El Pecho
Blanco, El Pecho Negro
Mi madre
tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar
tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo
a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía
una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego
apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo
en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía
una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre
tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día,
sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una
paloma, susurraba: Es la luz del mundo;
y a la noche,
mientras exprimía suspirando
el pecho
negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre
tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces
exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo
bajo su ropa el pecho negro
canturreaba:
Esta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro
se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca
buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo
en su mano con piadosa resignación
lo ponía en
mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente
la leche que da más hambre.
Mi madre
tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Horacio
Castillo
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