Los reyes magos por Ardiles
Como mi barrio tenía (tiene) calles de tierra, algunos de
los chicos de entonces pensaban que los camellos sólo circulaban por el
asfalto, y que por eso los Reyes Magos no llegaban a sus casas con juguetes.
El tema ocupó una larga discusión una siesta bajo un
algarrobo de calle Chaco con mi primo Daniel. Loco por los animales (hoy dueño
de un serpentario), él aseguraba que era al revés: que los camellos estaban
acostumbrados a la arena, y que en todo caso debían negarse a la dureza del
pavimento. “Y pueden ir y volver a Chancaní sin tomar una sola gota de agua”
remató el “zoólogo” de la familia (nunca habíamos estado en Chancaní, pero sabíamos que quedaba
lejísimo y por tierra). Su palabra era
de peso: El Cunca, el Negro, el Timarra y el Charly apoyaban su teoría.
Pero las “evidencias” demostraban lo contrario.
De todos modos, analizando los casos, empezamos a ver que
los reyes sí llegaban a nuestras casas,
pero con regalos más chicos y baratos.
Mi hermana Silvia, cuatro años mayor que yo, desde la
Fuensalida, le puso un poco de realismo a la cosa: su versión indicaba que los
camellos empezaban por el asfalto, que no les gustaba, para sacarse pronto el
problema de encima (y de paso en ese periplo se liberaban de lo más pesado)
para después disfrutar de las calles de arena.
A la mayoría nos pareció una buena explicación…
Ese 6 de enero, el Carli, mi primo mayor, se quedó
despierto hasta la madrugada para ver a los reyes. Por la mañana contó que los
había visto, y que tenía claro el
momento en que el último de los tres saltó la tapia hacia el baldío del
norte. No sabía si era Baltasar, o si era alguno de los otros dos que por la
oscuridad vio morocho.
Jorge relativizó la versión, pero el Carli era el más grande
y todos le queríamos creer a él... Además, acudió a la evidencia: se habían
tomado toda el agua, se habían comido toda la gramilla, y los regalos estaban
en los cuatro pares de zapatos… (Hasta Walter, el más chico, había recibido un
autito azul). El Carli dijo que habían dejado los camellos en la esquina del Toncho, en Chaco y
Urquiza. Pero no dijo cómo lo sabía…
No quiero recordar en boca de quién la realidad me llegó
triste cuando jugábamos en la canchita que estaba entre la escuela barrio
Ardiles y Doña Eloisa . La versión era razonable (maldita razón), y venía a
explicar demasiadas cosas. Desde entonces discuto bastante con la razón y la
realidad…
Aunque también puede ser como dice el maestro Salzano:
“los reyes magos sí existen, los que no existen son los padres”. Y, para que no
queden dudas, remata: “Son los padres los que dejan de existir. Es su manera de
colaborar para que los Reyes sigan vivos”.
Desde aquella tarde en la canchita, lo que más brilla en
el recuerdo es la inmensa gratitud a aquellos padres que alimentaron la magia y
la ilusión, que tantas veces nos harían falta.
Todavía me sacude el pecho la idea de esos viejos jóvenes
comprando o haciendo lo que podían para sus chicos sin esperar agradecimientos,
ya que atribuían la generosidad a tres desconocidos que venían de oriente.
Esos desconocidos que siguen existiendo…
Miguel Ortiz
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