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El río tiene esta mañana, amigos, una fisonomía cambiante, móvil, en su amor con el cielo melodioso de otoño. Como una fisonomía dichosa cambia, como una
fisonomía sensible, sensitiva. Orillas. Isla de enfrente. Cómo danzaría la alegría allí, cómo danzaría, ebria de ritmo ante las formas de las nubes, de las ramas, de la gracia de los follajes penetrados de cielo pálido y dichoso! ¡Cómo danzaría la alegría allí! Orillas. Una mujer que va hacia una canoa. Hombres del lado
opuesto que cargan
la suya. Los gestos de los hombres y el paso de la mujer y el canto de los pájaros se acuerdan con el agua y el cielo en un secreto ritmo. Un momento de olvido musical, un momento. Un momento de olvido
para nosotros, claro.
Domingo El sol y el viento, solos, sobre el pueblo. Alegría de cal, de callejones últimos entre un pudor de ramas, por donde mis paseados, lentos días salían a suaves campos. Vecino era del agua y de la luz. Campanas. Oh, la infancia que era como estas hojas, gracia viva del aire y los reflejos bajo la penetrante,
mansa mirada de la
tarde. Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932)
El pueblo bajo las nubes... Duerme el pueblo. ¿Es ello cierto bajo esta luz casi
nevada de un jardín algodonoso que flota, se abre, y ciérrase sobre las calles
solas en una fantasía toda infantil de pura? Yo sé, oh, que las cosas, sólo las cosas, sólo, se
iluminan en esta irradiación alada y
candida— Grandes cisnes
efímeros sobre un sueño de cal y de follajes? Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)
GARCÍA LORCA... Iba con un énfasis todo infantil con el hallazgo de las canciones del pueblo. Oh gracia fresca
del pueblo para decir su alegría, su dolor, la pesadilla terrible de su vida donde veía las sombras de la fatalidad, por veces: un niño en los infiernos con las alas del ángel de la
melodía! Qué soplo en los cantos! A veces, oh, qué viento! en las [canciones. Pero él no quería poner ritmo al viento porque escuchaba a la secreta sangre, a la profunda
sangre, y era en la luz antigua, y viva, y eterna, de la tierra y el cielo:
resplandor: el más puro; aroma: el más etéreo, del gran [niño doliente que hoy madura entre las balas, o música de las músicas que venían como un río viejo de
los [primeros sufrimientos y de las primeras nostalgias, de las primeras rebeliones y también de las primeras
fiestas! —oh, qué surtidores de gracia él curvaba como un mago— Azucena aparecida o caballo alado que viene de los olivares tocando alarmas en su galope de sueño porque la tierra está toda sonora: increíblemente tronchada, o cazado a tiros, oh poetas, en la noche estúpida y
cobarde! Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)
IBA LA FELICIDAD Iba la felicidad en cuatro remos volando en el cielo del río hacia el fondo de la tarde. La felicidad buscaba el secreto de la tarde, y no podía encontrarlo, pues su misterio
huía cada vez más, de tan diáfano. . . .Y no podía encontrarlo. Pero cantó, y el sensible cristal íntimo se hirió: el canto había encontrado el secreto de la tarde. A cuatro remos venía la felicidad aleteando desde el fondo de la tarde. Un largo rosa
espectral era el cielo del río. La felicidad venía de doble sombra callada. Un hastío de agua-fuerte era el paisaje del río. Pero arriba se abrían guiños de innumerable dulzura. Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932)
Jose Luis Colombini leyendo poemas de Juan L. Ortíz. Río
rosado en la noche y Estas primeras tardes de primavera. Café Literario del
7/5/09, Villa Dolores, Traslasierra, Cordoba, Argentina Miguel Ortiz y Susana miranda opinan y cuentan anécdotas.
RIO ROSADO AUN EN LA NOCHE Juan L Ortiz de El alba sube..
(1933 – 1936) Juan L Ortiz de El alba sube.. (1933 – 1936) Río rosado aún en la noche, a ras con las orillas, pálido entre las sombras. La luna quiere guiarte o encantarte esforzándose por mostrarte los países aún no marchitos del ocaso. Tú aún los recoges, con una cortesía un poco distraída, río rosado en la noche, pues tienes una secreta obstinación de correr mucho esta noche. Nada de sueño, no, a pesar de la invitación de la luna, y de los grillos de la orilla que te llaman, y de las luces cercanas que te hacen señas, y de alguna casa de la barranca, que quiere alargar su reflejo en tu paz. Alto río rosado, pleno. Una infantil energía, un ilusionado impulso, te hace sordo esta noche a lo que antes te hacía soñar y quedarte hasta el alba. El canto de un pájaro en la medianoche te detenía ¿recuerdas? frente a un árbol. Ah, nos engaña casi tu transparencia tardía, rosada, y con estremecimientos ya azulados. Río pleno, pálido en la noche. Juan L. Ortíz
Estas primeras tardes de primavera, tan celestes, tan puras, —Domingo que es una soledad de luz y árboles— cómo me entristecen! Perdonadme, camaradas, esta tristeza. Estoy penetrado de sutiles, de viejos venenos. Me entristecen quizás porque bajo el vuelo posado de esta dicha aérea, me encuentro frente al fantasma de mi soledad de antes. O es que una dicha así impalpable es siempre triste? Excusadme, compañeros, este suspiro. Los Domingos de estos pueblos tienen la sonrisa de una muerte encantadora. Pájaros que apenas cantan. Y árboles, árboles, sólo, con el cielo. Pienso que si todos fueran dichosos, cómo respondería esta dicha a la paz fluida del cielo. Guirnaldas humanas ondularían armoniosamente cantando las canciones sencillas y bellas de los poetas amados de todos. Las músicas que soñaba Debussy para los parques, harían un tejido frágil y grave, suspendido. Es esta tristeza, entonces, la tristeza de la posesión? Si en todos estuviera esta dicha como una gracia transparente que diera ritmo a los cuerpos, melodía a la voz, amor vivo, vivo, a las almas, sensibilidad a todos bajo los dedos de la música, yo no estuviera triste. La belleza de la tarde no sería recogida sólo por los árboles, por los pájaros, por el río que la lleva, hacia dónde? por un refinado nostálgico y ultrasensible, sino que tendría también una más amplia, inmediata, y por [qué no? más completa expresión humana. La tarde para todos, compañeros. Juan L Ortiz de El alba sube.. (1933 – 1936)
Invierno, tarde tibia... Invierno. Tarde tibia. Como en una dicha diamantina todo. Aéreos, casi, la hierba y el agua. ¿Será en la noche inquieta, aterida, un recuerdo
translúcido, esta tarde? Un aroma infinito, tibio, debiera ser, penetrando los sueños llenos de formas quietas y como eternizadas. Debiera ser. Como un vuelo se pierde, sin embargo. —¿Pero se pierde un vuelo?— Visita alada sin la mínima atención humana a que tenía derecho. Pienso. Oh, no sueño. Entre la sangre y el fuego, quizás, entre el dolor paciente, se ganarán los estados necesarios a la cortesía con los
ángeles. La cortesía de todos para que la gracia no sea un
privilegio, y puedan las noches futuras delicadamente defendidas para todos y para algo que será más que la dicha —oh exquisitos a
quienes la dicha sola os hiere— estremecerse, secretas, con el recuerdo aún vivo de alas entrevistas y de nimbos extraños. Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)
Videopoético del Café Literario del Jueves 05 de Agosto
de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital
de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Viento EL VIENTO El viento ha apagado la tarde. Y el anochecer moroso, de azul místico, Llega Noche pálida aún, y rameada. Serafines, veo, solos, sobre las ramas. Pero el ángelus tiéndeles amigas manos, y sonríen. ¡Cómo se pierde su sonrisa en la sombra! Juan L. Ortiz de El alba sube. . . (1933-1936)
Juan L. Ortiz Mientras se cubre el monte con una marejada de razas, nublados de cuchillas hacen sombra y cruza el parejero de Corrientes. Atrás, muy atrás, planea una sombrilla de aves, vaga se moja la sombra de la tierra y huye en una tordilla alada. Francisco Madariaga
Es Otoño, muchachos, Juan L. Ortiz Es Otoño, muchachos. Salid a caminar. Otoño en su momento inicial, más hermoso. No os engañará este azul casi alegre? ¿Alegre? ¿La profundidad tiene alguna vez alegría? ¿No os engañará este verde joyante por momentos? ¿ O esta invitación alada de la tarde ? No, una honda presencia deshace las azules sombras y apaga la alegría del campo —un luminoso, puro sueño que tiembla— ¿Cómo, y la tarde no se corona de flores como de un fuego quieto de ángeles guardianes? Ya está el viento, muchachos, el viento del otoño, del
otoño, violento o suave casi como un suspiro, una enfermiza alma de qué oscuros reinos? que revela en las cosas un herido pensamiento de sorprendidas criaturas. El viento, niño fúnebre que juega con las últimas ilusiones del
cielo hasta darle una aguda limpieza de extraña agua final. El viento, muchachos, el viento infinito. Juan L. Ortiz de
El alba sube. . . (1933-1936)
Con una perfección exquisita... Juan L. Ortiz Con una perfección exquisita —exquisita ¿verdad?, hermanos míos pálidos y rotos— el Domingo —ligera nube lila de paraísos y luz propia de flores— se evapora. Gracias a vosotros, al oscuro trabajo de vosotros, puedo estar yo aquí sentado mirando cómo el cielo último al morir vuelve su faz hacia el jardín, y éste quiere subir y da dos o tres notas luminosas antes de exhalarse todo para la noche. Cómo se corresponden estas muertes —¿verdad, hermanos míos? Yo oigo el final suspiro de estas frágiles vidas y me estremezco. ¿Pero qué os doy, hermanos míos, qué os doy por vuestro oscuro trabajo? ¿Qué os daré? ¿Armas para vuestras guerrillas? ¿Cantos que os prendan alas de fuego a vuestros pasos? ¿Luces sensitivas para las cosas que rodearán vuestros lejanos hijos de numerosas y delicadas presencias? Ah, sólo quizás simples, torpes reflejos animistas o mágicos. Juan L. Ortiz de El alba sube. . . (1933-1936)
SEÑOR ... Juan L Ortiz de El agua y la noche (1924-1932) He sido, tal vez, una rama de árbol, una sombra de pájaro, el reflejo de un río... Señor, esta mañana tengo los párpados frescos como hojas, las pupilas tan limpias como de agua, un cristal en la voz como de pájaro, la piel toda mojada de rocío, y en las venas, en vez de sangre, una dulce corriente vegetal. Señor, esta mañana tengo los párpados iguales que hojas nuevas, y temblorosa de oros, abierta y pura como el cielo el alma. Juan L Ortiz de El agua y la noche (1924-1932)
Video de José
Luis Colombini leyendo Señor de Juan L. Ortiz 7 de mayo 2009