A un bailarín de tango
(para el maestro Roberto Molina, i.m.)
Hay una línea vertical que enlaza los relojes
del ayer y del mañana
una línea de latir invisible que anuda cuerpos y almas,
esparciendo una luz diferente en el salón, en la noche
donde los bailarines rezan sus pasos
en ritual de plateada elegancia
El pequeño batallón de los oficiadores
de la misa del tango de la delicadeza
pide permiso a la emoción
y entonces:
Roberto Molina se desliza muy erguido
con piernas que batallan una rara militancia
contra la hipocresía y la banalidad
a la cabeza de un río de corazones
unidos por una verdad silenciosa,
y permite el danzarín que su compañera
enhebre filigranas de belleza
y todo alrededor queda callado
suspendido todo de la clara convicción
de estas mujeres y hombres que dibujan sus sueños
en un suave tanguear casi en puntas de pie
casi en puntas de nervios y de ritmo
mirando sus adentros, apretando los labios
audaces mensajeros de una música
que derrota a los poderes
del comercio y de la muerte.
Jorge Ariel Madrazo
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