Invocación entre luciérnagas
Han vuelto el
padre y la madre,
y peregrinan entre
luciérnagas.
Será siempre así,
construir
como ellas, de
muerte a luz, de luz a muerte,
la casa vagabunda,
mientras nos movemos
como agua
instintiva
dentro de las
habitaciones;
con el ojo
suspenso
entre el abismo y
el cóncavo humano,
perdiendo y
salvando todo:
la combustión,
las formas que
pierden la memoria,
la carta que falta
en los fractales,
el futuro, ese
desterrado,
y las breves
especies que se esfuman
dentro de un sueño
que no ha soñado nadie.
Vengo a pedir la
lluvia,
abuela del bambú;
las cuevas donde
el dios se guarece
y se desampara la
guerra;
la anunciación de
la garza;
la piel que deja,
porque no hay nadie en la serpiente;
el aroma del
sándalo, templo del templo,
y la nieve, pido,
sobre las nubes, en esa cordillera,
cadáver del cielo;
y la mariposa,
latido de su
semejanza,
y vamos con los
elefantes
y su dormida
manada de planetas,
con el murciélago
y su patíbulo,
con el loto, beso
de su sombra,
con un colibrí y
un cuervo y un pétalo y una ofrenda,
vamos al mar que
no sabe morir,
vamos, padres, a
verme, como en la infancia,
persiguiendo
instantes,
detrás de las
luciérnagas.
Leopoldo Castilla
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