4 de junio de 2016

Tapiz, Horacio Castillo

TAPIZ

Ella alimenta una nube. Mira su mano
apoyada sobre la balaustrada, la carne
emergiendo del terciopelo, el blanco del verde.
Y la otra mano, negligente sobre el bastidor,
donde un hilo de oro urde la trama del sueño.
¿Esa trenza cruzada sobre la cabeza está
prometida? Sus ojos cerrados ¿devuelven
al cielo lo que es del cielo?
                             Al fondo, en la floresta,
vela el unicornio. Su ojo retráctil no se aparta
de la presa, y el cuerno, energía hipnótica,
horada el regazo de la tierra, casi sin consuelo.
Si esa mano, generosa con lo divino, retomara el
   bordado,
si sus párpados, despertando, absolvieran al mundo,
se abriría un sendero hacia el centro de todo
y tendría sentido la frescura de las rosas.

¿Comprendes, Abelone? Yo sé que has comprendido

Horacio Castillo

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