Pablo entre los gentiles
Su pie
acostumbrado al desierto,
su ojo,
repudiaban el mármol
mientras
descendía entre mirtos y laureles,
dioses y
héroes, centauros y lapitas.
Y
dirigiéndose a la plaza disputó con los gentiles
sobre el dios
desconocido
que también
habían cantado sus rapsodas
y tenían allí
mismo un altar.
De él somos
progenie, dijo,
y cuando
suene la trompeta,
vendrá a
rescatarnos de la muerte,
a poner sobre
nuestras cabezas,
no la corona
corruptible de los atletas,
sino la
guirnalda inaccesible de la resurrección.
Pero ellos,
que habían visto volver del Hades
más de un
mortal, aunque nunca al padre o al hijo,
a la esposa o
al hermano, al extranjero o al enemigo,
rieron y se
dispersaron.
Y caminaron
hacia el estadio, subieron
las gradas
del teatro, entraron a las tabernas,
dispuestos a
oír otra vez sobre el punto,
intrigados
por ese dios misterioso
que rehusaba
el nardo y el apio,
que se negaba
a sí mismo,
que
atravesaba, como una lanza bárbara,
el costado
del sol.
Horacio
Castillo
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