Estoy aquí, parado en el centro de la
tierra
A Rodolfo Herrero, compañero
de asombros y trashumancias.
Sí, estoy aquí: en el patio de tu casa,
bajo el fuego de los días abiertos al
hálito del sol y las nubes errantes,
mirando pasar las migraciones de los
pájaros
hacia las praderas del sur,
-cavilando bajo la tormenta que se cierne-
acerca del destino de la patria doliente
y la aventura del hombre:sus desatinos, su
orfandad, sus sueños,
su ardua y luminosa procesión terrestre.
Aquí estoy, pensando en ti, con las manos
abiertas,
con los ojos atentos a estas fulguraciones
de sonidos,
colores y ardientes ceremonias.
Abierta está mi sangre, alertas mis oídos y
presta mi palabra.
Porque he comprendido que debo sonreír,
gemir, acariciar,
luchar, sostener, resistir, cantar,
entregarme a la lengua fulmínea del deseo,
y confesarles
que soy un viajero sorprendido por tanta
maravilla
derramada.
Y porque estoy parado así, desnudo,
elemental,
abandonado a los tatuajes del viento, del
agua,
y de la luz,
agradecido de estar vivo junto a ti
y a este enjambre de amigos que encienden
cada día
un sol en la garganta,
recoge este asombro, este fervor, esta
plegaria,
esta ofrenda de polen y rocío,
de pan, de vinos, de guitarras,
y juntos caminemos bajo la noche alta,
hacia un alba de sueños y esperanzas.
Carlos Garro Aguilar
De “Luminoso costado”,Narvaja editor”.
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