Repetición de la cosmogonía, Mircea Eliade
El “Centro” es, pues, la zona de lo sagrado por
excelencia, la de la realidad absoluta. Todos los demás símbolos de la realidad
absoluta (Árboles de Vida y de la Inmortalidad, Fuente de Juvencia, etcétera)
se hallan igualmente en un Centro. El camino que lleva al centro es un “camino
difícil” (durohana), y esto se verifica en todos los niveles de lo real:
circunvoluciones dificultosas de un templo (como el de Barabudur);
peregrinación a los lugares santos (La Meca, Hardward, Jerusalén, etcétera);
peregrinaciones cargadas de peligros de las expediciones heroicas del Vellocino
de Oro, de las Manzanas de Oro, de la Hierba de Vida, etcétera; extravíos en el
laberinto; dificultades del que busca el camino hacia el yo, hacia el “centro”
de su ser, etcétera. El camino es arduo, está sembrado de peligros, porque, de
hecho, es un rito del paso de lo profano a lo sagrado; de lo efímero y lo
ilusorio a la realidad y la eternidad; de la muerte a la vida; del hombre a la
divinidad. El acceso al “centro” equivale a una consagración, a una iniciación;
a una existencia ayer profana e ilusoria, sucede ahora una nueva existencia
real, duradera y eficaz.
Si mediante el acto de la Creación se cumple el paso de
lo no manifestado a lo manifestado o, hablando en términos cosmológicos, del
Caos al Cosmos; si la Creación, en toda la extensión de su objeto, se efectuó a
partir de un “centro”; si, en consecuencia, todas las variedades del ser, de lo
inanimado a lo viviente, sólo pueden alcanzar la existencia en un área sagrada
por excelencia, entonces se aclaran maravillosamente para nosotros el
simbolismo de las ciudades sagradas (“centros del mundo”), las teorías
geománticas que presiden la fundación de las ciudades, las concepciones que
justifican los ritos de su construcción. Al estudio de esos ritos de
construcción y de las teorías que ellos implican hemos consagrado una obra
anterior:* a ella remitimos al lector. Sólo recordaremos dos proposiciones
importantes: 1a, toda creación repite el acto cosmogónico por excelencia: la
Creación del Mundo; 2a, en consecuencia, todo lo que es fundado lo es en el
Centro del Mundo (puesto que, como sabemos, la Creación misma se efectuó a
partir de un centro). Entre la multitud de ejemplos que tenemos a mano
elegiremos uno solo, interesante también por otras razones que volverán a
traerlo en nuestra exposición. En la India, “antes de colocar una sola
piedra... el astrólogo indica el punto de los cimientos que se halla encima de
la serpiente que sostiene al mundo. El maestro albañil labra una estatua de
madera de un árbol jadira, y la hunde en el suelo, golpeándola con un coco,
exactamente en el punto designado, para fijar bien la cabeza de la serpiente”.
Encima de la estaca es colocada una piedra de busepadmacila). La piedra de
ángulo se halla así exactamente en el “centro del mundo”. Pero el acto de
fundación repite a un mismo tiempo el acto cosmogónico, pues “fijar”, clavar la
estatua en la cabeza de la serpiente, es imitar la hazaña primordial de Soma56
o de Indra, cuando este último “hirió a la Serpiente en la cueva”,57 cuando su
rayo le “cortó la cabeza”.
La serpiente simboliza el caos, lo amorfo no manifestado.
Indra encuentra a Vritra no dividida (aparvan), no despierta (abudhyam),
dormida (adudhyamánam), sumida en el sueño más profundo (suskupánam), tendida
(agayanam). Fulminarla y decapitarla equivale al acto de creación, con el paso
de lo no manifestado a lo manifestado, de lo amorfo a lo formal. Vritra había
confiscado las Aguas y las guardaba en la cavidad de las montañas. Esto quiere
decir:
1°, o que Vritra era el Señor absoluto —como lo era
Tiamat o cualquier otra divinidad ofidia—
de todo el caos anterior a la Creación; 2°, o bien que la
gran Serpiente, al guardar las Aguas para ella sola, había dejado al mundo
entero asolado por la sequía. El sentido no se altera ya sea que esa
confiscación ocurriera antes del acto de la Creación o después de la formación
del mundo:
* Comentarii la legenda Mesterului Manole (Bucarest,
1943).
Vritra “impide”* que el mundo se haga, o dure. Símbolo de
lo no manifestado, de lo latente o de lo amorfo, Vritra representa al Caos
anterior a la Creación.
En otra obra, Commentaires a la Légende du Mai-tre
Manóle, hemos intentado explicar los ritos de construcciones como imitaciones
del acto cosmogónico. La teoría que esos ritos implican se resume así: nada
puede durar si no está “animado”, si no está dotado, por un sacrificio, de un
“alma”; el prototipo del rito de construcción es el sacrificio que se hizo al
fundar el mundo. A decir verdad, en ciertas cosmogonías arcaicas el mundo nació
por el sacrificio de un monstruo primordial, símbolo del Caos (Tiamat), por el
de un macroántropo cósmico (Ymir, Pan’Ku, Purusha). Para asegurar la realidad y
la duración de una construcción se repite el acto divino de la construcción ejemplar:
la Creación de los mundos y del hombre. Previamente se obtiene la “realidad”
del lugar mediante la consagración del terreno, es decir, por su transformación
en un “centro”; luego, la validez del acto de construcción se confirma mediante
la repetición del sacrificio divino. Naturalmente, la consagración del “centro”
se hace en un espacio cualitativamente distinto del espacio profano. Por la
paradoja del rito, todo espacio consagrado coincide con el Centro del Mundo,
así como el tiempo de un ritual cualquiera coincide con el tiempo mítico del
“principio”. Por la repetición del acto cosmológico, el tiempo concreto, en el
cual se efectúa la construcción, se proyecta en el tiempo mítico, in illo
tempore en que se produjo la fundación del mundo. Así quedan aseguradas la
realidad y la duración de una construcción, no sólo por la transformación del
espacio profano en un espacio trascendente (“el Centro”), sino también por la
transformación del tiempo concreto en tiempo mítico. Un ritual cualquiera, como
ya tendremos ocasión de ver, se desarrolla no sólo en un espacio consagrado, es
decir, esencialmente distinto del espacio profano, sino además en un “tiempo
sagrado”, “en aquel tiempo” (in illo
tempore, ab origine), es decir, cuando el ritual fue llevado a cabo por
ver primera por un dios, un antepasado o un héroe.
Mircea Eliade de lo Sagrado y lo Profano
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