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8 de julio de 2017

Opacidad, Circe Maia

Opacidad

El ojo indiferente decolora
enfría y empareja.

Todo es igual para las miradas neutras
una cosa entre otras
un rostro entre los otros
un gesto entre otros gestos.

Por encima palabras y palabras
como una lluvia sorda.

Y nada sobresale: mar parejo
horizonte cerrado.

Sombra.

Vacío mar del tiempo.
Una hora se mira en otras horas
y todas son iguales.

El ojo las contempla ya sin verlas
y ya no es más mirada.

Es ojo seco. Piedra.
Dureza fría. Cosa.


Circe Maia 

7 de julio de 2017

Mito amazónico, Circe Maia


Mito amazónico

Escucha la historia de la Muerte.
Ella estaba sobre la tierra, escondida.
Ella no estaba abajo.

Un agua subterránea, pura
era bebida de los inmortales
debajo de la tierra.

¿Quién fue culpable?
El que salió y quebró y saltó hacia afuera
por haber escuchado un canto de pájaro.

No hubiera escuchado.
No debía salir.
El dejó el lugar protegido.

El juntó frutas, plantas
y llevó adentro, abajo.

Y en cada fruto estaba semilla de la muerte.

Cayeron las semillas. Germinaron.


Circe Maia 

6 de julio de 2017

Sonido, Circe Maia

SONIDO

Son planchadas
las arrugas visibles de la tela.
( En el cuarto
el silencio y la luz tejen redes ingrávidas
que trepan las paredes.)

Pero
la vejez ha raspado los hilos
y los dejó tan débiles
que al alzarse
la tela se abrió de un lado a otro

Inesperadamente
ese ruido cortó el blanco silencio
del coser y el planchar

Cortó como aire frío
entrando por ranuras de los muros

Como armado enemigo
el sonido filoso y siniestro: El desgarro


Circe Maia
De lo Visible (1998)

5 de julio de 2017

Paisaje de Arles. Van Gogh, Circe Maia

Paisaje de Arles.  Van Gogh

Lo que está en primer plano
es esta enmarañada
maleza de hojas enredadas y oscuras.

Muy en segundo plano
árboles y edificios.
Es como si el pincel hubiera dicho: "Entren
pero no importan tanto"

Y entonces
quedó como empujada
–por detrás de unos árboles–
la torre de una iglesia.

Y una vez y otra vez regresa la mirada
a enredarse y quedarse
aquí dentro, en medio
del nervioso entrevero
de colores oscuros
y formas fuertes
un poco
inacabadas.



Circe Maia

4 de julio de 2017

Cartas, Circe Maia

Cartas

Te mando unos dibujos. Muchos besos.
Saqué notas muy lindas. Muchos besos.

Y así, entre beso y beso de papel, las noticias
la palabra animosa, la esperanza.

(Todo lo que se calla y no se escribe
late, entre letra y letra, en el papel en blanco.)

Circe Maia
De Cambios, permanencias, 1978


3 de julio de 2017

La noche y la mujer, Juan L. Ortiz


LA  NOCHE Y LA MUJER

¿Dónde empieza la una y termina la otra?

Flor
de la noche
hecha sólo
de resplandores,
pero brotada
de un suave secreto
del cosmos.

Con su más pura
vida
es forma de la sombra
que mira
y abre
blancas sonrisas.

Loca la noche de la ciudad la quema en reflejos
¿Se muere en el día como una joya?

La noche de los árboles la entiende.
Y la calle iluminada
fija en ella su más viva y delicada pasión.


Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936)

2 de julio de 2017

En el dorado milagro... Juan L. Ortiz


EN EL DORADO MILAGRO. . .

En el dorado milagro de la tarde, en el último momento transparente de la tarde, pronto a florecer del cielo jardines que caen, caen, oh, cómo juegan los niños, en la calle verde,  verde, con espejos encantados.
Los niños, oh, cómo juegan.
Cómo la risa remonta
sobre el hambre, sobre el hambre.
Ah,  cómo juegan los niños
al borde de los vacíos
de oro pálido, con nubes
de blancor último,  nubes.
Ah, cómo juegan los niños, olvido que canta en torno de los espejos, y danza como tallos en la brisa. Oh, la pureza profunda de la alegría de ellos, de ellos que ya algo saben, no, que saben demasiado.
Demasiado saben, pero
aún ignoran
la pesadilla cortada
de metralla y muerte súbita
—sorpresa terrible de ángeles
despertados en el fuego
y la sangre—,
de  sus  hermanos  lejanos
de las ciudades de España.
Aún  ignoran,  aún  ignoran. Danzad,  corred,  oh  alegría efímera sobre el hambre, sobre la angustia nocturna, sobré la fatiga diaria, sobre el pertinaz  asombro,
en el dorado  relámpago de la tarde con espejos.
Gracias por la fuerza pura,
qué fuerza, oh hombres, qué fuerza
del íntimo surtidor
que abre rosas de alegría
en torno de los espejos,
de los  espejos  con nubes,
bajo el cielo pronto a abrir
jardines que caen, caen...

Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)


1 de julio de 2017

Si, las rosas, Juan L. Ortiz

SI, LAS ROSAS...

Sí, las rosas
y el canto de los pájaros.
Toda la hermosura del mundo,
y la nobleza del hombre,
y el encanto y la fuerza del espíritu.
Sí, la gracia de la primavera,
las sorpresas del cielo y de la mujer.
¿Pero la hondura negra, el agujero negro,
obsesionantes ?

Sí, Dios, lo divino,
a través de la rosa y del rocío,
y del cielo móvil de unos ojos,
pero el vacío negro, el horror vago y permanente de la
[sombra ?

Sí, muchachas en la tarde,
niños en los jardines,
paisajes que suenan como melodías perfectas,
versos de Rilke o de Brooke,
entusiasmo generoso de las jóvenes almas
capaz de cambiar el mundo,
belleza del sacrificio y del ideal,
y el amor, y el hijo, y la amistad,
¿pero el vacío negro, el escalofrío intermitente del abismo?


Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936)

30 de junio de 2017

Noche, Juan L. Ortiz

NOCHE

Noche, noche.
Abismo  de la dicha
cortada
de escalofríos,
de inquietudes.
El día es un correr por la ribera ardiente.
¿Pero el agua de la sombra,
feérica,
nos calma la sed?

El hálito de Dios los follajes eleva
en un anhelo lleno de susurros.

Noche de luna otoñal.
¿Estamos en el mundo?
¿Este río es el río
o es una cinta de sueño que se va hacia la muerte,
a la vida profunda del sueño de la esencia?

Misterios antiguos vagan en las orillas.
Memorias fantásticas se azulan en los claros.

La noche suena cristalinamente.
La pureza de la noche se afina hasta quebrarse
en delgadas rupturas
de agua, ranas y grillos,
y luego se hace melodía
que al fin se destila
en gotas perdidas
de esquila.

¡Oh tenderse a la sombra
de este eucaliptus!
Que el sueño entre en nosotros traído por los grillos.
Despertarse en el límite de la noche y el alba,
en el minuto en que la luna está tan sola
que llama a los ángeles.



Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932) (1933)

29 de junio de 2017

Tarde, Juan L. Ortiz

TARDE


El mundo  es  un pensamiento
realizado de la luz.
Un  pensamiento  dichoso.
De la beatitud, el mundo
ha brotado. Ha salido
del éxtasis, de la dicha,
llenos  de  sí,   esta  tarde,
infinita, infinita,
con árboles y con pájaros
de infancia ¿de qué infancia?
¿de qué sueño de infancia?


Juan L. Ortiz De El agua y la noche (1924-1932) (1933)

28 de junio de 2017

Momento, Juan L. Ortiz

MOMENTO

El jardín llovido
eleva hacia las tímidas sonrisas azules
la mirada de sus rosas.
Ruptura cristalina del alado llamamiento
a la luz.
Pesado de delicia el jardín con sus árboles
se pierde en sus esencias.
Pero viene la brisa
y es una infancia de hojas y de flores danzando.

El canto de los pájaros a la danza se ciñe.

Juan L. Ortiz De El alba sube. . . (1933-1936) 1937

27 de junio de 2017

Invierno, Juan L. Ortiz


Invierno


—El viento llora, padre...
—Sí, alaridos como de vidrio…
—Sin nadie, padre...
—¿Igual que caminos, solos, de piedra?
—¡Entro en el viento, ay, padre, cómo silba!
—¿Dónde terminarán los silbidos, dónde?
—¿Es otro padre el viento, ay, fuerte, que me lleva
a sus arenas amarillas, hundidas?
—Hundidas en una ausencia demasiado larga
y lastimada...
—¿Y qué es la ausencia, padre?
—El viento es un alma, hijo, desesperada...
—Desesperada, de qué?
—Desesperada de... aire sin fin... y de...
—¿De qué más?
—De fuga...
—Estoy vacío, padre, y a la vez en esos gritos...
—Las islas gritan también, oyes?
—¿Tienen alma también las islas, padre?
—Cuando hay mucha agua, ellas vuelan
y llenan toda la noche, ay, de heridas…
—Pero al río, mira, al río le han salido mariposas…
—Flores del viento...
—¿Pero el viento, verdad, traerá otras flores?
—Ay, él casi siempre las deshace, o son pálidas...
—¿Pero no alzará al fin la tierra verde?
—Y agitará banderas sobre los pájaros, sí,
mientras las islas se irán haciendo de cristal...


Juan L. Ortiz De El alma y las colinas - 1956

26 de junio de 2017

Historia de la literatura, Vicente Aleixandre

HISTORIA DE LA LITERATURA

Se ha visto al viejo triste, cansado de existir,
quizá nunca de amar, pasar despacio.
A veces alguien piensa: ¿Sería o fuese
un nombre señalado? ¿Duque de Rivas? Pompas
casi fúnebres, recogidas en vida, pesan mucho,
pero las turbias luces
quebrándose en sus ojos, nunca acaso saciados
de los vivos destellos.
Si no el duque, sería... éste no llegó a viejo.
Espronceda murió en la flor, quizá cuando doblábase
bajo el peso del tiempo, de su rutina incierta,
que hasta eso puede el curso sobre un corazón ínsito.
En su juventud fuese, primera, el terso rostro
apenas superficie de otro volcán hirviente.
Palabras... el verbo o lava rompióse en los Madriles,
como en Londres o en Francia o en la primer Lisboa.
Un sueño o cabellera rodaba sobre la frente erguida.
El pecho, una materia pretensa, prolongada
nerviosamente en ese brazo súbito,
que apenas fuerzas halla
para irrumpir delgadamente en mano, dedos... muere.
Pero el talle se cimbra, y el levitín tornea
la voluntad. Aquí está erguido el pábulo.
Sobre el tallo se eleva la fuerza rompedora
que estalla en flor, mejor en frente, en brillos.
¿Aromas? El perfume romántico es el trasunto último
de lo que fue, desleído el ser, para otros pechos
que lo aspiran, se embriagan. Por él juran.
¿Entonces`? Un poeta no son sólo sus versos.
Figuras tristes pasan,
que imitan su propia verdad desconocida, y ponen
su mano en la blancura como traición y mienten.
Lamidas cabelleras, flacos bultos caídos,
ayes en el vacío, cual si gritase el mudo,
y nunca aire, y sonrisa cual si imitar bastase.
Vivir... «Mi corazón, un poco
de agua pura», dijo quien pudo y supo.
Y era turbio de vida, verdad y fuerza, y barro,
arcilla trabajada, como en materia hermosa.
Quebrada pronto: un golpe. Y trizas, llamas.
Porque sus lumbres siguen quemando. Y algo ardiera.

Pero el poeta a veces, una conciencia erguida.
Alguien lo dijo: «Un poeta: una conciencia puesta
en pie hasta el fin». Y cuántas veces arduo
es existir cumpliendo. Libertad, ¡cuál tu nombre!
Servir es liberarse, yendo hacia el fin cual corre
el río al mar, y allí cumpliendo nace.
Libertad: nombre humano. «En los demás libértome,
pues en ellos me encuentro, con sucesión rompiéndome
en ¡limitación final, la sola. ¡Y libre!»

Escribir es poner en el papel un nombre
como quien pone un hombre, de pie. De carne y hueso.
«La mejor musa es la de carne y hueso», dijo otro,
y verdad es:
la vida total de carne y hueso, veraz, tangible o cierta,
conducente e histórica, con voluntad
moral, y ojos que miran, bajo esa luz
que tiene ocaso, y alba.

Espronceda cantó y murió. El día antes
de caer para no levantarse corrió, corrió en caballo,
hasta más allá del confín, traspasó el límite.
Volvió como de un infinito viaje y se postró
para morir. Ya sabio definitivo, él, que quemara
su voluntad a diario para hirviente levantarse a diario
con grito o con antorcha. Y otros pensaron: Verbo,
bah, palabras... y aún arde . Aunque también se apague.
Mas no importa: que otras lumbres le heredan.

De Vicente Aleixandre. Antología Poética

por Leopoldo de Luis

25 de junio de 2017

La rosa, Vicente Aleixandre

LA ROSA

Yo sé que aquí en mi mano
te tengo, rosa fría.
Desnudo el rayo débil
del sol te alcanza. Hueles,
emanas. ¿Desde dónde,
trasunto helado que hoy
me mientes? ¿Desde un reino
secreto de hermosura,
donde tu aroma esparces
para invadir un cielo
total en que dichosos
tus solos aires, fuegos,
perfumes se respiran?
¡Ah, sólo allí celestes
criaturas tú embriagas!

Pero aquí, rosa fría,
secreta estás, inmóvil;
menuda rosa pálida
que en esta mano finges
tu imagen en la tierra.


Vicente Aleixandre De Sombra del Paraíso (1944)

24 de junio de 2017

Unas pocas palabras, Vicente Aleixandre

UNAS POCAS PALABRAS

Unas pocas palabras
en tu oído diría. Poca es la fe de un hombre incierto.
Vivir mucho es oscuro, y de pronto saber no es conocerse.
Pero aún así diría. Pues mis ojos repiten lo que copian:
tu belleza, tu nombre, el son del río, el bosque,
el alma a solas.

Todo lo vio y lo tienen. Eso dicen los ojos.
A quien los ve responden. Pero nunca preguntan.
Porque si sucesivamente van tomando
de la luz el color, del oro el cieno
y de todo el sabor el poso lúcido,
no desconocen besos, ni rumores, ni aromas;
han visto árboles grandes, murmullos silenciosos,
hogueras apagadas , ascuas, venas, ceniza,
y el mar, el mar al fondo, con sus lentas espinas,
restos de cuerpos bellos, que las playas devuelven.

Unas pocas palabras, mientras alguien callase;
las del viento en las hojas, mientras beso tus labios.
Unas claras palabras, mientras duermo en tu seno.
Suena el agua en la piedra.
Mientras, quieto, estoy muerto.


Vicente Aleixandre La destrucción o el amor, (1935) (Premio Nacional de Literatura 1934)

23 de junio de 2017

Luna del Paraíso, Vicente Aleixandre


Luna del Paraíso

Símbolo de la luz tú fuiste,
oh, luna, en las nocturnas horas coronadas.
Tu pálido destello,
con el mismo fulgor que una muda inocencia,
aparecía cada noche presidiendo mi dicha,
callando tiernamente sobre mis frescas horas.

Un azul grave, pleno, serenísimo,
te ofrecía su seno generoso
para tu alegre luz, oh luna joven,
y tú tranquila, esbelta, resbalabas
con un apenas insinuado ademán de silencio.

¡Plenitud de tu estancia en los cielos completos!
No partida por la tristeza,
sino suavemente rotunda, liminar, perfectísima,
yo te sentía en breve como dos labios dulces
y sobre mi frente oreada de los vientos clementes
sentía tu llamamiento juvenil, tu posada ternura.

No era dura la tierra. Mis pasos resbalaban
como mudas palabras sobre un césped amoroso.
Y en la noche estelar, por los aires, tus ondas
volaban, convocaban, musitaban, querían.

¡Cuánto te amé en las sombras!
Cuando aparecías en el monte,
en aquel monte tibio, carnal bajo tu celo,
tu ojo lleno de sapiencia velaba
sobre mi ingenua sangre tendida en las laderas.
Y cuando de mi aliento ascendía el más gozoso cántico
hasta mí el río encendido me acercaba tus gracias.

Entre las frondas de los pinos oscuros
mudamente vertías tu tibieza invisible,
y el ruiseñor silencioso sentía su garganta
desatarse de amor
si en sus plumas un beso de tus labios dejabas.

Tendido sobre el césped vibrante,
¡cuántas noches cerré mis ojos bajo tus dedos blandos,
mientras en mis oídos el mágico pájaro nocturno
se derretía en el más dulce frenesí musical!

Toda tu luz velaba sobre aquella cálida bola de pluma
que te cantaba a ti, luna bellísima,
enterneciendo a la noche con su ardiente entusiasmo,
mientras tú siempre dulce, siempre viva, enviabas
pálidamente tus luces sin sonido.           


En otras noches, cuando el amor presidía mi dicha,
un bulto claro de una muchacha apacible,
desnudo sobre el césped era hermoso paisaje.
Y sobre su carne celeste, sobre su fulgor rameado
besé tu luz, blanca luna ciñéndola.
Mis labios en su garganta bebían tu brillo,
agua pura, luz pura;
en su cintura estreché tu espuma fugitiva,
y en sus senos sentí tu nacimiento tras el monte incendiado,
pulidamente bella sobre su piel erguida.

Besé sobre su cuerpo tu rubor, y en los labios,
roja luna, naciste , redonda, iluminada,
luna estrellada por mi beso, luna húmeda
que una secreta luz interior me cediste.

Yo no tuve palabras para el amor. Los cabellos
acogieron mi boca como los rayos tuyos.
En ellos yo me hundí, yo me hundí preguntando
si eras tú ya mi amor, si me oías besándote.

Cerré los ojos una vez más y tu luz límpida,
tu luz inmaculada me penetró nocturna.
Besando el puro rostro, yo te oí ardientes voces,
dulces palabras que tus rayos cedían, .
y sentí que mi sangre, en tu luz convertida,
recorría mis venas destellando en la noche.

Noches tuyas, luna total : ¡ oh luna, luna entera!
Yo te amé en los felices días coronados.
Y tú, secreta luna, luna mía,
fuiste presente en la tierra, en mis brazos humanos.


Vicente Aleixandre De Sombra del Paraíso (1944)

22 de junio de 2017

Se querían, Vicente Aleixandre

SE QUERIAN

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre ¿sangre, dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente sólo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando.
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.


Vicente Aleixandre La destrucción o el amor, (1935) (Premio Nacional de Literatura 1934)

21 de junio de 2017

Ya no es posible, Vicente Aleixandre

Ya no es posible

Ya no es posible.
No digas tu nombre emitiendo tu música
como una yerta lumbre que se derrama,
como esa luna que en invierno reparte
su polvo pensativo sobre el hueso.
 
Deja que la noche estruje la ausencia de la carne,
la postrera desnudez que alguien pide;
deja que la luna ruede por las piedras del cielo
como un brazo ya muerto sin una rosa encendida.
 
Alguna luz ha tiempo olía a flores.
Pero no huele a nada.
No digáis que la muerte huele a nada,
que la ausencia del amor huele a nada,
que la ausencia del aire, de la sombra huelen a nada.
 
La luna desalojaba entonces, allá, remotamente, hace mucho,
desalojaba sombras e inundaba de fulgurantes rosas
esa región donde un seno latía.
 
Pero la luna es un hueso pelado sin acento.
No es una voz, no es un grito celeste.
Es su dura oquedad, pared donde sonaban,
muros donde el rumor de los besos rompía.
 
Un hueso todavía por un cielo de piedra
quiere rodar, quiere vencer su quietud extinguida.
Quiere empuñar aún una rosa de fuego
y acercarla a unos labios de carne que la abrasen.


Vicente Aleixandre (1950) de Mundo a solas 

20 de junio de 2017

El perfume, Vicente Aleixandre

EL PERFUME

Chupar tu vida sobre tus labios,
no es quererte en la muerte.
Chupar tu vida, amante,
para que lenta mueras
de mí, de mí que mato.
Para agotar tu vida
como una rosa exhausta.
Color, olor: mis venas
saben a ti: allí te abres.
Ebriamente encendido,
tú me recorres. Toda,
toda mi sangre es sólo
perfume. Tú me habitas,
aroma arrebatado
que por mí te despliegas,
que como sangre corres
por mí: ¡que a mí me pueblas!

De Antología del amor sensual y la poética
de Vicente Aleixandre por Eliana Albala (1989)


19 de junio de 2017

Invierno para beberlo, Vicente Huidobro

INVIERNO PARA BEBERLO

El invierno ha llegado al llamado de alguien
Y las miradas emigran hacia los calores conocidos
Esta noche el viento arrastra sus chales de viento
Tejed queridos pájaros míos un techo de cantos sobre las avenidas

Oíd crepitar el arcoiris mojado
Bajo el peso de los pájaros se ha plegado

La amargura teme a las interperies
Pero nos queda un poco de ceniza del ocaso
Golondrinas de mi pecho qué mal hacéis
Sacudiendo siempre ese abanico vegetal

Seducciones de antesala en grado de aguardiente
Alejemos en seguida el coche de las nieves
Bebo lentamente tus miradas de justas calorías

El salón se hincha con el vapor de las bocas
Las miradas congeladas cuelgan de la lámpara
Y hay moscas
Sobre los suspiros petrificados

Los ojos están llenos de un líquido viajero
Y cada ojo tiene un perfume especial
El silencio es una planta que brota al interior
Si el corazón conserva su calefacción igual

Afuera se acerca el coche de las nieves
Trayendo su termómetro de ultratumba
Y me adormezco con el ruido del piano lunar
Cuando se estrujan las nubes y cae la lluvia

Cae
Nieve con gusto a universo
Cae
Nieve que huele a mar

Cae
Nieve perfecta de los violines
Cae
La nieve sobre las mariposas

Cae
Nieve en copos de olores
La nieve en tubo inconsistente

Cae
Nieve a paso de flor
Nieva nieve sobre todos los rincones del tiempo

Simiente de sonido de campanas
Sobre los naufragios más lejanos
Calentad vuestros suspiros en los bolsillos
Que el cielo peina sus nubes antiguas
Siguiendo los gestos de nuestras manos

Lágrimas astrológicas sobre nuestras miserias
Y sobre la cabeza del patriarca guardián del frío
El cielo emblanquece nuestra atmósfera
Entre las palabras heladas a medio camino
Ahora que el patriarca se ha dormido
La nieve se desliza se desliza
                                                se desliza
Desde su barba pulida


Vicente Huidobro

De Automne régulier, 1925

18 de junio de 2017

Espejos, Vicente Huidobro

ESPEJOS

Mi ROSTRO
Y alrededor un poco de agua

El espejo
                                                         Y una puerta abierta
Que muestra una habitación parecida

MONO
Por qué haces lo que yo hago
                                                      Me aguardo
                                                      tras el espejo

Vicente Huidobro De: Horizon Carré (1917)


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