23 de septiembre de 2019

Pablo entre los gentiles, Horacio Castillo


    Pablo entre los gentiles

Su pie acostumbrado al desierto,
su ojo, repudiaban el mármol
mientras descendía entre mirtos y laureles,
dioses y héroes, centauros y lapitas.
Y dirigiéndose a la plaza disputó con los gentiles
sobre el dios desconocido
que también habían cantado sus rapsodas
y tenían allí mismo un altar.
De él somos progenie, dijo,
y cuando suene la trompeta,
vendrá a rescatarnos de la muerte,
a poner sobre nuestras cabezas,
no la corona corruptible de los atletas,
sino la guirnalda inaccesible de la resurrección.
Pero ellos, que habían visto volver del Hades
más de un mortal, aunque nunca al padre o al hijo,
a la esposa o al hermano, al extranjero o al enemigo,
rieron y se dispersaron.
Y caminaron hacia el estadio, subieron
las gradas del teatro, entraron a las tabernas,
dispuestos a oír otra vez sobre el punto,
intrigados por ese dios misterioso
que rehusaba el nardo y el apio,
que se negaba a sí mismo,
que atravesaba, como una lanza bárbara,
el costado del sol.   

Horacio Castillo 

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