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24 de julio de 2023
Al dibujo que representa a John Keats en su muerte, Rainer María Rilke
23 de julio de 2023
AI hermano menor, Rainer María Rilke
AI hermano menor
Tú, niño ayer, a quien llegó la confusión;
no se disipe en ceguedad tu sangre,
No piensas en placer: piensas en la alegría:
estás hecho tu mismo que un esposo
y habrá de ser tu esposa tu pudor.
El gran gozo también tiende hacia ti,
y de pronto los brazos están desnudos todos.
En piadosas imágenes las pálidas mejillas
están cubiertas de fuegos extraños:
y tus sentidos son corno muchas serpientes,
que, ceñidas del rojo del sonido,
se tensan al compás del tamboril.
Y de repente- tu has quedado solo
con tus manos, que tu odian...
Y tu voluntad no hace un milagro:
Y allá van, como por sombrías calles,
rumores de Dios por tu oscura sangre.
Rainer María Rilke
20 de julio de 2023
La enamorada, Rainer María Rilke
LA ENAMORADA
Sí, de ti tengo anhelo. Me resbalo
de la mano, perdiéndome a mí misma,
sin esperanza de disputar eso
que, como de tu lado, llega a mí
serio, sin desviar, sin relación .
...aquellos tiempos: ¡Cómo fui Una Sola Cosa,
nada que diera voces, y que me traicionara;
mi silencio. era igual que el de una piedra
por la que arrastra el río su murmullo!
Pero dentro de mí, en estas semanas
de primavera, hay algo que se ha abierto despacio
saliendo del oscuro año inconsciente.
Algo ha entregado mi caliente vida
en la mano de alguno que no sabe
que yo existía ayer.
Rainer María Rilke
El libro de las imagenes
(1902-1906)
Fotografias de la luna en Traslasierra, Córdoba, Argentina Invierno 2023
PH Jose Luis Colombini
19 de julio de 2023
Canciones de los ángeles, Rainer María Rilke
Canciones de los ángeles
No he soltado a mi ángel mucho tiempo,
y se me ha vuelto pobre entre los brazos,
se hizo pequeño, y yo me hacía grande:
de repente yo fui la compasión;
y él, solamente. un ruego tembloroso.
Le .di su cielo entonces: me dejó
él lo cercano, de que él se marchaba;
a cernerse aprendió. yo aprendí vida,
y nos reconocimos . lentamente...
Aunque mi ángel no tiene ya deber,
por mi día más fuerte desplazado,
baja a veces su rostro con nostalgia,
como si no quisiera ya su cielo.
Querría alzar de nuevo, de mis pobres
días, sobre las cimas de los bosques
rumorosos, mis pálidas plegarias
basta la patria de los querubines.
Allí llevó mi llanto originario
y pensamientos; y mis diminutos
dolores se volvieron allí bosques
que susurran sobre él...
Sí algún día, en las tierras de la vida,
entre el ruido de feria y de mercado,
la palidez olvido de mi infancia
florecida, y olvido el primer ángel,
su bondad, sus ropajes y sus manos
en oración, su mano bendiciendo;
conservaré en mis sueños más secretos
siempre el plegarse de esas alas,
que como un ciprés blanco
quedaban detrás de él...
5us manos se quedaron como ciegos
pájaros que, engañados por el sol,
cuando, sobre las olas, los demás
se fueron a perennes primaveras,
han de afrontar los vientos invernales
en los tilos vacíos, sin follaje.
Había en sus mejillas la vergüenza
de las novias, que el espanto del alma
tapan con púrpuras oscuras
ante el esposo.
Y en los ojos había
resplandor del primer día:
pero sobre todo
descollaban las alas portadoras...
Había expectación en la llanura
por un huésped que no acudió jamás:
aún pregunta tal vez el jardín trémulo:
su sonrisa después se vuelve inválida.
Y por los barrizales aburridos
se empobrece en la tarde la alameda,
las manzanas se angustian en las ramas
y les hacen sufrir todos los vientos.
Es donde están las últimas cabañas
y casas nuevas que, con pecho angosto,
se asoman estrujadas, entre andamios miedosos,
quieren saber dónde empieza el campo.
Allí la primavera siempre es pálida, a medias,
el verano es febril tras esas tablas:
enferman los ciruelos y los niños,
y tan sólo el otoño allí tiene algo
de remoto y conciliador: a veces
son sus tardes de suave derretirse:
dormitan las ovejas, y el pastor con zamarra
se apoya, oscuro, en la última farola.
Alguna vez ocurre en la honda noche
que se despierta el viento, como un niño,
y pasa la alameda, solitario,
quedo, quedo, llegando hasta la aldea.
Y a tientas va marchando hasta el estanque
y se para después a oír en torno:
y las casas están pálidas todas
y las encinas mudas...
Rainer María Rilke
Poesías juveniles
(1897 - 1898)
18 de julio de 2023
La criada de la Señora Blaha, Rainer María Rilke
Cada verano, la señora Blaha, casada con un pequeño
funcionario del ferrocarril de Turnau, Wenzel Blaha, viajaba por varias semanas
a su lugar de nacimiento. Esta aldea, pobre e insignificante, se halla en la
llana y pantanosa Bohemia, cerca de Nimburg. Cuando la señora Blaha, que ahora
ya se sentía persona de ciudad, vio de nuevo las míseras casuchas, consideró
que podía hacer una buena obra. Entró en la vivienda de una campesina conocida,
de la que sabía tenía una hija, y le propuso llevarse a la chica como criada.
Le pagaría un modesto salario y, además, la joven tendría la ventaja
de estar en la ciudad y aprender unas cuantas cosas. (En
realidad, ni la propia señora Blaha sabía qué podría aprender.) La campesina
habló del asunto con su marido, que parpadeaba continuamente y, de momento, se
limitó a escupir al suelo. Pero al cabo de media hora volvió a la habitación y
preguntó:
- ¿Y ya sabe la señora que Anna es...?
Dijo esto a la vez que su arrugada y morena mano se
agitaba por delante de su frente como una marchita hoja de castaño.
- ¡Tonto! -le cortó la mujer-. No seremos nosotros
quienes...
Así fue como Anna fue a parar a casa de los Blaha, donde
solía pasear sola todo el día. Wenzel Blaha estaba en la oficina, la mujer iba
a coser a domicilio, y no había niños que cuidar.
Anna se sentaba en la pequeña y oscura cocina, cuya
ventana daba a un patio, y esperaba a que pasara el organillero, cosa que
siempre sucedía poco antes de anochecer. Entonces, la chica se apoyaba en el
alféizar, muy asomada, de modo que el aire agitaba sus pálidos cabellos, y se
ponía a bailar interiormente hasta sentir mareo y
tener la impresión de que las altas y sucias paredes se
inclinaban una contra otra. Al final, Anna se asustaba y descendía todas las
lóbregas y mugrientas escaleras de la casa hasta la humosa taberna del
callejón, donde, de cuando en cuando, alguien cantaba en la primera frase de la
embriaguez. Por el camino se veía rodeada de chiquillos que, sin que nadie los
echara de menos, vagaban días enteros por los patios. Cosa curiosa, aquellos
niños siempre le pedían que les contase historias. A veces la seguían hasta la
cocina. Pero entonces, Anna se acomodaba junto al fogón, se cubría la pálida y
vacía cara con las manos y decía:
- Dejadme pensar.
Los pequeños esperaban un rato con paciencia. Pero si
Annuschaka seguía pensativa y en la oscura cocina se hacía un silencio demasiad
o largo, se marchaban sin llegar a ver que la joven
comenzaba a llorar y gemir quedamente, presa de una terrible añoranza que la
hacía sentirse perdida e insignificante. Ni ella misma sabía exactamente qué
extrañaba. Quizás, incluso, los azotes. Pero en general era la añoranza de algo
impreciso, ocurrido en algún momento o tal vez sólo soñado. Sin embargo, y de
tanto como los niños la hacían pensar, poco a poco hizo memoria. Primero, de
una cosa roja, roja, y luego de una gran muchedumbre. Por último recordó el
sonido de una campana, que tocaba muy fuerte, y... un rey, un campesino y una
torre...
«Mi querido rey», dijo el campesino.
«Sí -contestó el rey con voz muy orgullosa-. Ya lo sé»
¡Claro! ¿Cómo no iba a saber el rey todo lo que fuese a
decirle un campesino?
Poco tiempo después, la señora llevó consigo de compras a
la chica. Dado que se acercaba la Navidad y ya había anochecido, los escaparates
estaban muy iluminados y llenos de cosas maravillosas. Fue en una tienda de
juguetes donde, de repente, Anna descubrió lo que había recordado. El rey, el
campesino, la torre... A la joven le pareció que se oían más los latidos de su
corazón que sus pasos. Apartó rápidamente la vista y, sin detenerse ni un
instante, continuó el camino junto a la señora Blaha. Tenía la sensación de que
no debía revelar nada. Y así, el pequeño teatro de títeres quedó atrás, sin que
nadie le hiciera caso. La señora Blaha, que no era madre, ni siquiera se había
fijado en él.
No tardó en llegar el domingo libre de Anna, que no
regresó aquella noche. Un hombre al que ya viera alguna vez en la taberna la
llevó consigo, y ella no se acordaba luego de adónde habían ido. Le parecía haber
estado un año entero fuera de casa. Cuando el lunes a primera hora entró en la
cocina, todo resultaba aún más frío y gris que de costumbre. Aquel día, Anna
rompió una sopera y recibió una áspera bronca. La señora no llegó a darse
cuenta de que la muchacha había pasado la noche fuera, cosa que Anna repitió
otras tres veces, hasta Año Nuevo. Entonces dejó de moverse por la casa,
cerraba miedosa la puerta y, aunque el organillero tocase en la calle, no
siempre se asomaba.
Transcurrió el invierno y dio comienzo una paliducha y
vacilante primavera. Es ésta una estación especial en los patios interiores.
Las casas están negras y húmedas y el aire se ve descolorido, como la ropa
lavada con mucha frecuencia. El brillo parece contraer las ventanas mal limpiadas,
y diversos desperdicios de poco peso danzan en el viento al pasar por delante
de los pisos. Los ruidos de toda la casa son más perceptibles. La vajilla
produce un sonido más claro y agudo, y hasta los cuchillos y las cucharas
hacían un ruido distinto.
En esa época tuvo Annuschka una niña, que le llegó del
todo inesperada. Llevaba varias semanas sintiéndose gorda y pesada cuando, una
mañana, la criatura quiso salir y, de pronto, estuvo en el mundo. Sabría Dios
de dónde venía. Era domingo, y el matrimonio Blaha aún dormía. Anna contempló a
su hija durante un rato, sin que su rostro reflejara ninguna emoción. La niña
apenas se movía, hasta que, súbitamente, del pequeño pecho brotó una vocecilla
muy penetrante. Al mismo tiempo llamó la señora Blaha, y en la alcoba crujió un
lecho. A toda prisa, Anna agarró su delantal azul, colgado cerca de la cama, y
con las tiras oprimió el dimintuo cuello, escondiendo luego todo el envoltorio
azul en el fondo de su baúl. Se encaminó seguidamente a las habitaciones,
descorrió las cortinas y se puso a preparar el café. Uno de aquellos días,
Annuschka recibió el salario que hasta ahora le correspondía. Eran quince
gulden. La muchacha cerró la puerta, abrió su baúl y colocó el pesado e inmóvil
delantal azul sobre la mesa de la cocina. Abrió despacio el atadijo, miró la
criatura y la midió de la cabeza a los pies con una cinta métrica. Después lo
dejó todo como antes y salió de la casa. Pero...¡qué lástima! El rey, el
campesino y la torre eran mucho más pequeños. No obstante los compró, y también
otros muñecos. Por ejemplo, una princesa de redondos puntos rojos en las
mejillas, un viejo, otro viejo que llevaba una cruz sobre el pecho y que, ya
sólo por su gran barba, parecía Santa Claus, y luego dos o tres más, no tan
bonitos e importantes.
Además, Anna, había adquirido un teatro cuyo telón subía
y bajaba, con lo que el jardín que hacía de fondo aparecía y volvía a
desaparecer.
Ahora, Annuschka tenía un remedio para la soledad.
Olvidada quedó la nostalgia. Montó el precioso teatro (había costado doce
gulden) y se situó detrás, como es debido. Pero a veces, cuando el telón estaba
enrollado, corría hacia delante para contemplar el jardín, y toda la cocina
desaparecía detrás de los altos y espléndidos árboles. Volvía luego a su sitio,
sacaba dos o tres figuras y les hacía decir lo que se le antojaba. Nunca
resultaba una función entera, pero sí había conversación y réplicas, y también
podía suceder que, de pronto, dos polichinelas se inclinaran como asustados uno
delante de otro. O que saludasen con una reverencia al anciano, que no podía
hacerlo por ser totalmente de madera. Por eso, cada vez se desplomaba de
agradecimiento.
Entre los chiquillos del barrio corrió la voz de los
juegos de Annuschka y, a partir de entonces, primero con recelo y luego cada
día con menos malicia, los niños se reunían en la cocina de los Blaha al
anochecer y no perdían de vista a los polichinelas, que siempre decían lo
mismo.
Una tarde, Annuschka anunció con las mejillas muy
encendidas:
- ¡Pues aún tengo un muñeco mucho mayor!
Los niños temblaron de impaciencia. Pero Annuschka
pareció olvidarse de aquello. Colocó todos sus polichinelas en el jardín de su
teatro, apoyando en los bastidores laterales los que no
querían sostenerse en pie. Apareció también una especie
de arlequín de cara grande y redonda, que los pequeños espectadores no
recordaban haber visto antes. Cada vez más entusiasmados, los chiquillos
pidieron que saliera aquel muñeco excepcional.Aunque sólo fuese una vez y por
un momento.
- ¡Sí! ¡El muñeco grande...!
Annuschka se dirigió a su baúl. Niños y polichinelas
estaban unos frente a otros, muy callados y, hasta cierto punto, parecidos.
Pero los ojos desmesuradamente abiertos del arlequín, que parecían esperar algo
espantoso, inspiraron de repente tal temor a los chiquillos, que sin más
huyeron todos entre gritos.
La joven regresó con el voluminoso paquete azul en las
manos. Súbitamente le temblaron las manos. ¡La cocina estaba tan silenciosa y
vacía, sin los niños! Pero Annuschka no tenía miedo. Rió quedamente, volcó el
teatro con los pies y pisoteó las diversas maderitas que habían formado el
jardín. Y luego, cuando la cocina ya se hallaba totalmente a oscuras, partió la
cabeza a todos los muñecos. También a aquel grande, azul.
Rainer María Rilke
Traducción Herminia Dauer
Fotografias de la luna en Traslasierra, Córdoba, Argentina Invierno 2023
31 de agosto de 2020
Esto es ansia: habitar en lo oscilante... Poesías juveniles. Rainer María Rilke
POESIAS JUVENILES
(1897 - 1898)
Esto es ansia: habitar en lo oscilante
y carecer de patria en este tiempo
Y esto son los deseo: quedos diálogos
De horas del día con la eternidad
Y esto es vida. Se eleva de un ayer,
Entre todas las horas, la más sola,
que sonriendo diversa a sus hermanas
calla frente a lo Eterno.
Soy muy joven. Querría a todo son
que en su rumor me arrolla, regalarme temblando:
y, dócil a la amable coerción
del viento, que el jardín cruza en meandros,
quiere mecer sus pámpanos mi anhelo.
Y sin ningún apresto quiero erguirme
mientras noto que el pecho se me ensancha.
Pues es tiempo de armarse de guerrero,
cuando, desde el frescor temprano de estas
costas, me lleva el día tierra adentro.
No he de extender la mano hacia la pura vida
ni preguntar a nadie por el extraño día:
siento que llevo blancas floraciones
que en el frescor sus cálices levantan.
De la primaveral tierra muchas tiraron,
de donde sus raíces beben profundidades,
para, sin poder más, hundirse de rodillas
ante veranos que ellas nunca . bendecirán. .
Cuánto quiero a las pobres palabras,,que tan míseras
están en lo diario: a ellas, las invisibles
palabras. De mis fiestas les regalo colores:
sonríen, y se ponen alegres lentamente.
Su esencia, que obligaron con miedo a entrar en ellas,
se renueva, visible, y todos pueden verlo:
no han andado jamás todavía en el cántico
y entran estremecidas dentro de mi canción.
Siempre voy por idéntico sendero:
junto a jardines, donde para Alguno
las rosas se complacen, preparándose:
pero noto que aún falta mucho, mucho;
toda esta recepción no es para mí,
y debo, sin dar gracias ni quejarme,
pasar de largo ante ellas.
Soy sólo aquél que el séquito comienza,
y a .quien los dones no se dirigían:
hasta que lleguen los aún más dichosos,
leves formas calladas.:.
todas las rosas se desplegarán
como rojas banderas en el viento.
Este es el día en que yo reino, triste,
está es la noche que me echó de hinojos;
y rezo: que algún día mi corona
pueda alzar de mi frente.
De su sorda opresión he de ser siervo:
¿no puedo, en recompensa, ni una vez
contemplar, cara a cara. sus azules
turquesas, sus brillantes y rubíes?
¿Quizá murió hace mucho el resplandor
de las piedras: quizá me lo robó
mi huésped, el pesar: quizá no había
piedras en la corona que me dieron?
Almas blancas con vibración de plata,
almas niñas, que aún nunca cantaron,
que, sin rumor, en círculos crecientes,
hacia la vida van, que les da miedo,
¿no os desengañaréis de vuestro sueño
•cuando allá fuera, voces os despierten,
y no podáis, de mil ruidos del día .
librar la risa de vuestras canciones?
Entre el día y el sueño estoy en casa.
donde duermen los niños, tibios de correrías
y los viejos se sientan por la tarde,
y arden hogares y su espacio alumbran.
Entre el día y el sueño estoy en casa_
donde suenan campanas de oración
y muchachas, cohibidas por ecos que se extinguen,
se apoyan fatigadas en el brocal del pozo.
Y hay un tilo, que es mi árbol predilecto:
y todos los veranos que en él callan
se vuelven a mover en las mil ramas
y entre el día y el sueño vuelven a despertar.
No debes comprender la vida:
como una fiesta se hará entonces.
Haz que lo pase cada día
igual que un niño, al caminar,
deja que cada ráfaga
le regale mil flores.
Reunirlas y ahorrarlas,
no se le ocurre al niño.
las saca, suave, de cabellos
donde gustaron de apresarse,
y pidiendo nuevas extiende
sus manos otros años jóvenes.
Como los más secretos quiero hacerme:
no pensar las ideas en la frente,
perseguir un anhelo sólo en rimas;
con todas las miradas, sólo un leve
germen dar; sólo un ver con mi silencio.
No traicionar más, todo atrincherarme,
quedarme solo: así hacen los enteros:
tan sólo al prosternarse las ruidosas
gentes, por leves lanzas como heridas,
alzan los corazones de sus pechos
como custodias, para bendecirles.
Calla, de puro oír, de pura asombro,
tú, mi más honda vida;
porque ya sabes qué lo quiere el viento
antes de estremecer los abedules.
Y una vez que el silencio lo haya hablado
concede la victoria a tus sentidos;
a cada soplo, entrégate y concédete:
él lo dará su. amor, lo mecerá.
Y entonces, alma mía, sé ancha y ancha,
que lo alcance la vida;
ensánchate como un traje de fiesta
sobre las cosas pensativas.
Los sueños que en lo hondura están cercados,
de la tiniebla déjalos salir.
Son como fuentes, vuelven a caer
más leves, a intervalos de canciones,
en el regazo de sus anchas pilas.
Y ahora sé: como los niños me vuelvo.
Toda angustia es tan sólo un comenzar;
pero la tierra no tiene final,
y el temor es el gesto solamente
y el ansia es su sentido...
Rainer María Rilke
(1897 - 1898)
30 de agosto de 2020
Pequeña cascada, Rainer María Rilke
Pequeña cascada
Ninfa, revistiéndose siempre
de lo que la desnuda.
que tu cuerpo se exalte para
la onda redonda y ruda.
Sin reposo cambias de traje
y hasta de cabellera:
tras de tanta huida, tu vida
queda como presencia pura.
País, detenido a medio camino
entre la tierra y los cielos,
a las voces de agua y bronce,
dulce y duro, joven y viejo.
como una ofrenda elevada
hacia manos acogedoras:
bello país acabado.
cálido como el pan.
Todo aquí canta la vida de antaño,
no en un sentido que destruya el mañana:
se adivina, valientes, en su fuerza primera.
el cielo y el viento, y la mano y el pan.
No es un ayer que se propague por todas partes
defendiendo para siempre estos contornos antiguos:
es la tierra contenta de su imagen
y que consiente en su primer día.
Viento que toma este país como el artesano
que conoce su materia desde siempre:
al encontrarla, caliente, sabe cómo hacer
y se exalta trabajando.
Nadie detendría su impulso magnífico; nadie
sabría oponerse a esta fogosa audacia:
y es también él quien, dando un enorme paso atrás,
tiende a su obra el claro espejo del espacio.
Rainer María Rilke
De las CUARTETAS VALAISANA
(1924)
A Madame Jeanne de Sépibus - de Preux
29 de agosto de 2020
De las rosas, Rainer María Rilke
De las rosas
(1924)
Si tu frescura a veces tanto nos asombra,
rosa feliz,
es que en ti mismo, dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.
Conjunto todo despierto, cuyo centro
duerme, mientras que innumerables, se tocan
las ternuras de ese corazón silencioso
que rematan en la boca extrema.
Te veo, rosa, libro entreabierto,
que contiene tantas páginas
de dicha detallada
que no se leerán jamás. Libro - mago,
que se abre al viento y puede ser leído
con los ojos cerrados...
de donde salen las mariposas, confusas
de haber tenido las mismas ideas.
Rainer María Rilke
De las CUARTETAS VALAISANA
(1924)
A Madame Jeanne de Sépibus - de Preux