Bartleby
Había rehusado decir quién era, o de dónde venía, o si
tenía algún pariente en el mundo
Herman Melville, “Bartleby”
Nadie supo quién fue.
Nunca estuvo más cerca de los hombres que de los mudos
signos.
Él hubiera podido enumerar los días que soportó vestido
de gris desesperanza,
o describir siquiera la sombra de los sueños sobre el
muro vacío.
Nos queda solamente la mascarilla pálida,
la mirada serena con que eludió el llamdo de todos los
destinos,
la imagen de su muerte desoladoramente semejante a su
vida.
No queremos pensar que fue parte de nosotros,
que fue nuestra constancia a las pacientes leyes que
ignoramos.
Todos hemos sentido alguna vez la pavorosa y ciega
soledad del planeta,
y hasta el fondo del alma rueda entonces la piedrecilla
cruel,
conmoviendo un misterio más grande que nosotros.
¡Oh, dios! ¿Es preciso saber que no podemos interpretar
las cifras inscriptas en el muro?
¿Es preciso que aullemos como perros perdidos en la noche
o que seamos Bartleby con los brazos cruzados?
Preferimos no hacerlo.
Preferimos creer que Bartleby fue sólo memoria de
consuelos, de perdón, de esperanzas que llegaron muy tarde para los que se
fueron;
testigo de un gran fuego donde ardió la promesa de un
tiempo que no vino.
No será en ese cielo. En otro nos veremos.
Él estará también pálidamente absorto contemplando la
otra cara del muro.
Deberá recordar una por una todas las cartas muertas.
Pero acaso aun entonces él prefiera no hacerlo.
Olga Orozco
De Las muertes (1952)
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