19 de enero de 2021

Antecedentes, Gianni Rodari

1 Antecedentes, Gianni Rodari. De Gramática de la fantasía (1973)

 
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Antecedentes
 

En el invierno de 1937-38, gracias a la recomendación de una maestra, casada con un vigilante municipal, fui contratado para enseñar italiano a unos niños en casa de una familia de judíos alemanes que creían -lo creyeron hasta unos pocos meses después de haber encontrado en Italia un refugio contra las persecuciones raciales. Vivía con ellos, en una granja en las colinas, cerca del lago Mayor. Con los niños trabajaba desde las siete hasta las diez de la mañana. El resto del día lo pasaba en los bosques, paseando y leyendo a Dostoievsky. Fue un tiempo feliz, mientras duró. Aprendí un poco de alemán y me lancé sobre los libros de este idioma con la pasión, el desorden y la voluntad que caracterizan a quien estudia cien veces más de lo que pueden enseñar cien años de escuela.
Un día, en los Frammenti (Fragmentos) de Novalis (1772-1801), encontré aquel que dice: «Si dispusiéramos de una Fantástica, como disponemos de una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar.» Era muy bello. Casi todos los fragmentos de Novalis lo son, casi todos contienen revelaciones extraordinarias.
Pocos meses después, habiendo descubierto a los surrealistas franceses, creí haber encontrado en su modo de trabajar la «Fantástica» de que hablaba Novalis. Es bien cierto que el padre y profeta del surrealismo había escrito, en el primer manifiesto del movimiento: «Las futuras técnicas surrealistas no me interesan.» Pero desde entonces sus amigos escritores y pintores habían descubierto buen número de nuevas técnicas. Por aquel tiempo, habiendo huido mis hebreos en busca de una nueva patria, yo trabajaba en las escuelas secundarias. Seguramente era un pésimo maestro, mal preparado para su trabajo, y tenía demasiadas cosas en la mente, desde la lingüística indo-europea hasta el marxismo (el señor Romussi, director de la Biblioteca Municipal de Varese, a pesar de tener el retrato del Duce en lugar bien visible, sobre su escritorio, me facilitó siempre, sin hacer ningún comentario, todos los libros que le llegué a solicitar); tenía todo en mi mente excepto la escuela. Pero no creo haber sido un maestro fastidioso. A los niños les contaba, un poco por diversión y un poco por jugar, historias que no tenían nada que ver ni con la realidad ni con el sentido común, historias que inventaba sirviéndome de las «técnicas» promovidas y deprecadas por Bretón.
Fue en aquel tiempo cuando di a un modesto cartapacio el pomposo título de Quaderno di Fantastica. Me servía para tomar nota no de las historias que contaba sino del modo en que nacían, de los trucos que descubría, o creía descubrir, para poner en movimiento palabras e imágenes.
Todo este material había sido sepultado y olvidado por mí, hasta que, hacia 1948, empecé a escribir para niños. Entonces todo volvió a mi mente, incluso la «Fantástica», siéndome muy útil para el desarrollo de mi nueva actividad. Sólo la pereza, y una cierta desconfianza por la sistematización, junto con la falta de tiempo, me impidieron hablar de todo esto hasta 1962, año en que publiqué en el diario romano «Paese Sera» un Manuale per inventare favole (Manual para inventar fábulas), en dos capítulos (9 y 19 de febrero).
En aquellos artículos mostraba una respetuosa distancia respecto de la materia a tratar, explicando haber recibido, de un joven estudiante japonés, hipotéticamente conocido en Roma durante las Olimpiadas, un manuscrito que contenía la traducción al inglés de una obrita, pretendidamente publicada en Stuttgart, en 1912, por la Novalis- Verlag, y de la que era autor un improbable Otto Schlegl-Kamnitzer.
Su título: Grundlegung zur Phantastik -Die Kunst Maerchen zu schreiben, es decir: Fundamentos para una Fantástica - El arte de escribir fábulas. Con la excusa de esta invención no demasiado original exponía, entre bromas y veras, algunas de las técnicas más simples de invención: las mismas que más adelante, durante años, he divulgado en todas las escuelas a las que he acudido a explicar historias a los niños y a responder a sus preguntas. No es necesario decir que siempre hay un niño que pregunta: «¿Cómo se inventa una historia?», y su pregunta merece una respuesta honesta.
No mucho tiempo después, volvía a tratar el tema, en el Giornale dei Genitori (Diario de los Padres), para sugerir a los lectores la manera de inventar por sí mismos los «cuentos para ir a dormir» (¿Qué pasa si el abuelo se vuelve gato?, diciembre de 1969; Un plato de historias, enero-febrero de 1971; Historias para reír, abril de 1971). Queda feo citar tantas fechas. ¿A quién pueden interesar? Sin embargo me gusta citarlas una después de otra, como si fueran importantes. Debo advertir al lector que estoy jugando a aquel juego que la psicología transaccional llama «Mira, mamá, ¡sin manos!» Y, es que es tan bonito poder vanagloriarse de algo...
Del 6 al 10 de marzo de 1972, en Reggio Emilia, invitado por el ayuntamiento, tuve una serie de encuentros, con una cincuentena de maestros de las escuelas primarias y secundarias, y presenté, en forma digamos oficial, todas mis herramientas de trabajo.
Tres cosas me harán recordar siempre aquella semana como una de las más bellas de mi vida. La primera es que el cartel anunciador, creado para la ocasión por el ayuntamiento, proclamaba con todas sus letras: Encuentros con la Fantástica, de manera que pude leer, sobre los muros estupefactos de la ciudad, aquella palabra que me acompañaba desde hacía 34 años. La segunda es que el mismo cartel advertía que las «reservas» para asistir a los encuentros debían ser obligatoriamente limitadas a cincuenta: un número mayor de asistentes habría transformado cualquier encuentro en una conferencia, que no habría sido útil a nadie; pero lo mejor del caso es que la advertencia contenida en el cartel parecía expresar el temor de que se produjera una avalancha humana, al reclamo de la «Fantástica», y que el público tomase al asalto el gimnasio de los bomberos, con sus columnas de hierro pintadas de violeta, que había sido el lugar elegido para la celebración de los encuentros. Todo resultaba muy emocionante.
La tercera razón de mi felicidad, y la más sustanciosa, residía en la posibilidad de retener todo el tiempo el control de la discusión, mientras razonaba larga y ampliamente sobre la función de la imaginación y las técnicas para estimularla, y comunicaba a todos el modo de hacer de estas técnicas un instrumento para la educación lingüística, no sólo de los niños sino también de los adultos.
Al final de aquel «breve curso» me encontré con el texto de cinco «conversaciones», gracias a la grabadora que las había recogido y a la paciencia de una dactilógrafa.
El libro que presento ahora no es sino una reelaboración de las «conversaciones» de Reggio Emilia. No representa -y debo precisarlo el intento de fundar una «Fantástica» en toda regla, lista para ser enseñada y estudiada en las escuelas como lo es la geometría, ni una teoría completa sobre la imaginación y la invención, que requeriría el trabajo de alguien menos ignorante que yo. No es ni siquiera un «ensayo». La verdad es que no sé lo que es. Hablo en él de algunos modos de inventar algunas historias para niños y de ayudar a los niños para que inventen sus propias historias: pero, ¿quién sabe cuántos otros modos o técnicas inventivas se pueden describir? Hablo sólo de la invención por medio de las palabras, y apenas sugiero, sin profundizar en ello, que estas técnicas pueden ser transferidas a otros lenguajes distintos del verbal. Las historias pueden tener un solo narrador o varios; pueden convertirse en teatro o guiñol de marionetas; convertirse en una tira cómica o en un film; se las puede grabar en una cinta y enviarlas a los amigos. Las historias podrían formar parte de cualquier juego infantil..., pero de todo esto yo digo bien poco.
Espero que este pequeño libro sea igualmente útil a quien cree en la necesidad de que la imaginación tenga un puesto en el proceso educativo; a quien tiene confianza en la creatividad infantil; a quien sabe el valor liberador que puede tener la palabra. «Todos los usos de las palabras para todos» me parece un buen lema, tiene un bello sonido democrático. No para que todos seamos artistas, sino para que ninguno sea esclavo.
 
 
Gianni Rodari
De Gramática de la fantasía (1973)


 

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