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8 de marzo de 2016

Homenaje a Jose Maria Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra

Video del Homenaje del 16 de junio de 2011., con motivo del Día del Escritor a los sres. poetas: José María Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra en el marco de la celebración del 50º Aniversario de la creación del "Encuentro Internacional de Poetas Oscar Guiñazú Álvarez".
Sala de Arte del Teatro Municipal, Villa Dolores, Capoital de la poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina.
Conducción del acto Lily Nardi
Organizó Grupo Literario Tardes de la Biblioteca Sarmiento

Homenaje a Jose Maria Castellano, Osvaldo Guevara, Rafael Horacio López y Alejandro Nicotra

Beatriz Tombeur Habla sobre la persona y la obra de Jose María Castellano
Mónica Fornés deja palabras sobre Osvaldo Guevara 
Entrega de recordatorio
Inés López traza una semblanza sobre Rafael Horacio López
Entrega de recordatorio
Rafael Horacio López lee sus poemas A un olivo en la ciudad y Padre de oficio verdadero
José Luis Colombini presenta a Alejandro Nicotra
Entrega de recordatorio
Palabras y anécdotas de Osvaldo Guevara
Palabras y anécdotas de Rafael Horacio López y lectura de su poema Cuando los abuelos falten.
Alejandro Nicotra leyendo y explicando los poemas: Venus, Las Avenidas y El pan de las abejas
Osvaldo Guevara leyendo su texto El escritor
Tomas Senczyna (Tenor) canta Barco quieto de Maria Elena Walsh

7 de marzo de 2016

Credo Planetario, Ariel Canzani

Credo Planetario

Por sobre todas las tendencias
LA TIERRA
cobijadora de los hombres
exige ahora voy
un mundo de todos
y para todos.
Herir, desconocer, soslavar,
adulterar esa necesidad
intelectual y física
es no ser hombres
ni poetas.

Mar del Norte. Mayo de 1969

Ariel Canzani


CORMORAN Y DELFIN. Año 6. Viaje N° 19. Octubre de 1969

6 de marzo de 2016

Poesía y humor negro, Ariel Canzani

POESÍA Y HUMOR NEGRO

Decálogo aproximativo de los sostenedores del planetarismo poético

l. Ser creador (honesto) u hombre cotidiano honesto.
Nota: Creemos innecesario explicar que es ser honesto. Para los que no sepan sugerimos la compra de un espejo.

2. Situarse en el tiempo en que se vive y no utilizar conscientemente escapismos híbridos para soslayar las injusticias reales que puedan rodear nuestra cómoda vida “social”. Sostener contra los defensores de gerundios la validez del verbo.

3. No pertenecer a grupos sectarios o clanes.

4. No desconocer el valor creativo existente en otros. Saber además que la propia genialidad puede coexistir con otras.

5. Estar siempre dispuesto a aceptar la discusión y/o diálogo para integrar ideas y/o soluciones planetarias.

6. No tolerar ni aceptar mordazas, censuras, ficheros clasificadores de ideas, cualesquiera sean los argumentos aducidos.

7. No pertenecer a instituciones, sociedades o cargos que atenten contra la libertad unitaria 0 colectiva del ser humano.

8. Saber que el planeta necesita adquirir y/ poseer un alto concepto de conciencia colectiva, para resolver inmediatamente los problemas inadmisibles de hambre, miseria, mala salud, analfabetismo e injusta distribución de las riquezas.

9. Saber que existen (y con los días se acrecientan) los problemas de civilización tecnificada, de psicosis limítrofes (crueldad gratuita, matanzas ideológicas o de otro tipo, sexualidades patológicas, etc.) y cuya cura aún se busca. Ayudar a los que trabajan en ese sentido. No justificarlas.

10. Saber que existe el asco, la náusea, los m. .rd.s, los h.j.s d. p.t., los sátrapas, los ladrones, los inmundos, los mistificadores, los orugas, las víboras, los miméticos, los b.l.d.s macanudos, los “Piolas” y los “sogas”, que retardan sueños y anhelos comunes, y aun sabiéndolo perseverar (gritando como enajenados si es necesario) en la amorosa tarea de crear un planeta no de caramelo y rosas, sino medianamente habitable.

11. No olvidar que todo lo anterior se contiene en una sola y antigua palabra, tan vieja como el mundo: Amor, y cuya utilización cotidiana y constante tanto nos cuesta.

Observaciones: Si bien alguna de estas notas aparentemente parecen perogrulladas de marca mayor, creemos necesario insistir en que no lo son, de ahí nuestra necesidad de publicar este decálogo de once puntos.
Se aceptan sugerencias -honestas y deshonestas- para mejorar el mismo.


Océano Pacífico, febrero de 1967.

Ariel Canzani


CORMORAN Y DELFIN. Año 3. Viaje N° 12. Junio DE 1967.

5 de marzo de 2016

Poesía y generaciones, Ariel Canzani

POESÍA Y GENERACIONES

Padecemos hoy, en Argentina, una lúes inacabable de criticas de “críticos consagrados”, dedicadas a menear el sonsonete de las generaciones literarias.
Se escriben largos libros, largas notas, largas imbecilidades  que a huelen a minusvalías viscerales, donde nos endosan, a nosotros, los nuevos, los ignorantes, los que no sabemos de 1810, ni del Club del Progreso ni del grupo “Martín Fierro", ni de Irigoyen, ni de las generaciones del 22, 2.3, 24, 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40 y así hasta no terminar (hemos de llegar a ver, estamos seguros, que en su afán de clasificarnos meticulosamente dividirán las generaciones por meses) la generación que ya nos pertenece y  la que pertenecerá a nuestros hijos.
Como si ello fuera poco confeccionan largas citas de revistas boletines cuya duración fue de un número (la mayoría de las veces abortivo), con nombres, fechas, título del manifiesto, y nos las arrojan como testimonio (¿de qué?), consiguiendo con ello sumergidos más en el desconsuelo y en el desconcierto por lo vacías y ridículas.
Comprendemos que tal vez. todo ello tenga una explicación (por suerte hemos dejado ser niños tontos hace tiempo, verdad que olvidan, como también olvidan que conocemos y vamos Europa, Asia y África, como si viajáramos de ,nuestras casas al centro, y sabemos perfectamente la calidad empleada por los críticos para confeccionar sus ensayos poéticos) pues esas interminables listas sirven para quedar bien con tutti ~y en un determinado momento “quemar" al que molesta sin comprometerse en ninguna dirección, y quedar a salvo con filas de nombres que aplacan la natural egolatría del ser. . .
Ahora bien, dejando de lado esos “necesarios” libros, ensayos, artículos, sobre las generaciones, nos preguntamos: ¿Y el poeta, el creador, el que plasma, atrapa el duende, el misterio que llamamos poesía, cuándo el crítico lo desnudará totalmente, en su intimidad de hombre y de poeta? ¿Cuándo lo mostrará en toda su bondad de creador?
En Europa, cuando se dice Stefan George, Rilke, Valery, Montale, Aleixandre, Guillén, Eliot, Pound (así como en América se dice Vallejo, Neruda, Paz) se husmea, como ridículo sabueso sin olfato, en su generación, o simplemente el crítico se sumerge con todas sus armas en
la vida y en la obra -¡en la 0bra!- del poeta, y luego de ello obtiene conclusiones a lo Valery Larbau, a lo Petersen, a lo Vossler, a lo Cohen, que le permitirán construir a posteriori teorías generacionales.
Pensamos, estamos convencidos que, como de costumbre, nuestros críticos tergiversan exprofeso el nudo del problema y las teorías de los críticos-sabios mencionados (¿para evadir la responsabilidad que les corresponde?), dando lugar así al nacimiento de esos engendros, de esos monstruitos sin sentido de las generaciones por meses, de poetas enumerados en listas sin final, que al final terminan peleándose por tal o cual mes, cambiándose hasta la partida de nacimiento si es necesario, con el afán de figurar en una determinada generación de “genios” (¿de genios?) inventada por la sesuda crítica que cree guiarnos, dándose por primera vez, en nuestro país, y en la historia de la literatura del mundo, el caso de que por ósmosis todos los que pertenecen a una determinada fecha generacional aspiran a pasar a ser los “prototipos” que nosotros los nuevos hemos de seguir (cómico, ¿no?).
Todo esto es tan ridículo, tan de pobres, que dan ganas de vomitar lo comido durante toda la vida. Es increíble que hombres grandes (críticos y poetas se llaman) jueguen a ese jueguito de fechas colmado de miseria espiritual.
Volvemos a interrogarnos: Algún día hablarán de los poetas, de aquellos que han plasmado “su” poética. ¿Nos dirán de su mundo, de su vida de hombres, de su poesía explotante de poesía, de su moral cotidiana en un país donde la inmoralidad reina cubierta con altisonantes
palabras?; sin mencionarnos, con sorna desprovista de originalidad, si usan la enciclopedia británica, o fueron a la escuela moderna, si han colaborado en páginas dominicales de diarios amarillos o verdes, o se han inspirado “mirando a Europa”, y cien slogans más repetidos por cerebros con diarrea, incapaces de criticar, hasta en las comas, la obra, la esencia del poema, no de cientos de poema so poetas, sino de uno, de solamente uno, de simplemente uno.
Los nuevos, por ahora, queremos saber cuáles son los poetas, los que viven y en las cuales podamos creer por su moral y por su iluminación queremos saber de aquellos que están a la vanguardia de “algo” , los que han estado en adelanto con su tiempo (no el tiempo del mundo, que tal vez sea mucho pedir, sino con el tiempo de argentina), los prototipos, los que han cambiado el idioma incorporándole nuevas palabras y giros que luego el hombre cotidiano adopta y canta (no queremos pecar de eruditos dando nombres de poetas del mundo que han realizado todo esto), a partir de allí admiraremos a la crítica “rectora”, y tal vez podamos crear y creer generaciones, no como ahora, que nos reímos, desde os tobillos para arriba, ante tanta farsa.
Nuestra tierra, tan hermosa, pululante de andróginos y sátrapas y también -¿por qué no?- de poetas y seres de los cuales es necesario hablar, olvidándonos a que generación o degeneración pertenecen o han pertenecido, espera esa crítica honesta que críticos honestos deben realizar para nosotros, los nuevos, los que buscamos derroteros (que nos gustaría a rabiar fueran americanos) y no listas generacionales enumeradas por mes de nacimiento que nada nos dicen.
El resto, por ahora (se tienen que dar cuenta), no puede interesarnos; hoy, sencillamente, queremos que nos presenten libros y ensayos donde nos desnuden al poeta y al poema en su iluminada construcción.

Océano Atlántico, agosto de 1964

Ariel Canzani 

Cormoran y Delfín, Año 1, Viaje N° 4, Noviembre de 1964

De Una década de testimonio y desmistificación  en la literatura Argentina Cormoran y Delfín 1963 / 1973 EDICIONES DEAD WEIGHT

4 de marzo de 2016

Poesía y Supervivencia, Cuidar las ratas, Ariel Canzani

Poesía y Supervivencia


Cuidar las ratas

Las acumulo para jugar con ellas,
Las guardo en bolsas, en cajones,
Les doy el alimento que prefieren,
Me privo de vivir para cebarlas,
Para que existan gordas, felices,
Dispuestas a morderme si me olvido
Su condición de ratas.


Febrero de 1964


Cormoran y Delfín, Año 3, Viaje N° 10, Octubre de 1966

Ariel Canzani

3 de marzo de 2016

Poesía y planeta tierra, Ariel Canzani

 POESÍA Y PLANETA TIERRA

Caminadores de azul para llegar a la tierra, a todas las tierras de la tierra, hemos llegado a saber --no en la palabra sino en la realidad que permite el ser caminador del mundo- que todos los hombres de la tierra son iguales, que todos los ríos son marrones, que todos los
mares son azules, y todo ello a pesar de comprender que hay hombres desiguales, que hay ríos que son rojos y mares que son negros.
Con la poesía y en la poesía, esa poesía que el “mago del norte” Hamman decía era la lengua matriz del género humano, podemos afirmar que las generaciones, que las escuelas, que las simples palabras que podamos inventar para designar a esos engendros llamados poetas, son válidas también en las antípodas. Hoy, habitantes de un planeta sin límites, habitantes de sueños que nos han de llevar a constelaciones separadas por millones de kilómetros, esa certidumbre de realidades y de sueños se hace palpable, real, al poder estudiar con un escorzo
mayor toda la vida sucedida en la tierra.
La historia nos afirma esa certidumbre, hasta ayer nebulosa. Desde Antístenes, que habló de la doctrina política de la ciudadanía universal, pasando por Lucrecio, que al decir de Dilthey “ha sido el primero en expresar la profunda serenidad de ánimo que produce la idea de ser un Fenómeno pasajero de esa totalidad inmensa, de ser espectador fugaz de esa representación inacabable”, siguiendo con Saint Simon, Engels y Prouclhon, buscadores de un nuevo camino para la humanidad, continuando con Kierkegaard, profeta de la angustia metafísica que hoy
nos rodea, y llegando a Camus, vislumbrador de la fórmula buscada por el hombre y aún no encontrarla, toda la historia del ser, que es también la historia de la poesía, es la historia de igualarnos, más allá del sentido materialista, en el maravilloso de la sabiduría, del amor, de
la bondad y de la tolerancia.
Indudablemente podremos pasar, usando palabras de este tipo por adherentes de las doctrinas que todo el siglo XVIII llevo en sus espaldas.
En parte ello puede ser verdad, pero es más exacto pensar, siempre creyendo en la poesía como matriz de esa búsqueda -pura del ser-,que todas las palabras (Jorge Guillén dijo una vez en Venecia, que los sueños van en busca de la poesía tropezando con el estorbo de la palabra) pueden confundirse-, y podremos ser nosotros también confundidos, o marcados, como pirrónicos (rememorando a Enesídemo, tal vez el  primer futurista de la tierra)
O como como humanistas, o como católicos, o como empiristas, o como existencialistas, o como marxistas, que todo ello entra en el duende de la poesía, la verdadera, la buscadora de azules y  de negros, la buscadora de veranos de paz para el planeta tierra.
Pero si bien nos está dado confundir muchas posturas, otras son claras como cielos de trópicos y conociendo bien el camino del pensamiento humano hasta hoy, transcurrido desde los Vedantas ( recordar a Lao Tse, que nos habkla de una vida compasiva, sobria y humilde, es recordar un sueño todavía inalcanzado por los hombres ) hasta desembocar en la Era Atómica donde la ciencia y los descubrimientos, gigantes monstruos, roban todos los pensamientos del hombre, podemos afirmar rotundamente esa igualdad de sueños, de anhelos que constantemente se movió entre las manos y el corazón do los grandes hombres de la tierra, sean sus nombres Confucio o Jesús, Sócrates o Kierkegaard, Nieszche o Comte, Novalis o Gandhi.
Hoy, el planeta tierra, sabe todo eso. Vivimos una época deslumbradora e increíble, radares y cápsulas nos asombran, somos testigos y receptáculo de muchas etapas de la vida terrena.
Querer engañarnos o engañar es una artimaña sin sentido para la arrolladora verdad que sabemos existe existe detrás del átomo desintegrado.
Y el poeta de hoy, ¿en qué torre se encuentra? ¿Cuál es el que emula a Einstein y a Planck, y contesta la teoría del átomo primitivo del Padre Lemeitre?
El rompimiento del héroe que era el poeta, que se creía el poeta de ayer, sucesor de Prometeo y de Neptuno fue gestándose en nuestro siglo. A partir de Verlaine y hasta nosotros, el canto ha tomado vivencia personal y desesperante. Desde el hermetismo necesario de Ungaretti
y Montale, hasta la beats generación de los Estados Unidos y la “no te metas” generación de Argentina, la poesía se repliega y busca el grupo y el misterio que no pueden darle las realidades abrumadoras y veloces de la ciencia. Los surrealistas buscan drogas inventoras de
sueños, los imagínistas, con Pound a la cabeza, pasticcios de palabras de taberna con citas eruditas de Grecia, los existencialistas la náusea aprovechando todo lo que asusta a la moral prefabricada de mediocres y vacíos. Una nueva torre de marfil, la de la desesperanza, nos acosa, pues el mundo de Tatabomba es desmesuradamente grande y parecería no querer darle lugar a las palabras dichas con musicalidad y sentimientos.
Ante un mundo “tierra” que se iguala inevitablemente en sus estratos sufridos y paupérrimos buscando el fin del hambre. Ante un mundo que elimina muchas cosas inútiles. Ante un mundo que intuye presiente, que el planeta tierra debe llevar a la práctica el ideal de Lao-tse,
de Sócrates, de Saint Simon, de Camus, un mundo no unilateral sino formado por todas esas experiencias carnales y espirituales que el hombre ahora conoce y sabe que necesita para continuar su marcha, ante un mundo así, ahí estamos, por lo menos nosotros, los nacidos bajo el signo silencioso y aterrador del dios de nuestro siglo: Tatabomba

Ariel Canzani
Océano Atlántico. marzo de 1964.
CÓRMURAN  DELFIN. Año 1. Viaje N° 3. Agosto de 1964.
ARIEL CANZANI D. poeta de compacta y continua obra (casi veinte libros impresos, los últimos cinco publicados por la Editorial LOSADA de Buenos Aires), compartió su espíritu creativo con una revista de poesía comunitaria internacional que durante diez años fue casi el único puente literario entre la República Argentina y el resto de Latinoamérica y el mundo. CORMURAN Y DELFIN, tal fue el nombre que recibiera al nacer, ofreció en sus índices las más insólitas antologías de poesía de la tierra y en verdad tal vez haya sido la primera revista "planetaria" de poesía en su tipo. En su interior, junto a poemas memorables se respiraba constantemente un espíritu de combate no usual por las latitudes argentinas, donde normalmente tenia prioridad el preciosismo del lenguaje y la superficialidad bien construida sobre el compromiso y el testimonio.
CORMORAN Y DELFIN fue una revista diferente, que no amparaba a un grupo dispuesto a destrozar al resto por la posesión de un premio o un efímero puesto en el “parnaso” argentino. Fue esencialmente una revista abierta e independiente enrolada en y con el tiempo histórico convulso transcurriendo en Argentina y en Latinoamérica. Las .selecciones de poesía de países (especialmente realizadas para ella) incluidas en sus índices, daban muestra del conocimiento poético de Canzani que, como buen vagabundo con ojo de águila, por sus viajes pudo alternar personalmente o por carta con casi todos los colaboradores de su “quijotada” como él (profiriendo grandes carcajadas) la había bautizado. Ese mar de poesía, ese festín de poesía
que cada número nos daba, era completado con xilografías impresas con su taco original de grabadores argentinos, también ello una novedad (por su forma de presentación y los
nombres de los artistas invitados a colaborar) para una revista de poesía. En su parte final los “esquemas planetarios” fueron desarrollando las distintas ramificaciones y factibilidades filosóficas que el “planetarismo” poseía en el mundo. La esencia de esta revista-libro podría ser resumida como algo matemáticamente pensado y puesto en movimiento: Poesía-Grabado-Filosofía, con rumbo loxodrómico constante para beneficio del arte encaminado a crear la nueva sociedad sin privilegios, triángulo en que –sin desmayos- navegara durante sus diez apasionados años de puntual aparición. En este libro Ariel CANZANI D. recopila sus artículos preliminares, hechos de fuego y amor.
En esas notas encendidas, fácilmente, se descubre el “crecimiento necesario” (como Canzani lo ha denominado) de su mundo pensante y actuante, que complementa –en prosa- su vigorosa poesía, cuyo último libro precisamente lleva por titulo “Poemas del Crecimiento Necesario” (Editorial Losada, 1974). Sin dudarlo se puede afirmar que para conocer el pensamiento argentino de esa década (1963-1973) habrá que buscar en CORMORAN Y DELFIN (Revista Planetaria de Poesía), .en estas notas incluidas hoy en libro, y en sus índices, una buena parte del todavía oculto mundo creativo-literario-revolucionario de la República Argentina.


2 de marzo de 2016

Poesía y vida cotidiana, Ariel Canzani

POESÍA Y VIDA COTIDIANA

Repitiéndonos, pecando por repetir perogrulladas, diremos que estamos saturados, cansados, aburridos, podridos, de “ismos” vacíos, de engañosos “ismos” poéticos.
CORMORAN Y DELFIN no tiene “ismos”. No quiere hacer escuela, crear grupos, buscar verdades y encasillarlas, defender juventudes o no defenderlas, hundir a los “viejos” para encaramar jóvenes, hacer programas, dar estadísticas, clasificar almas y cuerpos poéticos.
No inventaremos ningún manifiesto de destrucción o construcción poética. Nos resultaría fácil componerlo, de cualquier tipo 0 extensión.
Solamente repetiremos, hablaremos con la obstinación de los locos, en y con el lenguaje de la poesía honesta.
Elegimos la mar como matriz porque amamos lo inmenso, nacimos queriendo hablar con todos, sin exclusiones. Diremos poesía con palabras dulces, también con ácidas o directamente con hermosas malas palabras.
Nos hablaremos nosotros mismos, nos analizaremos, exportaremos cargamentos de espejos para mirarnos, importaremos los mejores de nuestras fábricas. Haremos hablar a los poetas del mundo para aquellos que buscan, quieren hurgar en su propio yo, sin pretender dar manifiestos “para el resto”.
Nuestra mirada estará puesta en el hombre que todavía tiembla, se conmueve, se transforma en nube, agua, sol, árbol, cuando mira las nubes, el agua, el sol, los árboles.
Sabemos -¡Como lo sabemos!- que están los lobos, las hienas, los camaleones, las víboras, ambulando por la tierra, el agua y el aire.
Sabemos que también están los ángeles (diabólicos algunos) tejiendo la belleza. Sabemos que tomar partido por la honestidad poética es un pasatiempo peligroso en una época donde los mistificadores y  los sátrapas abundan, han proliferado más de lo deseable.
Sabemos -¡cómo lo sabemos!« que están los lobos las hienas, los pigargos, dispuestos a comenzar su festín al menos descuido. Sabemos bien que, a pesar de nuestros traumas, trataremos de ser delfines unirnos a ellos en sus vuelos y en sus alegrías, en su luminosa simplicidad de peces.
Sabemos que buscamos veranos de paz y de verdad como amor, usando como único argumento poesía. Insistiremos has ta el final en que ella es universal. La belleza, la calidad, la honestidad, el calor, el misterio, la creación, es palpable criatura independiente de límites, escuelas o programas. Por ello buscamos a los hombres “ismos” que digan su verdad poética honestamente, apasionadamente. Los buscaremos en todos los rincones de la tierra. Los invitaremos a penetrar en nosotros, a que nos guíen, nos ayuden a rescatar lo humano que va perdiéndose en el caos de la automatización y la impersonalidad.
No queremos adeptos incondicionales, queremos buscar entre todos la poesía de toda la tierra. Buscamos seres, no conjuntos o comparsas que han de matar la poesía cuando intentemos pensar de una manera diferente.
Todo esto es muy simple -somos retorcidamente simples- _y nuestro sueño es que no se tergiverse la simplicidad de los sueños o de las realidades que buscamos. Solamente queremos esgrimir como arma la ardiente y honesta Poesía de poetas honestos.

Océano Atlántico, enero de 1964.


Publicado en CORMORAN Y DELFIN. Año 1. viaje N 2.  Mayo de 1964

Texto de Solapa del libro Una década de testimonio y desmistificación  en la literatura Argentina Cormoran y Delfín 1963 / 1973 EDICIONES DEAD WEIGHT


ARIEL CANZANI D. nació en Buenos Aires el 15 de *octubre de 1928. Primeramente realizó estudios técnicos en una Escuela Industrial y luego ingresó en la Escuela Nacional de Náutica de la República Argentina, en la cual se recibió de Oficial de Cubierta de la Marina Mercante.
Actualmente es Capitán de Ultramar, embarcado abordo de buques mercantes, y desde hace más de 23 años navega ininterrumpidamente. Ha publicado alrededor de 20 libros de poemas, algunos de ellos traducidos a otras lenguas.
Es Director de la “Colección Cotidal” de poesía de la Editorial Losada de Buenos Aires, la cual además ha publicado sus últimos cinco libros. Fundador y Director -hasta su desaparición- de la revista internacional de poesía “CORMORAN Y DELFIN”, como así también de las “Ediciones DEAD WEIGHTW” (Ediciones CARGA MAXIMA. Ha colaborado y colabora con poemas y notas
en gran cantidad de publicaciones del mundo. Durante más de seis años -semanalmente- publicó en el diario “El Popular” de Montevideo, y en el periódico “Alberdi” de Vedia
(Argentina) sus “Notices to Mariners” (“Noticias a los que navegan”), apretado compendio de crítica e información sobre literatura mundial. Sus trabajos han sido traducidos a diversas lenguas de la tierra (italiano, portugués, francés, inglés, búlgaro, yugoslavo, griego, húngaro, etc., etc.). Es miembro del Consejo Directivo del Centro de- Capitanes de Ultramar y Oficiales de la Marina Mercante Argentina, organización profesional-sindical que agrupa a parte del
personal navegante argentino, y donde además tiene a su cargo la actividad cultural. Es también miembro de diversas instituciones nacionales e internacionales (V. g. “Club
de la Estampa de Buenos Aires", “Instituto Internacional de Cultura Maritima”, “Consejo Mundial de la Paz” -Comité Argentino-, etc., etc). En representación de Argentina concurrió, en mayo de 1973, a la “Reunión Consultiva de Intelectuales” realizada en Varsovia, integrando
en esa oportunidad la comisión de redacción del denominado “Llamamiento a los Intelectuales”. Es casado. Tiene dos hijos. Vive en Buenos Aires.

EDICIONES DEAD WEIGHT
Distribuidas por
Editorial LOSADA
Buenos Aires, Argentina



1 de marzo de 2016

Manifiesto, Ariel Canzani

MANIFIESTO

CORMORAN y DELFIN nació en la mar. Vio la lui en la desaforada y libre llanura del océano.
En el agua, con poemas de poetas de toda la tierra, se concreta, y retorna a ella cargada de gritos y de búsquedas.
Adelantándonos a las realidades que caerán sobre los sueños diremos, en qué creemos, con quién estamos, cuáles serán las diversiones favoritas que practicaremos.
Estamos con la libertad, esa libertad que nos permita la soledad de nuestras angustias y de nuestros traumas, la que nos tolere el hablar sobre las dudas que nos acosan y comprenda el asombro que nos posee ante una lagartija tomando sol, o ante un hombre que por pensar o
soñar es hecho mierda en una cárcel cualquiera del cielo o de la tierra.
Estamos con la coexistencia humana, con la fe, con la bondad, con la belleza, con la desesperación que arrastramos y de cuyas garras no queremos liberarnos sin antes haberla deshecho en nuestras manos.
Estamos con la verdad con amor (la poesía vive únicamente para reafirmarla), esa verdad que grita fe, absurdo, misterio, desvarío, éxtasis, humanidad. Verdad dicha con poesía alambicada o simple, hermética o surreal, iracunda o dulce, con signos o sin ellos.
Creemos en los espejos, los propios, en el propio espejo que cada uno de nosotros debe poseer para mirarse cada día, y así, desnudos, comprender y perdonar al que cada mañana nos patea, nos araña nos toca los codos, los dedos, las piernas, el alma.
Creemos en los seres-mar, en los que miran el cielo y el abismo y luego intentan transmitimos la locura que los aferra al poder descubrir el finito o infinito espacio que besa y lastima al mismo tiempo.
Creemos en la poesía hecha para llegar al hombre y conmoverlo, herirlo, enamorarlo, darle asco, mostrarle todo lo angelical y diabólico que dentro de nosotros el asombro, el entusiasmo, el dolor, la búsqueda, nos grita, nos vomita, nos canta para ello.
Ensalzaremos con las más almibaradas palabras a dos moscas amándose, a dos sapos soñadores de cisnes, jamás a un hombre rapiñando las bondades del mundo.
Y si la rapiña fueran –atómica o humana- una necesidad de nuestra carne, seguiríamos creyendo en la poesía honesta hecha por el más monstruo de los sobrevivientes.


Ariel Canzani
Océano Atlántico, OCTUBRE DE 1963

Ariel Canzani, Bs As, 15 de octubre 1928 - Bs As, 27 de julio 1983

Ariel Canzani D. (1928-1983) Poeta. Fue director de la revista "Cormorán y delfín", una de las publicaciones de poesía argentina más difundidas por el mundo en las décadas del 60 y del 70. En el periódico "Alberdi", que se editaba en Vedia, provincia de Buenos Aires, tuvo una columna semanal, además de colaborar en revistas de América latina y de Europa. Dirigió las ediciones de poesía Dead Weight.
"Poemas del círculo vicioso", "De mar en mar, de tierra en tierra" y "Poema para que viva la esperanza" son algunos de sus libros de poemas editados.

29 de febrero de 2016

Citas de Una realidad aparte (1971), Carlos Castaneda

Citas de Una realidad aparte (1971), Carlos Castaneda


Un guerrero sabe que es sólo un hombre. Su único pesar es que su vida es tan corta que no le permite asir todas las cosas que quisiera. Pero, para él, eso no es un problema; es sólo una lástima.
Sentirse importante lo hace a uno pesado, torpe y banal. Para ser un guerrero se necesita ser liviano y fluido.
Cuando los seres humanos se ven como cam¬pos de energía, parecen fibras de luz, como telarañas blancas, con hebras muy finas que circulan desde la cabeza hasta la punta de los pies. De ese modo, ante el ojo del vidente, un hombre aparece como un huevo de fibras que circulan. Y sus brazos y piernas son como cerdas luminosas que brotan en todas direcciones.
El vidente ve que cada hombre está en contacto con todo lo que le rodea, pero no a través de sus manos, sino mediante un montón de largas fibras que brotan en todas direcciones desde el centro de su abdomen. Esas fibras unen al hombre con lo que le rodea; conservan su equilibrio; le dan estabilidad.
Cuando un guerrero aprende a ver, ve que un hombre, ya sea mendigo o rey, es un huevo luminoso, y no hay manera de cambiar nada; o mejor dicho, ¿qué podría cambiarse en ese huevo luminoso? ¿Qué?
Un guerrero nunca se preocupa de su miedo. En vez de eso, ¡piensa en las maravillas de ver el flujo de la energía! El resto son adornos, adornos sin importancia.
Sólo un chiflado emprendería por cuenta propia la tarea de hacerse hombre de conocimiento. A un hombre cuerdo hay que engañarlo. Hay montones de gente que acometerían con gusto la tarea, pero ésos no cuentan. Casi siempre están rajados. Son como cántaros que por fuera se ven en buen estado, pero que comenzarían a gotear en el momento en que los sometieras a presión y los llenaras de agua.
Cuando un hombre no se preocupa por ver, las cosas le parecen más o menos lo mismo cada vez que mira el mundo. En cambio, cuando aprende a ver, ninguna cosa es igual cada vez que la ve, y sin embargo es la misma.
 Para el ojo de un vidente, un hombre es como un huevo. Cada vez que ve a un mismo hombre, ve un huevo luminoso, pero no es el mismo huevo luminoso.
Los chamanes del México antiguo dieron el nombre de aliados a unas fuerzas inexplicables que actuaban sobre ellos. Los llamaron aliados porque pensaron que podrían servirse de ellos para su satisfacción, un concepto que resultó ser casi fatal para aquellos chamanes, porque lo que ellos llamaban aliados son seres sin esencia corpórea que existen en el universo. Los chamanes de hoy en día los llaman seres inorgánicos.
Preguntar cuál es la función de los aliados es como preguntar qué hacemos los hombres en el mundo. Aquí estamos: eso es todo. Y los aliados están aquí como nosotros; y puede que estuvieran antes que nosotros.
El modo más eficaz de vivir es vivir como un guerrero. Puede que un guerrero piense y se preocupe antes de tomar una decisión, pero una vez que la ha tomado, prosigue su camino libre de preocupaciones o pensamientos; todavía habrá un millón de decisiones esperándolo. Ése es el camino del guerrero.
Un guerrero piensa en su muerte cuando las cosas pierden claridad. La idea de la muerte es lo único que templa nuestro espíritu.
La muerte está en todas partes. Acaso esté en los faros de un coche que alumbran tras de nosotros desde lo alto de una colina distante. Pueden permanecer visibles por un rato y entonces desaparecer en la oscuridad como si se los hubiera tragado la tierra, para aparecer sobre otra colina y luego desaparecer de nuevo.
Ésas son las luces que lleva la muerte sobre su cabeza. La muerte se las pone por sombrero y se lanza al galope, ganándonos terreno, acercándose más y más. A veces apaga sus luces. Pero la muerte nunca se detiene.
Un guerrero, primero debe saber que sus actos son inútiles y, a pesar de ello, proceder como si no lo supiera. Ése es el desatino controlado del chamán.
Los ojos del hombre pueden realizar dos funciones: una es ver la energía en general, tal como fluye en el universo, y la otra es «mirar las cosas de este mundo». Ninguna de ellas es mejor que la otra; sin embargo, educar los ojos sólo para mirar es un lamentable e innecesario desperdicio.
Un guerrero vive de actuar, no de pensar en actuar ni de pensar qué pensará cuando haya actuado.
Un guerrero elige un camino con corazón, cualquier camino con corazón, y lo sigue, y luego se regocija y ríe. Sabe, porque ve, que su vida se acabará demasiado pronto. Sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás.
Un guerrero no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni patria; sólo tiene vida por vivir y, en tales circunstancias, su único vínculo con sus semejantes es su desatino controlado.
Puesto que ninguna cosa es más importante que otra, un guerrero elige cualquier acto y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado le lleva a decir que lo que él hace importa y le lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no es así; de modo que, cuando completa sus actos, se retira en paz, sin preocuparse en absoluto de si sus actos fueron buenos o malos, si dieron resultado o no.
Un guerrero puede optar por permanecer totalmente impasible y no actuar jamás, y compor-tarse como si realmente le importara ser impasible. También eso sería genuinamente correcto, pues también ése sería su desatino controlado.
No hay vacío en la vida de un guerrero. Todo está lleno a rebosar. Todo está lleno a rebosar y todo es igual.
El hombre corriente se preocupa demasiado por querer a otros o por ser querido por los de-más. Un guerrero quiere; eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, sin más, porque sí.
Un guerrero acepta la responsabilidad de sus actos, hasta del más trivial de sus actos. El hombre corriente actúa según sus pensamientos y nunca asume la responsabilidad por lo que hace.
El hombre corriente es o un ganador o un perdedor y, dependiendo de ello, se convierte en perseguidor o en víctima. Estas dos condiciones prevalecen mientras uno no ve. Ver disipa la ilusión de la victoria, la derrota o el sufrimiento.
Un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera no desea nada, y así cualquier casa que recibe, por pequeña que sea, es más de lo que puede tomar. Si necesita comer, encuentra el modo porque no tiene hambre; si algo lastima su cuerpo, encuentra el modo de pararlo porque no tiene dolor. Tener hambre o tener dolor significa que el hombre no es un guerrero, y las fuerzas de su hambre y de su dolor lo destruirán.
Negarse a sí mismo es una entrega. Entregarse a la negación es, con mucho, la peor de las entregas; nos fuerza a creer que estamos haciendo algo valioso, cuando de hecho sólo estamos fijos dentro de nosotros mismos.
El intento no es un pensamiento, ni un objeto, ni un deseo. El intento es lo que puede hacer triunfar a un hombre cuando sus pensamientos le dicen que está derrotado. Actúa aun a pesar de que el guerrero se haya entregado. El intento es lo que lo hace invulnerable. El intento es lo que envía a un chamán a través de una pared, a través del espacio, al infinito.
Cuando un hombre se embarca en el camino del guerrero, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre. Los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén y debe adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir.
Cada pizca de conocimiento que se convierte en poder tiene a la muerte como fuerza central. La muerte da el toque definitivo; todo lo que la muerte toca, en verdad se vuelve poder.
Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para ser capaz de no abandonarse a nada. Un hombre así sabe que su muerte lo está acechando y que no le dará tiempo para aferrarse a nada; así que prueba, sin ansias, todo de todo.
Somos hombres, y nuestro destino es aprender y ser arrojados a mundos nuevos e inconcebibles. Un guerrero que ve la energía sabe que no hay fin a los nuevos mundos que se abren a nuestra visión.
«La muerte es un remolino; la muerte es una nube brillante en el horizonte; la muerte soy yo hablándote; la muerte sois tú y tu cuaderno de notas; la muerte no es nada. ¡Nada! Está aquí, pero no está aquí en absoluto.»
El espíritu de un guerrero no está hecho a la entrega y a la queja, ni está hecho a ganar o perder. El espíritu de un guerrero está hecho sólo a la lucha, y cada lucha es la última batalla del guerrero sobre la Tierra. Por eso el resultado le importa muy poco. En su última batalla sobre la tierra, el guerrero deja fluir su espíritu libre y claro. Y mientras se entrega a su batalla, sabiendo que su intento es impecable, un guerrero ríe y ríe.
Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho, mantenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno. Y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es siempre como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, lo encendemos de vida, lo sostenemos. No sólo eso, sino que también escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De ahí que repitamos las mismas elecciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo el mismo diálogo interno una y otra vez hasta el preciso momento de la muerte. Un guerrero es consciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.
El mundo es todo lo que hay aquí encerrado: la vida, la muerte, la gente y todo lo demás que nos rodea. El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desentrañaremos sus secretos. Por eso, debemos tratarlo como lo que es: un absoluto misterio.
Las cosas que la gente hace no pueden, bajo ninguna condición, ser más importantes que el mundo. De modo que un guerrero trata el mundo como un misterio interminable, y lo que la gente hace, como un desatino sin fin.


 Citas de Una realidad aparte (1971), Carlos Castaneda 

28 de febrero de 2016

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (2 parte), Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (2 parte), Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Emprendiendo el viaje definitivo

El salto al abismo (2 parte) 

Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

La segunda persona con la cual don Juan pensaba que tenía que estar agradecido era con un niño de mi misma edad que conocí a los diez años. Se llamaba Armando Velez. Tal como su nombre, era extremadamente elegante, tieso, en resumen, un niño viejo. Me gustaba porque era seguro en lo que hacía y a la vez muy amigable. Era alguien a quien no se lo podía intimidar fácilmente. Se metía a pelearse con cualquiera si era necesario y sin embargo no era para nada un bravucón.
Los dos salíamos a pescar juntos. Pescábamos peces muy pequeños, de los que vivían bajo las piedras, y teníamos que agarrarlos con las manos. Los poníamos a secar al sol y nos los comíamos crudos, algunas veces todo el día.
Me gustaba además el hecho de que era muy ingenioso y listo, a la vez que ambidiestro. Podía lanzar una piedra con la izquierda más lejos que con la derecha. Sabía de incontables juegos competitivos en los que, para mi desilusión, siempre me ganaba. Me ofrecía una especie de disculpa, diciéndome: «Si voy más lento y te dejo ganar, me vas a odiar. Lo verás como un insulto a tu hombría. Así es que esfuérzate más”.
Debido a su comportamiento extremadamente digno, lo llamábamos «Señor Velez», pero el «Señor» se abreviaba a «Sho», una costumbre típica de la región de Sudamérica de donde vengo.
Un día Sho Velez me preguntó algo fuera de lo común. Empezó como siempre, desde luego, como un desafío.
Te apuesto lo que quieras me dijo , que yo sé algo que no te atreverías a hacer.
¿De qué hablas, Sho Velez?
¿A que no te atreves a bajar por el río en una balsa?
Por supuesto que lo haría. Lo hice una vez en un río acrecentado. Me quedé varado una vez durante ocho días. Tuvieron que flotarme alimentación.
Era la verdad. Mi otro mejor amigo era un niño que llevaba el mote de Pastor Loco. Nos quedamos varados en una inundación sobre una isla sin que hubiera manera de rescatarnos. La gente del pueblo esperaba que el agua subiera y nos matara a los dos. Flotaron cestas de alimentación por el río con la esperanza de que llegaran a la isla y así fue. Así nos mantuvieron vivos hasta que bajó el agua lo suficiente para que llegaran a nosotros con una balsa y nos subieran a la ribera del río.
No, esto es otro asunto continuó Sho Velez con su aire de erudito . Esto implica bajar en balsa a un río subterráneo.
Me recordó que una enorme parte del río local pasaba por debajo de un monte. Esa parte subterránea siempre me había intrigado sobremanera. Su entrada al monte era una terrible cueva de buen tamaño, siempre llena de murciélagos y de olor a amoníaco. A los niños de la región se les decía que era la boca del infierno: azufre, humos, calor, olor.
¡Te apuesto tu culo pestífero que no me voy a acercar a ese río mientras esté vivo, Sho Velez! le grité . Aunque viva diez vidas. Tienes que estar loco del todo para hacer algo así.
La cara seria de Sho Velez se volvió aún más seria.
Ah dijo Entonces tendré que hacerlo yo solo. Pensé por un instante que podía empujarte a ir conmigo. Me equivoqué. La pérdida es mía.
Ey, Sho Velez, ¿qué te pasa? ¿Por qué demonios quieres ir a ese lugar infernal?
Tengo que hacerlo dijo en su vocecita baja y ronca . Ves, mi padre es tan loco como tú, pero es padre y esposo. Hay seis personas que dependen de él. De otra manera, sería tan loco como una cabra. Mis dos hermanas, mis dos hermanos, mi madre y yo dependemos de él. Él es todo para nosotros.
No sabía quién era el padre de Sho Velez. Nunca lo había visto. No sabía a qué se dedicaba para ganarse la vida. Sho Velez me reveló que su padre era un hombre de negocios y que todo lo que tenía estaba en riesgo.
Mi padre ha construido una balsa y quiere ir. Quiere hacer esa expedición. Mi madre dice que es puro humo, pero yo no me fío continuó Sho Velez . Le he visto esa mirada de loco en los ojos. Uno de estos días lo va a hacer, y estoy seguro de que va a morir. Así es que voy a tomar la balsa para ir al río yo mismo. Sé que voy a morir, pero mi padre no morirá.
Sentí que me pasaba como una corriente eléctrica por el cuello, y me oí decir en el tono más agitado que uno pueda imaginar:
¡Lo hago, Sho Velez, lo hago! ¡Sí, sí va a ser estupendo, yo voy contigo!
Sho Velez hizo una mueca. La comprendí como una mueca de alegría porque iba con él, no porque él había conseguido convencerme. Expresó ese sentimiento en su siguiente frase:
Sé que si tú me acompañas voy a sobrevivir.
No me importaba que sobreviviera Sho Velez o no. Lo que me había galvanizado era su valor. Sabía que Sho Velez tenía tripas de acero para hacer lo que decía. Él y Pastor Loco eran los únicos del pueblo con tripas de acero. Los dos poseían algo que yo consideraba único y desconocido: valor. Nadie más en el pueblo lo tenía. Los había puesto a todos a prueba. A mi manera de ver, todos estaban muertos, incluyendo el amor de mi vida, mi abuelo. Sabía esto sin duda alguna a la edad de diez años. La valentía de Sho Velez fue una comprensión abrumadora para mí. Quería estar con él hasta el fin, fuera como fuera.
Hicimos planes para encontrarnos al primer rayo, que es lo que hicimos, y los dos cargamos la ligera balsa de su padre por cuatro o cinco kilómetros fuera del pueblo, a unas montañas bajas y verdes a la entrada de la cueva, donde el río se volvía subterráneo. El olor a guano era insoportable. Nos subimos a la balsa y empujamos dentro de la corriente. La balsa llevaba linternas eléctricas que tuvimos que encender inmediatamente. Dentro de la montaña todo era negrura, y estaba húmedo y caluroso. La profundidad del agua era suficiente para que la balsa flotara, y la corriente bastante rápida para no tener que remar.
Las linternas creaban sombras grotescas. Sho Velez me susurró al oído que lo mejor sería no ver porque era más que aterrador. Tenía razón; era nauseabundo, opresivo. Las luces despertaron a los murciélagos, que comenzaron a volar alrededor de nosotros, aleteando caóticamente. Al penetrar más profundamente en la cueva, ya ni había murciélagos, sólo un pesado aire fétido, difícil de respirar. Después de lo que me parecieron horas, llegamos a una especie de estanque de gran profundidad; casi no se movía. Parecía como si la corriente mayor hubiera sido represada.
Estamos atascados me susurró de nuevo Sho Velez al oído . No hay manera de que pase la balsa, y no hay manera de regresar.
La corriente estaba demasiado fuerte para intentar un viaje de regreso. Decidimos que teníamos que encontrar salida. Me di cuenta de que si nos parábamos encima de la balsa podíamos alcanzar el techo de la cueva, lo cual significaba que el agua estaba represada casi hasta el techo. La entrada se parecía a una catedral, y tenía unos quince metros de tamaño. Mi conclusión fue que estábamos encima de un estanque como de quince metros de profundidad.
Atamos la balsa a una roca y empezamos a nadar hacia abajo, buscando movimiento de agua, una corriente. Todo estaba húmedo y caluroso en la superficie, pero muy frío hacia abajo. Mi cuerpo sintió el cambio de temperatura y me asusté, un extraño terror animal que nunca había experimentado. Sho Velez debió haber sentido lo mismo. Chocamos al llegar a la superficie.
Creo que nos acercarnos a la muerte me dijo con solemnidad.
No compartía yo ni su solemnidad ni su deseo de morir. Frenéticamente, busqué una apertura. Las aguas de las inundaciones debían haber llevado rocas que formaron la represa. Encontré un agujero de suficiente apertura para que pasara mi cuerpo de diez años. Agarré a Sho Velez y se lo mostré. Era imposible que pasara por allí la balsa. Sacamos la ropa de la balsa, la hicimos una bola y nadamos hacia abajo cargándola hasta que volvimos a encontrar el agujero y pasamos por él.
Terminamos en un tobogán de agua, como los que hay en los parques de diversión. Rocas cubiertas de alga y musgo nos permitieron deslizarnos por una enorme distancia sin hacernos daño. Entonces llegamos a una cueva como catedral, donde continuaba fluyendo el agua hasta el nivel de la cintura. Vimos la luz del cielo al final de la cueva y salimos a pie. Sin decir ni una palabra, extendimos la ropa al sol para que se secara, y regresamos al pueblo. Sho Velez estaba casi inconsolable por haber perdido la balsa de su padre.
Mi padre hubiera muerto allí reconoció finalmente . Su cuerpo nunca hubiera podido pasar por el agujero por donde pasamos nosotros. Es demasiado grande. Mi padre es un hombre gordo y grande -dijo . Pero hubiera sido suficientemente fuerte para volver caminando a la entrada.
Lo dudaba. Mi recuerdo era que por momentos, a causa de la inclinación, la corriente era brutalmente fuerte. Reconocí que, posiblemente, un hombre grande y desesperado podría haber caminado hacia fuera finalmente con la ayuda de cables y un gran esfuerzo.
La cuestión de si el padre de Sho Velez hubiera muerto allí o no no se resolvió entonces, pero no me importaba. Lo que me importó por primera vez en mi vida, es que sentí el veneno de la envidia. Sho Velez era la primera persona a quien había envidiado yo en toda mi vida. Él tenía alguien por quien dar la vida y me había comprobado que lo haría. Yo no tenía a nadie, y no había comprobado nada.
De forma simbólica, le otorgué todos los laureles a Sho Velez. Su triunfo era total. Yo me retiré. Ése era su pueblo, ésa era su gente, y él era el mejor de todos ellos. Cuando nos despedimos ese día, di voz a una banalidad que resultó ser la profunda verdad cuando dije:
Sé el rey de todos ellos, Sho Velez. Eres el mejor.
Nunca volví a hablar con él. A propósito terminé con nuestra amistad. Sentía que era el único gesto con que podía demostrar cuán profundamente él me había afectado.
Don Juan creía que mi deuda con Sho Velez era imperecedera porque él era el único que me había enseñado que tenemos que tener algo por qué morir antes de pensar que tenemos algo por qué vivir.
Si no tienes nada por qué morir me dijo don Juan una vez , ¿cómo puedes sostener que tienes algo por qué vivir? Los dos van mano a mano y la muerte lleva el timón.


Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

27 de febrero de 2016

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (1 parte), Carlos Castaneda EMPRENDIENDO EL VIAJE DEFINITIVO

Emprendiendo el viaje definitivo, El salto al abismo (1 parte), Carlos Castaneda
EMPRENDIENDO EL VIAJE DEFINITIVO

EL SALTO AL ABISMO (1 Parte) Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Don Juan me dijo que era obligatorio que un guerrero viajero se despidiera de todos los que dejaba atrás. Debe decir sus adioses en una voz fuerte y clara para dejar grabados su grito y sentimientos en esas montañas para siempre.
Permanecí en espera durante mucho tiempo, no por vergüenza, sino porque no sabía a quién incluir en mis agradecimientos. Había absorbido interiormente el concepto de la brujería de que el guerrero viajero no le puede deber nada a nadie.
Don Juan había metido en mí un axioma de chamán: Los guerreros viajeros pagan elegante, generosamente y con una ligereza sin par, cualquier favor, cualquier servicio que se les ha rendido. Así se deshacen de la carga de llevar deudas.
Les había pagado, o estaba en proceso de pagarles, a todos lo que me habían honrado con su atención o cuidado. Había recapitulado mi vida a tal extremo que no había dejado piedra sobre piedra. Creía en verdad en aquel tiempo que no le debía nada a nadie. Le comenté a don Juan mis creencias y mi vacilación.
Dijo don Juan que indudablemente había recapitulado mi vida totalmente, pero añadió que estaba muy lejos de estar libre de toda deuda.
¿Y qué de tus fantasmas siguió , los que ya no puedes tocar?
Sabía a lo que se refería. Durante mi recapitulación, le había contado cada incidente de mi vida. De los cientos de incidentes que le había relatado, había extraído tres como muestras de deudas que había contraído muy temprano, y había añadido a esos tres la deuda que tenía con la persona gracias a la cual había conocido a don Juan. Le había agradecido a mi amigo profusamente, y tuve la sensación de que algo había reconocido mi agradecimiento. Los otros tres sucesos habían quedado dentro del reino de los relatos, relatos de mi vida y de gente que me había otorgado un obsequio inconcebible, y a quienes nunca les había dado las gracias.
Uno de esos relatos tenía que ver con un hombre que había conocido de niño. Se llamaba el señor Leandro Acosta. Era el archi enemigo de mi abuelo, su verdadera némesis. Mi abuelo lo había acusado repetidas veces de robarse los pollos de su granja. El hombre no era un vagabundo, sino simplemente alguien que no tenía empleo firme ni definido. Era un tipo inconformista, jugador, dominador de muchas artes, hábil curandero, según él, cazador y proveedor de especímenes de insectos y plantas para los hierberos y curanderos locales, y de cualquier ave o animal para los taxidermistas o tiendas especialistas en animales vivos.
Según lo que decía la gente, hacía muchísimo dinero, pero no podía ni guardarlo ni invertirlo. Tanto sus detractores como sus amigos, creían que podía haber puesto el mejor negocio de esa región, haciendo lo que mejor hacía: buscar plantas y cazar animales, pero estaba maldito con una rara enfermedad del espíritu que lo hacía inquieto, incapaz de dedicarse a nada por largo tiempo.
Un día, al hacer un paseo a la orilla de la granja de mi abuelo, vi que alguien me espiaba desde el espeso matorral de la orilla del bosque. Era el señor Acosta. Estaba de cuclillas dentro del matorral de la selva misma, y no hubiera podido verlo sino por mis ojos agudos de ocho años.
Con razón mi abuelo cree que le roba los pollos, pensé. Creí que nadie más que yo se habría percatado; estaba completamente camuflado por su quietud. Lo que había captado, y lo sentí en vez de verlo, fue la diferencia entre el matorral y su silueta. Me le acerqué. El hecho de que la gente lo rechazaba tan violentamente o gustaba de él tan apasionadamente, me intrigaba sobremanera.
¿Qué está haciendo aquí, señor Acosta? le pregunté osadamente.
Estoy haciendo mi caca mientras contemplo la granja de tu abuelo me dijo . Así es que vete antes de que me levante, a menos que te guste el olor a mierda.
Me alejé a unos pocos pasos. Quería saber si en verdad estaba ocupado en lo que había dicho. Lo estaba. Se levantó. Creí que iba a abandonar el matorral, pasar al terreno de mi abuelo y quizás de allí pasar al camino, pero no lo hizo. Comenzó a caminar hacia adentro, hacia la selva.
¡Oiga, señor Acosta! le grité . ¿Puedo acompañarlo?
Advertí que se había quedado parado; otra vez, era más bien una sensación corporal que de la vista misma, pues el matorral estaba muy espeso.
Claro que puedes, pero sólo si le encuentras una entrada a la maraña me dijo.
Eso no presentaba ninguna dificultad para mí. Durante mis horas de ocio, había marcado una entrada con una piedra de buen tamaño. Después de un proceso interminable de ensayo y error había encontrado que existía un pequeño espacio, y si lo seguía a lo largo de tres o cuatro metros, llegaba a un sendero donde podía ponerme de pie y caminar.
El señor Acosta se me acercó y dijo:
¡Bravo, mocito, lo lograste! Sí, ven conmigo, si quieres.
Fue el principio de mi asociación con el señor Leandro Acosta. A diario íbamos de cacería. Nuestra asociación se hizo patente, ya que me iba de la casa desde la primera hora de la mañana hasta la puesta del sol, sin que nadie supiera dónde andaba, y un día mi abuelo me reprimió con severidad.
Tienes que saber elegir a tus conocidos me dijo , o vas a terminar como ellos. Yo no tolero que este hombre te afecte de ningún modo. Claro que te va a pasar su ímpetu. Y tu mente se volverá como la de él: inútil. Te lo digo, si no pones fin a todo esto, lo haré yo. Le echo encima las autoridades por haberse robado mis pollos, porque sabes, carajo, que viene a diario y me los roba.
Hice todo por mostrarle a mi abuelo que lo que decía era absurdo. El señor Acosta no tenía que robarse los pollos. Tenía a su alcance la vastedad de la selva. Podía sacar de allí cuanto él quería. Pero mi postura enfureció más a mi abuelo. Me di cuenta de que lo que pasaba es que mi abuelo le envidiaba al señor Acosta su libertad, y esa realización lo transformó para mí, de un cazador afable, a la expresión máxima de algo que es a la vez deseado y prohibido.
Traté de limitar mis encuentros con él, pero era demasiada la atracción. Luego un día, el señor Acosta y tres de sus amigos me propusieron algo que él nunca había hecho: cazar un buitre, vivo y sin haberlo herido. Me explicó que los buitres de esa región, que eran enormes y llegaban a tener una envergadura de dos metros, tenían siete tipos diferentes de carne en el cuerpo y que cada uno de esos siete tipos tenía un propósito «específico para la curación. Dijo que lo deseable era que el buitre no se hiriera. El buitre tenía que ser muerto por tranquilizante, pero no con violencia. Era fácil matarlos con escopeta, pero en ese caso la carne perdía su valor curativo. Así es que el arte era cazarlos vivos, algo que él nunca había hecho. Había llegado a una solución con mi ayuda y la ayuda de tres de sus amigos. Me aseguró que su conclusión era la más debida ya que estaba basada en cientos de ocasiones de haber observado el comportamiento de los buitres.
Necesitamos un burro muerto para llevar a cabo esta faena, algo que ya tenemos me declaró alegremente.
Me miró, esperando que le preguntara qué se haría con el burro muerto. Como no le hice la pregunta, continuó:
Le sacamos los intestinos y le metemos allí unos palos para mantener la redondez de la panza.
»El líder de los buitres es el rey; es el más grande y el más inteligente siguió No existen ojos más agudos. Es lo que lo hace rey. Él es el que va a ver al burro muerto y va a ser el primero en aterrizar. Aterrizará con el viento en contra para confirmar, por el olor, que el burro de veras está muerto. Los intestinos y los órganos que le saquemos los vamos a amontonar a su trasero, por afuera. Así parece que un gato montés ya se ha comido una parte. Entonces, lentamente, el buitre se acercará al burro. No tendrá prisa. Vendrá saltando volando, y entonces aterrizará sobre la cadera del burro y empezará a mecer el cuerpo del burro. Lo tumbaría si no fuera por las cuatro estacas que le vamos a meter como parte de la armadura. El buitre quedará parado sobre la cadera durante un tiempo; esto servirá de aviso a los otros buitres para que lleguen y aterricen por allí. Sólo cuando ya tenga tres o cuatro de sus compañeros a su alrededor, comenzará a hacer su trabajo el buitre rey.
¿Y cuál va a ser mi papel en todo esto, señor Acosta? le pregunté.
Tú te escondes dentro del burro me dijo inexpresivo . Fácil. Te doy un par de guantes de cuero de diseño específico, y te sientas allí y esperas a que el rey de los buitres rasgue con su enorme pico poderoso el ano del burro y meta la cabeza para empezar a comer. Entonces lo agarras del pescuezo con las dos manos y no lo dejas suelto por nada.
»Mis tres amigos y yo vamos a estar a caballo, escondidos en una barranca profunda. Yo estaré vigilando el asunto con lentes de distancia. Y cuando vea que has agarrado al rey de los buitres por el cuello, venimos a galope tendido, nos echamos encima del buitre y lo dominamos.
¿Puede usted dominar a ese buitre, señor Acosta? le pregunté. No que dudara de su destreza, sólo quería que me lo asegurara.
¡Claro que puedo! dijo con toda la confianza del mundo . Todos vamos a llevar guantes y polainas de cuero. Las garras del buitre son muy poderosas. Pueden romperle a uno la tibia como si fuera una ramita.
No tenía salida. Estaba atrapado, clavado por una excitación exorbitante. Mi admiración por el señor Leandro Acosta no tenía límites en ese momento. Lo vi como verdadero cazador, de gran ingenio, sabio y astuto.
¡Bien, hagámoslo! dije.
¡Macho! ¡Así me gusta! dijo el señor Acosta . No es menos de lo que esperaba de ti.
Había puesto una manta gruesa detrás de su silla de montar y uno de sus amigos simplemente me levantó y me sentó sobre el caballo del señor Acosta, justo detrás de la silla, sobre la manta.
Agárrate de la silla dijo el señor Acosta , y al agarrarte, agarra también de la manta.
Salimos a trote corto. Cabalgamos como una hora hasta llegar a unas tierras planas, secas y desoladas. Nos detuvimos junto a una tienda de campaña, parecida a las de los vendedores de mercado. Tenía un techo plano para dar sombra. Debajo del techo había un burro muerto, color marrón. No parecía haber sido muy viejo; parecía un burro adolescente.
Ni el señor Acosta ni sus amigos me explicaron si habían encontrado el burro o lo habían matado. Esperé a que me lo dijeran pero no iba a preguntarles. Mientras hacían los preparativos, el señor Acosta me explicó que la tienda estaba allí porque los buitres vigilaban desde grandes distancias, dando vueltas en lo alto, fuera de vista pero ciertamente capaces de ver todo lo que por allí pasaba.
Estas criaturas son criaturas sólo de vista dijo el señor Acosta . Tienen un oído miserable y el olfato no lo tienen tan bueno como la vista. Tenemos que rellenar todos los agujeros del cadáver. No quiero que te asomes por ningún agujero, porque si te ven el ojo nunca bajarán. No deben ver nada.
Metieron unos palos dentro de la panza del burro y los cruzaron, dejándome lugar para meterme. En un momento dado, hice finalmente la pregunta que me tenía intrigado.
Dígame, señor Acosta, este burro seguramente se murió de alguna enfermedad, ¿no? ¿Cree usted que me pueda afectar?
El señor Acosta levantó los ojos al cielo:
¡Carajo! No puedes ser así de tonto. Las enfermedades de los burros no pueden ser transmitidas al hombre. Vamos a vivir esta aventura y no preocuparnos por los pinches detalles. Si yo fuera más bajo, estaría yo dentro de la panza del burro. ¿Sabes lo que es cazar al rey de los buitres?
Le creí. Sus palabras eran suficientes para crear una capa de confianza sin par sobre mí. No me iba a descomponer y a perderme el suceso de sucesos.
El momento aterrador vino cuando el señor Acosta me metió dentro del burro. Luego estiraron la piel sobre la armadura y le hicieron costuras para cerrarla. Dejaron, sin embargo, una parte abierta contra el suelo para dejar circular el aire. El momento horrendo para mí fue cuando se cerró por completo la piel sobre mi cabeza, como la tapa de un ataúd. Respiré profundamente, pensando solamente en la excitación de agarrar el rey de los buitres por el cuello.
El señor Acosta me dio instrucciones de último momento. Dijo que me avisaría en el momento en que el buitre se viera volar por allí y cuando aterrizara, por un silbido que parecía llamada de ave, para informarme y para prevenir que me moviera o impacientara. Entonces oí que desarmaban la tienda, y que sus caballos se alejaban. Mejor que no dejaran ningún espacio para poder espiar porque es precisamente lo que hubiera hecho. La tentación de mirar hacia arriba y ver lo que pasaba era casi irresistible.
Pasó largo tiempo sin que pensara en nada. Entonces oí el silbido del señor Acosta y supuse que daba vueltas el buitre rey. Mi suposición se volvió certeza cuando oí el aleteo de unas poderosas alas y, de pronto, el cadáver del burro empezó a sacudirse como si estuviera experimentando un huracán. Entonces sentí un peso sobre el cadáver y supe que el buitre rey había aterrizado sobre el burro y ya no se movía. Oí el aleteo de otras alas y el silbido del señor Acosta, a la distancia. Me preparé para lo inevitable. El cadáver empezó a mecerse mientras algo hacía pedazos la piel.
Luego, de pronto, una enorme cabeza feísima con una cresta roja, un pico enorme y un penetrante ojo abierto, entró violentamente. Grité de susto y le agarré el cuello con las dos manos. Creo que por un instante sorprendí al buitre rey porque no hizo nada y me dio oportunidad de agarrarle el cuello con más fuerza, y entonces la cosa se puso fea. El buitre salió de su sorpresa y empezó a tirar con tal fuerza que me dio un golpe contra la armadura, y al instante quedé medio fuera del cadáver del burro, armadura y todo, agarrado del cuello de la bestia invasora con toda la fuerza de mi vida.
Oí a la distancia el galope del caballo del señor Acosta. Oí que gritaba:
¡Suéltalo, chico, suéltalo, que te va a llevar volando!
El buitre rey ciertamente o iba a llevarme con él o iba a hacerme pedazos con la fuerza de sus garras. No me pudo agarrar del todo porque su cabeza estaba metida entre la víscera y la armadura. Sus garras se resbalaban sobre los intestinos y no llegaban a tocarme. Otra cosa que me salvó fue que la fuerza del buitre estaba concentrada en liberarse de mi agarre, y no podía mover las garras hacia adelante lo suficiente para herirme. En seguida, en el momento preciso en que se me zafaron los guantes de cuero, el señor Acosta aterrizó encima del buitre.
Estaba rebosante de alegría.
¡Lo logramos, chico, lo logramos! me dijo-. La próxima vez ponemos estacas más largas para que el buitre no dé un tirón y te atamos a la armadura.
Mi asociación con el señor Acosta había durado lo suficiente para cazar un buitre. Luego, mi interés en seguirlo desapareció tan misteriosamente como había aparecido al principio, y nunca tuve la oportunidad de agradecerle por todo lo que me había enseñado.
Don Juan dijo que me había enseñado la paciencia del cazador en el mejor momento para aprenderla; y sobre todo, me había enseñado a sustraer de la soledad todo el alivio que necesita el cazador.
No puedes confundir la soledad con estar solo me explicó don Juan una vez . La soledad para mí es psicológica, es un estado mental. El estar solo es físico. Uno debilita, el otro da alivio.
Por todo esto, don Juan había dicho, tenía yo una gran deuda para siempre con el señor Acosta, comprendiera o no el estar agradecido de la manera que lo comprende un guerrero viajero.


Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

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