Mi fósil
Guárdame, duro armazón tallado por la muerte en el polvo
de Adán.
Pliégame a la obediencia,
incrústame otra vez en lo visible con esas nervaduras de
terror
que delatan mi número incompleto, mi especie miserable.
Apenas me retienes por un lazo de sombra debajo de los
pies,
apenas por un jirón de luz helada entre los dientes,
y no obstante persevero contigo en el desierto contra la
voz que clama,
me aferro como a un mástil contra el ciclón de plumas que
me aspira,
me adhiero como un náufrago al tablón que corre hacia el
abismo.
Porque eres aún la encrucijada,
las gradas hasta el fin y la escalera rota,
ese extraño lugar donde se hallan la maldición y el
exorcismo.
Te han arrojado aquí
para que me enseñaras con tu duro evangelio la salida.
Te han encerrado a oscuras
para que me acecharas con mi propio fantasma sin remedio.
Te han jugado a perderme.
Te han prometido el sol de mi destierro,
mi feroz horizonte replegado debajo de la hierba,
la sábana de espumas en alguna intemperie en que no
estoy.
Y tú en paz con tus huesos,
como momia de perro en el museo donde empieza mi
infierno.
Sí, tú, mi Acrópolis de sal,
mi pregunta de nube sepultada,
mi respuesta de cera,
mi patíbulo errante lavado por las olas de una misma
sentencia.
Olga Orozco
De Museo salvaje (1974)
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