y meses respectivamente. también por “etiquetas” o "categorías de textos publicados", o bajando por la pagina hasta llegar al último texto que se ve y a la derecha donde dice ENTRADAS ANTIGUAS (Cargar más entradas) dar click ahí y se cargaran un grupo más de entradas. Repetir la operación sucesivamente hasta llegar al primer archivo subido.
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23 de marzo de 2024
Londres, Septiembre 191… Teresa Wilms Montt
22 de marzo de 2024
Autodefinición, Teresa Wilms Montt
Autodefinición
Soy Teresa Wilms Montt
y aunque nací cien años antes que tú,
mi vida no fue tan distinta a la tuya.
Yo también tuve el privilegio de ser mujer.
Es difícil ser mujer en este mundo.
Tú lo sabes mejor que nadie.
Viví intensamente cada respiro y cada instante de mi vida.
Destilé mujer.
Trataron de reprimirme, pero no pudieron conmigo.
Cuando me dieron la espalda, yo di la cara.
Cuando me dejaron sola, di compañía.
Cuando quisieron matarme, di vida.
Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité.
Cuando me golpearon, contesté.
Fui crucificada, muerta y sepultada,
por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú
sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt,
y no soy apta para señoritas.
Teresa Wilms Montt
21 de marzo de 2024
EL padre de Teresa Wilms era buenmozo, Teresa Wilms Montt
EL padre (1) de Teresa Wilms era buenmozo. Su madre, altiva, arrogante. Ambos tenían reflejos azules en los ojos. Es en la playa bordeada por un mar verde donde transcurrió la niñez de Teresa,(2) edificando castillos de arena dorada, los que adornaba con rosas en el extremo del asta de la bandera.
Los vientos del sur, los temblores del norte y el aliento de una tierra fecunda alimentaban su febril imaginación con un ritmo loco e intenso.
¡Creció sorprendiéndose al darse cuenta que no se abrían las flores en sus manos!
1 Federico Guillermo Wilms y Brieba (1867-1943), supuesto descendiente de la realeza prusiana y esposo de Luz Victoria Montt y Montt (1870-1917), bisnieta del presidente de la república Manuel Montt. Se casaron el 25 de octubre de 1891 en Valparaíso. De ese matrimonio nacieron siete hijas: Luz Teresa Rosa, María Inés, Carolina Isabel, Carmen, Victoria Margari-ta, Ana Esperanza y María Teresa de las Mercedes (Teresa Wilms Montt). Teresa era la segunda hija y la preferida de su padre, quien la llamaba «mi Tereso», en alusión al hijo que no tuvo. Y, como se desprende del relato, la primera de ellas era la predilecta de la madre.
2 La familia vivía en Viña del Mar, en la calle Viana.
Teresa Wilms Montt
De Diarios íntimos
20 de marzo de 2024
VI, Teresa Wilms Montt
María Teresa de las Mercedes Wilms Montt, conocida como
Thèrése Wilms Montt nació en Viña del Mar el 8 de septiembre de 1893 y murió en
París el 24 de diciembre de 1921), fue una escritora chilena considerada una
precursora del feminismo, tuvo una vida novelesca.
Rebelde a los valores burgueses de su sociedad, fue
internada a la fuerza en un convento por Gustavo Balmaceda, su esposo que era
funcionario de la Hacienda chilena ocho años mayor que ella debido a una
infidelidad con su primo carnal. Antes de la llegada del invierno, aún con 22
años, Wilms Montt intentó suicidarse. La dosis de morfina que consumió no logró
acabar con su vida.
En junio, el poeta Vicente Huidobro la ayudó a escapar
del convento. La vistió de negro y, como si acompañara a una viuda, viajó con
ella hasta Buenos Aires.
En Buenos Aires, la escritora, de tendencias anarquistas,
entró en contacto con el feminismo. Y con un joven poeta chileno que, frustrado
ante la falta de correspondencia sentimental de la escritora, se quitó la vida
frente a ella. A Horacio Ramos Mejías le dedicó el poemario Anuarí, del que
Ramón del Valle-Inclán, su prologuista, escribió: “Estos poemas, como
versículos de un libro sagrado, hacen sonar la cadena de los siglos y tienen la
misteriosa resonancia de las voces elementales”. La crítica celebró a la poeta
a los dos lados del Atlántico.
Intentó ser enfermera en Estados Unidos durante la
Primera Guerra Mundial, pero fue confundida y apresada como espía alemana.
En Europa, París fue su parada final. Allí la chilena
logró ver de nuevo a sus hijas. El trabajo de su exsuegro las había destinado,
al menos durante un año, al corazón de Francia. Cada semana, la escritora
conseguía pasar con ellas un puñado de horas. La tristeza que le arrancó la
separación definitiva la condujo a la depresión. En la Nochebuena de 1921, tras
un par de días bajo observación en el hospital Laennec, Teresa Wilms Montt
falleció. Había ingerido una dosis letal de veronal, un derivado del ácido
barbitúrico ahora ilegalizado que se empleaba entonces como somnífero.
Fue amiga de los escritores Gómez de la Serna, Enrique
Gómez Carrillo, Joaquín Edwards Bello, Víctor Domingo Silva y Ramón María del
Valle-Inclán.
VI
Traigo del fondo del silencio tu mirada; evoco tus ojos…
y me estremezco. Aun apagados por la muerte, me producen el efecto del rayo. No
ha perecido en ellos el poder fascinador.
Son dos faros azules, que me muestran las irradiaciones
magníficas del Infinito; son dos estrellas de primera magnitud, que miran hondo
sobre mis penas, perforándolas y agrandando la huella, hasta abrir una brecha
infinita como un mundo.
Tus ojos adorados, que fueron reflejos de esa bellísima
alma tuya, viven ahora en mi mente nutridos de mi propia vida, adquiriendo
brillo en la fuente inagotable de mis lágrimas.
Anuarí. Así como tus ojos me encadenaron a tu vida, ahora
me arrastran en tu fosa, invitándome con tentaciones de delirio. Tus ojos son
dos imanes ante un abismo. Yo siento la
atracción feroz…
Teresa Wilms Montt
De En la quietud del mármol, Casa Ed. Blanco, Madrid,
1918.
18 de marzo de 2024
Osvaldo Guevara recita su soneto Esta manos.
Osvaldo Guevara recita su soneto Esta manos.
Martes 12 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Memoria.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
16 de marzo de 2024
Osvaldo Guevara lee sus poemas El caballo de espuma, Racimos y Poema sin evasión
Osvaldo Guevara lee sus poemas El caballo de espuma, Racimos y Poema sin evasión
Videopoético del Café Literario del martes 2 de mayo de 2023, Ciclo Literario 2023. Cuyo tema fue Los Oficios. Lecturas en Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.15 de marzo de 2024
Cantico, Osvaldo Guevara
CANTICO
Traslasierra, tu copa de frescura serena
el corazón, chorreando claridades, levanta.
Transitando tus piedras, tus árboles, tu arena,
la sangre en vacaciones desnudamente canta.
Bajo tus verdes no hay sombra para la pena.
Tu aire es un vino fuerte que alumbra la garganta.
Tu azul deja en la piel una euforia morena
y el pecho, lunto al cielo, de tu agua, se abrillanta.
Paisaje que ahondándose gana emoción de altura;
comarca en que la luz como un rezo murmura;
valle en que se iluminan la sed y la ansiedad.
Traslasierra cercana que es. lejanía errante:
cuando una torre suelta su can ambulante
tu silencio, elevándose, gotea eternidad.
Osvaldo Guevara de Niña Carmen, Maccio hermanos editores
(1983)
14 de marzo de 2024
Tu risa de y por Osvaldo Guevara
Tu risa de y por Osvaldo Guevara
Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
Tu risa
Tu risa de espumosa gargantilla
riega en mis huesos mieles y metales
y como un claro jugo de vocales
en el racimo de tus dientes brilla.
Cascanueces fosfórico que astilla
uvas de sol y piedras musicales
y como un crespo asedio de rosales
prende pequeñas bocas en mi arcilla.
Risa audaz, risa infiel, risa menuda
en que tu carne eréctil se desnuda
caracoleando tornasoles de agua.
Sonido que mi lengua gusta y huele
y que contra mi voz golpea y duele
como el temblor llovido de tu enagua.
Osvaldo Guevara
De La sangre en armas
12 de marzo de 2024
Casa de ejercicios (Cura Brochero) de y por Osvaldo Guevara
Casa de ejercicios (Cura Brochero) de y por Osvaldo Guevara
Martes 5 de marzo de 2024, Café Literario "De
Tardes..." ciclo 2024. Cuyo tema convocante fue la Poesía Femenina.
El evento, es organizado por el Grupo Literario Tardes de
la Biblioteca Sarmiento, se realiza cada martes a partir de las 19:30hs, en
NUESTRA TRINCHERA CULTURAL, la Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento.
Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra,
Córdoba, Argentina.
Café Literario de Tardes desde 2001 todas las semanas.
CURA BROCHERO
Carmen sabe si un pájaro grita herido en la noche
y se estremece
como una mariposa con la salpicadura de una lágrima
cuando escucha el clamor de la vida con sed.
En la Casa de Ejercicios, en Villa Cura Brochero,
Carmen salió al patio con flores,
miró las flores,
miró el azuL
Y miraron con ella y rezaron con ella
las plantas,
las lajas calladas y sonoras,
los adobes ingenuamente encalados de la capilla,
los cuartos de retiro, rumorosos de oraciones y
penumbras,
los insectos
mareados
por el zumo zumbante de la luz.
La tarde, como una paloma, vino a dormirse en su hombro.
Yo, que hace mucho que no me hablo con Dios
y hasta cambié de calle cuando pude encontrarlo,
cuando la toco a Carmen
siento que toco al Dios que de ella fluye,
que en ella se demora
como las madrugadas en los árboles de flores azules.
Sé que hay odios, rugidos, humaredas, cenizas,
maldiciones.
Pero para salvarme de mis uñas de antaño
tiznadas de palpar corazones sombríos
o de rodear los pocillos del café de la pena y el miedo
me bastan sus ojos con claroscuros de pesebre,
sus palabras más dulces que el rozar de un arroyo en la
memoria,
sus besos con aroma a patio con sol,
a fruta cortada por un niño,
a jazmines tiernamente colocados en los cabellos de la
lluvia,
su manera de hablar con el paisaje de montaña y tañidos
haciendo que las piedras se emocionen con ella.
En Villa Cura Brochero, pueblito dé Córdoba
cuyo nombre evoca a un sacerdóte con poncho,
resero de almas chúcaras,
gaucho con un afilado crucifijo a la cintura,
Carmen me convirtió -o me devolvió- al azul con su
gracia,
me inició en las fiestas de un cielo con Dios
entre los pastizales dorados de la altura.
Olvidé todo lo que sabía, todo lo que ignoraba,
para aprender tan sólo que nombrarla es como rezar,
que llamarla es desatar un viento piadoso entre los
pétalos
y que aun callándolo
su nombre
suena a pisada descalza por un país de lumbres y
asombros,
a alegría de agua que lava los pecados del mundo.
Yo desterré palabras, gestos, ademanes,
comparaciones torpes como máscaras bailoteantes
en la tarde de Cura Brochero
en que ella salió al patio con plantas de la Casa de
Ejercicios
y logró que el azul se viniera a mi pecho
bajado por sus ojos.
Y me quedé con el silencio de Carmen para siempre,
con el resplandor de plegaria que le ronda los labios.
Y cuando es muy furiosa la hoguera de la sangre
o cuando todo está tan negro
que pienso que mi mano
no va a encontrar ya nunca
la llave de la luz,
grito
o digo
o murmuro
o simplemente callo:
Carmen.
Y los humos del odio y miedo se azulan
y una frescura de música me enjuga la frente
y la sombra se va de mi garganta y de mis uñas
y descubro en las calles rostros como campanas
y la vida, cantando, viene a dormirse en mi hombro
y no soy más que un nombre
su nombre
en el fragor del mundo
una palabra nueva pronunciada por Dios.
11 de marzo de 2024
El adiós, Olga Orozco
El adiós, Olga Orozco
La sentencia era como esos calcos en que el
relieve del amor
deja un vacío semejante a sus culpas.
Me arrojaron al mundo en mi ataúd de hielo.
Una tierra sin nombre todavía corrió sobre
este rostro
con que habito en la desconocida:
era la tierra del castigo.
Era la hora en que comienzo a despertar
entre los muertos
con la evidencia de un anillo roto,
un vestido de momia desprendido de las
vendas del cielo
y un espejo de sal donde puede leerse mi
destino.
El porvenir no es nada más que mirar hacia
atrás.
Debajo de esas nubes desgarradas
hay una casa en llamas
en donde los amantes trasmutaban en oro de
eternidad el resplandor de un día,
o tomaban las apariencias de ladrones de
pájaros
aprisionando entre los hilos del ocio las
metamorfosis de sus propias imágenes.
Hay una luz dorada que hiere hasta las
lágrimas;
hay un lecho también
como una barca invadida por el follaje del
deseo
-unas hojas carnosas que exhalan el perfume
de los más largos viajes-.
Y había siempre y nunca
como ahora vueltos de pronto boca abajo.
Corazón repudiado,
animal aterido en uno de los dos costados
de tu sangre,
ignorabas entonces que tendrías la forma de
un retablo de la creación hecho pedazos,
que alguna vez la noche del adiós te
nombraría en voz muy baja
como nombra la soledad a sus testigos,
o como llaman aquellos que se van a los que
nunca vuelven.
Ahora, de espaldas contra el muro que
custodia el guardián de todo nacimiento,
sólo te quedan las apariciones,
el fantasma de un tiempo que gritará
contigo en el estanque muerto de algún sueño,
cuando él duerme, tan lejos en su adiós.
Un soborno de plumas para una ley de fuego.
Olga Orozco
10 de marzo de 2024
En un país que amaba ya estará anocheciendo… Olga Orozco
En un país que amaba ya estará anocheciendo… Olga Orozco
En un país que amaba ya estará anocheciendo.
Coronados por sus mustias guirnaldas,
esos pequeños seres creados cuando la oscuridad
vuelven a poblar con sus tiernas músicas,
a golpear con sus manos de brillantes estíos
ese rincón natal de mi melancolía.
Sonríen los inasibles huéspedes,
las criaturas largamente buscadas en las secretas ramas,
en lo más escondido de las piedras,
en la sombra abandonada del que salió de ella eternamente joven.
Desde la lejanía me sonríen.
Qué inútiles sus gestos, sus caricias,
cuando algún largo tiempo nos conoce calladamente ajenos,
cuando ya no hay temor por el huyente roce de los muertos que amamos,
ni por el musgo que crece murmurando sobre el corazón,
ni por las voces nocturnas de los que se despiden sollozando:
-¡Yo te esperaré siempre allá, doliente desaparecida!
Vosotros,
que habitáis en mí la región desmoronada del miedo,
de las ansiadas compañías terrestres:
¿A qué volvéis ahora
como un sueno demasiado violento que la infancia ha guardado?
Apenas si un recuerdo os reconoce,
cada vez más lejanos.
Olga Orozco
9 de marzo de 2024
Cantata sombría, Olga Orozco
Cantata sombría, Olga Orozco
Me encojo en mi guarida; me atrinchero en
mis precarios
bienes.
Yo, que aspiraba a ser arrebatada en plena
juventud por un
huracán de fuego
antes de convertirme en un bostezo en la
boca del tiempo,
me resisto a morir.
Sé que ya no podré ser nunca la heroína de
un rapto
fulminante,
la bella protagonista de una fábula inmóvil
en torno de la
columna milenaria
labrada en un instante y hecha polvo por el
azote del relámpago,
la víctima invencible —Ifigenia, Julieta o
Margarita—,
la que no deja rastros para las embestidas
de las capitulaciones
y el fracaso,
sino el recuerdo de una piel tirante como
ráfaga y un perfume
de persistente despedida.
Se acabaron también los años que se medían
por la rotación
de los encantamientos,
esos que se acuñaban con la imagen del
futuro esplendor
y en los que contemplábamos la muerte desde
afuera, igual
que a una invasora
—próxima pero ajena, familiar pero extraña,
puntual pero
increíble—,
la niebla que fluía de otro reino
borrándonos los ojos, las
manos y los labios.
Se agotó tu prestigio junto con el error de
la distancia.
Se gastaron tus lujosos atuendos bajo la
mordedura de los años.
Ahora soy tu sede.
Estás entronizada en alta silla entre mis
propios huesos,
más desnuda que mi alma, que cualquier
intemperie,
y oficias el misterio separando las fibras
de la perduración y
de la carne,
como si me impartieran una mitad de
ausencia por apremiante
sacramento
en nombre del larguísimo reencuentro del
final.
¿Y no habrá nada en este costado que me
fuerce a quedarme?
¿Nadie que se adelante a reclamar por mí en
nombre de otra
historia inacabada?
No digamos los pájaros, esos sobrevivientes
que agraviarán hasta las últimas migajas de
mi silencio con su
escándalo;
no digamos el viento, que ser precipitará
jadeando en los
lugares que abandono
como aspirado por la profanación, si no por
la nostalgia;
pero al menos que me retenga el hombre a
quien le faltará la
mitad de su abrazo,
ese que habrá de interrogar a oscuras al
sol que no me alumbre
tropezando con los reticentes rincones a
punto de mirarlo.
Que proteste con él la hierba desvelada,
que se rajen las piedras.
¿O nada cambiará como si nunca hubiera
estado?
¿Las mismas ecuaciones sin resolver detrás
de los colores,
el mismo ardor helado en las estrellas,
iguales frases de Babel
y de arena?
¿Y ni siquiera un claro entre la
muchedumbre,
ni una sombra de mi espesor por un
instante, ni mi larga
caricia sobre el polvo?
Y bien, aunque no deje rastros, ni
agujeros, ni pruebas,
aun menos que un centavo de luna arrojado
hasta el fondo
de las aguas
me resisto a morir.
Me refugio en mis reducidas posesiones, me
retraigo desde mis
uñas y mi piel.
Tú escarbas mientras tanto en mis entrañas
tu cueva de raposa,
me desplazas y ocupas mi lugar en este
vertiginoso laberinto
en que habito
—por cada deslizamiento tuyo un retroceso y
por cada zarpazo
algún soborno—,
como si cada reducto hubiera sido levantado
en tu honor,
como si yo no fuera más que un desvarío de
los más bajos
cielos
o un dócil instrumento de la desobediencia
que al final
se castiga.
¿Y habrá estatuas de sal del otro lado?
Olga Orozco
8 de marzo de 2024
Al pájaro se lo interroga con su canto, Olga Orozco
Al pájaro se lo interroga con su canto
Hay en algunos ojos esas borras de añil que
dejan los crepúsculos
al evaporarse
–un ala que perdura, una sombra de
ausencia–
Son ojos hechos para distinguir hasta el
último rastro de la
melancolía,
para ver en la lluvia el inventario de los
bienes perdidos,
así como hace falta un invierno interior
“para observar la escarcha y los enebros
erizados de hielo”
dijo Wallace Stevens congelando el oído y
la pupila,
convertido tal vez en el hombre de nieve
que contempla la nada
con la nada
y que oye sólo el viento,
sin ningún evangelio que no sea ese sonido
único del viento
(aunque tal vez hablara de la más extremada
desnudez;
no de la transparencia).
Pero yo sé que cada tiniebla se indaga
solamente con la noche que
llevo,
que la piedra se entreabre ante la piedra
de la misma manera que se tantea el corazón
con el abismo.
¿Hay alguna otra forma de asomarse hasta el
fondo del subsuelo,
el fondo de otra herida, el fondo de otro
infierno?
No hay ninguna otra lámpara para reconocer
lo próximo, lo ajeno,
lo distante.
Lo atestigua la esquiva intención de la
rata chillando entre los
vidrios,
resbalando en la rampa de una impensable
luz;
lo proclama la estrella con su remoto
código adherido a un temblor,
tal vez a una agonía que ya fue;
lo confirma ese yo que camina contigo y es
memoria dondequiera que
olvides,
y ese otro, inabarcable, centelleante,
que le sale al encuentro bajo el agua de
las transformaciones,
y a veces ni es persona, ni color, ni
perfume, ni huella de este
mundo.
Ambos están tejidos con la sustancia misma
del silencio.
Se parecen a Dios en su versión de huésped
reversible:
el alma que te habita es también la mirada
del cielo que te incluye.
Olga Orozco
6 de marzo de 2024
En el final era el verbo, Olga Orozco
En el final era el verbo
Como si fueran sombras de sombras que se
alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca
del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista
contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un
color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al
reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en
su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la
piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como
en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo
para sustituir los jardines
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia
atrás
todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas,
poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a
semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones,
con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde
su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el
signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el
soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos,
los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la
rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo,
en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando
dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de
las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta
el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.
Olga Orozco
5 de marzo de 2024
La casa, Olga Orozco
La casa
Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas
nuestras
lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.
Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto
contenido
hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad
sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las
que acaso
dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.
Ellos nos llaman hoy desde su amante
sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la
señal convenida
para restituir cada mirada a su propio
destino;
y a través de las ramas soñolientas el
primer huésped
de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su
canto las
lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que
penetramos a un
clima diferente.
Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio
de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el
viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una
noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el
halo de la luz
como las mariposas de la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre en los espejos de
implacable
destierro,
las flores que murieron por sí solas para
rememorar el
fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin
duda a nuestro
paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos
un
instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y
envolvente
de un día sin vivir que abandonamos,
dormidos sobre
el aire.
Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá
de
la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como
nosotros
mismos,
por el sólo deseo de volver a vivir, entre
el afán del
polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.
Nosotros lo sabemos porque a través del
resplandor
nocturno
el porvenir se alzó como una nube del
último recinto,
el oculto, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.
Acaso lo sabían ya nuestros corazones.
Olga Orozco
1946
4 de marzo de 2024
Canción del muchacho asustado, Miguel Angel Bustos
Canción del muchacho asustado
Qué golpea
bajo la tierra?
Lejanas bombas
lejanos llantos.
Qué llevan
los vientos negros?
Soles pequeños
átomos inmensos.
Quién me asusta?
El pez herido
la flor enferma.
Qué grito
en la noche abierta?
Ven
y tiembla
corazón
Miguel Angel Bustos
3 de marzo de 2024
Oleo único, Miguel Angel Bustos
Oleo único
Ante el enigma que me representa la vida de
un instante, la extraña multiplicación que une las cosas y los hombres, sólo
puedo proceder plantándome justo en el filo de todo, tratar de tomar el bulto
irradiante de la existencia con el peso exacto del sonido y del color,
construir con mi carne y con todo lo que me es exterior estos murales.
Ante todo ver más allá.
Hacer murales con el alma del hombre.
Miguel Angel Bustos
(Buenos Aires, marzo 1957) De Cuatro
Murales, 1957
2 de marzo de 2024
Casa de silencio, Miguel Ángel Bustos
Casa de silencio
Un niño y un cuchillo, enamorados carne y
hierro, buscan en el alma la selva que los salve.
Aromas y llantos boca de hielo sobre
cicatriz de pureza. Irá a devorar temblores irá la tierra alzando mares.
Sueño del niño que muere en su Casa de
Silencio en el cielo del espanto, hierba de tristeza amor de nadie.
Miguel Ángel Bustos
De : Fragmentos Fantásticos (1965)
29 de febrero de 2024
Luna de Herodes, Miguel Ángel Bustos
Luna de Herodes
Si en la noche
inmóviles policías sujetan perros de boca en piedra, yo tiemblo. Quiero
alejarme no puedo, como en sueños.
Entonces alzo la
mano a mi pecho el traspasado. No sea que a lo lejos entre selvas de hueso y
aliento salga el aullido de aquel que devora mis entrañas. Y aullando prolongue
en los perros guardianes un odio en silencio y dientes, que por milenios me
persigue.
Miguel Ángel
Bustos
De Visión de los
hijos del mal, 1967
28 de febrero de 2024
Elementos, Miguel Ángel Bustos
Elementos
Todo lo que ves es
simple
unas pocas cosas
unas pocas
palabras
el fuego en el
agua.
Mi lengua
en tu lengua
el sol es simple.
Tu cuerpo lo
cubre.
Tu cuerpo lo
aclara.
Miguel Ángel
Bustos
Miguel Ángel
Bustos Von Joecker nació en Buenos Aires en 1932. Fue declarado desaparecido
por la dictadura militar el 30 de mayo de 1976.
Cursó estudios de
Derecho y Filosofía y Letras. Viajó por el norte de su país, Brasil, Bolivia y
Perú en una búsqueda de la identidad continental que se refleja mágicamente en
poemas y dibujos suyos vinculados al surrealismo y la literatura fantástica.
Estaba casado con Iris Enriqueta Alba de Bustos.
Entre 1966 y 1967
el dibujo comenzó a ocupar un espacio tan absoluto como el de su poesía; cuatro
de sus libros están ilustrados por él. En 1968 obtuvo el Segundo Premio
Nacional de Poesía por Visión de los hijos del mal. Cuatro años después nació
su único hijo, Emiliano. Era militante del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT). Colaboró como crítico literario en las revistas Panorama y
Siete Días, y en los diarios La Opinión y El Cronista Comercial. También fue un
asiduo colaborador del equipo periodístico que editaba el quincenario político
Nuevo Hombre, que, luego de Silvio Frondizi, dirigía Rodolfo Mattarollo.
Fue secuestrado en
su domicilio, ubicado en la calle Hortiguera N° 1521 piso 6° departamento
"B", de Buenos aires. El 30 de mayo de 1976 a las 22:30 un grupo de
personas que se identificaron con unas Tarjetas Amarillas como pertenecientes a
la Policía Federal golpearon la puerta del domicilio de Miguel Ángel y su
esposa. Luego ingresaron al inmueble entre cuatro y seis personas vestidas de
civil, encerraron a Iris en la cocina junto con su hijo Emiliano Bustos,
mientras destruían el lugar y tras media hora se fueron llevándose a Miguel
Ángel Bustos. No hay testimonio de su paso por un Centro clandestino de
detención. Su caso fue tratado en la Causa Primer Cuerpo de Ejército.
En mayo de 2014,
el Equipo Argentino de Antropología Forense confirmó que los restos del
periodista y escritor secuestrado durante la última dictadura cívico militar
estaban en un sector con once fosas individuales NN del cementerio de
Avellaneda, halladas hace 15 años. Los análisis determinaron que Bustos fue
fusilado de, al menos, dos disparos en la cabeza en junio de 1976, un mes
después de haber sido desaparecido.
27 de febrero de 2024
Arreglo con frutas e instrumentos de viento, Miguel Ángel Bustos
Arreglo con frutas
e instrumentos de viento
Naranjos
hasta cuándo serán
naranjos las calles del Tigre
y no el corazón de
mi amor.
Pulpa de tu
tremenda boca la toqué y se me fue por la noche entre
los naranjos
volvió para pegarme como la rama más débil
o la ola más fría
iniciando la tormenta
Y yo que creí que
nos pondríamos juntos en nuestra vida de mil
años.
Trompa apaga la
luz que desciendo solo a la ciudad de los
hombres. Apaga
lamento de hierro y bronce entre los
naranjos.
Ahí voy lava tu
cuerpo y vamos. Ah santa piel joven el mundo
será nuestro.
Silencio con la
sorda alegría. Ahora duerme al fin. Clarín
entre los
naranjos.
Miguel Ángel
Bustos
26 de febrero de 2024
La selva liviana, Francisco Madariaga
La selva liviana
El sonido de un tren que se ahoga en la
catarata
de las hojas.
Al fondo de la selva liviana y los
cocoteros se
hunde el nivel del llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso entero del saco de perfume de la
gracia.
Estoy entre la espada del paisaje y el
ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando el aullido de mi candor: mi
nueva
fiesta.
A paladas, silbatos.
El tren se encierra en si al borde de los
esteros
nocturnos.
Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran
humedad
de la tierra,
al aire cálidamente eléctrico
a los cisnes del negro vapor,
nocturno de la herida del mundo.
Francisco Madariaga
25 de febrero de 2024
Entresueño en la siesta, Francisco Madariaga
Entresueño en la siesta
A Julio Salgado
Una toalla de verano arde en aquel
... balcón.
Se agita enredada, tal vez, en alguna
... mano.
¿Una mano de esta ciudad,
o una mano que ha venido con una brisa
... marina?
¿Hay algún cuerpo esbelto que sangra,
el ardor de unos ojos,
la canción de unas manos?
Ahora la toalla sangra enredada en un
mástil de ojos verdes:
alguien la ha mojado con sus
... labios.
Francisco Madariaga
De País Garza Real, 1997
22 de febrero de 2024
Rasgada de topacio, Francisco Madariaga
Rasgada de topacio
A Olga Orozco, 1991
Le dije que se pusiera su sombrero
y dejara deslizar una arboleda de sol
... por la orilla del mar.
Había tanta sonrisa en su boca sonora
y a veces frecuentaban sus labios los
... bares del coral.
Su memoria barría los barrotes de todas
... las prisiones.
Era la hija del sombrerero de dios que
pasaba
... en un celeste y rojo carruaje,
ardiendo de amor al regreso de los reales
... horizontes,
y en el olor a su carrera de ayudante
... salida del polvo de las hadas,
su tránsito real ardía ahogado por la
... sangre de pleamar.
Ayudante rasgada de topacio en el
... corazón de la inmortalidad.
Francisco Madariaga
De País Garza Real, 1997
20 de febrero de 2024
Cenit con reportaje, Francisco Madariaga
Cenit con reportaje
Carruaje celeste e la cuadrilla del sol se
derrumba
en las laderas calientes.
Con un don infernal de encanto y de sonido
lloras entre los hombres tu desacuerdo con
el lenguaje,
con el manantial de la luz diaria erguida
que el
hombre pobre reparte entres sus hijos.
Francisco Madariaga
12 de febrero de 2024
Lágrimas de un mono, Francisco Madariaga
Lágrimas de un mono
Yo quiero cautivar tu desesperación, oh
mono
adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono
adiós.
En los embarcaderos el color encendido en
tus
ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se
cruza
mi alma con el mundo.
Francisco Madariaga
Sólo un brillo nuevo, Hugo Mujica
Sólo un brillo nuevo
en un florero
lleno de agua,
pongo una rosa
entierro una vida.
y me quedo aquí,
mirando
el impostergable paso
de una vida hacia su nada,
el andar de un tiempo
en la herida que abre.
nada cambia ante mis ojos
salvo un brillo,
húmedo,
como si por no percibirla
fuera la muerte la belleza
en esta rosa.
Hugo Mujica
11 de febrero de 2024
La gracia perdida, Hugo Mujica
La gracia perdida
al final la casa
es siempre atrás
como el umbral
de la despedida, el del adiós frente
a un camino nunca trazado
el del gesto inconcluso,
la mitad olvidada.
en el medio la terca torre:
el propio nombre
la estaca entre el deseo
y la nostalgia,
el puñado de humo
en el que aferramos el miedo a perder
lo que nunca tuvimos.
al final, el que nos llega,
queda la apuesta
del inicio, la gracia perdida:
queda perderlo todo.
Hugo Mujica
10 de febrero de 2024
Hay perros que mueren de la muerte de su amo, Hugo Mujica
Hay perros que mueren de la muerte de su amo
hay perros
que mueren de la muerte de su amo
cuerpos que no hacen el amor,
hacen el miedo
que no se agitan,
tiemblan.
y hay hombres
en los que muere dios
como una gota de lacre
sobre el pecho
de un torso de mármol,
son los que lloran cuando creen
estar hablando,
o gritan soñando, pero al alba
olvidan el grito
con que encendieron la noche.
hay hombres en los que gime dios
por no encontrar un hombre
donde morir de carne,
pero no llora
como quien lo hace solo
llora como quien llora abrazado a un niño.
Hugo Mujica
9 de febrero de 2024
Cada hombre, Hugo Mujica
CADA HOMBRE
cada hombre y yo:
caña seca
en la que se surca
el viento para retomar su cauce,
como si nada hubiese pasado
salvo el abrirse de
una ausencia,
un surco entre mi paso y el pasado
entre mi vida y cada vida.
Hugo Mujica
8 de febrero de 2024
A veces la vida, Hugo Mujica
A VECES LA VIDA
a veces
nos miramos en silencio
la vida y yo.
A veces duele, duele
blanca, lenta
se hunde en la carne
como una botella vacía se
hunde en el
estanque
que la va llenando.
a veces, en silencio, llora
y algo sagrado brilla en el
mundo,
en silencio, reverbera en las
palabras.
Hugo Mujica