Un temblor en el aire. Un viaje de poder, Carlos
Castaneda del Libro El Lado activo del infinito (1998)
UN TEMBLOR EN EL AIRE
UN VIAJE DE PODER
Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito
(1998)
Cuando conocí a don Juan, yo era un estudiante de
antropología bastante dedicado, y quería dar principio a mi carrera como
antropólogo profesional publicando lo más posible. Estaba decidido a ascender
los grados académicos, y según mis cálculos, había determinado que el primer
paso era coleccionar material sobre los usos de las plantas medicinales de los
indios del suroeste de los Estados Unidos.
Primero, le pedí consejos sobre mi proyecto a un profesor
de antropología que había trabajado en ese campo. Era un etnólogo de fama que
había publicado extensamente durante los años treinta y cuarenta sobre los
indios de California, del suroeste y de Sonora, México. Escuchó con paciencia
mi exposición. Mi idea era escribir un trabajo, «Datos Etnobotánicos», y
publicarlo en una revista que se enfocaba exclusivamente en temas
antropológicos del suroeste de los Estados Unidos.
Me proponía coleccionar plantas medicinales, llevar los
especímenes al jardín Botánico de UCLA para que fueran identificados y luego
describir por qué y cómo los utilizaban los indios del suroeste. Me veía
coleccionando miles de especímenes. Hasta me vi publicando una pequeña
enciclopedia sobre el tema.
El profesor se sonrió y me miró con una expresión de
perdón.
No quiero disminuir tu entusiasmo me dijo en una voz
cansada . Pero no puedo más que hacer un comentario negativo acerca de tu
anhelo. El anhelo es bienvenido en el campo de la antropología, pero tiene que
estar correctamente canalizado. Estamos todavía en la edad de oro de la
antropología. Fue mi suerte estudiar con Alfred Króber y Robert Lowie, dos
gigantes de las ciencias sociales. No he traicionado su confianza. La
antropología es todavía la disciplina madre. Todas las otras disciplinas deben
brotar de la antropología. El campo entero de la historia, por ejemplo debería
llamarse «Antropología Histórica», y el campo de la filosofía debería ser
«Antropología Filosófica». El hombre debe ser la medida de todo. Como
consecuencia, la antropología, el estudio del hombre, debe ser el corazón de
cada una de las otras disciplinas. Algún día lo será.
Lo miré, confuso. Él era, pensé, un viejo profesor
benévolo, totalmente pasivo, que recientemente había sufrido un ataque
cardíaco. Parecía que había yo tocado una fibra de pasión en él.
¿No cree que debe prestarle mayor atención a sus estudios
formales? continuó . En vez de hacer trabajo de campo, ¿no sería mejor que
estudiara lingüística? Tenemos en el departamento a uno de los lingüistas más
conocidos del mundo. Si yo fuera usted, estaría a sus pies, absorbiendo
cualquier cosa que pudiera de él.
También tenemos una autoridad de primera en religiones
comparativas. Y hay unos antropólogos aquí que han hecho trabajo estupendo
sobre sistemas de parentesco en las culturas del mundo, desde el punto de vista
de la lingüística y desde el punto de vista de la cognición. Necesita usted
mucha preparación. Pensar en hacer trabajo de campo a estas alturas es un
insulto. ¡A los libros, joven! Eso es lo que aconsejo.
Tercamente, llevé mi propuesta a otro profesor, uno más
joven. Pero no me dio más ayuda que el primero. Se rió de mí abiertamente. Me
dijo que el trabajo que quería escribir era un trabajo del nivel del Ratón
Mickey y que de ninguna manera era antropología.
Hoy día dijo afectando un aire profesorial , los
antropólogos se ocupan de asuntos que son vigentes. Los médicos y farmacéuticos
han investigado interminablemente todas las plantas medicinales del mundo. Ya
no hay nada que hacer allí. La colección de datos que sugieres pertenece a
principios del siglo pasado. Ya van doscientos años. ¿Te das cuenta de que
existe algo que se llama progreso?
Continuó, dándome una definición y justificación para el
progreso y la perfectibilidad como dos temas de discurso filosófico, que según
él, eran muy vigentes en la antropología.
La antropología es la única disciplina que existe
continuó , que claramente puede dar sustancia al concepto del progreso y de la
perfectibilidad. A Dios gracias, existe todavía un rayo de esperanza a pesar
del cinismo de nuestro tiempo. Sólo la antropología puede demostrar el
verdadero desarrollo de la cultura y de la organización social. Sólo los
antropólogos pueden demostrar a la humanidad, sin dejar duda alguna, el
progreso del conocimiento humano. La cultura sufre cambios y sólo los
antropólogos pueden presentar muestras de sociedades que caben dentro de claros
cuchitriles en la línea del progreso y la perfectibilidad. ¡Eso es antropología!
No una babosada de trabajo de campo, que no viene siendo trabajo de campo, sino
sencillamente, una masturbación.
Eso fue un golpe a la cabeza para mí. Como último
recurso, me fui a Arizona para hablar con antropólogos que estaban realmente
haciendo trabajo de campo allí. Para entonces, estaba ya listo a abandonar la
idea. Comprendía lo que los dos profesores querían decirme. Y no podría haber
estado yo más de acuerdo. Mis intentos de hacer trabajo de campo eran de lo más
burdos. Pero yo quería hacer algo, no simplemente ser rata de biblioteca.
En Arizona, conocí a un antropólogo muy experimentado en
el trabajo de campo, que había escrito muchísimo, tanto sobre los yaquis de
Arizona como también los de Sonora, México. Era extremadamente simpático. No se
burló de mí ni me dio consejos. Sólo hizo el comentario de que las sociedades
indígenas del suroeste eran muy aisladas y que aquellos indios desconfiaban de
los extranjeros y hasta los aborrecían, sobre todo aquellos de origen hispano.
Uno de sus colegas de menos edad fue más abierto. Dijo
que me valdría más leer los libros de los herbalistas. Era una autoridad en
este tema y, según él, lo que había que explorar sobre las plantas medicinales
del suroeste ya se había clasificado y presentado en varias publicaciones.
Hasta llegó a decir que las fuentes de los curanderos indígenas del momento
eran precisamente esas publicaciones, porque había desaparecido el conocimiento
tradicional. Terminó por decir que si por casualidad existían aún prácticas
tradicionales de curación, los indios no se las iban a divulgar a un
extranjero.
Dedícate a algo que valga la pena me aconsejó . Investiga
la antropología urbana. Hay mucho dinero en los estudios sobre el alcoholismo
entre los indios en las grandes ciudades, por ejemplo. Vaya, eso es algo a lo
que se puede dedicar cualquier antropólogo con facilidad. Ve y emborráchate con
algunos indios en un bar. Entonces haces estadísticas de lo que te digan.
Convierte todo en números. Eso, la antropología urbana, ésa sí es una
disciplina que vale la pena.
No me quedaba otra opción que aceptar los consejos de
estos experimentados y conocidos científicos sociales. Decidí volar de nuevo a
Los Ángeles, pero otro antropólogo amigo mío me comentó que iba a viajar en
coche por Arizona y Nuevo México, visitando todos los lugares donde había
trabajado anteriormente, y así renovando sus relaciones con las personas que le
habían servido de informantes antropológicos.
Eres más que bienvenido, si quieres acompañarme dijo . No
voy a trabajar. Voy a visitarlos, tomar unas copas con ellos, hablar
barbaridades. Les compré regalos: mantas, bebidas, chaquetas, munición para sus
rifles de calibre veintidós. Mi coche está repleto de maravillas. Por lo
general manejo sola cuando voy a verlos, pero siempre corro el riesgo de
dormirme. Tú puedes hacerme compañía, mantenerme despierto, y manejar un poco
si me emborracho.
Me sentía tan desdichado que le dije que no.
Lo siento, Bill dije . Este viaje no tiene sentido para
mí. No veo la razón para seguir con la idea de hacer trabajo de campo.
No te rindas tan fácilmente me dijo Bill en tono paternal
. Entrégate a la lucha y, si te vence, entonces déjalo, pero no así tan
apaciguadamente. Ven conmigo a ver si te gusta el suroeste.
Rodeó mis hombros con su brazo. No pude menos que notar
cuán inmenso y pesado era su brazo. Era alto y fornido, pero en los últimos
años su cuerpo se había vuelto rígido. Había perdido su aire de niño grande. Su
cara redonda ya no estaba llena, joven como lo había estado. Ahora parecía
preocupado. Creía que se preocupaba porque estaba perdiendo el cabello, pero
por momentos me parecía algo más. Y no era que estuviera más gordo; su cuerpo
tenía una pesadez que era imposible explicar. Lo noté en su manera de andar, de
levantarse, de sentarse. Parecía que Bill luchaba contra la gravedad con cada
fibra de su ser, en todo lo que hacía.
Sin prestar atención a mis sentimientos de derrota,
emprendí el viaje con él. Visitamos cada lugar donde había indios en Arizona y
Nuevo México. Uno de los resultados finales de este viaje fue que descubrí que
mi amigo antropólogo poseía dos facetas definidas. Me explicó que sus opiniones
como antropólogo profesional eran muy mesuradas y congruentes con el
pensamiento antropológico del momento, pero en lo personal, su trabajo de campo
antropológico le había presentado experiencias de gran riqueza de las que nunca
hablaba. Estas experiencias no eran congruentes con el pensamiento
antropológico del momento porque eran sucesos imposibles de catalogar.
Durante el curso de nuestro viaje, invariablemente iba a
tomar unos tragos con sus exinformantes, luego de lo cual se sentía muy
relajado. Entonces yo tomaba el volante y manejaba, mientras él iba de pasajero
sorbiendo de su botella de un Ballantine's añejo de treinta años. Era entonces
cuando Bill hablaba de los sucesos que eran imposibles de catalogar. Nunca creí
en los fantasmas dijo un día abruptameme . Nunca me metí en eso de apariciones
y esencias flotantes, voces en la oscuridad, ya sabes. Mi crianza fue muy
pragmática, muy seria. La ciencia siempre ha sido mi brújula.
Pero, trabajando en el campo, toda clase de mierda rara
empezó a filtrarse hacia mí. Por ejemplo, una noche acompañé a unos indios en
una búsqueda visionaria. Hasta iban a iniciarme penetrando los músculos de mi
pecho, algo así de doloroso. Estaban preparando un temascal en el bosque. Me
había resignado a someterme al dolor. Hasta me eché unos tragos para
fortalecerme. Y entonces, el hombre que iba a servirme de intercesor con la
gente que en realidad estaba encargada del rito, dio un grito de horror y
señaló con el dedo a una oscura figura misteriosa que venía hacia nosotros.
»Cuando esta figura misteriosa se me acercó siguió Bill ,
vi que era un indio anciano vestido de la manera más estrafalaria que te puedas
imaginar. Traía las vestimentas de los chamanes. El hombre que me acompañaba
esa noche se desmayó desvergonzadamente al ver al anciano. El viejo se me
acercó y me apuntó al pecho con el dedo. El dedo no era más que pellejo y
hueso. Me balbuceó algo incomprensible. Ya a estas alturas, los demás habían
visto al anciano y comenzaron a acercarse. Él se volvió hacia ellos y se
quedaron paralizados, estupefactos. Los regañó por un momento. Su voz era
inolvidable. Era como si hablara desde un tubo, o como si tuviera algo atado a
la boca que le sacaba las palabras. Te juro que vi a aquel hombre hablando
desde adentro de su cuerpo, y la boca emitía las palabras como si fuera un
aparato mecánico. Después de regañar a los hombres, el anciano continuó
caminando delante de mí, delante de ellos y desapareció en una oscuridad que se
lo tragó.
Bill explicó que el plan de hacer el rito de iniciación
se deshizo, nunca se realizó; y los hombres, incluyendo el chamán que era el
líder, se sacudían de terror. Dijo que estaban tan aterrados que el grupo se
deshizo y todos se fueron.
Gente que llevaba años de amistad siguió , nunca se
volvió a hablar. Juraban que lo que habían visto era la aparición de un chamán
increíblemente anciano y que les traería mala suerte si lo comentaban entre sí.
De hecho, dijeron que el mero acto de mirarse uno al otro les traería mala
suerte. La mayoría se fue del lugar.
¿Por qué sentían que el hablarse o verse les iba a traer
mala suerte? le pregunté.
Ésas son sus creencias contestó . Una visión de esa
naturaleza la interpretan como si la aparición les hubiera hablado a cada uno
individualmente. Tener tal visión es para ellos la suerte de toda una vida.
¿Y qué es la cosa individual que les dijo la visión?
pregunté.
Ni idea contestó . Nunca me explicaron nada. Cada vez que
les preguntaba se quedaban profundamente entumecidos. No habían visto nada, no
habían escuchado nada. Años después de lo ocurrido, el hombre que se desmayó
junto a mí, me juró haber fingido el desmayo porque estaba tan asustado que no
quería enfrentarse al anciano, y que lo que le había dicho se comprendía a un
nivel distinto al del lenguaje.
Bill dijo que, en su caso, lo que la aparición le había
pronunciado él lo entendió como algo que tenía que ver con su salud y sus
expectativas en la vida.
¿Qué quieres decir con eso? le pregunté.
Las cosas no me van del todo bien confesó ; mi cuerpo no
se siente bien.
¿Pero sabes lo que realmente tienes? le pregunté.
Oh, claro dijo con indiferencia . Me lo han dicho los
médicos. Pero no me voy a preocupar ni voy a pensar en ello.
Las revelaciones de Bill me dejaron muy inquieto. Ésta
era una faceta de su persona que no conocía. Siempre lo había considerado
fuerte como un roble. Nunca lo había concebido como alguien vulnerable. No me
cayó bien la conversación. Era, sin embargo, demasiado tarde para arrepentirme.
Nuestro viaje continuó.
En otra ocasión, me dijo en confianza que los chamanes
del suroeste eran capaces de transformarse en distintas entidades y que los
esquemas categóricos de «chamán oso» o «chamán gato montés» no debían ser
interpretados como eufemismos o metáforas porque no lo eran.
¿Puedes creer me dijo en tono de gran admiración que de
veras hay algunos chamanes que se vuelven osos, o gatos monteses o águilas? No
exagero y no estoy inventando nada, cuando digo que una vez fui testigo de la
transformación de un chamán que se llamaba «Hombre del río» o «Chamán del río»
o «Procede del río, Regresa al río». Andaba por las montañas de Nuevo México
con este chamán. Le iba yo haciendo de chofer; él me tenía confianza y me dijo
que iba en busca de su origen. Caminábamos por la ribera de un río cuando de
pronto se agitó. Me dijo que me fuera a unas rocas altas y que me escondiera
allí; que me cubriera la cabeza y la espalda con una manta, y que me asomara
para no perderme lo que iba a hacer.
¿Qué iba a hacer? pregunté, incapaz de contenerme.
Yo no sabía me dijo . Tus conjeturas hubieran sido tan
buenas como las mías. No tenía manera de concebir lo que iba a hacer. Se metió
al agua completamente vestido. Cuando el agua le llegó a media pantorrilla,
porque era un río ancho pero poco profundo, el chamán desapareció, se
desvaneció. Antes de entrar en el agua, me dijo al oído que debería irme
corriente abajo y esperarlo allí. Me señaló el lugar exacto. Claro que yo no le
creí ni una palabra, así es que al principio ni me acordaba dónde debía
esperarlo, pero encontré el lugar y lo vi salir del agua. Qué ridículo decir
«salir del agua». Vi al chamán volverse agua y luego re hacerse del agua.
¿Puedes creerlo?
No tenía ningún comentario. Era imposible creerle, pero
tampoco podía desconfiar de él. Era un hombre muy serio. La única explicación
posible era que al continuar con nuestro viaje, bebía más y más. Tenía en la
cajuela del coche veinticuatro botellas de whisky escocés para él solo. Bebía
como una esponja.
Siempre he sido parcial a las mutaciones esotéricas de
los chamanes me dijo en otra ocasión . No es que pueda explicar las mutaciones,
o ni siquiera creer que ocurren, pero como ejercicio intelectual, estoy muy
interesado en considerar que las mutaciones en culebra o gatos monteses no son
tan difíciles como lo que hizo el chamán del agua. Es durante tales momentos
cuando uso mi intelecto de manera tal que dejo de ser antropólogo, y empiezo a
reaccionar como resultado de algo visceral. Mi sensación visceral es que esos
chamanes hacen algo que no puede ser medido de manera científica ni discutido inteligentemente.
Hay, por ejemplo, chamanes de nubes que se vuelven nubes,
vapor. Nunca he visto que esto ocurra, pero conocí a un chamán de nube. Nunca
lo vi desaparecer o volverse vapor delante de mis ojos como vi al otro chamán
volverse agua. Pero una vez, corrí detrás del chamán de nube, y simplemente se
desvaneció en un lugar en el que no había dónde esconderse. No podía explicar
dónde se había ido. No había ni rocas ni vegetación donde pudiera haber ido.
Llegué menos de un minuto después que él, y ya no estaba.
»Anduve tras él por todas partes pidiéndole información
continuó Bill . Ni una palabra. Era muy amable, pero nada más.
Bill me contó otras historias acerca de los conflictos y
las divisiones políticas entre los indios en las distintas reservas, o historias
de vendettas personales, enemistades, amistades, etc., etc., que no me
interesaron para nada. En cambio, sus historias acerca de las mutaciones y
apariciones de los chamanes me habían, en verdad, conmovido mucho. Estaba a la
vez fascinado y consternado. Pero al tratar de pensar por qué estaba fascinado
o consternado, no podía explicarlo. Todo lo que hubiera dicho era que sus
historias acerca de los chamanes me dieron un golpe a un nivel desconocido y
visceral.
Otra realización que pude verificar durante este viaje
fue que el mundo social indígena del suroeste estaba verdaderamente vedado a
los de afuera. Pude aceptar finalmente que necesitaba mucha preparación en la
ciencia de la antropología y que eso era más factible que hacer trabajo de
campo en un área en que no tenía ni conocimiento ni entrada.
Al terminar el viaje, Bill me llevó a la estación de
autobuses Greyhound en Nogales, Arizona, para mi viaje de regreso a Los
Ángeles. Mientras estábamos sentados en la sala de espera antes de que llegara
el autobús, me consoló de manera paternal, recordándome que las derrotas eran
de esperarse en el campo de la antropología y que nos daban mayor propósito o
madurez como antropólogos.
De pronto se inclinó y con un ligero gesto de la barbilla
me indicó que mirara hacia el otro lado de la sala.
Creo que ese viejo sentado en la banca junto al rincón es
el mismo del que te hablé me dijo al oído-. No estoy del todo seguro, porque
sólo lo vi frente a frente una vez. Cuando te hablaba de los chamanes y de sus
transformaciones, te dije que una vez había conocido a un chamán de nube.
Sí, sí, claro que me acuerdo le dije . ¿Es ese hombre el
chamán de nube?
No dijo enfáticamente . Pero creo que es compañero o
maestro suyo. Los vi a los dos a la distancia hace muchos años.
Sí recordaba que Bill había mencionado muy de paso, pero
no en relación al chamán de nube, que sabía de la existencia de un anciano
misterioso que era chamán jubilado, un indio viejo misántropo de Yuma, que una
vez había sido un chamán aterrador. La relación entre el chamán de nube y el
anciano nunca había sido expresada por mi amigo, pero evidentemente, estaba
fresca en la mente de Bill a tal extremo, que creía habérmela relatado.
Una ansiedad extrema me sobrevino y salté de mi asiento.
Como si no tuviera voluntad propia, me acerqué al anciano, y le solté una
perorata sobre mi conocimiento de las plantas medicinales y del chamanismo
entre los indios americanos del llano y sus antepasados siberianos. Como tema
secundario, le comenté al anciano que sabía que era chamán. Terminé
asegurándole que sería muy beneficioso para él si hablaba largamente conmigo.
Aunque sólo sea dije con petulancia , podríamos hacer
intercambios de historias. Usted me cuenta las suyas y yo correspondo con las
mías.
El anciano mantuvo la vista baja hasta el último momento.
Entonces me escudriñó.
Yo soy Juan Matus me dijo mirándome directamente a los
ojos.
Mi perorata no debería haber terminado allí de ninguna
manera, pero por ninguna razón en la que pudiera pensar, sentí que ya no había
nada más que decir. Quería decirle mi nombre. Levantó la mano a la altura de
mis labios, como para prevenírmelo.
En ese instante llegó un autobús a la parada. El anciano
murmuró que era el autobús que esperaba y, muy sinceramente, me dijo que lo
buscara para conversar con mayor libertad e intercambiar historias. Había una
pequeña sonrisa irónica en su boca al decir esto. Con una agilidad increíble
para un hombre de su edad (le hacía unos ochenta años), cubrió en unos cuantos
pasos los cuarenta metros que había entre la banca donde había estado sentado y
la puerta del autobús. Como si el autobús hubiera parado sólo para recogerlo,
partió en cuanto él saltó al interior y la puerta se había cerrado.
Después de que se fue, regresé a la banca donde Bill
permanecía sentado.
¿Qué te dijo, qué te dijo? me preguntó muy agitado.
Me sugirió que lo buscara y que fuera a visitarlo a su
casa contesté . Hasta me dijo que allí podíamos conversar.
Pero, ¿qué le dijiste para conseguir que te invitara a su
casa? me exigió.
Le dije a Bill que había utilizado mi mejor arte de
vendedor y que le había prometido revelarle todo lo que sabía yo desde el punto
de vista de mis lecturas, sobre las plantas medicinales.
Bill, evidentemente, no me creyó. Me acusó de mentirle.
Conozco a la gente del lugar dijo agresivamente , y ese
viejo es un pedo muy estrafalario. No habla con nadie, ni siquiera con los
indios. ¿Por qué se dispone a hablar contigo, un total desconocido? ¡Ni
siquiera tienes gracia!
Era muy evidente que Bill se había enfadado conmigo. Yo
no entendía por qué. No me atrevía a pedirle una explicación. Me daba la
impresión de que estaba un poco celoso. Quizá pensaba que yo había logrado lo
que él no había podido. Sin embargo, mi éxito había pasado tan inadvertido para
mí que no tenía ningún significado. Aparte de lo que me había dicho Bill, yo no
tenía ningún concepto de lo difícil que era acercarse al anciano, y no me
importaba un pío. En aquel momento, no le vi nada extraordinario a nuestro
intercambio de palabras. Me asombraba que Bill se hubiera enfadado tanto.
¿Sabes dónde vive? le pregunté.
No tengo la menor idea respondió en tono cortante . He
oído decir que no vive en ninguna parte, que simplemente aparece aquí y allá
inesperadamente, cagadas de esa índole. Lo más probable es que viva en una
choza por Nogales, México.
¿Por qué es el viejo tan importante? le pregunté . Mi
pregunta me dio el valor para añadir : Pareces estar enfadado porque me habló.
¿Por qué?
Sin más ni más, me admitió que estaba disgustado porque
sabía lo inútil que era tratar de hablar con el viejo.
Ese viejo es un malcriado sin par añadió . Lo mejor que
puedes esperar es que se te quede mirando sin decirte una palabra cuando le
hablas. Otras veces, ni te mira; es como si no existieras. La única vez que
intenté hablar con él, me dejó con la palabra en la boca. ¿Sabes lo que me
dijo? «Si yo fuera usted, no gastaría mi energía abriendo la boca. Consérvela.
La necesita». Si no fuera un pedo tan viejo, le hubiera dado una en la nariz.
Le indiqué a Bill que eso de «viejo» era más bien una
figura retórica que una descripción real. En realidad, no parecía ser tan
viejo, aunque definitivamente lo era. Tenía tremendo vigor y agilidad. Sentí
que le habría ido muy mal a Bill si hubiera intentado darle un moquete en la
nariz. El viejo indio estaba muy poderoso. De hecho, daba miedo.
No le di voz a mis pensamientos. Dejé que Bill siguiera
relatándome su disgusto con las groserías del viejo, y cómo lo hubiera tratado
si no fuera que el viejo estaba tan débil.
¿Quién crees que puede informarme dónde vive? le
pregunté.
A lo mejor alguien en Yuma respondió ya más tranquilo .
Quizá la gente que te presenté al principio del viaje. No pierdes nada en
preguntarles. Diles que te mandé yo.
En seguida cambié mis planes y en vez de regresar a Los
Ángeles, me fui directamente a Yuma, Arizona. Busqué a las personas que me había
presentado Bill. No sabían dónde vivía el anciano, pero los comentarios que
hicieron sobre él me despertaron aún más mi curiosidad. Dijeron que no era de
Yuma, sino de Sonora, México, y que en su juventud había sido un chamán temible
que hacía magia y hechizaba a la gente, pero que la edad lo había templado y
que se había vuelto un ermitaño asceta. Comentaron que aunque era yaqui, en un
momento andaba con un grupo de mexicanos que según se decía, sabían mucho
acerca de la práctica del hechizo. Estaban todos de acuerdo en que no habían
visto a ese hombre durante muchos años.
Uno de ellos añadió que aunque el viejo era contemporáneo
de su abuelo, mientras que su abuelo estaba senil y guardaba cama, el brujo
parecía tener más vigor que nunca. El mismo hombre me refirió con una gente de
Hermosillo, la capital de Sonora, que podía conocer al viejo y contarme más
acerca de él. La idea de ir a México no me agradaba nada. Sonora estaba
demasiado lejos de la región que me interesaba. Además, razoné que sería mejor
dedicarme a la antropología urbana, y regresé a Los Ángeles. Pero antes de
partir, escudriñé todos los contornos de Yuma, buscando información sobre el
viejo. Nadie sabía nada de él.
Ya en camino en el autobús, sentí algo extraño. Por un
lado, me sentí curado del todo de mi obsesión con la idea del trabajo de campo
o mi interés en el viejo. Por otro lado, sentía una rara nostalgia. Era, con
toda sinceridad, algo que nunca había experimentado. Su novedad me conmovió
profundamente. Era una mezcla de ansiedad y anhelo, como si me estuviera
perdiendo algo de tremenda importancia. Tuve la clara sensación al acercarme a
Los Ángeles, de que lo que había actuado sobre mí en Yuma empezaba a
desvanecerse con la distancia; pero ese desvanecimiento sólo incrementaba mi
injustificado anhelo.
Carlos Castaneda del Libro El Lado activo del infinito
(1998)