14 de octubre de 2018

Bartleby, Olga Orozco


Bartleby

Había rehusado decir quién era, o de dónde venía, o si tenía algún pariente en el mundo
Herman Melville, “Bartleby”




Nadie supo quién fue.
Nunca estuvo más cerca de los hombres que de los mudos signos.
Él hubiera podido enumerar los días que soportó vestido de gris desesperanza,
o describir siquiera la sombra de los sueños sobre el muro vacío.
Nos queda solamente la mascarilla pálida,
la mirada serena con que eludió el llamdo de todos los destinos,
la imagen de su muerte desoladoramente semejante a su vida.
No queremos pensar que fue parte de nosotros,
que fue nuestra constancia a las pacientes leyes que ignoramos.
Todos hemos sentido alguna vez la pavorosa y ciega soledad del planeta,
y hasta el fondo del alma rueda entonces la piedrecilla cruel,
conmoviendo un misterio más grande que nosotros.
¡Oh, dios! ¿Es preciso saber que no podemos interpretar las cifras inscriptas en el muro?
¿Es preciso que aullemos como perros perdidos en la noche o que seamos Bartleby con los brazos cruzados?
Preferimos no hacerlo.
Preferimos creer que Bartleby fue sólo memoria de consuelos, de perdón, de esperanzas que llegaron muy tarde para los que se fueron;
testigo de un gran fuego donde ardió la promesa de un tiempo que no vino.
No será en ese cielo. En otro nos veremos.
Él estará también pálidamente absorto contemplando la otra cara del muro.
Deberá recordar una por una todas las cartas muertas.
Pero acaso aun entonces él prefiera no hacerlo.



Olga Orozco
De Las muertes (1952)

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