EN EL DORADO MILAGRO. . .
En el dorado milagro de la tarde, en el último momento
transparente de la tarde, pronto a florecer del cielo jardines que caen, caen,
oh, cómo juegan los niños, en la calle verde,
verde, con espejos encantados.
Los niños, oh, cómo juegan.
Cómo la risa remonta
sobre el hambre, sobre el hambre.
Ah, cómo juegan
los niños
al borde de los vacíos
de oro pálido, con nubes
de blancor último,
nubes.
Ah, cómo juegan los niños, olvido que canta en torno de
los espejos, y danza como tallos en la brisa. Oh, la pureza profunda de la
alegría de ellos, de ellos que ya algo saben, no, que saben demasiado.
Demasiado saben, pero
aún ignoran
la pesadilla cortada
de metralla y muerte súbita
—sorpresa terrible de ángeles
despertados en el fuego
y la sangre—,
de sus hermanos
lejanos
de las ciudades de España.
Aún ignoran, aún
ignoran. Danzad, corred, oh
alegría efímera sobre el hambre, sobre la angustia nocturna, sobré la
fatiga diaria, sobre el pertinaz
asombro,
en el dorado
relámpago de la tarde con espejos.
Gracias por la fuerza pura,
qué fuerza, oh hombres, qué fuerza
del íntimo surtidor
que abre rosas de alegría
en torno de los espejos,
de los
espejos con nubes,
bajo el cielo pronto a abrir
jardines que caen, caen...
Juan L. Ortiz De El ángel inclinado (1937)
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