AI hermano menor
Tú, niño ayer, a quien llegó la confusión;
no se disipe en ceguedad tu sangre,
No piensas en placer: piensas en la alegría:
estás hecho tu mismo que un esposo
y habrá de ser tu esposa tu pudor.
El gran gozo también tiende hacia ti,
y de pronto los brazos están desnudos todos.
En piadosas imágenes las pálidas mejillas
están cubiertas de fuegos extraños:
y tus sentidos son corno muchas serpientes,
que, ceñidas del rojo del sonido,
se tensan al compás del tamboril.
Y de repente- tu has quedado solo
con tus manos, que tu odian...
Y tu voluntad no hace un milagro:
Y allá van, como por sombrías calles,
rumores de Dios por tu oscura sangre.
Rainer María Rilke
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