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24 de febrero de 2016

Un temblor en el aire. Un viaje de poder, Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

Un temblor en el aire. Un viaje de poder, Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)

UN TEMBLOR EN EL AIRE

UN VIAJE DE PODER
Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)


Cuando conocí a don Juan, yo era un estudiante de antropología bastante dedicado, y quería dar principio a mi carrera como antropólogo profesional publicando lo más posible. Estaba decidido a ascender los grados académicos, y según mis cálculos, había determinado que el primer paso era coleccionar material sobre los usos de las plantas medicinales de los indios del suroeste de los Estados Unidos.
Primero, le pedí consejos sobre mi proyecto a un profesor de antropología que había trabajado en ese campo. Era un etnólogo de fama que había publicado extensamente durante los años treinta y cuarenta sobre los indios de California, del suroeste y de Sonora, México. Escuchó con paciencia mi exposición. Mi idea era escribir un trabajo, «Datos Etnobotánicos», y publicarlo en una revista que se enfocaba exclusivamente en temas antropológicos del suroeste de los Estados Unidos.
Me proponía coleccionar plantas medicinales, llevar los especímenes al jardín Botánico de UCLA para que fueran identificados y luego describir por qué y cómo los utilizaban los indios del suroeste. Me veía coleccionando miles de especímenes. Hasta me vi publicando una pequeña enciclopedia sobre el tema.
El profesor se sonrió y me miró con una expresión de perdón.
No quiero disminuir tu entusiasmo me dijo en una voz cansada . Pero no puedo más que hacer un comentario negativo acerca de tu anhelo. El anhelo es bienvenido en el campo de la antropología, pero tiene que estar correctamente canalizado. Estamos todavía en la edad de oro de la antropología. Fue mi suerte estudiar con Alfred Króber y Robert Lowie, dos gigantes de las ciencias sociales. No he traicionado su confianza. La antropología es todavía la disciplina madre. Todas las otras disciplinas deben brotar de la antropología. El campo entero de la historia, por ejemplo debería llamarse «Antropología Histórica», y el campo de la filosofía debería ser «Antropología Filosófica». El hombre debe ser la medida de todo. Como consecuencia, la antropología, el estudio del hombre, debe ser el corazón de cada una de las otras disciplinas. Algún día lo será.
Lo miré, confuso. Él era, pensé, un viejo profesor benévolo, totalmente pasivo, que recientemente había sufrido un ataque cardíaco. Parecía que había yo tocado una fibra de pasión en él.
¿No cree que debe prestarle mayor atención a sus estudios formales? continuó . En vez de hacer trabajo de campo, ¿no sería mejor que estudiara lingüística? Tenemos en el departamento a uno de los lingüistas más conocidos del mundo. Si yo fuera usted, estaría a sus pies, absorbiendo cualquier cosa que pudiera de él.
También tenemos una autoridad de primera en religiones comparativas. Y hay unos antropólogos aquí que han hecho trabajo estupendo sobre sistemas de parentesco en las culturas del mundo, desde el punto de vista de la lingüística y desde el punto de vista de la cognición. Necesita usted mucha preparación. Pensar en hacer trabajo de campo a estas alturas es un insulto. ¡A los libros, joven! Eso es lo que aconsejo.
Tercamente, llevé mi propuesta a otro profesor, uno más joven. Pero no me dio más ayuda que el primero. Se rió de mí abiertamente. Me dijo que el trabajo que quería escribir era un trabajo del nivel del Ratón Mickey y que de ninguna manera era antropología.
Hoy día dijo afectando un aire profesorial , los antropólogos se ocupan de asuntos que son vigentes. Los médicos y farmacéuticos han investigado interminablemente todas las plantas medicinales del mundo. Ya no hay nada que hacer allí. La colección de datos que sugieres pertenece a principios del siglo pasado. Ya van doscientos años. ¿Te das cuenta de que existe algo que se llama progreso?
Continuó, dándome una definición y justificación para el progreso y la perfectibilidad como dos temas de discurso filosófico, que según él, eran muy vigentes en la antropología.
La antropología es la única disciplina que existe continuó , que claramente puede dar sustancia al concepto del progreso y de la perfectibilidad. A Dios gracias, existe todavía un rayo de esperanza a pesar del cinismo de nuestro tiempo. Sólo la antropología puede demostrar el verdadero desarrollo de la cultura y de la organización social. Sólo los antropólogos pueden demostrar a la humanidad, sin dejar duda alguna, el progreso del conocimiento humano. La cultura sufre cambios y sólo los antropólogos pueden presentar muestras de sociedades que caben dentro de claros cuchitriles en la línea del progreso y la perfectibilidad. ¡Eso es antropología! No una babosada de trabajo de campo, que no viene siendo trabajo de campo, sino sencillamente, una masturbación.
Eso fue un golpe a la cabeza para mí. Como último recurso, me fui a Arizona para hablar con antropólogos que estaban realmente haciendo trabajo de campo allí. Para entonces, estaba ya listo a abandonar la idea. Comprendía lo que los dos profesores querían decirme. Y no podría haber estado yo más de acuerdo. Mis intentos de hacer trabajo de campo eran de lo más burdos. Pero yo quería hacer algo, no simplemente ser rata de biblioteca.
En Arizona, conocí a un antropólogo muy experimentado en el trabajo de campo, que había escrito muchísimo, tanto sobre los yaquis de Arizona como también los de Sonora, México. Era extremadamente simpático. No se burló de mí ni me dio consejos. Sólo hizo el comentario de que las sociedades indígenas del suroeste eran muy aisladas y que aquellos indios desconfiaban de los extranjeros y hasta los aborrecían, sobre todo aquellos de origen hispano.
Uno de sus colegas de menos edad fue más abierto. Dijo que me valdría más leer los libros de los herbalistas. Era una autoridad en este tema y, según él, lo que había que explorar sobre las plantas medicinales del suroeste ya se había clasificado y presentado en varias publicaciones. Hasta llegó a decir que las fuentes de los curanderos indígenas del momento eran precisamente esas publicaciones, porque había desaparecido el conocimiento tradicional. Terminó por decir que si por casualidad existían aún prácticas tradicionales de curación, los indios no se las iban a divulgar a un extranjero.
Dedícate a algo que valga la pena me aconsejó . Investiga la antropología urbana. Hay mucho dinero en los estudios sobre el alcoholismo entre los indios en las grandes ciudades, por ejemplo. Vaya, eso es algo a lo que se puede dedicar cualquier antropólogo con facilidad. Ve y emborráchate con algunos indios en un bar. Entonces haces estadísticas de lo que te digan. Convierte todo en números. Eso, la antropología urbana, ésa sí es una disciplina que vale la pena.
No me quedaba otra opción que aceptar los consejos de estos experimentados y conocidos científicos sociales. Decidí volar de nuevo a Los Ángeles, pero otro antropólogo amigo mío me comentó que iba a viajar en coche por Arizona y Nuevo México, visitando todos los lugares donde había trabajado anteriormente, y así renovando sus relaciones con las personas que le habían servido de informantes antropológicos.
Eres más que bienvenido, si quieres acompañarme dijo . No voy a trabajar. Voy a visitarlos, tomar unas copas con ellos, hablar barbaridades. Les compré regalos: mantas, bebidas, chaquetas, munición para sus rifles de calibre veintidós. Mi coche está repleto de maravillas. Por lo general manejo sola cuando voy a verlos, pero siempre corro el riesgo de dormirme. Tú puedes hacerme compañía, mantenerme despierto, y manejar un poco si me emborracho.
Me sentía tan desdichado que le dije que no.
Lo siento, Bill dije . Este viaje no tiene sentido para mí. No veo la razón para seguir con la idea de hacer trabajo de campo.
No te rindas tan fácilmente me dijo Bill en tono paternal . Entrégate a la lucha y, si te vence, entonces déjalo, pero no así tan apaciguadamente. Ven conmigo a ver si te gusta el suroeste.
Rodeó mis hombros con su brazo. No pude menos que notar cuán inmenso y pesado era su brazo. Era alto y fornido, pero en los últimos años su cuerpo se había vuelto rígido. Había perdido su aire de niño grande. Su cara redonda ya no estaba llena, joven como lo había estado. Ahora parecía preocupado. Creía que se preocupaba porque estaba perdiendo el cabello, pero por momentos me parecía algo más. Y no era que estuviera más gordo; su cuerpo tenía una pesadez que era imposible explicar. Lo noté en su manera de andar, de levantarse, de sentarse. Parecía que Bill luchaba contra la gravedad con cada fibra de su ser, en todo lo que hacía.
Sin prestar atención a mis sentimientos de derrota, emprendí el viaje con él. Visitamos cada lugar donde había indios en Arizona y Nuevo México. Uno de los resultados finales de este viaje fue que descubrí que mi amigo antropólogo poseía dos facetas definidas. Me explicó que sus opiniones como antropólogo profesional eran muy mesuradas y congruentes con el pensamiento antropológico del momento, pero en lo personal, su trabajo de campo antropológico le había presentado experiencias de gran riqueza de las que nunca hablaba. Estas experiencias no eran congruentes con el pensamiento antropológico del momento porque eran sucesos imposibles de catalogar.
Durante el curso de nuestro viaje, invariablemente iba a tomar unos tragos con sus exinformantes, luego de lo cual se sentía muy relajado. Entonces yo tomaba el volante y manejaba, mientras él iba de pasajero sorbiendo de su botella de un Ballantine's añejo de treinta años. Era entonces cuando Bill hablaba de los sucesos que eran imposibles de catalogar. Nunca creí en los fantasmas dijo un día abruptameme . Nunca me metí en eso de apariciones y esencias flotantes, voces en la oscuridad, ya sabes. Mi crianza fue muy pragmática, muy seria. La ciencia siempre ha sido mi brújula.
Pero, trabajando en el campo, toda clase de mierda rara empezó a filtrarse hacia mí. Por ejemplo, una noche acompañé a unos indios en una búsqueda visionaria. Hasta iban a iniciarme penetrando los músculos de mi pecho, algo así de doloroso. Estaban preparando un temascal en el bosque. Me había resignado a someterme al dolor. Hasta me eché unos tragos para fortalecerme. Y entonces, el hombre que iba a servirme de intercesor con la gente que en realidad estaba encargada del rito, dio un grito de horror y señaló con el dedo a una oscura figura misteriosa que venía hacia nosotros.
»Cuando esta figura misteriosa se me acercó siguió Bill , vi que era un indio anciano vestido de la manera más estrafalaria que te puedas imaginar. Traía las vestimentas de los chamanes. El hombre que me acompañaba esa noche se desmayó desvergonzadamente al ver al anciano. El viejo se me acercó y me apuntó al pecho con el dedo. El dedo no era más que pellejo y hueso. Me balbuceó algo incomprensible. Ya a estas alturas, los demás habían visto al anciano y comenzaron a acercarse. Él se volvió hacia ellos y se quedaron paralizados, estupefactos. Los regañó por un momento. Su voz era inolvidable. Era como si hablara desde un tubo, o como si tuviera algo atado a la boca que le sacaba las palabras. Te juro que vi a aquel hombre hablando desde adentro de su cuerpo, y la boca emitía las palabras como si fuera un aparato mecánico. Después de regañar a los hombres, el anciano continuó caminando delante de mí, delante de ellos y desapareció en una oscuridad que se lo tragó.
Bill explicó que el plan de hacer el rito de iniciación se deshizo, nunca se realizó; y los hombres, incluyendo el chamán que era el líder, se sacudían de terror. Dijo que estaban tan aterrados que el grupo se deshizo y todos se fueron.
Gente que llevaba años de amistad siguió , nunca se volvió a hablar. Juraban que lo que habían visto era la aparición de un chamán increíblemente anciano y que les traería mala suerte si lo comentaban entre sí. De hecho, dijeron que el mero acto de mirarse uno al otro les traería mala suerte. La mayoría se fue del lugar.
¿Por qué sentían que el hablarse o verse les iba a traer mala suerte? le pregunté.
Ésas son sus creencias contestó . Una visión de esa naturaleza la interpretan como si la aparición les hubiera hablado a cada uno individualmente. Tener tal visión es para ellos la suerte de toda una vida.
¿Y qué es la cosa individual que les dijo la visión? pregunté.
Ni idea contestó . Nunca me explicaron nada. Cada vez que les preguntaba se quedaban profundamente entumecidos. No habían visto nada, no habían escuchado nada. Años después de lo ocurrido, el hombre que se desmayó junto a mí, me juró haber fingido el desmayo porque estaba tan asustado que no quería enfrentarse al anciano, y que lo que le había dicho se comprendía a un nivel distinto al del lenguaje.
Bill dijo que, en su caso, lo que la aparición le había pronunciado él lo entendió como algo que tenía que ver con su salud y sus expectativas en la vida.
¿Qué quieres decir con eso? le pregunté.
Las cosas no me van del todo bien confesó ; mi cuerpo no se siente bien.
¿Pero sabes lo que realmente tienes? le pregunté.
Oh, claro dijo con indiferencia . Me lo han dicho los médicos. Pero no me voy a preocupar ni voy a pensar en ello.
Las revelaciones de Bill me dejaron muy inquieto. Ésta era una faceta de su persona que no conocía. Siempre lo había considerado fuerte como un roble. Nunca lo había concebido como alguien vulnerable. No me cayó bien la conversación. Era, sin embargo, demasiado tarde para arrepentirme. Nuestro viaje continuó.
En otra ocasión, me dijo en confianza que los chamanes del suroeste eran capaces de transformarse en distintas entidades y que los esquemas categóricos de «chamán oso» o «chamán gato montés» no debían ser interpretados como eufemismos o metáforas porque no lo eran.
¿Puedes creer me dijo en tono de gran admiración que de veras hay algunos chamanes que se vuelven osos, o gatos monteses o águilas? No exagero y no estoy inventando nada, cuando digo que una vez fui testigo de la transformación de un chamán que se llamaba «Hombre del río» o «Chamán del río» o «Procede del río, Regresa al río». Andaba por las montañas de Nuevo México con este chamán. Le iba yo haciendo de chofer; él me tenía confianza y me dijo que iba en busca de su origen. Caminábamos por la ribera de un río cuando de pronto se agitó. Me dijo que me fuera a unas rocas altas y que me escondiera allí; que me cubriera la cabeza y la espalda con una manta, y que me asomara para no perderme lo que iba a hacer.
¿Qué iba a hacer? pregunté, incapaz de contenerme.
Yo no sabía me dijo . Tus conjeturas hubieran sido tan buenas como las mías. No tenía manera de concebir lo que iba a hacer. Se metió al agua completamente vestido. Cuando el agua le llegó a media pantorrilla, porque era un río ancho pero poco profundo, el chamán desapareció, se desvaneció. Antes de entrar en el agua, me dijo al oído que debería irme corriente abajo y esperarlo allí. Me señaló el lugar exacto. Claro que yo no le creí ni una palabra, así es que al principio ni me acordaba dónde debía esperarlo, pero encontré el lugar y lo vi salir del agua. Qué ridículo decir «salir del agua». Vi al chamán volverse agua y luego re hacerse del agua. ¿Puedes creerlo?
No tenía ningún comentario. Era imposible creerle, pero tampoco podía desconfiar de él. Era un hombre muy serio. La única explicación posible era que al continuar con nuestro viaje, bebía más y más. Tenía en la cajuela del coche veinticuatro botellas de whisky escocés para él solo. Bebía como una esponja.
Siempre he sido parcial a las mutaciones esotéricas de los chamanes me dijo en otra ocasión . No es que pueda explicar las mutaciones, o ni siquiera creer que ocurren, pero como ejercicio intelectual, estoy muy interesado en considerar que las mutaciones en culebra o gatos monteses no son tan difíciles como lo que hizo el chamán del agua. Es durante tales momentos cuando uso mi intelecto de manera tal que dejo de ser antropólogo, y empiezo a reaccionar como resultado de algo visceral. Mi sensación visceral es que esos chamanes hacen algo que no puede ser medido de manera científica ni discutido inteligentemente.
Hay, por ejemplo, chamanes de nubes que se vuelven nubes, vapor. Nunca he visto que esto ocurra, pero conocí a un chamán de nube. Nunca lo vi desaparecer o volverse vapor delante de mis ojos como vi al otro chamán volverse agua. Pero una vez, corrí detrás del chamán de nube, y simplemente se desvaneció en un lugar en el que no había dónde esconderse. No podía explicar dónde se había ido. No había ni rocas ni vegetación donde pudiera haber ido. Llegué menos de un minuto después que él, y ya no estaba.
»Anduve tras él por todas partes pidiéndole información continuó Bill . Ni una palabra. Era muy amable, pero nada más.
Bill me contó otras historias acerca de los conflictos y las divisiones políticas entre los indios en las distintas reservas, o historias de vendettas personales, enemistades, amistades, etc., etc., que no me interesaron para nada. En cambio, sus historias acerca de las mutaciones y apariciones de los chamanes me habían, en verdad, conmovido mucho. Estaba a la vez fascinado y consternado. Pero al tratar de pensar por qué estaba fascinado o consternado, no podía explicarlo. Todo lo que hubiera dicho era que sus historias acerca de los chamanes me dieron un golpe a un nivel desconocido y visceral.
Otra realización que pude verificar durante este viaje fue que el mundo social indígena del suroeste estaba verdaderamente vedado a los de afuera. Pude aceptar finalmente que necesitaba mucha preparación en la ciencia de la antropología y que eso era más factible que hacer trabajo de campo en un área en que no tenía ni conocimiento ni entrada.
Al terminar el viaje, Bill me llevó a la estación de autobuses Greyhound en Nogales, Arizona, para mi viaje de regreso a Los Ángeles. Mientras estábamos sentados en la sala de espera antes de que llegara el autobús, me consoló de manera paternal, recordándome que las derrotas eran de esperarse en el campo de la antropología y que nos daban mayor propósito o madurez como antropólogos.
De pronto se inclinó y con un ligero gesto de la barbilla me indicó que mirara hacia el otro lado de la sala.
Creo que ese viejo sentado en la banca junto al rincón es el mismo del que te hablé me dijo al oído-. No estoy del todo seguro, porque sólo lo vi frente a frente una vez. Cuando te hablaba de los chamanes y de sus transformaciones, te dije que una vez había conocido a un chamán de nube.
Sí, sí, claro que me acuerdo le dije . ¿Es ese hombre el chamán de nube?
No dijo enfáticamente . Pero creo que es compañero o maestro suyo. Los vi a los dos a la distancia hace muchos años.
Sí recordaba que Bill había mencionado muy de paso, pero no en relación al chamán de nube, que sabía de la existencia de un anciano misterioso que era chamán jubilado, un indio viejo misántropo de Yuma, que una vez había sido un chamán aterrador. La relación entre el chamán de nube y el anciano nunca había sido expresada por mi amigo, pero evidentemente, estaba fresca en la mente de Bill a tal extremo, que creía habérmela relatado.
Una ansiedad extrema me sobrevino y salté de mi asiento. Como si no tuviera voluntad propia, me acerqué al anciano, y le solté una perorata sobre mi conocimiento de las plantas medicinales y del chamanismo entre los indios americanos del llano y sus antepasados siberianos. Como tema secundario, le comenté al anciano que sabía que era chamán. Terminé asegurándole que sería muy beneficioso para él si hablaba largamente conmigo.
Aunque sólo sea dije con petulancia , podríamos hacer intercambios de historias. Usted me cuenta las suyas y yo correspondo con las mías.
El anciano mantuvo la vista baja hasta el último momento. Entonces me escudriñó.
Yo soy Juan Matus me dijo mirándome directamente a los ojos.
Mi perorata no debería haber terminado allí de ninguna manera, pero por ninguna razón en la que pudiera pensar, sentí que ya no había nada más que decir. Quería decirle mi nombre. Levantó la mano a la altura de mis labios, como para prevenírmelo.
En ese instante llegó un autobús a la parada. El anciano murmuró que era el autobús que esperaba y, muy sinceramente, me dijo que lo buscara para conversar con mayor libertad e intercambiar historias. Había una pequeña sonrisa irónica en su boca al decir esto. Con una agilidad increíble para un hombre de su edad (le hacía unos ochenta años), cubrió en unos cuantos pasos los cuarenta metros que había entre la banca donde había estado sentado y la puerta del autobús. Como si el autobús hubiera parado sólo para recogerlo, partió en cuanto él saltó al interior y la puerta se había cerrado.
Después de que se fue, regresé a la banca donde Bill permanecía sentado.
¿Qué te dijo, qué te dijo? me preguntó muy agitado.
Me sugirió que lo buscara y que fuera a visitarlo a su casa contesté . Hasta me dijo que allí podíamos conversar.
Pero, ¿qué le dijiste para conseguir que te invitara a su casa? me exigió.
Le dije a Bill que había utilizado mi mejor arte de vendedor y que le había prometido revelarle todo lo que sabía yo desde el punto de vista de mis lecturas, sobre las plantas medicinales.
Bill, evidentemente, no me creyó. Me acusó de mentirle.
Conozco a la gente del lugar dijo agresivamente , y ese viejo es un pedo muy estrafalario. No habla con nadie, ni siquiera con los indios. ¿Por qué se dispone a hablar contigo, un total desconocido? ¡Ni siquiera tienes gracia!
Era muy evidente que Bill se había enfadado conmigo. Yo no entendía por qué. No me atrevía a pedirle una explicación. Me daba la impresión de que estaba un poco celoso. Quizá pensaba que yo había logrado lo que él no había podido. Sin embargo, mi éxito había pasado tan inadvertido para mí que no tenía ningún significado. Aparte de lo que me había dicho Bill, yo no tenía ningún concepto de lo difícil que era acercarse al anciano, y no me importaba un pío. En aquel momento, no le vi nada extraordinario a nuestro intercambio de palabras. Me asombraba que Bill se hubiera enfadado tanto.
¿Sabes dónde vive? le pregunté.
No tengo la menor idea respondió en tono cortante . He oído decir que no vive en ninguna parte, que simplemente aparece aquí y allá inesperadamente, cagadas de esa índole. Lo más probable es que viva en una choza por Nogales, México.
¿Por qué es el viejo tan importante? le pregunté . Mi pregunta me dio el valor para añadir : Pareces estar enfadado porque me habló. ¿Por qué?
Sin más ni más, me admitió que estaba disgustado porque sabía lo inútil que era tratar de hablar con el viejo.
Ese viejo es un malcriado sin par añadió . Lo mejor que puedes esperar es que se te quede mirando sin decirte una palabra cuando le hablas. Otras veces, ni te mira; es como si no existieras. La única vez que intenté hablar con él, me dejó con la palabra en la boca. ¿Sabes lo que me dijo? «Si yo fuera usted, no gastaría mi energía abriendo la boca. Consérvela. La necesita». Si no fuera un pedo tan viejo, le hubiera dado una en la nariz.
Le indiqué a Bill que eso de «viejo» era más bien una figura retórica que una descripción real. En realidad, no parecía ser tan viejo, aunque definitivamente lo era. Tenía tremendo vigor y agilidad. Sentí que le habría ido muy mal a Bill si hubiera intentado darle un moquete en la nariz. El viejo indio estaba muy poderoso. De hecho, daba miedo.
No le di voz a mis pensamientos. Dejé que Bill siguiera relatándome su disgusto con las groserías del viejo, y cómo lo hubiera tratado si no fuera que el viejo estaba tan débil.
¿Quién crees que puede informarme dónde vive? le pregunté.
A lo mejor alguien en Yuma respondió ya más tranquilo . Quizá la gente que te presenté al principio del viaje. No pierdes nada en preguntarles. Diles que te mandé yo.
En seguida cambié mis planes y en vez de regresar a Los Ángeles, me fui directamente a Yuma, Arizona. Busqué a las personas que me había presentado Bill. No sabían dónde vivía el anciano, pero los comentarios que hicieron sobre él me despertaron aún más mi curiosidad. Dijeron que no era de Yuma, sino de Sonora, México, y que en su juventud había sido un chamán temible que hacía magia y hechizaba a la gente, pero que la edad lo había templado y que se había vuelto un ermitaño asceta. Comentaron que aunque era yaqui, en un momento andaba con un grupo de mexicanos que según se decía, sabían mucho acerca de la práctica del hechizo. Estaban todos de acuerdo en que no habían visto a ese hombre durante muchos años.
Uno de ellos añadió que aunque el viejo era contemporáneo de su abuelo, mientras que su abuelo estaba senil y guardaba cama, el brujo parecía tener más vigor que nunca. El mismo hombre me refirió con una gente de Hermosillo, la capital de Sonora, que podía conocer al viejo y contarme más acerca de él. La idea de ir a México no me agradaba nada. Sonora estaba demasiado lejos de la región que me interesaba. Además, razoné que sería mejor dedicarme a la antropología urbana, y regresé a Los Ángeles. Pero antes de partir, escudriñé todos los contornos de Yuma, buscando información sobre el viejo. Nadie sabía nada de él.
Ya en camino en el autobús, sentí algo extraño. Por un lado, me sentí curado del todo de mi obsesión con la idea del trabajo de campo o mi interés en el viejo. Por otro lado, sentía una rara nostalgia. Era, con toda sinceridad, algo que nunca había experimentado. Su novedad me conmovió profundamente. Era una mezcla de ansiedad y anhelo, como si me estuviera perdiendo algo de tremenda importancia. Tuve la clara sensación al acercarme a Los Ángeles, de que lo que había actuado sobre mí en Yuma empezaba a desvanecerse con la distancia; pero ese desvanecimiento sólo incrementaba mi injustificado anhelo.

Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)


23 de febrero de 2016

Citas de las enseñanzas de Don Juan de LA RUEDA DEL TIEMPO (1998) Carlos Castaneda

Citas de las enseñanzas de Don Juan de LA RUEDA DEL TIEMPO (1998) Carlos Castaneda

Citas de Las enseñanzas de don Juan

El poder reside en el tipo de conocimiento que uno posee. ¿Qué sentido tiene conocer cosas inútiles? Eso no nos prepara para nuestro inevitable encuentro con lo desconocido.
Nada en este mundo es un regalo. Lo que ha de aprenderse debe aprenderse arduamente.
Un hombre va al conocimiento como va a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa puede correr el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo.
Cuando un hombre ha cumplido estos cuatro requisitos estar bien despierto, y tener miedo, respeto y absoluta confianza no hay errores por los que deba rendir cuentas; en tales condiciones, sus acciones pierden la torpeza de las acciones de un necio. Si un hombre así fracasa o sufre una derrota, no habrá perdido más que una batalla, y eso no le provocará lamentaciones lastimosas.
Ocuparse demasiado de uno mismo produce una terrible fatiga. Un hombre en esa posición está ciego y sordo a todo lo demás. La fatiga misma le impide ver las maravillas que lo rodean.
Cada vez que un hombre se propone aprender tiene que esforzarse como el que más, y los limites de su aprendizaje están determinados por su propia naturaleza. Por tanto, no tiene sentido hablar del conocimiento. El miedo al conocimiento es natural; todos lo experimentamos, y no podemos hacer nada al respecto. Pero por temible que sea el aprendizaje, es más terrible la idea de un hombre sin conocimiento.
Enfadarse con la gente significa que uno considera que los actos de los demás son importantes. Es imperativo dejar de sentir de esa manera. Los actos de los hombres no pueden ser lo suficientemente importantes como para contrarrestar nuestra única alternativa viable: nuestro encuentro inmutable con el infinito.
Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Por tanto, un guerrero siempre debe tener presente que un camino es sólo un camino; si siente que no debería seguirlo, no debe perma­necer en él bajo ninguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o ambición. Debe obser­var cada camino de cerca y de manera deliberada. Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿Tiene corazón este camino?
Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino sin cora­zón nunca es agradable. En cambio, un camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle gusto; el viaje se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno con él.
Existe un mundo de felicidad donde no hay diferencia entre las cosas porque en él no hay nadie que pregunte por las diferencias. Pero ése no es el mundo de los hombres. Algunos hombres tienen la arrogancia de creer que viven en dos mundos, pero eso es pura arrogancia. Hay un único mundo para nosotros. Somos hombres, y debemos transitar con alegría el mundo de los hombres.
El hombre tiene cuatro enemigos naturales: el miedo, la claridad, el poder y la vejez. El miedo, la claridad y el poder pueden superarse, pero no la vejez. Su efecto puede ser pospuesto, pero nunca vencido.

COMENTARIO
La esencia de todo cuanto me dijo don Juan al principio de mi aprendizaje se halla encapsulada en la naturaleza abstracta de estas citas, seleccionadas del primer libro, Las enseñanzas de don Juan. En la época en que se produjeron los hechos que se describen en el libro, don Juan hablaba mucho de aliados, de plantas de poder, de Mes­calito, del humito, del viento, de los espíritus de los ríos y los montes, del espíritu del chaparral, etcétera. Cuando más adelante le recordé la importancia que había dado a aquellos elementos y le pregunté que por qué no hablaba ya de ellos, admitió sin rubor que me había soltado toda aquella palabrería pseudoindia al principio de mi aprendizaje por mi bien.
Me quedé estupefacto. Me pregunté cómo podía afirmar tal cosa que, obviamente, era falsa. Resultaba evidente que lo decía con sinceridad, y si había alguien capacitado para juzgar la veracidad de sus palabras y de sus estados de ánimo, ése era yo.
No te lo tomes tan en serio dijo, riendo. Disfruté mucho contándote todas esas bobadas, y aún disfruté más porque sabía que lo hacía por tu bien.
¿Por mi bien, don Juan? ¿Qué aberración es ésta?
Sí, por tu bien. Te engañé dirigiendo tu atención sobre elementos de tu mundo que te provocaban una profunda fascinación, y tú te tragaste el anzuelo, el sedal y la plomada.
»Lo único que me hacía falta era captar toda tu atención. Pero ¿cómo podría haberlo hecho cuando tenías un espíritu tan poco disciplinado? Tú mismo me repetías una y otra vez que permanecías conmigo porque encontrabas fascinante lo que yo decía sobre el mundo. Lo que no sabías expresar era que la fascinación que sentías se debía a que apenas reconocías vagamente cada elemento del que te hablaba. Por supuesto, pensabas que aque­lla vaguedad era chamanismo, y te atrajo, lo que quiere decir que te quedaste.
¿Le hace eso a todos, don Juan?
No a todos, porque no todos vienen a mí y, sobre todo, porque no me intereso por cualquie­ra. Estuve y estoy interesado en ti, sólo en ti. Mi maestro, el nagual Julián, me engañó de un modo similar. Me engañó a causa de mi sensuali­dad y mi avaricia. Me prometió conseguirme todas las mujeres bonitas que lo rodeaban y me prometió cubrirme de oro. Me prometió una for­tuna, y caí en la trampa. Todos los chamanes de mi linaje han sido engañados de ese modo des­de tiempo inmemorial. Los chamanes de mi lina­je no son maestros o gurús. Les importa un comino enseñar su conocimiento. Quieren here­deros para su conocimiento, no gente vagamente interesada en su conocimiento por razones inte­lectuales.
Don Juan tenía razón cuando dijo que me había atrapado con su artimaña. Yo creía que ha­bía encontrado al chamán informante ideal al que todo antropólogo aspira. Fue en esta época cuan­do, bajo los auspicios de don Juan y debido a su influencia, escribí diarios y recolecté viejos mapas que mostraban los sitios de los pueblos de los indios yaqui a lo largo de los siglos, comen­zando por las crónicas de los jesuitas de finales del siglo XVIII. Registraba todos esos sitios e identificaba los cambios más sutiles, y me pre­guntaba y sopesaba por qué se trasladaban los pueblos a otros lugares y por qué se disponían de forma ligeramente distinta cada vez que se reubicaban.
Las pseudoespeculaciones sobre la razón, y las dudas razonables, me abrumaban. Recopilé miles de páginas llenas de posibilidades y notas abrevia­das, extraídas de libros y de crónicas. Era un perfecto estudiante de antropología. Don Juan me ani­maba en mi fantasía tanto como podía.
No hay voluntarios en el camino del guerre­ro me dijo don Juan a guisa de explicación. Un hombre ha de ser forzado a seguir el camino del guerrero en contra de su voluntad.
¿Y qué hago con las miles de notas que reco­pilé a causa de sus engaños, don Juan? le pre­gunté entonces.
Su respuesta me conmocionó.
¡Escribe un libro sobre ellas! respon­dió. De todos modos, seguro que si empiezas a escribirlo nunca las utilizarás. Son inútiles; pero ¿quién soy yo para decírtelo? Averígualo por ti mismo. Sin embargo, no te propongas escribir un libro como lo haría un escritor. Propónte hacerlo como un guerrero, como un chamán guerrero.
¿Qué quiere decir con eso, don Juan?
No lo sé. Averígualo por ti mismo.
Tenía toda la razón. Nunca utilicé aquellas notas. En cambio, y sin que yo lo pretendiera, me encontré escribiendo acerca de la existencia de un sistema de cognición diferente y de sus inconcebi­bles posibilidades.


Citas de Las enseñanzas de don Juan, Carlos Castaneda, de La rueda del Tiempo (1998)


22 de febrero de 2016

La mañana, Rafael Horacio López

La Mañana

      Al borde de la débil noche
habitado estoy
por la inmensa mañana encandilado
      pero me hundo
inevitablemente
      entre los dedos
diminutos de la arena.

Oh sol
      a tus pestañas veo
sobresalir de la montaña
y sé que en el primer día
      de la memoriosa Historia
te bautizaron: MAÑANA
                      al despertar el tiempo
como encendido anciano.

      Al borde de los cantos estoy
quemándome en algo
                                     que no eh visto
                                     está mañana!



Rafael Horacio López

21 de febrero de 2016

Siempre quise conocerte viento, Rafael Horacio López


Videopoético del Café Literario del Jueves 05 de Agosto de 2010, en La Vieja Esquina, Avda San Martín y Edison, Villa Dolores, Capital de la Poesía, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Cuyo tema fue El Viento y coordino la velada Guadalupe Galán.

20 de febrero de 2016

El mendigo y los perros, Rafael Horacio López

Lita Cáceres y Rafael Horacio López


EL MENDIGO Y LOS PERROS

 Afuera
el mendigo y los perros

Adentro
El poeta como une fruta
en el centro de la mesa.

- El libro le daba la bienvenida
con su flecha de trigo -

Mayo-Afuera:
el mendigo recitaba sus necesidades
a los perros que lo miraban
como a un misterioso jardín
sin árboles.


Rafael Horacio López

19 de febrero de 2016

Repaso los cimientos de mi casa, Rafael Horacio López

Eduardo "Lalo" Arguello y Rafael Horacio López



Repaso los cimientos de mi casa
y me pregunto si alguna vez
fueron hoguera
o paso de león
o roca alimentando las .montañas.

No se
A veces me vienen preguntas
que nunca me las hicieron

Pero que caminan
por los cansados cimientos.

y me duermo en un signo de preguntas
más allá de rencores y de olvidos.


Rafael Horacio López

18 de febrero de 2016

Oda a la fundación de Villa Dolores, Rafael Horacio López

Oda a la fundación de Villa Dolores

“…Vivir en poesía es saber que alguna vez tuvimos raíces, nuestra sangre fue savia y nuestra voz fuego…”  Antonio Esteban Agüero

Palabra en alto

Villa Dolores
sonrisa inmóvil
apretado color
cansada nave
que regresa
para la fiesta del sol.

Pisoteada
dulcemente
por la abeja.

Abierta luciérnaga
Que busca leña
Para su sed de noche
Requesón
de ubre
que en la noche baja
desde una vía
sedienta
como labios
arenosos.

Ciudad
soneto americano
sangre de brotes
cavando el infinito.

Ciudad
con pájaros,
de pájaros,
lloviendo sobre el grito
y la palabra.

Jabonosa piedra
ALJIBE
EN El CENTRO DE LA PLAZA
Mujer que pasa
hombre con el sol a cuestas
perfume de puma
borracho de silencios.

Oh, ciudad
tengo que rendirme
ciudad
en tus casas que no arrancan
pero que huelen
a trabajo
a hombre sencillo
a madera barriendo
porfiadas veredas,
a granos
con rodillas
sangrantes,
a cuerpos
con humores azulados,
a sotanas soñando
con espigas.

Me rindo, ciudad,
Pero déjame abrirte ese
cascarón con soles,
y refundarte,
nuevamente
en el mordisco apedreado
de mi verso,
asi, como hace
ciento cincuenta años,
asi, como la palabra en alto
como buscando a Dios
en la lengua sedienta
de la memoria,
en la piedra original
de tu solemnidad
en los muslos del valle.


Los naturales

En tus raíces, ciudad,
no hubo asentamientos.
Vinieron
Pasaron
Pisaron
buscando la piedra,
el corazón de la montaña,
el calor del cardo
el calor del viento
el sabor alado de la menta.

Y vinieron
agazapados,
crines saladas
y pasaron
despertando pétalos
descolgando miedos
arañando el cielo
de los algarrobos.
Y pisaron
el río con piel de alargadas
lagrimas.

Y pasaron
dejando el rasgado
miedo de los espejos.

En tus raíces, ciudad,
temblaban apellidos
que pusieron sus fibras
de maíz
y balas verdes,
pero ellos pasaron
buscando el refugio
de las piedras.


La confirmación

Y vinieron
las cartas
las órdenes
las palabras.
Y despertaron
a las nuevas mediciones
“Será el veintiuno ”
pensaba el Dr.
y miraba
a Traslasierra
a través de notas
laboriosas,
manos gastando las cuerdas del día.

Y en el aire
el hombre sencillo
recordando el decreto:
“Será el veintiuno”
repitió el chingolo ,
y acomodó su copete
como un fusil lustroso.


La convocatoria

Y vinieron los vecinos
asombrados
levantando el polvo
de las fundaciones
Y acudieron
a la reunión
.
D. Pedro Gutiérrez y
Mamerto Gutiérrez
apellidos que aún
transitan
con el mate de la noche, s
Juan Ahumada y
Valentín Ahumada
nombres que rasguñan
los oídos del paisaje, y
Sebastián Cortés
Puso lo suyo y
Amancio Soto y
Ceferino Rivero,
vecinos como racimos
de un río rubio
Ignacio Castellano y
José María Castellano
que como verdaderos pinos
acercaron su sombra
larga
larga y
D. Genaro Funes,
entre otros, de familias
con música en las raíces.

Y vinieron los fundadores
sencillos
con solemnidad intensa
como una espiga de maíz
que se desgrana en soles.

Y vinieron
los vecinos
como una bandera nueva,
temblando,
de lado a lado
como la primera mariposa.


El día

Imaginemos el día
vestido de arena
de oro
de rubios cosechadores
y ranchos de adobes
sembrando de naranjas
el vacío.

De un día
tan simple
tan vulgar
como otro día
se registra todo.
De las cosas
tan sencillas
como un jabón casero
o la brillante pierna
femenina
levantando como al descuido
las salivas del día
se registra todo,
y se lo ama
y se lo deja estar
y se vuelve
para refundar el amor.

Así debieron hacer
los primeros fundadores,
y cortando el aire.
Con la palabra como espada
con la palabra en alto,
ciudad:
Novia del sol.

Rafael Horacio López
De Nombrar las cosas. Editorial Arkenia (2009)

17 de febrero de 2016

Oda a los suspiros, Rafael Horacio López

Oda a los suspiros

Los suspiros
son vocales admirativas
o resmas de quinientos latidos.

A la mañana me miran
con sus ojos rosados
o azules
o blancos
o de tonos desconocidos.

Son ojitos
que a todos convence.

A veces me acerco
para ver sus pupilas
así como quisiera
que me miraran
cuando esté muerto,
y me acarician
como con una saliva
dulce,
transparente,
diría, alada,
como el suspirar de una muchacha
oscura
que estruja las sábanas
de la mañana.

¡Cómo admiro a esas campanitas
que de tan livianas
ahuecan mis lejanías!

Y conozco otros suspiros,
los que están en los cercos
como dándoles importancia
a la humildes ramas
que transpiran olvidos.

Y visten de primaveras
a los abriles desteñidos.
Porque es otoño, sabes,
y los árboles guardan
sus ropas de verano.

Los veía colorear el día.
Los veía bailarines esbeltos,
pero no pensé en eso,
mas bien los convertí
en estrellas
en melodías

de escotados teatros,
en mozas de servir los vinos
o en carnes
de abejas misteriosas.

Así los ví,
crujiendo
en mi otoñal palabra,
sintiendo
el galope
de corazones victoriosos.

Rafael Horacio López

De Nombrar las cosas. Editorial Arkenia (2009)

16 de febrero de 2016

Nombrar las cosas (El Mate) Rafael Horacio López y contando anécdotas vividas con Antonio Esteban Aguero

Nombrar las cosas (El Mate) Rafael Horacio López y contando anécdotas vividas con Antonio Esteban Aguero
Ciclo Literario 2014, Lecturas en Biblioteca Municipal Domingo Faustino Sarmiento, Ramón J. Cárcano 150, Villa Dolores, Traslasierra, Córdoba, Argentina. Jueves 24 de Abril de 2014.

Mate

Mate,
te saludan mis manos
y mis labios.
   En el centro
estás, como un obsequio
pero como una flor
yo te festejo
cada mañana cada tarde
como el primer ladrillo.
 Vamos a compartir
   la fiesta
   de la poesía
   desde los verdes papales
y en el agua
convertida en tinta
   del arado.

Quiero que seas hoy
mi joven madre
y me ofrezcas
   la leche provinciana
convertida en arroyo
   verde
como lo hace
   el árbol con el nido:
columpio en el silencio
   de la casa.

No te quiero enorme
   ni pequeño
sino en mi estatura
de mazorca incaica
buscando la bandera
   de lo humilde.

Pero escribiré
       tu nombre
y me cubriré
con tu dulzor
como una manta
que sube a la montaña
entre las blandas sombras
y el viento,
que me empuja,
grabaré tu nombre
       en mis palabras
       y en mis ojos
ya pesados
de tanto caminar
encorvados fogones.

Me recuerdo:
       la lluvia andaba
       desatada en los remansos
y nosotros
entre las voces
quebradas de las piedras
saboreábamos su espuma.

       Yo los miraba
en la palabra amena
en la garganta
       del ovillo acustre,
me recuerdo:
la lluvia cayendo
en leves racimos,
en copas
destrozadas en la arena
y todo era así,
porque
el mate nos unía.

Recuerdo:
       mates tristes
como el de Las Encrucijadas
Eran tres
y cada uno
con el alado perfume del poleo,
con miradas
de sillas vacías
como abejas
que siguen
los senderos
de las uvas.
       Mate:
                 nombrarte
es nombrar las cosas,
los seres,
sentirlos adentro
en la palabra:
una copa,
una mesa,
un ser querido,
       Yo digo:
       mate amigo
y la yerba
se da vuelta
espumosa
y me sonríe
como pudiera hacerlo
un niño
con su fiel juguete.
Nombrar
me permite cumplir
con un ritual
tan antiguo como el agua,
distinguir,
pintar,
bautizar
nombrar las cosas y los seres,
sacar de los ojos
la lentitud
del paisaje:
y su corazón de pájaro.

Mate
Mate
verde como un sapo
inflamando a una nube,
caricia tibia
de guitarra
que de tanto pasar
de mano en mano
enronquece su voz:
se vuelve madera
en el mínimo aljibe
de la casa.

Creces como una montaña virgen
como el cielo
al apartar las nubes.
Permaneces en silencio
cuando los hombres
te cuentan
sus secretos,
o cuando auguras un beso
de espumante río.

Recuerdo a un mate
en el cogollo picaresco
de una criolla:
“Amigo López que viva
con el porongo en la mano,
es lindo tocar a veces
el porongo de un paisano”

Cuando me encuentro confuso
cuando no acierto
al corazón
de la palabra
recurro al mate.
Mate de silenciar
demoras,
calle verde,
saco de abrigar,
la soledad,
aliento oculto
entre la yerba:
despertador
de estudiantes aplazados.

Mate
mate
ahuecado tizón
musgo caliente
retazo provinciano,
al beber tu presencia
me siento repleto
y ya no tengo alas
para volar el charco
y llevar tu mensaje
de miel,
de familia
y de hojas,
pero al menos
te siento
en mi fervor argentino
y te pido, mate,
que me brindes el abrigo
de tu verde
y que sigas nombrando

como yo, las cosas,
y que una vez
o diez
o mil
seas la mano abierta de los pobres.


Rafael Horacio López

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