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Mostrando entradas con la etiqueta Antonio Esteban Agüero. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Antonio Esteban Agüero. Mostrar todas las entradas

12 de junio de 2023

Elegía breve, Antonio Esteban Agüero




 
Elegía breve
 
Lloro unas cosas viejas, unas pobres cosas:
una tapia derruida y un tunal,
la lenta agonía de unas pencas
y la oscura muerte d un tapial.
 
Los días desgranan los adobes
y las sabias agostan del tunal,
ya no habrá lagartos en la tapia,
ni espinosas tunas que gustar.
 
Pero aunque los destruyan los días y os agosten,
y ya nadie os quiera recordar,
transitoria existencia —pobre, triste—
tendréis en la luz de mi cantar.
 
Antonio Esteban Agüero
De Poemas lugareños (1937)

11 de junio de 2023

Romance del niño del agua, Antonio Esteban Agüero

Romance del niño del agua
 
El niño llegó del agua
asombrado y conmovido,
diciendo a la madre: -Madre,
en el agua hay otro niño
un niño que me hace señas
con la mano, Madre, un niño,
que habla sin que yo le hable
y mira si yo le miro.
Qué país tan bello, madre
el país del otro niño,
las ranas juegan con él,
y los grises pececillos
le velan el sueño cuando
él reposa sobre el limo.
Qué país tan bello, madre
el país del otro niño,
tiene nubes, tiene estrellas,
nogales y juncos finos,
pero todo transparente,
todo puro y cristalino.
La madre le escuchaba atenta
y le dice con cariño:
—No quiero que vayas más
al remanso, niño mío,
el agua también engaña,
así como engaña el vidrio
que copia distantes nubes
y vilanos fugitivos.
Y el niño responde: —Madre,
en el agua hay otro niño;
con estos azules ojos
que tú besas, Madre, he visto,
la frente de lisa luna,
los ojos color jacinto.
 
La Madre se calla y luego
lo besa con un suspiro
las sienes por donde sube
la marea del delirio.
 
Al pie de la peña verde
que se inclinaba sobre el río
hallaron después la blusa
aún mojada de rocío…
 
 
Antonio Esteban Agüero
De Romancero de niños (1946)

 

10 de junio de 2023

Antonio Esteban Agüero recitando Digo La Mazamorra Del disco Antonio Esteban Agüero en su propia voz

Antonio Esteban Agüero recitando Digo La Mazamorra
Del disco Antonio Esteban Agüero en su propia voz

 
Digo la Mazamorra
 
La Mazamorra ¿sabes?, es el pan de los pobres,
la leche de las madres con los senos vacíos,
-yo le beso las manos al Inca Viracocha
porque inventó el maíz y enseño su cultivo-.
 
Sobre una artesa viene para unir la familia,
saludada por viejos, festejada por niños,
allá donde las cabras remontan el silencio
y el hambre es una nube con las alas de trigo.
 
Todo es hermoso en ella: la mazamorra madura,
que desgranan en noches de viento campesino,
el mortero y la moza con trenzas sobre el hombro
que entre los granos mezcla rubores y suspiros.
 
Si la quieres prefieres perfecta busca un cuenco de barro,
y espésala con leves ademanes prolijos
del mecedor cortado de ramas de la higuera
que en el patio da sombra, benteveos, e higos.
 
Y agregale una pizca de ceniza de jume,
la planta que resume los desiertos salinos,
y deja que la llama le transmita su fuerza
hasta que asuma un tinte levemente ambarino.
 
Cuando la comes sientes que el Pueblo te acompaña
a lo largo de valles, por recodos de ríos,
entre las grandes rocas, debajo de cardones
que arañan con espinas el cristal del estro.
 
El Pueblo te acompaña cada vez que la comes,
llega a tu lado,¿sabes?,se te pone al oído
y te murmura voces que suben a tu sangre
para romper la niebla del mortal egoísmo.
 
Porque eres uno y todos, comiendo el alimento
de todos, en la fiesta del almuerzo tranquilo;
la Mazamorra dulce que es el pan de los pobres,
y leche de las madres con los senos vacíos.
 
Cuando la comes sientes que la tierra es tu madre,
mas que la anciana triste que espera en el camino
tu regreso del campo, la madre de tu madre,
- su cara es una piedra trabajada por siglos -.
 
Las ciudades ignoran su gusto americano,
y muchos ya no saben su sabor argentino,
pero ella será siempre lo que fue para el Inca:
nodriza de los pueblos en el páramo andino.
 
La noche en que fusilen canciones y poetas
por haber traicionado, por haber corrompido
la música y el polen, los pájaros y el fuego,
quizás a mí me salven estos versos que digo ...
 
 
Antonio Esteban Agüero
 
De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

 

9 de junio de 2023

Canción para decir amor, Antonio Esteban Agüero


 
Canción para decir amor
 
   La ciudad está llena de avenidas
   que se llaman "te amo".
 
   La montaña está llena de paisajes
   que se llaman: "te amo".
 
   Suave arena del río que parece
   un leve sueño blando,
   está lleno de sol y pedrezuelas
   y se llama: "te amo".
 
   Florecitas anónimas que brotan
   a la par de tus pasos,
   y huelen igual que tu cintura
   y se llaman "te amo",
 
  Y esa nube en el viento del oeste
   y aquel árbol,
   y esta noche,
   y los pájaros,
   y la luz en ventanas del otoño
   se llaman: "te amo".
 
   La bandera del cielo al medio día
   se llama "te amo".
 
   La música triste que nos hiere
   de pronto como un dardo,
   y nos llueve brevemente los ojos
   se llama "te amo".
 
   Los nidos,
   los pensamientos claros,
   la fruta de cáscara brillante
   se llaman: "te amo".
 
   Las palabras dan sombra,
   largas sombras de álamos,
   y a su sombra me duermo como un niño:
   "te amo"…
 
              
Antonio Esteban Agüero
De Canciones para la voz humana

8 de junio de 2023

Digo la flora, Antonio Esteban Agüero


 
Digo la flora
 
Quiero este digo como piedra dura
clara piedra de luna conmovida
vencedora del musgo y de la lluvia,
triunfadora del tiempo y de la ortiga
para decir los nombres de la flora
que navegan mi frente pensativa,
viejos nombres del árbol y la hierba
y también de las rientes florecillas,
nombres sabrosos, sugerentes nombres,
que a veces son como la cosa misma,
recorridos por músicas secretas,
perfumados de savia y de resina,
castellanos a veces y otras veces
con abolengos araucano o quichua.
 
El Tala nombro, cuya sombra tiene
transparencia de lumbre submarina,
con el ramaje complicado y vasto,
como creado por loca fantasía,
recubierto de pálida verdura,
que los ojos encanta y clarifica,
y el Chañar y su espíritu gregario,
pues no sabe crecer sin compañía,
bello de flores cuando acaba octubre,
rico de frutos cuando enero inicia,
y el Piquillín, agudo como un grito,
tunicado de innúmeras espinas
que defienden las gemas de su fruta
de toda humana o animal codicia,
piquillín del infante y de la abeja,
piquillín del pájaro y la víbora,
bajo el sol y la sombra de tu nombre
vuelvo a leer mi infancia campesina,
y el Palán-Palán, en cuyo acento
se oye sonar una remota esquila,
y el Espinillo con flores que parecen
oro de bucles, redonda pelusilla,
surtidor de fragancia que nos llena
el alma toda de una azul caricia,
y el Ucle de largos candelabros
que parecen arder a mediodía,
y el Tintitaco, el de leña fuerte,
y también la utilísima Jarilla,
que produce la escoba para el patio
y carbones de lumbre sostenida,
y es color en la lana de la colcha,
y salud en la criolla medicina,
y el Caldén, solitario en su grandeza
como los héroes de la saga antigua,
y el Molle, que nace donde el bosque
comienza a trepar por las colinas,
viejo amigo de cabras y regatos,
árbol señor en cuya fronda habitan
la frescura más riente de la sombra
y el sonido más puro de la brisa.
Y el Quebracho rugoso y poderoso,
fuerte columna de las selvas indias;
y el Coco que guarda en su corteza
beta de jaspe o de alabastro,
rica para mano de artífice paciente
o para torno y gubia de ebanista,
y el Peje, el flechero silencioso
en quien lo verde se trocó en espina,
erizado dragón, guerrero rudo,
siempre dispuesto a la valiente lidia,
y el Llantón que llora si la lluvia
en alas del viento se aproxima,
y el Retamo de nudos sarmentosos,
cuya madera cuando está pulida
se parece a los ónices brillantes
oor sus betas verdosas y amarillas,
y el Algarrobo, siempre el Algarrobo,
con su joven verdor que purifica,
hijo del sol y padre de la sombra,
prócer y solo en la quietud del día.
 
Y ahora digo las hierbas numerosas
que conoce mi mano sensitiva,
verdes labios del bosque en primavera
que recogen la luz y la energía,
que navegan la luz para trocarla
en corazón y fuente de la vida.
pachamama las nutre de su seno,
cuando la savia su retorno inicia,
y ellas cubren el valle y la pradera,
en invasión que avanza cada día,
como asalto de viento o de marea,
sobre el terruño pardo de provincia.
olas alegres, renacer fragante,
verde mar prisionero en la semilla,
que despierta de pronto sobre el mundo,
para acunarlo en pechos de nodriza.
 
De repente los nombres de las flores
llegan a mí por sendas de la brisa,
a posarse en la rama de mi pecho,
donde se suele aposentar la dicha,
el Vinagrillo de color del oro
cuya corola es una copa fina,
y donde beben rocío los rundunes,
y dulzuras de polen las avispas,
y la Flor del Aire, suma de belleza,
nieve fragante, estrella florecida
reclinada en los troncos suavemente
como en un pecho varonil la niña
con su tenue fragancia que parece
venir de allá, donde la noche gira.
y los ángeles cantan a los muertos,
la celeste canción que resucita,
y la Verbena de color morado
y también la silvestre Margarita,
la luna con sol que sueña blandamente
bajo el beso y la nana de la brisa
y esa gota de sangre sobre el aire
que se llama Flor de Maravilla,
con que a veces inventan las muchachas
arrebol para labios y mejillas,
y el Suspiro, perfecta como el cielo
y traslúcida y leve y sensitiva,
flor de ver con los ojos entornados
y alabar con el alma de rodillas,
y el Topasaire como un sol pequeño,
y un Tulipán sin nombre todavía
cáliz azul, campánula luciente,
que cierta vez, al declinar el día
me detuvo en el bosque largo rato
como el destello de una perla viva,
y la Pasión, que en pétalo y estambre
más y mejor que la vitela escrita
nos refiere la historia del calvario
la sola flor que celebró la misa,
y el Loconte, la flor estrafalaria
a las barbas del duende parecida,
y el Hachón, esa virgen luminosa,
fieramente celada por espinas,
y también la modesta Salvilora
que descubre una trémula amatista,
y la copa solar del Kiskaluro,
y la Saeta con su luz marina,
que parece una lágrima temblando
sobre la fresca hierba amanecida,
y la bella Lagaña de los perros
a quien rindo galante pleitesía,
y el Ilolay, la flor de la leyenda
que nos devuelve la visión perdida.
 
¡Ellas guarden mi nombre del olvido
Bajo el sol y la luna de provincia!
 
Antonio Esteban Agüero
De Los “Digo” del Poeta. Un hombre dice su pequeño país (1972, Edición Post Mortem)

7 de junio de 2023

Soneto II Las calaveras, Antonio Esteban Agüero


Soneto II
Las calaveras

 
 
Descubrí calaveras, calaveras
calaveras de tordo y golondrina
no mayores que frutos de moreras
calaveras de formas femeninas.
 
Como flores de raras primaveras,
como fresas de carne blanquecina,
como mínimas lunas verdaderas
sobre la falda de la hierba fina.
 
Allí estaba la sabia calavera
del lechuzo sutil, la guardadora
de los mensajes de la brujería.
 
Y allí estaba la grácil calavera
—por tan menuda casi aterradora—
del picaflor en gesto de agonía
 
Antonio Esteban Agüero
De Cementerio y otros poemas (1940 - 1947)


 

6 de junio de 2023

Gratitud agrícola, Antonio Esteban Agüero

Gratitud agrícola
 
Gracias, claro cielo, por tu bello regalo:
la lluvia que ayer noche
cayó sobre los prados.
La gratitud mía es la misma de los huertos,
De los campos agrestes o labrados.
 
Gracias, claro cielo…
Podré continuar, riente y confiado,
Mi agrícola trabajo comenzado:
el de atar y sembrar
la menguada extensión de mi cerdado.
 
Ya me parece ver la blanda tierra
florecer su negrura tras mi arado,
ya paréceme sentir
doble suela de tierra en mi calzado,
y mirar en las melgas tordos negros,
devorando lombrices y gusanos,
y paréceme estar viendo
un casal de urracas, reposando,
en el pacífico lomo del caballo.
 
Antonio Esteban Agüero
De poemas lugareños (1937)

 

22 de junio de 2020

Pequeña canción cristiana, Antonio Esteban Agüero


Pequeña canción cristiana

Si yo fuese pintor
no solamente adulto,
sino niño también lo pintaría,
verde niño patético,
martillado en la cruz y coronado
por las saetas del espino negro.

No varón solamente,
no solamente varón hebreo,
sino joven mujer crucificada,
y desnuda en la luz, pero vestida
por su solo cabello.

Si yo fuese pintor lo pintaría
no solamente hebreo;
con los ojos mongólicos lo haría,
con la boca del negro,
con la tez de maíz del zapoteca,
con los ojos noruegos...

Un Cristo de todos,
para todos,
como la Sal y el Agua,
la Música y el Fuego.


Antonio Esteban Agüero
De Canciones para la voz humana. Edición de María Rosa Romanella de Agüero diciembre de 1973

21 de junio de 2020

Canción del buscador de Dios, Antonio Esteban Agüero


Canción del buscador de Dios

Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
A través de la sombra y la neblina;
sumergido en la zona de penumbra
que separa los días de las noches,
y al cristiano también
del no cristiano,
por laberintos de la sangre oscura.
Siempre buscando;
desde niño buscándolo;
buscando.
Golpeando viejas puertas
clausuradas de bronce martillado;
gastando los ojos en las hojas
de antiguos libros muertos;
vigilando la savia cuando sube
por racimos y flores de verano;
escuchando palomas y cigarras;
mirándome en espejos
esta pálida frente,
estas frágiles manos,
esta boca que guarda la palabra,
oyendo la música que llueve
desde el silencio de los astros.
Buscando;
desde niño buscándolo;
preguntando
por las calles donde está la gente,
por caminos del campo.

Por veces mendigando
la respuesta total
a la total pregunta.
Yo quería encontrarlo
(yo solo descubrirlo)
donde quiera que fuese para darle
mi agradecimiento humano,
por la cósmica lumbre que me habita,
por la gota de vida que me nutre,
por este débil corazón desnudo
que siento pulsar en mi costado.

Darle las gracias, sí,
por haberme construido como soy;
de sueño, de madera,
de cóleras y miedos,
de bondad y ternura,
de soledad y de razón pensante,
de claridad,
de sombras, de música y pecado.
Descendí por él a catacumbas,
anduve por túneles cerrados,
batallé con demonios,
conocí a la serpiente
y el abrazo
de su lívido cuerpo
de aceros anillados,
me frecuentaron
dragones y brujas increíbles;
y alguna vez solté, como a villanos,
las locas miradas por el cielo,
lejos de mí del mundo,
desprendidas del ser y de los ojos
el infinito solo navegando.
Y yo buscando;
desde niño buscándolo;
buscando...
Lo imaginaba ajeno,
misterioso,
terrible,
lejano.
Después de muchos viajes,
(ya en la curva más allá de los años)
de tormentosos viajes, con las velas
y los mástiles rotos, circundado
por el horror del mar donde las olas
eran de fría soledad de nada,
recordé una capilla entre los cerros,
los claros cerros de cristal morado,
y una joven pareja que venía
con un niño en brazos;
rememoré la pila con el agua,
las gotas de luz sobre la frente
los maderos en cruz, y la figura
solitaria y herida por los clavos.

Me recordé pequeño.
(el sabor de la sal sobre los labios)
volví a verme pequeño,
y recordé que el nombre que llevaba
era el nombre del niño que sentía
bajar sobre su frente
la santa cruz de agua ...
Yo dije: Dios, oh Dios. Oh Dios.
Aquello fue tremendo,
un cósmico relámpago,
como si el mismo Sol me detonara,
granada solar, entre las manos,
como la luz aquella de la bomba
que aniquiló la tarde en Hiroshima ...
Y dije: Dios, oh Dios. Oh Dios,
y dejé de buscarlo;
campanas sonaban por mi sangre
y dejé de buscarlo;
cantaba un millón de ruiseñores
y dejé de buscarlo ...

Antonio Esteban Agüero

20 de junio de 2020

1, Antonio Esteban Agüero


1


Como no sé, ni puedo,
cantar cosas grandes,
canto la modestia
de cosas rurales.

Delicias del campo:
faenas y hólganzas,
la paz de mi villa,
las glorias serranas,
una vida recta
más clara que el agua,
quizás una risa,
tal vez una lágrima...

Amo más que el muro
de elegancia urbana,
la firmeza humilde
de la tapia aldeana,
y más que la vida
veloz, ciudadana,
mi vivir oscuro
en la tierra puntana.

¡Ojalá que nunca
de esta villa salga!
Y si el ruego se cumple,
destino... ¡bienhayas!


Antonio Esteban Agüero
De Poemas Lugareños (1937)

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