El eco
El asesino había pensado en todo. Había escogido un lugar
especialmente desierto, un arma silenciosa y una víctima muy fácil de
exterminar.
Todo ocurrió a las doce de la noche, tal como él lo había
previsto. La víctima dejó escapar únicamente un grito ahogado, aunque bastante
espantoso.
Sin embargo, mientras la víctima yacía inerte en el
suelo, un eco reprodujo el grito agónico amplificándolo.
El asesino se sobresaltó y estuvo un rato atento. Después
nada. Nada salvo silencio. Más calmado, enterró el cadáver en un terreno
baldío, tal como lo había previsto. Y se dio a la fuga.
Al día siguiente, a las doce de la noche un paseante
atravesaba aquel terreno baldío cuando el eco reprodujo el mismo grito
espantoso del hombre asesinado en la víspera.
El paseante se detuvo, aterrorizado. Alertó a otros
caminantes y después a la policía.
Buscaron, excavaron y por fin hallaron el cadáver e
incluso el arma del crimen.
Y, cuando ya habían hallado un cuerpo y un arma...
Jacques Sternberg
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