1 Antecedentes, Gianni Rodari. De Gramática de la fantasía (1973)
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Antecedentes
En el invierno de 1937-38, gracias a la recomendación de
una maestra, casada con un vigilante municipal, fui contratado para enseñar
italiano a unos niños en casa de una familia de judíos alemanes que creían -lo
creyeron hasta unos pocos meses después de haber encontrado en Italia un
refugio contra las persecuciones raciales. Vivía con ellos, en una granja en
las colinas, cerca del lago Mayor. Con los niños trabajaba desde las siete
hasta las diez de la mañana. El resto del día lo pasaba en los bosques, paseando
y leyendo a Dostoievsky. Fue un tiempo feliz, mientras duró. Aprendí un poco de
alemán y me lancé sobre los libros de este idioma con la pasión, el desorden y
la voluntad que caracterizan a quien estudia cien veces más de lo que pueden
enseñar cien años de escuela.
Un día, en los Frammenti (Fragmentos) de Novalis
(1772-1801), encontré aquel que dice: «Si dispusiéramos de una Fantástica, como
disponemos de una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar.» Era muy
bello. Casi todos los fragmentos de Novalis lo son, casi todos contienen
revelaciones extraordinarias.
Pocos meses después, habiendo descubierto a los
surrealistas franceses, creí haber encontrado en su modo de trabajar la
«Fantástica» de que hablaba Novalis. Es bien cierto que el padre y profeta del
surrealismo había escrito, en el primer manifiesto del movimiento: «Las futuras
técnicas surrealistas no me interesan.» Pero desde entonces sus amigos
escritores y pintores habían descubierto buen número de nuevas técnicas. Por
aquel tiempo, habiendo huido mis hebreos en busca de una nueva patria, yo
trabajaba en las escuelas secundarias. Seguramente era un pésimo maestro, mal
preparado para su trabajo, y tenía demasiadas cosas en la mente, desde la
lingüística indo-europea hasta el marxismo (el señor Romussi, director de la
Biblioteca Municipal de Varese, a pesar de tener el retrato del Duce en lugar
bien visible, sobre su escritorio, me facilitó siempre, sin hacer ningún
comentario, todos los libros que le llegué a solicitar); tenía todo en mi mente
excepto la escuela. Pero no creo haber sido un maestro fastidioso. A los niños
les contaba, un poco por diversión y un poco por jugar, historias que no tenían
nada que ver ni con la realidad ni con el sentido común, historias que
inventaba sirviéndome de las «técnicas» promovidas y deprecadas por Bretón.
Fue en aquel tiempo cuando di a un modesto cartapacio el
pomposo título de Quaderno di Fantastica. Me servía para tomar nota no de las
historias que contaba sino del modo en que nacían, de los trucos que descubría,
o creía descubrir, para poner en movimiento palabras e imágenes.
Todo este material había sido sepultado y olvidado por
mí, hasta que, hacia 1948, empecé a escribir para niños. Entonces todo volvió a
mi mente, incluso la «Fantástica», siéndome muy útil para el desarrollo de mi
nueva actividad. Sólo la pereza, y una cierta desconfianza por la
sistematización, junto con la falta de tiempo, me impidieron hablar de todo
esto hasta 1962, año en que publiqué en el diario romano «Paese Sera» un Manuale
per inventare favole (Manual para inventar fábulas), en dos capítulos (9 y 19
de febrero).
En aquellos artículos mostraba una respetuosa distancia
respecto de la materia a tratar, explicando haber recibido, de un joven
estudiante japonés, hipotéticamente conocido en Roma durante las Olimpiadas, un
manuscrito que contenía la traducción al inglés de una obrita, pretendidamente
publicada en Stuttgart, en 1912, por la Novalis- Verlag, y de la que era autor
un improbable Otto Schlegl-Kamnitzer.
Su título: Grundlegung zur Phantastik -Die Kunst Maerchen
zu schreiben, es decir: Fundamentos para una Fantástica - El arte de escribir
fábulas. Con la excusa de esta invención no demasiado original exponía, entre
bromas y veras, algunas de las técnicas más simples de invención: las mismas
que más adelante, durante años, he divulgado en todas las escuelas a las que he
acudido a explicar historias a los niños y a responder a sus preguntas. No es
necesario decir que siempre hay un niño que pregunta: «¿Cómo se inventa una
historia?», y su pregunta merece una respuesta honesta.
No mucho tiempo después, volvía a tratar el tema, en el
Giornale dei Genitori (Diario de los Padres), para sugerir a los lectores la
manera de inventar por sí mismos los «cuentos para ir a dormir» (¿Qué pasa si
el abuelo se vuelve gato?, diciembre de 1969; Un plato de historias,
enero-febrero de 1971; Historias para reír, abril de 1971). Queda feo citar
tantas fechas. ¿A quién pueden interesar? Sin embargo me gusta citarlas una
después de otra, como si fueran importantes. Debo advertir al lector que estoy
jugando a aquel juego que la psicología transaccional llama «Mira, mamá, ¡sin
manos!» Y, es que es tan bonito poder vanagloriarse de algo...
Del 6 al 10 de marzo de 1972, en Reggio Emilia, invitado
por el ayuntamiento, tuve una serie de encuentros, con una cincuentena de
maestros de las escuelas primarias y secundarias, y presenté, en forma digamos
oficial, todas mis herramientas de trabajo.
Tres cosas me harán recordar siempre aquella semana como
una de las más bellas de mi vida. La primera es que el cartel anunciador,
creado para la ocasión por el ayuntamiento, proclamaba con todas sus letras:
Encuentros con la Fantástica, de manera que pude leer, sobre los muros
estupefactos de la ciudad, aquella palabra que me acompañaba desde hacía 34
años. La segunda es que el mismo cartel advertía que las «reservas» para
asistir a los encuentros debían ser obligatoriamente limitadas a cincuenta: un
número mayor de asistentes habría transformado cualquier encuentro en una
conferencia, que no habría sido útil a nadie; pero lo mejor del caso es que la
advertencia contenida en el cartel parecía expresar el temor de que se
produjera una avalancha humana, al reclamo de la «Fantástica», y que el público
tomase al asalto el gimnasio de los bomberos, con sus columnas de hierro
pintadas de violeta, que había sido el lugar elegido para la celebración de los
encuentros. Todo resultaba muy emocionante.
La tercera razón de mi felicidad, y la más sustanciosa,
residía en la posibilidad de retener todo el tiempo el control de la discusión,
mientras razonaba larga y ampliamente sobre la función de la imaginación y las
técnicas para estimularla, y comunicaba a todos el modo de hacer de estas
técnicas un instrumento para la educación lingüística, no sólo de los niños
sino también de los adultos.
Al final de aquel «breve curso» me encontré con el texto
de cinco «conversaciones», gracias a la grabadora que las había recogido y a la
paciencia de una dactilógrafa.
El libro que presento ahora no es sino una reelaboración
de las «conversaciones» de Reggio Emilia. No representa -y debo precisarlo el
intento de fundar una «Fantástica» en toda regla, lista para ser enseñada y
estudiada en las escuelas como lo es la geometría, ni una teoría completa sobre
la imaginación y la invención, que requeriría el trabajo de alguien menos
ignorante que yo. No es ni siquiera un «ensayo». La verdad es que no sé lo que
es. Hablo en él de algunos modos de inventar algunas historias para niños y de
ayudar a los niños para que inventen sus propias historias: pero, ¿quién sabe
cuántos otros modos o técnicas inventivas se pueden describir? Hablo sólo de la
invención por medio de las palabras, y apenas sugiero, sin profundizar en ello,
que estas técnicas pueden ser transferidas a otros lenguajes distintos del
verbal. Las historias pueden tener un solo narrador o varios; pueden
convertirse en teatro o guiñol de marionetas; convertirse en una tira cómica o
en un film; se las puede grabar en una cinta y enviarlas a los amigos. Las
historias podrían formar parte de cualquier juego infantil..., pero de todo
esto yo digo bien poco.
Espero que este pequeño libro sea igualmente útil a quien
cree en la necesidad de que la imaginación tenga un puesto en el proceso
educativo; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien sabe el
valor liberador que puede tener la palabra. «Todos los usos de las palabras
para todos» me parece un buen lema, tiene un bello sonido democrático. No para
que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo.
Gianni Rodari
De Gramática de la fantasía (1973)
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