La llamada «elección del tema»
La «elección del tema» es un concepto habitual
de muchos críticos, para algunos es incluso imprescindible. El crítico medio se
enfrenta a diario a un tema que le es impuesto desde fuera. Aunque sólo sea por
eso, envidia al escritor por su aparente libertad en el trabajo. Además el
crítico del día trata casi exclusivamente con literatura de evasión, con
literatura imitada y un novelista hábil, aunque también con una cierta
arbitrariedad y por razones puramente prácticas, puede elegir su tema, aunque
su libertad está también muy limitada. El virtuoso de la evasión, elegirá
libremente su escenario, y siguiendo las tendencias de la moda trasladará su
nueva novela al Polo Sur o a Egipto, dejará que se desarrolle en círculos
políticos o deportivos, tratará en su libro problemas actuales de la sociedad,
de la moral, del derecho. Pero detrás de esta fachada de actualidad hasta el
imitador literario más astuto representará una vida que corresponda a sus ideas
más profundas, establecidas forzosamente, no podrá evitar una predilección por
ciertos caracteres, por ciertas situaciones, y una indiferencia por otros.
Hasta en la obra más insulsa se manifiesta un alma, el alma del autor, y el
peor escritor que no sabe dibujar ni un solo personaje, ni caracterizar
claramente una sola situación humana, acertará en algo en que no había pensado:
siempre desvelará su propio yo a través de su artefacto. En la literatura
auténtica no existe una elección del tema. El «tema», es decir los personajes
principales y los problemas característicos de una obra literaria, no es
elegido nunca por el escritor, en realidad es la sustancia original de toda
literatura, es visión y experiencia síquica del escritor. Este puede sustraerse
a una visión, huir de un problema vital, dejar a un lado por incapacidad o
comodidad un «tema» vivido auténticamente. Pero nunca puede «elegir» un tema.
No puede dar a un contenido que por razones puramente racionales y artísticas
considera apropiado y deseable, la apariencia de que es el fruto de un estado
de gracia, que no ha sido pensado, sino vivido en el alma. Es cierto que
escritores auténticos han hecho a menudo el intento de elegir temas, de mandar
sobre la poesía: para los colegas los resultados de estos intentos son siempre
extremadamente interesantes e instructivos, pero como obras literarias nacen
muertas. En una palabra: cuando alguien pregunta al autor de una obra
auténtica: «¿No deberías haber elegido otro tema?» —es como si un médico
preguntase al paciente que tiene una pulmonía: «¿Por qué no se ha decidido
usted mejor por un catarro?»
Hermann Hesse
(1930)
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