La selva liviana
El sonido de un tren que se ahoga en la
catarata
de las hojas.
Al fondo de la selva liviana y los
cocoteros se
hunde el nivel del llanto,
el peso entero de los sueños.
Peso entero del saco de perfume de la
gracia.
Estoy entre la espada del paisaje y el
ladrillo
caliente del olvido,
viajando con un ardor de joya y sangre.
Escuchando el aullido de mi candor: mi
nueva
fiesta.
A paladas, silbatos.
El tren se encierra en si al borde de los
esteros
nocturnos.
Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran
humedad
de la tierra,
al aire cálidamente eléctrico
a los cisnes del negro vapor,
nocturno de la herida del mundo.
Francisco Madariaga