El Anti-Bestseller
¿Cómo era la canción de los Beatles?
¿All you need is love?
¿Es cierto? ¿Todo lo que se necesita es amor?
Uno quisiera creerlo, sobre todo cuando está enamorado y
los fantasmas ace- chan.
Fantasmas ectoplasmáticos pero otros, menos gaseosos,
también.
¿Qué destruyó al amor de Romeo y Julieta y a ellos mismos?
La guerra entre Capuletos y Montescos, se dirá.
O el mundo. O la envidia de los emocionalmente estériles.
O la represión. O la buena suerte.
¿Cómo?
¿La buena suerte?
Sí, la buena suerte.
Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de
bestsellers. Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y
otra pizca de sentido común. Con experiencia y sentido común no se fabrican
bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con
sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican con deseos modestos. Con
sueños ocultos, vergonzosos y frustrados.
He aquí algunos:
El amor eterno. La fortuna bien o mal obtenida pero bien
aplicada. La supe- ración individual de barreras como la raza, la clase, la
religión o la familia hostil. La casita en Canadá. La victoria del bien. La
derrota del mal.
Cambiemos el nombre de Romeo por el mío y el de Julieta
por el tuyo. No tenemos catorce años ni vivimos en Verona.
Tenemos, respectivamente, treinta y ocho y veintinueve
¿okey?. Okey.
Vivimos en Lima, Perú, ¿okey? Okey.
No hubo familias opositoras, ni guerras o revoluciones
que nos separaran co- mo al Dr. Zhivago y a su noviecita. Yo no era ni soy
pobre. Tú tampoco. Y no somos obscena y peligrosamente ricos. Nada nos separa;
nada nos exige sacrifi- cios.
Tampoco apareció, como caído del cielo o subido del
infierno «el otro» o «la otra». Ninguna penosa y destructiva enfermedad
interfiere. Es imposible que algún terrible día descubramos, como en una
telenovela clásica, que en realidad somos hermanos: nacimos en continentes
diferentes.
No hay espada de Damocles alguna sobre nuestras cabezas.
Somos una versión olvidable de Romeo y Julieta.
No tuvimos suerte.
En vez de morir continuamos. Nos casamos. Fuimos felices.
Hemos sido ben- decidos, como suele decirse, con un par de hijos lindos e
inteligentes. Nuestros suegros y suegras nos aman. Nuestros amigos nos
envidian. Nos llaman la pareja perfecta.
Entonces:
¿Por qué nos odiamos, después de aburrirnos y antes de
separarnos o asesinar- nos?
¿Dónde falla la vida y dónde la literatura? Shakespeare
fue inteligente. Los mató a tiempo. Una muerte espectacular, sangrienta,
teatral.
Ningún lento gotear de los años.
Nada de «buenos días» por encima del periódico del
desayuno.
José B. Adolph
Del Libro de cuentos titulado «Los fines del mundo».
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