Miss Lady
Hubo una vez una chiquita triste que iba por un camino,
en el verano. Tendría unos tres años y estaba llorando porque su hermano
caminaba tan rápido que ella no podía alcanzarlo, y después se cayó, en una
nube de polvo. Su hermano la oyó llorar, pero siguió caminando más rápido, y
más rápido, y más rápido. Ella se quedó sola. Miró a su alrededor y vio una
casa de campo, en la que estaba un hombre mirándola desde una ventana,
espiándola detrás de una espesa cortina, así que ella lo saludó con la mano. El
rostro desapareció. La chiquita caminó hasta la parte de atrás de la casa, y
ahí estaba otra cara, en otra ventana, espiando. Ella volvió a saludar con la
mano. Y esa cara desapareció. La chiquita subió hasta el porche trasero y
golpeó en la puerta de alambre tejido, y después de unos minutos la puerta se
abrió un poquito. Ella entró. Había algunos hombres, y le dieron una Coca-Cola,
y ella les habló acerca de su tostado de sol, acerca de su hermano y algo de un
viaje al Canadá que iban a hacer sus padres, y los hombres la escucharon
atentamente. ¡Ella golpeó a uno de ellos! ¡Él la alzó y la hizo revolotear por
el aire y ella gritó! Después, él la sentó en un hombro y ella se aferró a su
cabeza, por miedo de caerse, pero después perdió el miedo y se quedó sentada
ahí, y todos se rieron de ella. Así que pidió otra Coca-Cola. Uno de los
hombres se la trajo y ella insistió en tomarla de la botella; se sentó en las
rodillas de uno de los hombres y escuchó mientras los hombres hablaban de otras
cosas, tomando grandes tragos de Coca-Cola de vez en cuando. Entonces ella
empezó a conversar de nuevo y todos los hombres se callaron para escucharla.
Ella le pidió a uno de ellos que le arreglara su sucio moño del pelo. Ella se
comportaba como una dama y los hombres le hablaban con exagerado acento inglés,
¡y esto era lindísimo! Entonces ella empujó a uno de ellos al suelo y se trepó
en su espalda y jugó con él al caballito, gritando ¡hico! ¡hico! ¡hico! La
chiquita les preguntó si podía vivir con ellos, y ellos le contestaron que
claro que sí. Así que los hombres y la chiquita subieron a un automóvil y
enderezaron hacia Florida. Fíjense que estos hombres eran ladrones de bancos.
¡A la chiquita le fascinaba! Vivió con ellos durante ocho meses. Jugaba con
ellos en la playa, nadaba en el mar, comía en grandes restaurantes, vivía en
los mejores hoteles, ¡hasta tomó champagne una vez! Y tenía una linda mucama
que no hacía otra cosa que atenderla y ayudarla a comprar vestidos blancos y
trajes de baño anaranjados y todos los juguetes que las chiquitas necesitan.
Ellos estaban siempre comprándole regalos y la chiquita los quería muchísimo,
pero un día sintió nostalgia de su hogar y empezó a llorar pidiendo por su
hermano y su mamá y su papá. Los gangsters lo sintieron muchísimo pero le compraron
un boleto a su pequeña ciudad y la despidieron en el tren. El maquinista les
aseguró que llegaría sana y salva, y así fue. La policía investigó en Florida
en procura de los ladrones de bancos, pero se habían escapado a lugares
distantes. La chiquita continuó viviendo con su familia en la pequeña ciudad.
Fue a la escuela primaria. Mucho después, fue a la secundaria: a decir verdad,
fue alumna de Vassar. Ahora es prostituta en Buenos Aires... Yace en un diván y
sus ojos están enrojecidos por la marihuana. Sus ropas se amontonan en una
silla. Un marinero abandona ruidosamente su pieza. ¡Ella se siente tan triste!
¡Fíjense! Hay una lágrima en su mejilla. Hay humo en su ojo. ¡Qué lágrima tan
rara! ¡Es una chica tan linda! No puedo evitar que me guste. Porque yo conozco
su secreto, su búsqueda y por qué vive así. Yo sé que ella los está buscando.
Spencer Holst de
El idioma de los gatos (1971)
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