Martita Sangripanti era una gordita chocolatera buena
para nada con la que me encariñe tipo acto compensatorio o por simple rebeldía.
De fondo siempre estuve tratando de llamar la atención de
dios. Ella iba a cuarto grado y a mi no me habían dejado del todo claro porque
ellos si y yo no. Todavía puedo ver los vestidos todos del mismo color muy
parecido al blanco, ya formados y tomada la distancia, a punto de hacerse más
buenos por la comunión. Ella supongo que también la hizo, en segundo creo pero
la verdad no tiene un carajo que ver con todo esto. Vivía ella en el barrio en
una calle sin salida, de esas con rotondita y como alumna no era la mejor. Eso
si simpática era, de todos modos que quede claro
no se trata de una historia de amor, ni de ella. Fue así:
una mañana de primavera salimos al recreo y yo boludeando por ahí de pronto me
la encuentro comiéndose un turrón. Pedí, le dije dame, ella dijo no. Yo
entonces la miré a los ojos y con mi mejor voz de tonto le espete: mira que si
no me das no te quiero más eh. Ella se encogió de hombros y a mí que me importa
dijo y se dio media vuelta y se fue.
Ese día terminó mi infancia.
Vicente Luy
De La vida en Córdoba (1999)
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