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13 de enero de 2018

Jekyll y Jack el destripador, Juan Jacobo Bajarlía

 Jekyll y Jack el destripador, Juan Jacobo Bajarlía



JEKYLL Y JACK EL DESTRIPADOR

1.         La serie sangrienta

El 6 de agosto de 1888 comienza la historia criminal más desconcertante del Londres de fin de siglo. Es una historia con su ciudad de maldita: el distrito de Whitechapel, con sus calles obscuras, sus casas miserables, sus prostitutas, el hampa agazapada, a la espera del primer desconocido. Transitar entonces por Whitechapel era aventurarse en la ciudad de Dite, descrita en el Infierno del Alighieri. Sólo tenían cabida el azar y los impulsos demoníacos.
Ese día, 6 de agosto, alguien, no importa quien, descubre el cadáver de una mujer que todos conocían en Whitechapel. Era una prostituta, Emma Smith, que solía recorrer sus callejuelas tenebrosas adivinando miradas. Estaba degollada de oreja a oreja, y su vientre seccionado verticalmente desde el ombligo hacia abajo. Al lado de ella, de sus trenzas revueltas, sobre el pavimento de la maldita callejuela, se hallaban los intestinos, manoseados y dispuestos como un símbolo sinusoidal. Detrás de este dibujo macabro aparecían unas huellas de sangre que se perdían en una acequia. Ahora hubiéramos dicho que un ser incorpóreo, fantasmal, había cometido un crimen para desaparecer en el líquido turbio de una ciénaga que comunicaba con el más allá. El criminal se había diluido como si la acequia lo hubiera devorado.
Examinado el cadáver por la policía, se advirtió en seguida que le faltaba una oreja. Se pensó por un instante que podía tratarse de una muerte por libídine seguida de antropofagia. Krafft-Ebing ya la había descrito en su Psychopathia sexualis (c. VIII). Pero no se trataba de esto, porque al día siguiente, entre la correspondencia anónima del correo, apareció una cajita con destino a Scotland Yard. En el interior de ella, envuelta en papel de seda, el criminal había colocado la oreja que le faltaba al cadáver de la Smith. Asesinato y desafío que comenzó a inquietar a todo Londres. Las características del hecho probaban ya que el desconocido manejaba el bisturí y tenía excesivos conocimientos de anatomía. Probaba, inclusive, que una vez degollada y destripada la víctima, el asesino se había recreado con los intestinos hasta disponerlos sobre el pavimento como si buscara un ordenamiento determinado. Por último, con el envío de la oreja a Scotland Yard, habría que pensar en un humorista macabro. (Probablemente es el padre de ese humor negro que luego exaltarían los surrealistas encabezados por André Bretón).
El envío de la oreja, por otra parte, incluía un desafío a continuar. El reto de las tinieblas contra la policía.
El segundo crimen acaeció en el mismo mes: el 31 de agosto de 1888. La víctima fue Martha Traban, una prostituta de 35 años, de larga cabellera rubia y ojos azules. Degollada y destripada. Y también en Whitechapel, a poco trecho del lugar en que había sucumbido la Smith. Pero esta vez los intestinos no habían sido ordenados simbólicamente. Estaban desparramados. Tampoco faltaba una oreja. El desconocido había extirpado un riñon como si hubiera trabajado sobre una mesa de operaciones.
Londres comenzó a temblar. Las puertas y ventanas comenzaron a cerrarse muy temprano. Las calles se volvieron solitarias. Alguna vez, en la neblina densa y deletérea sólo se oía el ritmo de unos cascos que avanzaban hacia el misterio. Después se supo de la humorada macabra del asesino. De la reiteración obsesiva. Éste había enviado el riñon a la policía en otra cajita similar a la primera. Scotland Yard quedó escarnecida. Todo Londres se convirtió en una protesta contra su imbatible cuerpo de seguridad. Conan Doyle, que un año antes había creado a Sherlock Holmes en su A Study in Scarlei (1887), sintió lástima por los investigadores de Londres.
El 8 de setiembre se reanudó la serie sangrienta. La víctima, otra muchacha que vendía su cuerpo al primero que pasara, se llamaba Mary Anne Nichols. Murió de la misma manera que las anteriores, con las vísceras sobre el suelo o estampadas sobre las viejas paredes de Whitechapel. Pero hora aconteció una variante totalmente nueva. El asesino se retiró con una parte de las vísceras. Posiblemente para conservarla y recrearse con su contemplación, como lo hicieron mucho antes, en la historia del crimen, Gilles de Rays y el Asesino de la Medianoche que aterrorizaba en Notting Hill. O bien aquel otro que se llamó Vicenzo Vernezi, tan estudiado por Lombroso (L'huomo delinquenti, II, 168 y ss.), el cual se llevaba la ropa y las vísceras de la víctima para palparlas secretamente.
La cuarta prostituta asesinada fue hallada el 30 de setiembre en Hamburry Street. Se llamaba Annie Chapmann, acaso un nombre falso para ocultar la miseria y el delito. Y a ésta también le faltaba un riñon que tampoco fue a Scotland Yard. El asesino se había vuelto coleccionista (un coleccionista infernal para otros demonios del más allá). O bien se había desayunado con esa parte del cuerpo humano. Es una hipótesis posiblemente humorística que hubiera entusiasmado a Thomas de Quincey cuya definición del delito (On murder considered as one of the fine arts, I, II) no deja de tener una idea obsesiva sobre la importancia de la bolsa como instrumento para la conservación y el desayuno. Y como hipótesis no era una mera suposición, sino algo terminante, incuestionable. El asesino había cometido el crimen entre la medianoche y la madrugada. La antropofagia pudo haber sido estimulada por la hora, en un amanecer neblinoso, lleno de signos imprevisibles. Ahora, sin embargo, hay un hecho insólito. Sobre la pared, a poco trecho del cadáver, escrito con tiza (la letra es impecable), hay un mensaje que incluye un desafío a todas las policías del mundo:

Esta es la cuarta y mataré muchas más antes de desaparecer.

Jack the Ripper

El asesino, insistiendo en su desafío a Scotland Yard se autodenomina para mayor escarnio. Ahora es sencillamente Jack el Destripador.
Y el Destripador se burla de las reglas. Y también del Comité de Vigilancia, formado ante la indignación de la reina Victoria y la impotencia del jefe de policía Sir Charles Warren. En los primeros días de octubre, en una plaza, al oeste de Whitechapel, da cuenta de la quinta prostituta, Catherin Eddowers. Ahora, en un nuevo alarde de disección, le extrae los ovarios. (Cien años después un argentino recluido en Sierra Chica, realizará idéntico trabajo de los ovarios, "cazando" mujeres en la Pampa). El 9 de octubre, en Berner Street, siempre al filo de la medianoche, fue hallado el cadáver de Elizabeth Stride. Era la sexta prostituta. La séptima fue una muchacha de 20 años, asesinada en Dorset Street 26, en la misma casa en que recibía a su clientela. Se llamaba Mary Jane Kelly, y tenía fama de mujer hermosa. El Times, en una transcripción de Alan Hynd (Sleuths, Slayers and Swinclers, 1954) decía:
La infeliz estaba echada de espaldas sobre la cama, totalmente despojada de sus ropas. Tenía la garganta seccionada de oreja a oreja, pero éstas y la nariz habían sido arrancadas par el asesino. Lo mismo sucedía con los pechos, colocados a su vez, en una mesita. El estómago y el abdomen estaban abiertos. El rostro mutilado, irreconocible en sus rasgos. Los riñones y el corazón, extirpados y puestos en la. mesita, junto a los pechos. El hígado, también extirpado, sobre el muslo derecho. El útero había desaparecido. Los muslos, por último, estaban lastimados. No puede imaginarse una visión más espantosa.
El asesinato de la Kelly fue el único hecho del monstruo en un lugar cerrado. Y acaeció cuando el Comité de Vigilancia había reforzado sus cuadros. Indudablemente, Jack el Destripador seguía puntualmente las reacciones de sus crímenes. Al advertir que las calles de Londres estaban vigiladas, optó por cambiar de táctica. Inclusive la que iba a ser su víctima creyó que estaba protegida esperando a la clientela en su propia casa. Aquí termina o se interrumpe la historia de Jack el Destripador. Y es aquí donde comienza otra historia memorable que me propongo relatar.
 2.         Las huellas del doctor Jekyll

Nunca se supo quién había sido Jack the Ripper. Conan Doyle, su contemporáneo, creador un año antes de Sherlock Holmes, en A Study in Scarlet (1887), aventuró la posibilidad de su presencia mediante la aplicación de los estudios dactilares emprendidos por Francis Galton en 1886. (El argentino Juan Vucetich no había publicado aún su Dactiloscopia comparada, que data de 1904). Pero nadie siguió sus consejos. Scotland Yard, adherida al sistema de las fichas antropométricas del criminalista francés Alphonse Bertillon, perdió definitivamente las huellas del Destripador. Al llegar a Londres en 1963, una circunstancia imprevista me hizo entrever la identidad del asesino. Transitaba yo por las calles del Soho cuando de pronto me detuve ante la vidriera de cierta extraña librería que semejaba el escaparate de un anticuario Un título borroso sobre fondo amarillo, sin indicación de autor, decía sencillamente: In Memorian: Jekyll the Ripper. A su izquierda se veía la primera edición de The strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de 1886, y a su derecha las Some college memories (1886), también de Stevenson. Sobre el primer libro, a una distancia de medio centímetro, había una estatuilla de madera que representaba, según averigüé después, una deidad demoníaca de Samoa, lugar en el que Robert Louis Stevenson falleciera a los cuarenta y cuatro años, como consecuencia de un derrame cerebral.
El título del primer libro (In Memorian: Jekyll the Ripper) me dejó fascinado, pegado a la vidriera. El apelativo, the Ripper, el Destripador, no correspondía al doctor Jekyll, el personaje de Stevenson, sino a Jack, el famoso asesino que se burló de Scotland Yard. Había una confusión deliberada, agravada por la falta de indicación autoral. Cuando entré por fin, el librero sonrió. Me dijo que el libro lo había escrito el mismo Stevenson en 1894, año de su muerte en Samoa, pero sin aditarle su nombre. Posteriormente sus herederos lo declararon apócrifo. No obstante, él, bibliólogo más que bibliófilo, creía en la paternidad stevensoniana de la obra. El estilo de ésta y su enfoque sicológico eran similares a los de El extraño caso del doctor Jekyll y del señor Hyde. No discutí con el bibliólogo. Adquirí el In Memorian por un precio muy elevado, y compré también las Some College memories.
Después volví a la habitación del Hotel. Me senté junto a la estufa con mi pipa, una botella de whisky y los libros. Afuera, golpeando la ventana, el viento más frío de Londres paralizaba todo fervor. Cuando comencé a leer el In Memorian: Jekyill the Rípper, tuve un estremecimiento premonitorio. Stevenson había conocido a Jack el Destripador mucho antes de que éste aterrorizara a Londres. Inclusive había permanecido indiferente cuando Conan Doyle buscaba una solución por medio de las huellas dactilares. La razón de todo esto podría estar, sin embargo, en que al publicar El extraño caso del doctor Jekyll y del señor Hyde, Stevenson ya daba por muerto al doctor Jekyll cuando en realidad seguía viviendo. El capítulo I del In Memorian: Jekyll the Ripper, estaba dedicado a la descripción del doctor Jek ("alto, de ojos azules, de fina sensibilidad") especialista en incisiones anatómicas, según una expresión de la época. El capítulo II describía los efectos de una droga inventada por éste para obtener la duplicidad del ser: "Mezcló los elementos. Vio cómo hervían y humeaban en la copa. Esperó el punto final de la ebullición y bebió la droga. Entonces sintió dolores desgarradores, como si todo el esqueleto se le descoyuntara. Tuvo náuseas. Su rostro, en el espejo, comenzó a ennegrecerse, como si un segundo ser, el yo profundo que llevaba oculto, pugnara por salir. Luego, aterrorizado, el doctor Jek se contempló distinto. Ya no era Jek. Era un desconocido con una mirada siniestra, llena de fuego, y un ímpetu que le recorría por la sangre y lo hacía estremecer. Espantado ante esa imagen del mal, volvió a tomar la droga y se recuperó en un instante". Pero el doctor Jek (cap. III) volvió al experimento, y cierta noche, convertido en una encarnación demoníaca, se lanzó hacia las callejuelas tenebrosas de Whitechapel, iluminadas apenas por los languidecientes mecheros de gas. Este segundo ser, el espíritu del. mal, o Mr. Hyde en El extraño caso . . ., fue haciéndose más necesario para el doctor Jek. Más imprescindible. Sin embargo, sus fechorías estaban signadas extrañamente por cierta tendencia a eliminar el mal en los otros, algo así como si la parte buena de Jek se lo impusiera en el desdoblamiento de la personalidad.
 En Whitechapel, donde el doctor Jek se hacía pasar por Jekyll (In Mem., IV y VII), asesinó a dos prostitutas, una de las cuales ejercía de proxeneta entre los burgueses adinerados. Y en ambos casos las víctimas presentaron la misma incisión en el vientre: un tajo desde el ombligo hacia abajo, en una línea vertical, casi perfecta, y los intestinos dispuestos en un símbolo sinusoidal. Stevenson (o el supuesto Stevenson) no decía que también estuvieran degolladas de oreja a oreja. Pero no había duda de que Jek era ya el que luego habría de llamarse Jack el Destripador, modificando el Jek en Jack. Lo más arbitrario y obscuro de esta historia, es que la policía no investigó los hechos. Jamás supo de nadie que se llamara Jekyll the Ripper. Sólo hay una referencia perdida en capítulo VIL un abogado de nombre Patterson (Utterson en El extraño caso ...) se dedicó a investigar por su cuenta la historia del doctor Jek en el barrio del Soho, a mucha distancia de Whitechapel.
La botella de whisky estaba ya por la mitad y el viento seguía arremetiendo contra el vidrio. Los relojes borraban la noche de Londres. Cuando dejé el In Memoriam: Jekyll the Ripper, pensé que todo estaba claro. Jek, convertido en Jekyll el Destripador, segundo Yo obtenido por retroversión de la personalidad, proceso esquizofrénico no muy estudiado entonces, era el mismo que luego habría de volver a su estructura demoníaca en el Londres de 1888. Pero ya no sería Jekyll el Destripador sino Jack el Destripador. En El extraño caso del doctor Jekyll y del señor Hyde, la segunda persona, el segundo Yo, habría de llamarse Hyde. Stevenson, indudablemente, tenía interés en ocultar la verdadera identidad del sujeto para convertirlo en personaje de su novela. No hubo mala fe. Incluso, cuando pudo haber aclarado los asesinatos de Jack el Destripador, ya estaba en camino de Samoa, en donde se recluyó hacia 1889, en el instante en que todavía parecía seguir actuando el asesino. Otra hipótesis que no deriva de la lectura del In Memoriam, es la de que el doctor Jek y Jack el Destripador eran expertos en el manejo del bisturí. Utilizaban el mismo procedimiento para las incisiones y desparramaban las vísceras formando extrañas figuras. Además, el título completo de la obra In Memoriam: Jekyll the Ripper, anunciaba implícitamente que se trataba de la misma persona. Pero, ¿por qué fue escrita en 1894 y no antes? Creo sin lugar a dudas, que el sentimiento de culpabilidad llevó a Stevenson a confesar tardíamente una realidad que antes había callado o había visto como posibilidad creadora. Y para que nada se le imputara, negó inclusive la paternidad de la obra. Porque al negarla quedaba a cubierto de toda sospecha, pero con la tranquilidad, para su conciencia, de haberse confesado.
Para mayor confusión, en las Some College Memories había una frase según la cual Stevenson estaría dispuesto a modificar la realidad. ¿Tendría esto algo que ver con la historia de Jek-Jekyll-Jack? Las memorias y el caso del doctor Jekyll databan de 1886, y el asesino, dos años antes de aparecer en Whitechapel, ya se dedicaba a iguales víctimas que las enumeradas por Scotland Yard en 1888. La confusión se hizo más acuciante con un tercer elemento que por lo ridículo he dejado para el final. El bibliólogo del Soho me mostró un pantalón azul, muy obscuro, que él había adquirido en Portland Street (a poco trecho de un hotel donde se alojara Mr. Hyde) que tenía dos iniciales tejidas con el "hilo peculiar" de la época: J.J. Estas iniciales respondían a la manía del doctor Jek de inicialarse toda su ropa. Cuando le observé por qué dos veces la inicial del apellido, me respondió: "Un desafío a Scotland Yard para que descubriera sus crímenes. Jek, como Jekyll en El extraño caso…, también se llamaba Henry".
Con esa contestación incoherente di por terminada en Londres mi investigación de Jack el Destripador. Al regresar a Buenos Aires, revisando mi archivo de crímenes, tuve una evidencia sobre la cual no me atrevo a escribir todavía. Jack el Destripador, desaparecido de Londres, había muerto en Buenos Aires, a los 75 años, en un hotel de la calle Leandro N. Alem, frente a la plaza Mazzini, hoy Roma, una mañana lluviosa de octubre de 1929.


Juan Jacobo Bajarlía
Historias de monstruos
Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)

12 de enero de 2018

Los peces que engendraban hombres, Juan Jacobo Bajarlía

 Juan-Jacobo Bajarlía (n. en Buenos Aires el 5 de octubre de 1941 - f. en Buenos Aires el 22 de julio del 2005) fue un poeta, cuentista, ensayista, novelista, dramaturgo y traductor argentino.
Poeta, novelista, dramaturgo y periodista, nació en Buenos Aires en 1919 y obtuvo diversos galardones, entre ellos el "Ellery Queen"s Mystery Magazine" (1964), el del Fondo Nacional de las Artes (1969), el Premio Municipal de Narrativa (1970) y el Konex de Platino (1984). Bajarlía era también abogado, doctorado en Criminología; dirigió "Contemporánea" (1948-1950 y 1956-1957), revista que agrupó las tendencias de vanguardia. Desde el 27 de junio de 1982, colaboraba en forma permanente con LA GACETA Literaria. Su último trabajo fue publicado el 22 de julio.
Firmaba sus novelas policiales con el seudónimo de John Batharly. Publicó "Historias de monstruos" (1969), "Fórmula al antimundo" (1970), "El día cero" (1972), "El endemoniado Sr. Rosetti" (1977) y "Sables, historias y crímenes" (1983). Como poeta ha publicado "Estereopoemas" (1950), "La Gorgona" (1953), "Canto a la destrucción" (1968) y "Nuevos límites del infierno" (1972).
En ensayo produjo, entre otros títulos, "Notas sobre el barroco" (1950), "El vanguardismo poético en América y España" (1957), "Sadismo y masoquismo en la conducta criminal" (1959) y "La polémica Reverdy-Huidobro" (1964).
Estrenó varias piezas teatrales, y su drama "Monteagudo" (1969) obtuvo cuatro distinciones: la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal de Teatro a la mejor obra no representada, la del Fondo Nacional de las Artes y la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.
 Los peces que engendraban hombres

En el siglo xvi circularon en Europa algunos libros heréticos, cuyos posibles autores perecieron en la hoguera. De uno de ellos, L´origine de la magie (1583), (redactor no precisado todavía), se extrajo una fábula que aterrorizó a los inquisidores. Según este relato, sólo las aguas y los peces existieron en el origen de la vida. Pero los peces eran de distintos tamaños, y su dimensión posibilitaba una inteligencia peculiar que faltaba en los más pequeños, condenados, a su vez, a ser el alimento de los otros. Uno de esos grandes peces, llamado Incitant (incitante, promovedor de vida) de enormes aletas, voló un día hacia la superficie terrestre y arrojó su semen desaprensivamente. La parcela en que cayó el líquido se cubrió de una extraña tonalidad ambarina, y a los pocos meses un ser alongado y virtuoso comenzó a saltar sobre las piedras hasta que le crecieron alas en vez de aletas. Este ser alongado fue el primer pájaro que cruzó la atmósfera del planeta. Se alimentó de hierbas y gusanos y buscó refugio en las grutas cuando la altura lo cansaba.
La fábula no se detiene ahí. Relata las peripecias ulteriores del "hijo" alado de Incitant y concluye en la apertura hacia una ontogenia en cuyo origen los pájaros habían iniciado la vida humana.
No se sabe si esa fábula influyó o no en el religioso Lucilio Vanni, quien apenas vivió 35 años. Pero se conoce su historia de sabio inconformista dedicado a los estudios esotéricos. Fue el autor de una hipótesis demoledora según la cual el semen de los peces podía engendrar seres dotados de inteligencia, El primer hombre habría sido el producto del líquido espermático derramado por un pájaro divino, llegado de otro mundo. La respuesta de los Tribunales Inquisitoriales advino rápidamente. Lucilio Vanni fue encarcelado y condenado a muerte en el patíbulo. Lo ejecutaron en Tolosa, en 1619, arrancándole la lengua con una tenaza y estrangulándolo a continuación para que nunca más pensara ni repitiera esa "tremenda herejía".
Un siglo después, en 1748, se publicó el Telliamed, de Benoit de Maillet, que vivió entre 1656 y 1738. El libro había sido escrito en 1724. Pero el autor que conocía a sus contemporáneos y sabía cuál era la dimensión asombrosa de sus teorías, prefirió el anonimato al enfrentamiento de la ira. La tesis que desarrollaba tenía conexiones con la leyenda y las ideas del religioso cercenado y estrangulado en Tolosa. El también afirmaba en el Telliamed que en el origen de la vida los peces voladores habían engendrado a los pájaros. No reconocía ningún poder divino. Sólo el poder del semen de los peces, caído en una tierra virgen donde ya se habían, dado todas las posibilidades de la germinación. No sabemos qué habría sucedido si Benoit de Maillet hubiera sobrevivido a la publicación de su libro. Los sabios del siglo xx lo habrían recibido con una sonrisa, Pero esto no le quita ninguna importancia. La historia de la ciencia es la historia de la libertad de pensamiento.


Juan Jacobo Bajarlía
Historias de monstruos
Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)

10 de enero de 2018

El último libro de la Sibila, Juan Jacobo Bajarlia

 EL ÚLTIMO LIBRO DE LA SIBILA



Podría volver a contar lo que Fray Benito Jerónimo Feijóo nos dijo acerca de los nueve libros de la Sibila de Cumas en un texto escrito hacia 1712 con el título de Magia y leyenda, que luego modificó cuando redactaba sus Carta eruditas. Pero pensándolo bien, conviene transcribirlo como prueba irrefragable, aligerando levemente su estilo, el más directo y descriptivo del siglo XVIII. He aquí la constancia:
La historia romana cuenta que habiendo llegado a Roma la Sibila de Cumas, en tiempos de Tarquino el Soberbio, aquélla le presentó nueve libros, y pidió por ellos trescientos escudos. El príncipe se burló por parecerle excesivo el precio, y la Sibila quemó tres, y por los seis restantes pidió la misma cantidad; despreciando Tarquino nuevamente tan extravagante demanda, quemó otros tres, insistiendo en que por los tres que quedaban le diese la misma suma, y amenazando con arrojarlos al fuego como los demás en caso de ofrecerle menor precio. En fin: concibiendo el príncipe, en tan extraña resolución, algún alto misterio, dio los trescientos escudos por los tres libros que, como cosa sagrada, colocó bajo la custodia de dos patricios en el Capitolio1 , y estos libros eran consultados por los romanos cuando la República se veía ante algún peligro; hasta que incendiándose el Capitolio en tiempos de Sila, ochenta y tres años antes del nacimiento de Cristo, tuvieron los tres libros la misma desgracia que los otros seis.
Lo que no nos dice Fray Benito Jerónimo Feijóo es que, en realidad, uno de los tres libros que habían quedado, se salvó del incendio. Era el último (y lo refiere Ajlajarilbj en el siglo XVII). Abierto por Sila, el libro sólo contenía estas líneas:
La escritura fue inventada para que los hombres perdieran la memoria.


Juan Jacobo Bajarlia
Historias de monstruos
Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)


1 Estos dos patricios o sacerdotes, los duumviri sacris faciendis (que Feijóo no nos cuenta por olvido o por no creerlo necesario) fueron aumentados a diez, los decemviri, en el año 367 a. J. C. Posteriormente, a quince, los quindecemviri, por decreto de Sila.


9 de enero de 2018

Los asesinos ("Ashashin"), Juan Jacobo Bajarlía

 LOS ASESINOS ("ASHASHIN"),  JUAN JACOBO BAJARLÍA 


A la secta herética de los ismaelitas, en el siglo xi, correspondió el "honor" (o la felonía) de acuñar la palabra asesino, nombre que derivó del hashish o haxix, droga extraída del opio que se administraban sus integrantes, como lo da a entender Marco Polo (Líber milionis, XXXI). Entre las víctimas de esta secta, se hallan Conrado, rey de Jerusalén, Abdul Jorasat el Inmaculado, Malabel el Silencioso, Raimundo de Trípoli, dos califas de Bagdad, el Gran Visir de Egipto, un Sha de Persia y otros prohombres del medioevo. Su jefe se llamó Aloadín, o sencillamente el Viejo de la Montaña, como lo menciona el aventurero veneciano. Pero su nombre verdadero es posible que fuera el de Hasan Ibn Al Sabbah, según anotan J. B. Nicolás (Les quartains de Kheyarn, 1867) y el erudito cordobés José E. Guráieb. (Este último nos dice, en la Introducción a las Nuevas Rubaiyát, 1959, que "Ese Hasan Ibn Sabbah, fue aquel famoso Caudillo de la Montaña, llamado erróneamente por el Viejo de la Montaña, o "Cheik Al Yabal", jefe de la secta de los ismaelitas").
Aloadín (digámoslo así para abreviar) ejercía, como jefe de la secta, funciones de califa. Había sido condiscípulo de Omar Al Jayyam y Nizam Al Mulk, en Nisapur, donde los tres estudiaban el Qorán, según constancias de este último en la Wasíah que escribió para celebrar los acontecimientos más memorables de su vida. El fue el primero que testimonió sobre el carácter de Aloadín: un hombre pendenciero e intrigante, contra el cual debió luchar a pesar de haberlo protegido siendo visir. Conspiró, por tanto, contra Nizam Al Mulk, y al ser descubierto por éste, Aloadín se refugió en la fortaleza de Alamut, en Rudbar, sobre las montañas cercanas al mar Caspio. De ahí la denominación impropia de Viejo de la Montaña.

 En esa fortaleza enclavada en un valle de difícil acceso, Aloadín tenía un paraíso terrenal, donde sus iniciados muchachos de 12 años, se drogaban con el hashish que él ofrecía mientras impartía su enseñanza. "Matar a un malvado –decía– es una bendición de los cielos, porque ellos, los malvados, están en la tierra para usurpar el derecho de los seres bondadosos". (Acaso fue ésta la primera norma sobre el regicidio que Maquiavelo y el Padre Mariana habrían de exaltar siglos después). Cuando los heréticos estaban ebrios por el opio, Aloadín introducía un conjunto de falsas huríes, muchachas no menos jóvenes que los iniciados, y comenzaba una danza fascinante, mientras las cañerías del palacio-fortaleza, suministraban miel y vino (Liber, XXXI; Ibn Al Levy, II, 21). Los goces terrenales del Alamut, eran semejantes al paraíso de Mahoma. Después, Aloadín les mostraba los muros del palacio, con murales excitantes, donde la desnudez y los alimentos se concretaban en un sueño insaciable. En uno de estos muros, el que daba hacia el valle y sus jardines diabólicos, había una inscripción del poeta persa Abulkasim Firdusí (Libro de los reyes, c. IV), que decía:
Todas las noches su cocinero [el de Zohak] mataba a dos jóvenes y les extraía los sesos con los que luego cocinaba un alimento para las serpientes del monarca.
Cuando los heréticos, también llamados hashashin o asesinos (Baudelaire refuerza el concepto en Le poéme du haschisch, II), regresaban del efecto del hashish y se hallaban entristecidos por haber perdido las visiones del paraíso, resolvían la eliminación del enemigo más próximo de Aloadín. Era el único recurso para volver a los goces terrenales y a las delicias de los jardines diabólicos. Entonces echaban la suerte, y el elegido salía del Alamut para confundirse, disfrazado, entre aquellos donde el sentenciado por Aloadín, habría de perecer. A la vuelta del asesino, cumplida la misión, el paraíso volvía a concretarse, y el héroe imponía su voluntad al juego de las huríes. Era un privilegio que duraba 24 horas. Después, en otro ciclo semejante, se resolvía el próximo asesinato.
Fue tan temido el Caudillo de la Montaña, que no hubo príncipe que no buscara su protección. Conocían su ira y el efecto de su fanatismo. Pero su imperio fue sofocado por la deserción de El-Haddar, uno de los ashashin. Denostado por Aloadín, huyó un día de la fortaleza y se unió a las huestes de Hulagu. Éste lo recibió con desconfianza. Su relato fue tan verídico y atroz, tan detallado, que el gran guerrero acabó por admitir la sinceridad del desertor. Hulagu llevó a sus hombres hacia el Alamut y le intimó la rendición al Gran Asesino. Éste desoyó las amenazas, y el guerrero estableció un cerco que duró tres años, al cabo de los cuales casi todos los defensores del Alamut perecieron por hambre. Entonces Hulagu ordenó la embestida final, y la fortaleza fue destruida en 1135. (Ibn Al Levy, II, 23, dice en 1265). Cuando el libertador entró en el reducto de Aloadín, éste, asesinado por su propia mano (autoasesinado) yacía con un puñal que le atravesaba la yugular. Se supone que quiso morir lentamente, ocho siglos antes de que Krafft-Ebing acuñara la palabra infamante extraída del nombre de Sacher-Masoch.

Juan Jacobo Bajarlía. De Historias de monstruos. Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)
 Juan-Jacobo Bajarlía es poeta, cuentista, ensayista, novelista y dramaturgo. Nació en Buenos Aires el 5 de octubre de 1914, pero por un error en las anotaciones del Registro Civil aparece como nacido el 5 de octubre de 1912.
A los 9 años le dio por la poesía, y los 14, siendo estudiante secundario escribió un novelón de capa y espada con el título de La cruz de la espada, que un falso editor se llevó para publicar, y nunca más se supo del original. Fue el mayor de 5 hermanos, hijo de padres de gran posición económica, venidos a menos, a raíz de lo cual, el niño que entonces tenía 12 años, vendió medias por los bares para contribuir al sustento de la casa. A los 17 años ingresó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, y luego se trasladó a La Plata donde completó sus estudios.
Fue uno de los introductores del vanguardismo en la Argentina. Entre 1948 y 1956 dirigió la revista Contemporánea y formó parte, en 1944, del Movimiento de Arte Concreto-Invención, junto con Gyula Kosice, Edgar Bayley, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado, entre otros. También, en 1983, dirigió la revista Referente/el Ojo que mira.
Sus primeros libros que datan de los años 40, Prohombres de la argentinidad y Romances de la guerra, fueron excluidos de su bibliografía.
Obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores el mismo año en el que se la adjudicaron a Adolfo Bioy Casares (1962). Luego se sucedieron los grandes premios: el del Instituto del Nuevo Mundo de la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, dirigida por Juan Larrea acerca de César Vallejo (1963), el Mystery Magazine Ellery Queen's (1964), el Konex de Platino (1984), el Premio Municipal de Teatro (1962), el Premio del Fondo Nacional de las Artes (1962), 2¼ Premio Municipal de Narrativa (1969), Premio Boris Vian (1996), Premio Leopoldo Alas ("Clarín") (1971).
Sus cuentos, una estructura en la que se mezclan lo fantástico, la ciencia-ficción y la metafísica, integran varias antologías.
Como dramaturgo escribió y estrenó La Esfinge en el Teatro Mariano Moreno, en 1955; Pierrot, en La Plata, en 1956; Las troyanas, sobre el texto de Eurípides, en el Teatro de la Reconquista, en 1956; La billetera del Diablo, en el Teatro LYF, en 1969; Telésfora en Radio Nacional, en 1972. Su drama Monteagudo (1962) obtuvo cuatro distinciones: el de la Selección Municipal para las Jornadas de Teatro Leído, el Premio Municipal a la mejor obra no representada, el del Fondo Nacional de las Artes, y la Faja de Honor de la SADE.
Realizó numerosas traducciones del francés, italiano e inglés, incluyendo autores como el Aretino, el marqués de Sade, Kandinsky y Jean Tardieu, entre otros. También tradujo La lección, de Ionesco, que Francisco Javier puso en el Festival de Arte Dramático de Mar del Plata, en 1956. En 1963 fue leído, en el Teatro Los Andes, su drama de ciencia-ficción Los robots, en un acto auspiciado por la Municipalidad (Secretaría de Acción Cultural). Este drama, tragedia mecánica, como lo llama el autor, data de 1955.
Escribe novelas policiales con el seudónimo de John J. Batharly, entre las que debemos mencionar Los números de la muerte (1972), reeditada con nombre propio en 1978. Esta última y El endemoniado Sr. Rosetti, también se publicaron en México con los títulos de Vudú, secta asesina, y Hombre Lobo: El endemoniado Sr. Rosetti.
Entre sus antologías publicadas, Cuentos de crimen y misterio (1964), posee un estudio preliminar sobre lo fantástico y policíaco en las literaturas universal y argentina.
Considerado en su calidad de narrador, Leopoldo Marechal llamó a Bajarlía "zoólogo de la monstruosidad". Hopkins, desde Berkeley, dijo que "sus máquinas del tiempo dejan de ser instrumentos mecánicos para convertirse en dimensiones metafísicas". Antonio de Undurraga consideró que la dimensión metafísica de Bajarlía introducía en el cuento fantástico una línea mas allá de "lo metafísico, lo fantástico y la ciencia-ficción".
Dentro de su obra poética, su libro La Gorgona (1953) fue traducido al alemán por Ilse Lustig, en 1953, sobre cuya traducción Esteban Eitler compuso Música Dodecafónica, cuyo estreno se realizó en Bruselas, en 1954.
Entre sus numerosos ensayos, La polémica Reverdy-Huidobro/El origen del ultraísmo (1964) fue publicada previamente en francés por el Centre International d’Etudes Poétiques (Bruselas, 1962), con prólogo de Fernanad Verhesen; y Existencialismo y abstracción de César Vallejo (1967), se publicó en Córdoba en 1967 en tres volúmenes de Aula Vallejo (5, 6 y 7).
Fue colaborador del diario Clarín y director interino de suplementos literarios. Actualmente colabora en La Nación, La Gaceta de Tucumán, La Prensa y otros diarios de la Argentina.
Fue pionero en la investigación parapsicológica en la Argentina, participando de las primeras experiencias en parapsicología científica. Sus conocimientos en fenómenos paranormales lo llevaron a presidir varios congresos y dar cátedra en diferentes instituciones. Además es asesor en temas afines.
Fue vicepresidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Formó parte de la Asociación de Artistas Premiados Argentinos "Alfonsina Storni" (APA), de cuya revista fue redactor exclusivo.
Se realizaron dos documentales sobre su vida. Bajarlía, desandando el tiempo (2003) y Bajarlía (2005), que exploran en profundidad su vida y obra literaria.
Falleció en la Ciudad de Buenos Aires el 22 de Julio de 2005, a los 91 años.
En 2007 se publicó la obra póstuma El placer de matar, que recopila distintas investigaciones que realizó Bajarlía sobre grandes crímines y criminales de la historia.

8 de enero de 2018

Carta de Alejandra Pizarnik a Antonio Porchia

Carta de Alejandra Pizarnik a Antonio Porchia

Buenos Aires, 20 de Abril de (¿1963?)

Querido amigo Antonio Porchia:
¿Cómo hablar de lo indecible? Sólo por medio de las Voces. Sólo ellas han logrado hacer pleno este lenguaje, sólo ellas han sabido llenar de sangre las palabras y transformarlas en la Palabra, la única valedera. Si no mediara mi gran afecto por usted tal vez no le enviaría estas líneas. Una cosa es hablar de las Voces a un público anónimo y otra a su autor. No es posible ---por lo menos en mi caso--- explicarlas o comentarlas; sólo puedo decirle que mientras las leía, ellas ---que contienen todas las respuestas--- suscitaron en mí un eco silencioso que asentía dulcemente. Un eco como proveniente de tiempos inmemoriales, como si se refiriera a nuestros orígenes, a lo más hondo de la vida. Me sucedió uno de esos procesos reminicentes que sólo pueden llevar a los grandes y buenos encuentros. Y es a usted a quien se lo debo. Sus voces son de lo más puro y hermoso que se encuentra en el mundo. Y es usted quien las creó. Gracias.

Suya

Alejandra Pizarnik

7 de enero de 2018

Carta de Alejandra Pizarnik a Antonio Porchia

Carta de Alejandra Pizarnik a Antonio Porchia

30, rue Saint Sulpice - París 6 e
22 de febrero de 1963


Querido don Antonio Porchia: Siempre pienso en usted y son incontables las veces en que quise escribirle. Pero siempre quería que llegara un instante único, privilegiado, separado de los otros, no parecido a ningún otro, para enviarle unas líneas que le dijeran la manera más pura cuánto lo recuerdo y que terriblemente importante ha sido --es-- haber conocido su voz, sus voces. Le agradezco enormemente las que me envió. Mi familia me las hizo llegar. Ahora esas dos hojas con su escritura están usadas y desgastadas (por mis ojos) porque las llevo conmigo como quien lleva los obligados documentos de identidad. Y en verdad son eso.
Sabrá por nuestro común y querido amigo Roberto Juarroz que van a hacer tres años que estoy en París. No pocas veces me tienta el volver, verlo a usted, a Roberto, a unos pocos más... Ahora creo que podría conversar con usted "mejor" que antes, tal vez porque perdí mi adolescencia o sufrí más o recuperaré algo de la infancia o envejecí, no sé, pero al releer su maravilloso librito mi fervor fue distinto: esta vez asiento a cada una de sus voces con toda mi sangre y, lo que es extraño: su libro es el más solitario, el más profundamente solo que se ha escrito en el mundo y no obstante , releyéndolo a medianoche, me sentí acompañada o mejor dicho amparada. Y también asegurada, tranquilizada, como si me hubieran dado la razón en la única cosa que yo rogaba tenerla. Volviendo al tema de París: lo que me calma de aquí es vivir sola, sin familia, viendo a la gente sólo cuando lo deseo. Esto es muy importante para mí. Necesito del silencio (o tal vez es el silencio que me necesita). "Has venido a este mundo que no entiende nada sin palabras, casi sin palabras". Esta frase se reitera en mí y canta en mí con extremada frecuencia. En verdad, no hago más que pensar en el silencio. Y he terminado preguntándome si el silencio existe. Pero si lo pregunto ya no hay silencio.
Si alguna vez desea escribirme algunas líneas me dará usted una muy alta alegría, me hará un gran bien. Por mi parte lamento que no haya llegado aún ese instante privilegiado en el que quería hablarle y preguntarle de una manera más hermosa que ésta de ahora. Pero como no tengo tanta paciencia aquí va esta carta y el más cariñoso abrazo de Alejandra Pizarnik.


6 de enero de 2018

Poema, Alejandra Pizarnik

POEMA

Tú eliges el lugar de la herida
en donde hablamos nuestro silencio.
Tú haces de mi vida
esta ceremonia demasiado pura.

Alejandra Pizarnik

De Los trabajos y las noches (1965)

5 de enero de 2018

Contemplación, Alejandra Pizarnik

CONTEMPLACIÓN

Murieron las formas despavoridas y no hubo más un afuera y un
adentro. Nadie estaba escuchando el lugar porque el lugar no existía.
Con el propósito de escuchar están escuchando el lugar. Adentro de
tu máscara relampaguea la noche. Te atraviesan con graznidos. Te
martillean con pájaros negros. Colores enemigos se unen en la
tragedia.

Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra de locura

(1968)

4 de enero de 2018

En contra, Alejandra Pizarnik

En contra

Yo intento evocar la lluvia o el llanto. Obstáculo de las cosas que no quieren irse camino de la desesperaci6n ingenua. Esta noche quiero ser de agua, que tu seas de agua, que las cosas se deslicen a la manera del humo, imitándolo, dando señales ultimas, grises, frías. Palabras en mi garganta. Sellos intragables. Las palabras no son bebidas por el viento, es una mentira aquello de que las palabras son polvo, ojala lo fuesen, así yo no haría ahora plegarias de loca inminente que suelta con súbitas desapariciones, migraciones, invisibilidades. El sabor de las palabras, ese sabor a semen viejo, a vientre viejo, a hueso que despista, a animal mojado por un agua negra (el amor me obliga a las muecas más atroces ante el espejo). Yo no sufro, yo no digo sino mi asco por el lenguaje de la ternura, eso hilos morados, esa sangre aguada.
Las cosas no ocultan nada, las cosas son cosas, y si alguien se acerca ahora, y me dice al pan pan y al vino vino me pondré a aullar y a darme de cabeza contra cada pared infame y sorda de
este mundo. Mundo tangible, maquinas emputecidas, mundo usufructuable. Y los perros ofendiéndome con sus pelos ofrecidos, lamiendo lentamente y dejando su saliva en los arboles que me enloquecen.


Alejandra Pizarnik

1961

3 de enero de 2018

Fragmentos para dominar el silencio, Alejandra Pizarnik

Fragmentos para dominar el silencio


I

Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que
cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra
arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera
muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos
se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de
loba.. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos.



II

Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no
guarecen, yo hablo.
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque
regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las
hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi
silencio gris.



III

La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no
diré mi poema y yo he de decirlo. Aun si el poema (aquí, ahora) no
tiene sentido, no tiene destino.


Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra de locura

(1968)

2 de enero de 2018

Vértigos o contemplación de algo que termina, Alejandra Pizarnik

Vértigos o contemplación de algo que termina

Esta lila se deshoja,
Desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.

Alejandra Pizarnik
De Extracción de la piedra de locura
(1968)

1 de enero de 2018

Propósito de año nuevo, Alejandra Pizarnik

Propósito de año nuevo, Alejandra Pizarnik

Que este año me sea dado vivir en mí y no fantasear ni ser otras, que me sea dado ponerme buena y no buscar lo imposible sino la magia y extrañeza de este mundo que habito. Que me sean dados los deseos de vivir y conocer el mundo. Que me sea dado el interesarme por este mundo.


Alejandra Pizarnik. Diario. Propósito de año nuevo.  Viernes 1º de enero de 1960

31 de diciembre de 2017

Año nuevo, Aldo Luis Novelli

año nuevo

escribir algo inteligente
sobre los buenos deseos
dedicados al prójimo
para el año nuevo/
escribir algo
como si uno fuera un poeta
algo que no esté gastado
por palabras cuasi vacías
algo que no suene kitch
o peor
convenientemente falso.
y claro
la cuestión no es escribir
es sentir la sangre
recorriendo las venas
golpeando en el pecho
y claro esto suena muy kitch
pero aún asi
sin escribirlo
(vaya paradoja esto de la no-escritura)
abrazar a la compañera
al compañero
al que pasa por la vereda
en un abrazo ensangrentado
y no lamentarse
por esas mínimas manchas de sangre
dejadas en la vestimenta
porque hay gente
que está sangrando de verdad
de dolor o injusta hambre
y en su copa no hay sidra
ni agua bendita
hay sangre tibia y doliente.

Aldo Luis Novelli


Por un mundo mejor, no solo posible, sino urgentemente necesario, por todo eso, UN BUEN AÑO PARA LOS AMIGOS Y PARA LAS PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD que resisten la perversión de los días.

30 de diciembre de 2017

Desde lejos, Carlos Bousoño

Desde lejos

Pasa la juventud, pasa la vida,
pasa el amor, la muerte también pasa,
el viento, la amargura que traspasa
la patria densa, inmóvil y dormida.

Dormida, en sueño para siempre, olvida.
Muertos y vivos en la misma masa
duermen común destino y dicha escasa.
Patria, profundidad, piedra perdida.

Piedra perdida, hundida, vivos, muertos.
España entera duerme ya su historia.
Los campos tristes y los cielos yertos.

Sobre el papel escrita está su gloria:
querer edificar en los desiertos;
aspirar a la luz más ilusoria.


Carlos Bousoño

29 de diciembre de 2017

Primera Elegía En La Muerte De Vicente Aleixandre, Carlos Bousoño

 Primera Elegía En La Muerte De Vicente Aleixandre

I

En La Muerte

Lo último que dijo fue esto: «La vida es un dolor»

Ojos que vi
tan llenos de dolor
en el último día, cuando faltaba poco
para morir,
y desde el lecho
él recordaba triste,
lejos, muy lejos, y un poquito borroso,
cuando con sus amigos,
allá en su niñez,
divirtiéndose mucho,
inmortal aún la vida,
iban al huerto, o al pinar, o al alto
palpitar de la luz.
Correr luego escondiéndose
tras unos matorrales,
un momento,
por que no los llamasen
desde la casa aún.
«Un poco más, un poco
más tan sólo.
La última vez, y ya.»
Y cuando le pusieron
una corona como rey del mundo
el día en que cumplía
siete años de rey,
siete de dueño
de todo, el universo: el aire, el mar.

Respiraba. Fatiga
e imposibilidad. La vida, la corona,
cartón pintado, alegre,
luego el amor, la compañía
honda, felicidad. Años sin duda, y todo fue
un instante tan sólo:
amarga pesadumbre
real.
Y ahora las lágrimas
que no lloró jamás vinieron a sus ojos,
resbalaban despacio
por sus mejillas pálidas,
humedecían la piel,
la boca,
y seguían bajando
cuando estaba ya muerto.

Las lágrimas duraban
más que sus ojos tristes,
más
que su propio dolor.

De «Metáfora del desafuero» (1988)


Carlos Bousoño

28 de diciembre de 2017

Celebración de un cumpleaños, Carlos Bousoño

Celebración de un cumpleaños

(Homenaje a Octavio Paz)

Haber estado fuera de ti mismo, un viaje vertiginoso, y después
la quietud, pordiosero
de tu conciencia, eremita
en el yermo de la inacción, creyendo
solamente en el cardo, en la excesiva piedra,
sin pozo donde beber, sin comida, sin pan,
mísero y sin arboladura,

como un barco después de la tempestad,
pero una tempestad no vivida, sin la grandeza de esa experiencia suma,
barco en un mar, monótono y sin fin, monocromo, con agua gris,
o, mejor dicho, sin ella, navegando en el no color
navegando en la no agua, con sequedad en aquella monotonía;

o en medio de las ruinas, tras un terremoto
desolador,
mas en un sitio donde no existieron casas ni se erigieron monumentos,
ni el suelo se resquebrajó, ni hubo grietas;

allí, desterrado, sin el recuerdo de un perdido país,
mudo, sin la noción de un lenguaje ido,
quitado todo brillo, toda persuasión, toda queja,
irremediablemente solo, pero sin soledad,
pues no había tampoco memoria de ninguna anterior compañía;

allí, donde la evocación no puede alcanzar,
ya que para eso fuera precisa la previa enunciación,
allí, allí estuviste, de espaldas a tu propio ser,
sin ver, sin verte,

aunque a veces sucedía lo opuesto y comenzabas a observar con gran nitidez,

quién sabe si por su condición principalmente ósea,

tu rodilla,
que pasaba, en ese trance, a ocupar
la totalidad de la atención y crecía (percibida entonces como de cerca) con ella;

tu enorme rodilla, tu extraordinario pie, tu pie magno,
pisando la estepa con resonancia, con estruendo, como de tambor,
tu pie gigantesco, tu pierna
alevosa, rotunda.
... Tu pierna, sí, que se alargaba, solitaria y autónoma, hasta
donde nadie pudo nunca llegar,

y tras ella, pero sólo después,
tu cuerpo entero de desmesurada materia, de ruido, tu esqueleto sin par,
tu esqueleto terrible, avanzando a grandes zancadas
hacia nadie, hacia nada...

... Y luego, tu meditación solitaria, tras aquel singular engrandecimiento de su óseo objeto inicial,
saltaba, sin contemplaciones, como inesperado tigre en la selva,
hasta el momento inmediatamente posterior al final de tu vida,

y así, no sólo cuanto había de exageradamente grande en la visión anterior comenzaba de pronto, en su tamaño, a disminuir, volviendo poco a poco a su primera configuración natural,

sino que, incluso, en esa vía de pérdida y reducción
de la desproporcionada, contundente, genial osamenta,

cada trozo de tu cuerpo, normalizado ya (al ser visto ahora en su conjunto y sin aquella despreciativa y obsesiva parcelación que agigantaba la porción contemplada)
procedía, con mucha lentitud, eso sí, a ausentarse:

pero ahora la carne y la piel, en un primer instante, aún no desaparecían,
y se respetaba, por supuesto, tal vez, además, a causa de su enorme realidad
(enorme precisamente por impúdica e innombrable),
incluso a tu propio sexo, que acaso manifiestamente erguido aún,
se ofrecía entonces, en el féretro, de un modo sin duda ostentosamente inoportuno,

desafiante, competente,
impenitente, risible

(cómo más de una vez, según dicen, ha ocurrido, en la efectiva realidad,
con grave escándalo y vergüenza de las familias);
y, en fin (¿para qué seguir?), resumamos el asunto diciendo,
de un modo llano y más abarcador,
que todo, pese a las apariencias, se estaba viniendo abajo, bien que, por el contrario,
las uñas seguían, con indiferencia y escepticismo, creciendo,
atentas exclusivamente a su labor, con una extraña avidez hacia más;
y lo mismo los pelos, la barba, sin hacer caso alguno de cuanto
parsimoniosamente se iba.

Pero enseguida, aquello incluso que se hallaba sometido a tan curiosa enajenación
se aniquilaba, y la inercia inmovilizadora llegaba, con puntualidad, a las más renuentes partículas,
esto es, surgía, por fin, en el tramo último del proceso,
el triunfo de la generalización, de la escrupulosa obediencia,
o sea, paradójicamente (y ello con toda precisión, sin excepción alguna ni dejar una mota de polvo en la pulida superficie del mueble), se desencadenaba

el desorden,
el caos de no ser visto, el escándalo de la invisibilidad, de la confusión,
allí, en el revés de la verdad, en el otro lado de la mentira,
en la frontera que no fuera dado trazar,
ese lugar sin localización donde verdad, mentira aparecían
como la misma respuesta a la interrogación que no hiciste,

¡oh pordiosero de tu conciencia, oh escrutador, oh minucioso explorador,

oh celebrador de lo infausto!

Carlos Bousoño
De «El martillo en el yunque» (1996) - II - EL CALLEJÓN SIN SALIDA, 2

27 de diciembre de 2017

Juan de la Cruz en la noche oscura, Carlos Bousoño

Juan de la Cruz en la noche oscura

Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera
ha de ser muy profunda;
y el dolor muy delgado
porque el amor de su esperanza
delgado es, e íntimo.
Y como el alma ha de venir a posesión de dones,
conviene que primero
pobre y vacía de ellos sea.
Pobre, como garganta con sed de muchas aguas,
vacía, como el mundo.

Y como la tiniebla se aposenta en el ojo vacío
del alma vaciada
y en la substancia misma de la duda
terrible del que duda
tiniebla substancial parece y es.
Y como toda tiniebla y toda duda
hace a quien duda de tiniebla y duda,
éste se queda en la tiniebla,
en la tapiada oscuridad,
caído en la trampa, sin salida,
cogido para siempre, temeroso, asustado,
giñapo agazapado en un rincón.
(Así en el fondo del calabozo el prisionero
espera el alzado patíbulo, la horca,
el irrisorio tormento,
o bien, en oscura mazmorra no espera
sino la definitiva soledad
quien ha asaltado el camino,
o violentado a la doncella, o acaso asesinado
a quien la defendió.)

Como con pies atados y amordazada boca
y mano encarcelada y ojo ciego,
violador, asesino, ladrón de camino real,
así está Juan, sin nada o nadie
nunca,
purificado por amor
a nadie,
a nada,
nunca,
crucificado, muerto, tenebroso
y en la tiniebla.
Así.

De «Las monedas contra la losa» (1973)
Carlos Bousoño


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