Luna del Paraíso
Símbolo de la luz
tú fuiste,
oh, luna, en las
nocturnas horas coronadas.
Tu pálido
destello,
con el mismo
fulgor que una muda inocencia,
aparecía cada
noche presidiendo mi dicha,
callando
tiernamente sobre mis frescas horas.
Un azul grave,
pleno, serenísimo,
te ofrecía su seno
generoso
para tu alegre
luz, oh luna joven,
y tú tranquila,
esbelta, resbalabas
con un apenas
insinuado ademán de silencio.
¡Plenitud de tu
estancia en los cielos completos!
No partida por la
tristeza,
sino suavemente
rotunda, liminar, perfectísima,
yo te sentía en
breve como dos labios dulces
y sobre mi frente
oreada de los vientos clementes
sentía tu
llamamiento juvenil, tu posada ternura.
No era dura la
tierra. Mis pasos resbalaban
como mudas
palabras sobre un césped amoroso.
Y en la noche
estelar, por los aires, tus ondas
volaban,
convocaban, musitaban, querían.
¡Cuánto te amé en
las sombras!
Cuando aparecías
en el monte,
en aquel monte
tibio, carnal bajo tu celo,
tu ojo lleno de
sapiencia velaba
sobre mi ingenua
sangre tendida en las laderas.
Y cuando de mi
aliento ascendía el más gozoso cántico
hasta mí el río
encendido me acercaba tus gracias.
Entre las frondas
de los pinos oscuros
mudamente vertías
tu tibieza invisible,
y el ruiseñor
silencioso sentía su garganta
desatarse de amor
si en sus plumas
un beso de tus labios dejabas.
Tendido sobre el
césped vibrante,
¡cuántas noches
cerré mis ojos bajo tus dedos blandos,
mientras en mis
oídos el mágico pájaro nocturno
se derretía en el
más dulce frenesí musical!
Toda tu luz velaba
sobre aquella cálida bola de pluma
que te cantaba a
ti, luna bellísima,
enterneciendo a la
noche con su ardiente entusiasmo,
mientras tú
siempre dulce, siempre viva, enviabas
pálidamente tus luces sin sonido.
En otras noches,
cuando el amor presidía mi dicha,
un bulto claro de
una muchacha apacible,
desnudo sobre el
césped era hermoso paisaje.
Y sobre su carne
celeste, sobre su fulgor rameado
besé tu luz,
blanca luna ciñéndola.
Mis labios en su
garganta bebían tu brillo,
agua pura, luz
pura;
en su cintura
estreché tu espuma fugitiva,
y en sus senos
sentí tu nacimiento tras el monte incendiado,
pulidamente bella
sobre su piel erguida.
Besé sobre su
cuerpo tu rubor, y en los labios,
roja luna, naciste
, redonda, iluminada,
luna estrellada
por mi beso, luna húmeda
que una secreta
luz interior me cediste.
Yo no tuve
palabras para el amor. Los cabellos
acogieron mi boca
como los rayos tuyos.
En ellos yo me
hundí, yo me hundí preguntando
si eras tú ya mi
amor, si me oías besándote.
Cerré los ojos una
vez más y tu luz límpida,
tu luz inmaculada
me penetró nocturna.
Besando el puro
rostro, yo te oí ardientes voces,
dulces palabras
que tus rayos cedían, .
y sentí que mi
sangre, en tu luz convertida,
recorría mis venas
destellando en la noche.
Noches tuyas, luna
total : ¡ oh luna, luna entera!
Yo te amé en los
felices días coronados.
Y tú, secreta
luna, luna mía,
fuiste presente en
la tierra, en mis brazos humanos.
Vicente Aleixandre
De Sombra del Paraíso (1944)