EL ÚLTIMO LIBRO DE
LA SIBILA
Podría volver a contar lo que Fray Benito Jerónimo Feijóo
nos dijo acerca de los nueve libros de la Sibila de Cumas en un texto escrito
hacia 1712 con el título de Magia y leyenda, que luego modificó cuando
redactaba sus Carta eruditas. Pero pensándolo bien, conviene transcribirlo como
prueba irrefragable, aligerando levemente su estilo, el más directo y
descriptivo del siglo XVIII. He aquí la constancia:
La historia romana cuenta que habiendo llegado a Roma la
Sibila de Cumas, en tiempos de Tarquino el Soberbio, aquélla le presentó nueve
libros, y pidió por ellos trescientos escudos. El príncipe se burló por
parecerle excesivo el precio, y la Sibila quemó tres, y por los seis restantes
pidió la misma cantidad; despreciando Tarquino nuevamente tan extravagante
demanda, quemó otros tres, insistiendo en que por los tres que quedaban le
diese la misma suma, y amenazando con arrojarlos al fuego como los demás en
caso de ofrecerle menor precio. En fin: concibiendo el príncipe, en tan extraña
resolución, algún alto misterio, dio los trescientos escudos por los tres
libros que, como cosa sagrada, colocó bajo la custodia de dos patricios en el
Capitolio1 , y estos libros eran consultados por los romanos cuando la
República se veía ante algún peligro; hasta que incendiándose el Capitolio en
tiempos de Sila, ochenta y tres años antes del nacimiento de Cristo, tuvieron
los tres libros la misma desgracia que los otros seis.
Lo que no nos dice Fray Benito Jerónimo Feijóo es que, en
realidad, uno de los tres libros que habían quedado, se salvó del incendio. Era
el último (y lo refiere Ajlajarilbj en el siglo XVII). Abierto por Sila, el
libro sólo contenía estas líneas:
La escritura fue inventada para que los hombres perdieran
la memoria.
Juan Jacobo Bajarlia
Historias de monstruos
Prólogo de: Leopoldo Marechal
EDICIONES DE LA FLOR (1969)
1 Estos dos patricios o sacerdotes, los duumviri sacris
faciendis (que Feijóo no nos cuenta por olvido o por no creerlo necesario)
fueron aumentados a diez, los decemviri, en el año 367 a. J. C. Posteriormente,
a quince, los quindecemviri, por decreto de Sila.
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