TAPIZ
Ella alimenta
una nube. Mira su mano
apoyada sobre
la balaustrada, la carne
emergiendo
del terciopelo, el blanco del verde.
Y la otra
mano, negligente sobre el bastidor,
donde un hilo
de oro urde la trama del sueño.
¿Esa trenza
cruzada sobre la cabeza está
prometida?
Sus ojos cerrados ¿devuelven
al cielo lo
que es del cielo?
Al fondo, en la
floresta,
vela el
unicornio. Su ojo retráctil no se aparta
de la presa,
y el cuerno, energía hipnótica,
horada el
regazo de la tierra, casi sin consuelo.
Si esa mano,
generosa con lo divino, retomara el
bordado,
si sus
párpados, despertando, absolvieran al mundo,
se abriría un
sendero hacia el centro de todo
y tendría
sentido la frescura de las rosas.
¿Comprendes,
Abelone? Yo sé que has comprendido
Horacio Castillo
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