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19 de octubre de 2015

Nuestro país, Elvio Romero

Nuestro país

Nuestro país (el mío,
el que puedo ofrecerte), aquella
dulce tierra violenta, con la frente
segada y abolida por un aire quemado,
donde ochocientos ríos le dan curso a sus ojos
y cordilleras verdes le apoyan la andadura,
desgajo de protesta vegetal y verano,
mi país que se instruye sobre un nivel
de lluvias,
oh mi país hermoso,
despiadado y profundo,
fiel a si mismo, puro, solitario, implacable,
nos reserva un asiento
de hierbas y azahares, desenvuelve
-mi amor- sus recelosos,
sus imperiosos meses, su silencio,
por esto, por nosotros,
por asir esa luna de carbón desdichado
que se nos sube a veces por la noche a los ojos...
 


Elvio Romero

17 de octubre de 2015

Todos aquí llegamos, Elvio Romero

TODOS AQUÍ LLEGAMOS

Todos y cada uno,
todos aquí llegamos
con un aire de sol y viento con paisajes,
mordiendo un odio largo, largamente callado,
y poco acostumbrados a este oficio de horror,
de turbio fango.

Pecho al calor abierto.
Con cabellos hirsutos, puños, arterias, manos,
trajinamos senderos de osamentas
y uniformes amargos.

Con un anochecer en las pupilas
y un tanto fatigados
de estampidos y muertes y tensiones,
caminamos, vibramos y matamos.

Rudo dolor de pueblo, ruda angustia
de pueblo asesinado.
Por eso vamos todos, cada uno,
para poder vengarlo.

Con un aire de sol y viento con paisajes,
soñadores, osados, temerarios;
con un sacudimiento de tierra descuajada
y arada a fogonazos.

 Elvio Romero de Días Roturados

(Edit. Lautaro, 1948)

16 de octubre de 2015

Réquiem para un titiritero, Elvio Romero

 Réquiem para un titiritero

                                       En memoria de Julio Correa.


En la casa de la colina
desde ayer habita la muerte,
                   el viento
    desgasta un telón verde;
    hay un tinglado triste,
    vacío, que se mece,
en la casa de la colina
donde una flor morada crece.

En la casa de la colina
hay rincones que palidecen,
                  un halo
      de luna el techo envuelve,
      hay Príncipes y Reinas
      y Arlequines con fiebre,
en la casa de la colina
por donde el tiempo se detiene.

En la casa de la colina
sube el musgo por las paredes
                    la noche
       penetra y se conmueve;
       hay fantoches que sacan
       el guante a la intemperie,
en la casa de la colina
donde un retablo se oscurece.

En la casa de la colina
la desdicha tejió sus redes,
                   el aire
      se detiene y se hiere;
      hay un hondo silencio
      de pantomima inerte,
en la casa de la colina
donde la sombra se estremece.

En la casa de la colina
corre el frío por los dinteles,
                  la luz
      da un traspié y retrocede;
      hay un traje vacío,
      un Corcel sin jinete,
¡en la casa de la colina
que da vuelta y desaparece!

Elvio Romero 

De Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)

15 de octubre de 2015

Bella y Nocturna, Elvio Romero

Bella y Nocturna

"Viene, me digo siempre
Viene, me digo siempre. Bella y nocturna, digo,
y está a mi lado y viene. Y en la noche descanso
junto a su pecho, al borde de su pecho, al remanso
de su cálida sombra sirviéndose de abrigo.
Siempre me digo, viene,
Bella y Nocturna, y siempre se levanta en mi sueño
despacio, apareciendo como en un bosque
umbrío, fiel y asidua en mi frente,
como alguien que debiera, siempre bella
en un bosque, responder cuando digo
Bella Nocturna en sueños
cuando me digo, viene.
Y acude fiel y asidua, con cálida sombra

cuando, Bella Nocturna, con su sombra me abrigo."

Elvio Romero

14 de octubre de 2015

Todos aquí llegamos, Elvio Romero

TODOS AQUÍ LLEGAMOS

Todos y cada uno,
todos aquí llegamos
con un aire de sol y viento con paisajes,
mordiendo un odio largo, largamente callado,
y poco acostumbrados a este oficio de horror,
de turbio fango.

Pecho al calor abierto.
Con cabellos hirsutos, puños, arterias, manos,
trajinamos senderos de osamentas
y uniformes amargos.

Con un anochecer en las pupilas
y un tanto fatigados
de estampidos y muertes y tensiones,
caminamos, vibramos y matamos.

Rudo dolor de pueblo, ruda angustia
de pueblo asesinado.
Por eso vamos todos, cada uno,
para poder vengarlo.

Con un aire de sol y viento con paisajes,
soñadores, osados, temerarios;
con un sacudimiento de tierra descuajada
y arada a fogonazos.

 Elvio Romero de Días Roturados

(Edit. Lautaro, 1948)

13 de octubre de 2015

Sobre aquel camino real, Elvio Romero

SOBRE AQUEL CAMINO REAL

Sobre aquel camino real
una fogata se encendía,
como una lámpara de luz
en una loma desteñida,
y cambiando de sitio siempre
asombraba las noches tibias,
sobrecogiendo a los viajeros
de rumbo aciago y despedida.

El fuego fatuo, en el camino,
con su ala blanca y movediza,
guardaba el alma de un guerrero
desfallecido en sus orillas,
o de otras almas encerradas
en el temblor de una guarida,
de otra gente, de otros viandantes,
con su jornada no cumplida.

Habían desapariciones
y extrañas cosas sucedidas,
que la penumbra se poblaba
con inquietudes de agüería,
y el viento jadeaba sin pausa
sobre casas emblanquecidas,
como si el cielo estremeciera
el paso de las Siete Cabrillas.

Sobre aquel camino real
se desgajaba nuestra vida,
nuestro destino de troperos
de nubes y de maravillas,
de ilusiones que se esfumaban
y a cada instante renacían,
como esa chispa solitaria,
color luciérnaga perdida.

Algo tendríamos, al fin,
de aquella hoguera y sus pupilas,
que estábamos y que no estábamos
con el alma en su exacta cita,
sino, más bien, como la llama
que parpadea en su vigilia,
llamaradas en senda inquieta,
heridos de una tierra herida.

Sobre aquel camino real,
los hombres de una lumbre viva.
  

Elvio Romero de Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)

6 de septiembre de 2015

Madrugada, Elvio Romero

Madrugada

Bajó la luna sobre el descampado
como un pabilo en vela que vacila,
como las alas de la garza blanca
que voló en andas de una lluvia fina;
salió temblando entre las nubes quietas,
girando sobre sí, redonda y viva,
sorprendiendo a un ramaje de penumbras
que daba sueño al pueblo que dormía.

Ya no guarda la noche sus secretos,
porque la intacta lumbre la ilumina,
porque con dedos de oro aparta el velo
de los rincones y las cosas íntimas;
todos los besos se inmovilizaron,
las caricias se acallan desvaídas,
y los ojos febriles se retraen
en una red de luz que los enfría.

Todo ha quedado inmóvil. Los misterios
que rondan la penumbra se disipan,
los brazos enlazados languidecen,
pierden los labios su pasión furtiva,
los murmullos se acallan, dando paso
a la quietud que resplandece y brilla,
y en las rejas de amor, las serenatas,
musitan una incierta despedida.

Se asomó el alba por mirarle el rostro,
se acercó el búho de mirada estricta,
el ave en ronda de los tajamares,
la cascabel sonora en su guarida;
se acercaron la alondra y el venado,
se acercaron por verle la mejilla,
pero la lumbre, somnolienta y riente,
con un guiño final de despedida,
cerró los ojos, inclinó la frente,
y dio lugar al despertar del día.

Elvio Romero


De Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)

5 de septiembre de 2015

El hijo de la tierra, Elvio Romero

EL HIJO DE LA TIERRA

Si me toca volver, si me tocara
volver a lo hondo, al haz de los rastrojos,
a lo hondo triste que encendió mis ojos,
a lo hondo cruento que labró mi cara;

si a mi propio nacer volviera para
remodelar mis raíces y despojos,
y tocando ese erial de fuegos rojos
mi propio origen, fuerte, me tallara:

volvería a cumplir el mismo rito,
volvería a cantar del mismo modo,
volvería a esplender el mismo nombre.

Pues arbolando siempre el mismo grito,
la misma luz transformaría todo,
¡la misma luz coronaría a un hombre!


Elvio Romero
El sol bajo las raíces
1952 -1955

4 de septiembre de 2015

Padre de fuego, Elvio Romero

PADRE DE FUEGO

Padre: te hablo otra vez en la mañana
radiante hacia los blancos cocoteros
te hablo otra vez, tendido en tus fronteras,
           varón gallardo.

De Sur a Norte te contemplo y leo
las misteriosas líneas de tu mano.
te nombro una vez más y no respondes,
           Paraguay duro.

Fronterizo del viento y de la luna,
país forjado en el verano y hecho
de cántaro canoro y sosegado,
           tierra cantora.

Con labios tibios de color de greda,
pareciera que besas tus congojas,
0 cubres tus heridas con un besó,
          Paraguay hondo.

Jaula encerrando pájaros errantes
o cantores errantes como pájaros,
despierta el cielo cuando allí se canta,
           laurel sonoro.

Cuando se canta allí, cuando se sufre,
cuando hay alguien que llora por sus muertos,
cuando todo suplica por los vivos,
           Paraguay triste.

Tienes una aureola de martirio,
halo de pasionaria conmovida,
clavo y látigo en flor de una Via Crucis,
          carne sufrida.

Y cuando todos te despojan, pones
la mejilla ofreciéndola al castigo,
Cristo moreno con los pies en llaga,
           Paraguay bueno.

Hijo distante, me pregunto a veces
por qué te escribo este cantar, si dejas
un áspero dolor en mis recuerdos,
           Padre inquietante.

De lejos, Padre, canto la escarlata
luz que algún día alumbrará tus pasos,
celebro a un astro en tus boscajes, canto
el gesto libre que te hará dichoso;
te imagino también con poncho de alba,
padre purpúreo, Paraguay profundo,
           Padre de fuego.


 Elvio Romero de Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)

3 de septiembre de 2015

Se va el circo, Elvio Romero

Se va el circo

Se va el circo del pueblo.

El cielo, encapotado.
                                     Hay un paisaje
mágico que se esfuma.
Desde el baúl que lleva consigo el saltimbanqui,
saluda un viejo traje.
                                     Se agitan los felinos
y el domador, gallardo, sube a un caballo y parte.

Se va el circo.
                         Garúa
sobre el rincón baldío.
                                         Los carromatos salen
en medio de una calma sofocada y de muerte.
Van el payaso, el músico, la gorda, el tragasables
—los que a la gente humilde dieron un paraíso
de sueños, un alborozo raudo como el vuelo de un ave—,
misteriosos y lentos, como si los cubriera
la galera del mago con pañuelos radiantes.

Se va el circo.
                        Hay colores
de rotas serpentinas sobre la alfombra grande;
el ángel del trapecio desde una nube ríe,
pasa y desaparece.
                                   Quedan viejas canciones en el aire.
Hay una vaga angustia de partida
en la mirada inmóvil de un animal salvaje.

          Se va el circo del pueblo.
En un hondo vacío las golondrinas caen.
Y hasta la carpa verde se parece a un pañuelo
de novia, que llorando se despide en la tarde...

Elvio Romero


De Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984)

2 de septiembre de 2015

Éxodo, Elvio Romero

Éxodo

En los valles imaginarios
salen volando los pañuelos,
vuelan las nubes en la tarde,
al aire vuelan los sombreros;
en los patios de arena roja,
los niños ensayan un juego
donde se cambian de lugares,
con encuentros y desencuentros.

En los valles imaginarios
los ríos pasan sonriendo,
llevando lejos las jangadas
desamarradas por los vientos;
las flores de la serranía
se inclinan, ofreciendo un beso,
como diciendo “¡adiós, adiós!”
a las abejas en su vuelo.

En los valles imaginarios
todos los pájaros se fueron,
quedan vacíos de sus trinos
los profundos aserraderos;
los trenes, en la lejanía,
son lentas sombras del recuerdo
y hasta los jóvenes del baile
de pronto desaparecieron.

En los valles imaginarios,
el hombre sigue prisionero
de su deseo de alejarse
de su querencia y sus anhelos;
nadie dice “Me quedaré -
a ser un árbol de este suelo”,
da tres vueltas y dice “¡adiós!”
como llevándose el sendero.

En los valles imaginarios,
todos los seres se movieron.
¿Qué ha sucedido en esta tierra,
que signa a sus hijos con miedo
de estar atados a su sombra,
de asumir todos sus silencios;
que nadie cumple su destino
y andan errantes por el cielo?
En los valles imaginarios,
la luna se inclinó partiendo
hacia un rincón desconocido
de naranjales sin consuelo;
se cantaron las serenatas
últimas, en callado deseo,
y murmurando “¡adiós, adiós!”
las rejas mismas se perdieron.

En los valles imaginarios,
por donde vuelan los pañuelos.
  

Elvio Romero de Los valles imaginarios, Editorial Losada (1984

1 de septiembre de 2015

Tormenta, Elvio Romero

Tormenta

La noche ha sido larga.
Como desde cien años
de lluvia,
de una respiración embravecida
proveniente de un fondo de vértigo nocturno,
de un cántaro colorado
jadeando en la tierra,
el viento ha desatado su tempestad violenta
sobre el velo anhelante de la ilusión
efímera, sobre los fatigados menesteres
y tú y yo, en la colina
más alta,
en el rincón de nuestros dos silencios,
abrazados al tiempo del amor, desvelándonos.

Deja que el viento muerda sobre el viento.
Yo te cerraré los ojos.


 Elvio Romero 

31 de agosto de 2015

A la intemperie Elvio Romero

A LA INTEMPERIE

Somos hijos de la intemperie,
           de la indolencia y de la tierra.

Por eso el perfume salvaje
           de las flores en tu cabeza,
por eso es que corres descalza
           por los senderos de azucena,
por eso es que te despeinan
           los vientos de la cordillera,
por eso y por la quemadura
           que nos enciende sobre la arena.

De nuestro pecho han salido
           como brotes de una pradera
esas substancias desesperadas
           y esas aguas de noche negra,
y la iracundia y la codicia
           de los que en la tarde se besan
y esos pájaros deslumbrantes
           que enloquecen tu caballera,
y ese gran cielo enronquecido
           de oscuras aves carniceras,
y la galaxia y las serpientes
           que insolentan las madrigueras,
todo eso y la quemadura
           que nos enciende sobre la arena.

¡Somos hijos de la intemperie,
           de la indolencia y de la tierra!

 Elvio Romero


De un Relámpago herido (1967)

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