La historia del espejo, Spencer Holst
Había una vez un poeta que quería convertir su talento en
dinero. Era un buen poeta. Estaba dedicado a su profesión, al perfeccionamiento
de su arte, con todo su ser. Era culto o, por lo menos, había leído mucho; y
tenía una aguda imaginación y podía ser elocuente —cuando escribía—, pero no
sabía hablarle a la gente; era tímido y siempre tenía el sentimiento de que la
gente relacionaba sus palabras con algo que él no entendía. Como era un
verdadero poeta, esto quiere decir, por supuesto, que trabajaba en menesteres
humildes: lavaplatos, oficinista, mensajero. No existe manera de que un
auténtico poeta se gane la vida con su obra. Un día miró en su torno, y vio a
todos estos retardados, estas personas vulgares, criminales, inmorales,
estúpidas, todos estos idiotas, ¡todos los cuales pueden ganarse la vida! Y se
imaginó que debía de haber algún modo de que una persona con su inteligencia se
imaginara cómo no tener que trabajar en estos trabajos ridículos. Así que le
pidió prestada una malla negra a un bailarín amigo, y consiguió una pesada
pieza de género que se puso en la cabeza como una capucha de monje, y consiguió
un trozo de cristal ovalado, apenas algo mayor que una cara, y lo puso frente a
su propia cara, bajo la capucha, pero no era un cristal común, era el llamado
“en una dirección”; esto es, la clase de cristal que cuando uno mira a través
de él de un lado, es claro, transparente, pero cuando se mira del otro lado es
un espejo; puso este cristal ante su cara de modo que él podía mirar a través
de él, pero cualquiera que lo mirase sólo veía su propio reflejo. Fue a un club
nocturno del Greenwich Village y consiguió trabajo como oráculo. De adivino.
Tenía una mesita en el club nocturno y se sentaba allí, y la gente venía y le
hacía preguntas de las que uno le hace a un oráculo, acerca del futuro, y él
decía simplemente lo primero que se le pasaba por la cabeza. Inventaba
disparates, hablaba en jerigonza, citaba fragmentos de otros poetas, y tenía
una aguda imaginación de modo que inventaba pequeñas fantasías, cuentos, y a la
gente parecía gustarle. Descubrió que cuando tenía puesto su espejo, perdía la
timidez. Podía hablar con la gente con facilidad.
Banshee: el duende melancólico que, en las mitologías
célticas, anuncia la muerte de alguien.
Algunas personas hasta lo tomaban en serio, pero él tan
sólo se reía de ellos y nunca pretendió ser otra cosa que un animador. Después
de un tiempo se encontró con que estaba ganando bien en el club nocturno. Había
una chica, una bailarina de striptease que también trabajaba en el club
nocturno. Trabajaba con luz negra. Luz ultravioleta. Pero únicamente su traje
era luminoso, ella no, y como no había otra luz, a medida que interpretaba su
baile y una a una sus ropas caían, ella desaparecía. Únicamente sus ropas eran
luminosas, de modo que cuando caía el último corpiño o la última bombacha, ella
era invisible y el escenario quedaba regado con luminosos montones de ropa.
Ese era su número. Ambos se enamoraron. Pero cuando el
poeta no tiene puesto su espejo, vuelve a ser el tímido de antes. No sabe cómo
abordar a la chica, y no sabe que ella también está interesada en él. Una noche
(a mitad de semana, no hay mucho público) él ve a la chica que camina por la
vacía pista de baile en su dirección, y ella tiene algo escondido a sus
espaldas, de manera que él no puede ver de qué se trata. Así que ella se sienta
a su mesa y... ¡Aquí está! Y él tiene puesto su traje y su espejo, así que
súbitamente puede hablar. Está a punto de expresarse, de expresar su amor
cuando la chica le dice: “¡Mire! Yo no quiero que me adivine nada, no quiero
saber nada sobre mí misma. ¡Quiero saber algo de usted!” Y en este momento,
sacó de atrás de su espalda un espejo ovalado de su mesa de tocador, apenas
algo mayor que una cara, y lo puso frente a la cara-espejo de él, y le dijo:
“¿Qué ve?” Perdóname, lector, pero por un instante debo hacer una digresión
para explicarte lo que él vería. Sabes que cuando te paras entre dos espejos, o
cuando te sientas en el sillón del peluquero, parece haber un corredor entre
los espejos; pero si alguna vez te detienes a observar verás que, aunque quizá
puedas ver seis o siete niveles, nunca puedes ver el final del corredor;
siempre tu propio primer reflejo se interpone en el camino, y si intentas
hacerte a un lado, todo el corredor desaparece por un costado del marco del
espejo. Pero en este caso, él miraría a través del vidrio y vería un espejo,
pero el espejo sólo “vería”, por así decirlo, un espejo, que a su vez vería un
espejo, y etcétera. No habría nada entre los dos espejos para obstaculizar la
visión, de modo que él podría ver el corredor estirándose en línea recta hasta
el infinito. Así que, para recapitular la situación: la chica de la cual está
enamorado se sienta frente a él, y él tiene puesto su espejo, de modo que puede
hablar, y está a punto de expresar su amor cuando la bailarina de striptease le
pregunta: “¿Qué ve?” Y en ese momento la chica desaparece, el club nocturno
desaparece y el hombre ve un corredor hasta el infinito. No dice nada. La chica
saca su espejo y le dice: “¡Diga algo!” Pero el hombre no dice una palabra.Ella
le tira de la manga y le dice: “No se quede sentado ahí, diga algo...” Pero él
no se mueve. Y durante diecisiete años no se ha movido. Todavía está sentado,
exactamente en la misma posición, un catatónico en un hospicio... lo alimentan
por un tubo, y es incontinente, y ha perdido por completo el contacto con el
mundo exterior. Pero los médicos y las enfermeras pueden discernir —a través de
cambios en su expresión facial, y a través de las palabras que masculla
inaudiblemente, de modo que nunca pueden saber bien qué está diciendo—, pueden
discernir que en su mente lleva una vida muy activa, y que tiene experiencias
en un mundo de sueños... Y en este mundo de sus sueños, en la vida que vive
adentro de su cabeza, todo el resto de la gente usa espejos sobre sus caras, y
él es el único que no lo tiene. A causa de esto se siente en gran medida como
un extraño, y trata de averiguar, pregunta a la gente: ¿por qué él no tiene un
espejo sobre su cara como los demás? Pero la gente, o bien le da respuestas
falsas y trata de burlarse de él, o bien pretende que no sabe de qué está
hablando. Y a causa de esto, él no consigue sino trabajos humildes, como
lavaplatos, oficinista o mensajero. Como este “entero mundo” es, después de
todo, tan sólo su imaginación, como es tan sólo su sueño... bueno... puede
pasar cualquier cosa. Por ejemplo: después de haber trabajado toda la semana en
alguna espantosa ocupación, agarra su cheque con todo el sueldo y se va a la
guarida de los drogadictos. (No se trata de una droga verdadera, por supuesto,
sino de lo que él se imagina que es una guarida de drogadictos, porque sea como
fuere que uno pueda imaginar una guarida de drogadictos en un sueño... así es,
realmente.)
Pero la otra gente en la guarida de los drogadictos,
cuando se ponían high, ¡oh!, bailaban, y cantaban, y se reían, y se divertían muchísimo;
pero él no, se limitaba a encontrar una silla cómoda y a sentarse. Y con el
paso de los años, se adaptó a su mundo. En realidad, se arrancó de la
conciencia, a la fuerza; este conocimiento que tiene de que es realmente
distinto de los demás, que no tiene un espejo sobre su cara. Cuando alguien
alude a este hecho, él hace como que no oye, o hace como si estuvieran hablando
de otra cosa. Y a medida que pasan los años, empieza a pensar en sí mismo como
“normal”. Saben, todos son un poco neuróticos, todos tienen problemas. Pero él
terminó por pensar de sí mismo como si fuera otro ser humano común... aunque...
hay veces en que sospecha, hay veces en que piensa que es un poco peculiar que
una persona vaya y se gaste todo el cheque del sueldo en la guarida de los
drogadictos, quiero decir... solamente para sentarse allí. Pero hay otra manera
en que podría terminar esta historia, por ejemplo: él conoce una chica, y la
chica tampoco tiene un espejo sobre la cara y, por supuesto, se reconocen el
uno al otro inmediatamente, esto es, que ninguno de ellos tiene un espejo sobre
la cara. Y ella le dice (ella ha estado en “este mundo” más tiempo que él) que
él no tiene que trabajar en esos menesteres horribles, y que le puede enseñar
cómo desenvolverse... “Ven a mi casa”, le dice ella. (La relación entre ambos
es, desde el principio, más la de hermano y hermana que una de tipo sexual.). Y
así, salen caminando de la ciudad hasta el borde del mar y caminan por la playa
quizá cerca de una milla, hasta un lugar muy aislado donde no hay gente; hay un
palmar muy agradable, y en el centro del palmar hay una pequeña tienda. “¡Mira!
—dice ella—. Yo vivo aquí. No tengo que pagar alquiler. Voy a nadar todas las
mañanas. Es saludable vivir al sol. Es maravilloso”. “Bueno, sí —dice el
hombre—. Es estupendo... pero, ¿cómo haces para comer?” “Estoy a punto de
preparar el almuerzo, en este momento. ¿Por qué no te quedas a almorzar
conmigo?” Y entonces ella extiende una manta sobre la arena, y saca dos platos
de latón y va hasta el borde del mar, y él la observa allí, juntando cosas de
la superficie y poniéndolas en los platos. Ella vuelve y pone los platos sobre
la manta y los dos se sientan con las piernas cruzadas sobre la arena, y ella
empieza a comer. Él mira su plato y ahí, en el centro, hay un montoncito de
guijarros, menudos guijarros vueltos redondos y suaves por el mar. Él levantó
un guijarro y lo examinó: realmente, no era más que una piedra. Se puso uno de
ellos en la boca, e hizo una pequeña mueca, lo tragó... y lo deglutió. Ella
observó: “Es un poco difícil al principio, pero uno se acostumbra después de un
tiempo”. Habría otra forma de terminar esta historia, pero ese final es
pornográfico y yo no escribo esa clase de cosas. La pornografía no tiene ningún
lugar de ninguna clase en la literatura.
Spencer Holst de El idioma de los gatos (1976)
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