Inocencia perdida, Pedro Serazzi
Pateando puertas y gritando con pulmón de juerga llegaron los mineros al “Tierna es la Noche”, en Inca de Oro.
¡Abran paso las putas, aquí viene el billete! – exclamó uno.Otro vociferó:
¡Ay, Silvio, mijito rico, serás mío esta noche!
El homosexual que servía las mesas les hizo un desprecio. Los improperios abundaban esta noche. Del grupo de mineros, ocho en total, uno casi ebrio se entretuvo dando golpes a un turco que tocaba el piano.
¡Niñitos, pórtense bien, si no, me dará el fastidio!
Era la dueña del local. Llamada Victoriana, en ese tono cursi que no le venía.
Erika, esa noche, vaporosa como siempre, los ignoró. Estaba en un rincón bebiendo una cerveza para tragarse sus penas. Era la reina del salón y sabía que ese grupo de mineros, al igual que la mayoría de los clientes terminaría cortejándola. Allí se hablaba mucho de ese grupo que acaba de irrumpir tan bulliciosamente. Laboraban en la mina “La Abundancia”; en ese tiempo con las vetas de plata y oro más ricas de esa zona minera del norte chileno. En el desierto se tejían muchas leyendas sobre la riqueza que repentinamente había convertido en nuevos ricos a un grupo de pirquineros. Se comentaba que habían hecho pacto con el mismísimo Satanás, “El que manda”, “El Malo” o “El Futre”, como también le llamaban. Eran como inexplicables que sus rocas minerales arrojaran de 100 a 300 gramos de oro por tonelada. También se comentaba que bebían mucho porque tenían miedo a esa cuenta con el diablo, pues éste, cumplido el plazo, los sacaba de las mechas de sus habitaciones y se los llevaba al infierno. Algunos eran tranquilos, otros muy violentos. Cuando les preguntaban por el secreto de su buena mina o por el posible pacto, se limitaban a sonreír. Los 20 socios siempre eran evasivos con las respuestas. Erika continuaba bebiendo sus penas. Esa noche cumpliría 20 años y esperaba sin ansiedad las doce. En su corazón llevaba una caja de recuerdos, que como una Pandora, no quería remover a fuerza de alcohol. Vano intento, en su cerebro daba vueltas un nombre: Cristina. Ese era el verdadero, el que borró cuando quiso sepultar su pasado. Se hizo llamar Erika, o La Erika, y de Cristina no se habló más en ese lugar, porque en la vida nocturna de los llamados prostíbulos o cabaret, el cambio de identidad es una regla de honor que se respeta.
El nombre Cristina Andrea quedó sepultado en su pasado y también escondida su cédula de identidad. Todo esto a partir de aquellos días amargos cuando su padre la expulsó a patadas y con lo puesto de su hogar, porque tenía tres meses de embarazo y sólo quince años de edad. No valieron las súplicas de su mamá, en un hogar donde imperaba el machismo. Penaba en sus recuerdos su adolescencia bella, a pesar de todo, porque amaba a sus padres, el hogar, sus amigas y su liceo de Copiapó. Ahora estaba lejos, en ese pequeño y pueblo del desierto de Atacama, de Inca de Oro, en medio de la nada, el cual en su soledad aprendió a querer.
Pensaba en los tiempos cuando era Cristina, la jovencita plena de ilusiones que creyó en las promesas de un muchacho tres años mayor que ella, el cual le pidió la prueba de amor.
- Ya estamos preparados, es mucho lo que nos queremos. ¡Tenís que darme la pasada ahora!
- Cándida, creyendo que el amor era para siempre, venciendo pudores, dejó caer su vestido al suelo. El como un loco le bajó el colalé y la recostó en la cama. Entonces Cristina le amó más que nunca en la vida… Y lloró. Sus lágrimas cayeron por el dolor físico de esa primera vez y también por esa ilusión.
- Yo tanto que lo amé! - recordó. Cuando quedó embarazada él huyó como muchos, no importa por qué… ¡Huyó!
Mirando nada, porque siempre cuando estaba triste miraba nada, pensaba en su candidez de ayer y pensó en voz alta.
- ¡Ay, Dios, si hoy me pidieran la prueba de amor reiría a carcajadas!
Esbozó una triste sonrisa. Luego continuó muy triste; filosofó: Una siembra errores y cosecha desgracias.
Entonces se agitó la nostalgia. Quería ser la de antes, la muchacha del liceo, pero no podía. Era sólo Erika, la preferida del “Tierna es la Noche”. ¿Qué quedó de aquella muchacha que quería ser enfermera, la que cabalgaba en las nubes que tienen los sueños de la adolescencia? … Muy poco, apenas una gargantilla de plata y un trébol del mismo material que lucía en su cuello. Ya no quedaba en su cuerpo ni en su rostro la candidez de ayer. Su cabello castaño lo cambió por uno rubio y artificial, de vaporoso gusto, vestido de fiesta ajustado con una abertura al lado que permitía apreciar una de sus bellas piernas. El maquillaje que resaltaba más su belleza alejaba de su entorno la inocencia que en el ayer había sido su tesoro más preciado y querido.
Mil historias habían pasado en su etapa de gravidez. Golpeó puertas que nunca se abrieron y su hijo lanzó el primer llanto en un cabaret, donde las asiladas, como le llaman a las prostitutas, le dieron protección y el cariño que tanto le faltaba. Luego, casi sin darse cuenta se involucró. Dejó a su hijo en Copiapó y trabajaba sólo por él. Estaba transportada en sus pensamientos y le parecía ver a su hijito durmiendo a su lado.
La despertó de aquello el estridente griterío de clientes y asiladas. El curco arrancando desafinadas notas de un vals peruano.
Luces rojas, verdes, violetas encendiéndose y apagándose intermitentemente.
¡Chiquillas, atiendan a los caballeros! – ordenaba la dueña.
Al tiro madrina – respondió una tal Marión.
¿Madrina?… ¡Cabrona! – comentó en voz baja Erika. Alcanzó a escuchar su comentario un apuesto hombre maduro. Se acercó y le sonrió.
Así es amorosa, cabrona es la palabra exacta. ¿Le puedo hacer compañía a esta preciosura?
Siéntese.
Todo el pueblo habla de ti. Dicen que no hay nadie más hermosa en ninguno de los locales de Inca de Oro.
Gracias.
Pidió la ponchera y la invitó a bailar. Ella, dulcemente, no aceptó. Le pidió disculpas porque estaba muy deprimida. El hombre tuvo paciencia, porque no quería perder por ningún motivo esa compañía, ni menos la oportunidad de hacerle el amor. Dijo llamarse Ernesto y se presentó como el presidente de la Cooperativa Minera La Abundancia. Comenzaron a charlar sobre varios temas. Cuando le correspondió cancelar la ponchera sacó su billetera y al desdoblarla la joven advirtió una fotografía.
¡Que linda muchacha!... ¿Es su hija?
Así es – sonrió y sacando la fotografía se la pasó.
Es mi orgullo. Luego cumplirá catorce. Se llama Susana y será una gran mujer.
Erika, apenada, le dijo:
Es curioso, yo soy muy joven, pero creo poder opinar sobre ciertas cosas y hasta dar un consejo. Soy todavía casi una lola, pero le suplico, acéptelo: si esa hija que tanto quiere, le falla, perdónela. Usted debe ignorar cuánto sufren los hijos sin sus padres. Nunca permita que se aleje de usted y su esposa. Enseguida le tomó una de sus manos y se la acarició.
También el pelo. A esa ternura el hombre primero reaccionó con un poco de emoción, pero en rápido movimiento deslizó su mano hacia uno de sus senos. No se dejó acariciar.
Tetoncita, ¿cuánto vale el “momento”?, quiero que nos vamos a acostar de inmediato.
No me pregunte esas cosas. No ve que estoy mal.
Media cañoneada estarás. ¡Qué bonito!... nosotros arreglando el mundo y el resto bailando y acarreando putas a las piezas.
¿Sabe señor grosero?: Con usted, ni aunque sea el más rico del pueblo me acuesto.
¿No te gusto, huevona conchas de tu madre?
¡No es eso, imbécil! Hay otras cosas.
El hombre muy indignado le lanzó un puñete que apenas Erika pudo esquivar a tiempo. No pudo evitar una fuerte cachetada, que a pesar de la música la sintió la mayor parte del numeroso público y asiladas.
¡Maraca, ni que tuvierai el choro de oro!
El jorobado detuvo la música y se acabó el jolgorio. El tal Silvio, que llevaba una peluca rubia y bailaba con otro varón, se lanzó en picada a defenderla.
El hombre se sentía humillado en lo más profundo de su virilidad. ¿Qué dirían ahora del jefe de la cooperativa, del mismo que se jactaba de ser irresistible con las mujeres? Era verdad que ejercía un protagonismo entre las más atractivas asiladas, pero ahí estaba, derrotado por esa mujer a la que consideraba una mocosa. No se podía convencer, atractivo y con mucho dinero y ¿de qué servía en el “Tierna es la Noche” con esa tal Erika? El, que siempre conseguía tener sexo gratuitamente, estaba haciendo el ridículo.
Ordenó que le soltaran los brazos. La muchacha se escondía tras su protector, el Silvio. La regente del local trataba de calmar a su furibundo cliente.
Que siga la fiesta, aquí no ha pasado “Never de never” -, apuntó el homosexual.
La mayoría volvió nuevamente a sus asientos y ahora el pianista tocaba un bolero mambo.
El hombre, furibundo, miraba a la muchacha que secaba sus lágrimas. Luego miró el escaparate donde había unas 20 botellas de whisky. Preguntó con suficiencia a la regente.
- ¿Cuánto valen todas esas porquerías?
- Esas con caras, don Jaime. Usted sabe, los impuestos la Comisión Civil que no me deja tranquila y…
- ¡Las quiero todas!
- Enseguida esparció un montón de billetes a los pies de la mujer. Habían más de 500 mil pesos que la mujer recogió con entusiasmo. El silencio reinaba en el salón. Sacó un cortaplumas. Ernesto, gritó:
- Escuchen todos!... ¡Voy a efectuar la “cascada” más cara de este pueblo miserable de Inca de Oro, con la puta más barata de la zona, porque esta huevona no cobrará nada por su número! … ¡Súbete a le mesa, mierda, o te corto; maraca, nunca olvidarás el día que te hice pedazos tu lindo rostro!
Erika trató de escabullirse, pero la tomó con fuerzas de los cabellos. Ella cayó al suelo y la arrastró violentamente para luego subirla con la misma violencia a una mesa. Un minero de aspecto humilde trató de salvar a la joven, pero sintió el filo de la navaja a milímetros de su mejilla. Prefirió escapar.
Estaba tumbada en la mesa y de un tirón el hombre le sacó el vestido de noche. Sólo estaba en colalé y se protegió los pechos con sus brazos. Lloraba y suplicaba que detuviera el castigo. Groseramente le manoseó las nalgas y le dio un fuerte apretón en ese lugar, la tomó del pelo y le gritó que se pusiera de pie. Le quitó los zapatos taco alto y los lanzó lejos. Luego, con la afilada hoja, cortó con increíble delicadeza la disminuta prenda que le quedaba, para luego estallar en una carcajada y darle la orden de mostrar permanentemente los pechos, a lo que tuvo que acceder ante el filo de acero que rozaba uno de sus pezones. Erika temblaba de pies a cabeza y un mudo auditorio presenciaba el vejamen. Ahora nadie hablaba. Ordenó a uno de sus cómplices amigos que subiera a le mesa y vaciara en sus cabellos la primera botella de whisky. El alcohol recorrió su cabello, su rostro, su cuello, sus pechos, su abdomen, hasta llegar a los vellos íntimos, el jefe de la cooperativa llenó su vaso. Lo hacía con mucha arrogancia y reía a carcajadas, casi como un enajenado
Cuando llevaba el vaso a su boca, la chica le dijo:
- ¡Tómatelo, tómatelo, bebe todo lo que quieras, pero, por favor, no dejes nada, porque será el trago más amargo de tu vida, pues yo soy la puta de tu hija y por eso no puedo tener sexo contigo!
- ¿Acaso olvidaste que este trébol que llevo en mi cuello fue tu regalo de mis 14 años, papá?... ¿No recuerdas que fue un obsequio cuando me querías?... ¡Yo soy la maraca de tu hija, soy puta!…¿Lo entiendes? y me llamo Cristina, Cristina Andrea... ¡También tienes un nieto!
El hombre dejó caer el vaso, que estalló en el suelo. Dio la vuelta y abandonó el salón. Lo hizo lentamente, tirando a su paso el cortaplumas. Su rostro lo llevaba inclinado, como mirando el viejo entablado del piso, mientras las lágrimas comenzaron a conjugar su dolor.
Pedro Serazzi Ahumada
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