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11 de junio de 2020

Catalepsia , Felipe Angellotti


Catalepsia , Felipe Angellotti



No me entierren dormida

la muerte no perdona



Dueña de la vida, elegante, señorial y coqueta, Estefanía era la diva que entraba triunfal a los lugares donde la noche era la diosa.

En las horas en que los proletariados dormían el sueño reparador después de una agotadora jornada de trabajo, recorría la ciudad frecuentando los lugares donde los habitantes nocturnos - tan gatos como ella – disfrutaban de las delicias de las luces multicolores, de las copas de champaña burbujeantes, de los juegos del amor tras las sonrisas o el roce de una mano sobre la piel sin soles.

Los hombres la amaban porque encendía pasiones inescrutables, porque irradiaba luz y su sonrisa era el preámbulo de un goce perfecto, tan sólo con tratarla, tan sólo con una palabra dulcificada en sus labios, tan sólo con una mirada de sus ojos aguamarinas, era suficiente para que los que la admiraban, fuesen monigotes con la sonrisa pegada a los cachetes.

Sabía que era una vedette y al caminar movía con cadencia sus caderas para ser más llamativa, además su cabello enrulado caía sobre sus hombros con llamarada de trigales. Sus nalgas eran perfectas y se marcaban en su vestido dando a imaginar bondades.

Cada movimiento estaba estudiado, cada mirada sugería algo. Ella vivía de los amantes y siempre caía alguno el que, era enredado en su sutil tela de encantos .Después de haberlo exprimido y cuando no tenía nada para sacarle porque lo había arruinado, lo dejaba como abandonar un perrito desamparado en medio de la tormenta.

Decían que alguien se mató por ella, aunque nunca fue confirmado.

Se acercaba a una de las mesas del casino y desde allí contemplaba a los apostadores .Si alguno jugaba dinero abundante lo estudiaba atentamente, aunque nunca precipitaba las cosas. Era meticulosa, hábil observadora de su presa y cuando la victima había sido elegida comenzaba a tejer sutilmente la trampa donde encerrarla.

El hombre sintió que era observado, levantó la vista y vio unos ojos aguamarinas que lo observaban y una boca tibia que le sonreía con un delicioso mohín.

Estefanía puso en práctica la segunda fase de su plan; en el anular de su mano izquierda lucía un anillo de oro con una piedra de amatista, el que atrapaba a cualquier asiduo jugador porque significaba abundante dinero para una apuesta.

Con hábil disimulo jugaba con sus dedos en el lóbulo de su oreja mostrando la refulgente joya, mientras coqueteaba con su escogido.

No siempre las cosas salen como uno las imagina, bien dice el refrán que hasta al mejor cazador se le escapa la presa. Esta vez Estefanía se equivocó .El hombre era un timador de máxima categoría .Sin dudas que habría un duelo entre ambos con resultados inciertos porque vivían del embaucamiento y además no tendrían nada para exprimirse porque los dos eran un páramo económico.

Esa noche nada pasó, más que las miradas y las sonrisas solapadas que ambos utilizaban con maestría. Ella se acostó pensando en el dinero que él poseía, que parecía ser abundante por la elegancia con que vestía y él, en ese anillo que vendido significaría un buen peculio.

Era el único traje que poseía y lo cuidaba con esmero. Esa noche jugó el dinero que tenía para el “enganche” y por suerte había un botín .Esa mujer hermosa-la del anillo- Debía actuar rápido porque la plata se le terminaba y todos sus embustes se irían al coño.

Lo que no sabía Don Camilo Narciso de la Fuente “El Conde” - nombre falso por supuesto - aunque, de mucho peso para el oído, era que ella poseía varios vestidos y afeites para su lucimiento y solo ese anillo que usaba de lacero para atrapar bobos porque su valor en el mercado era de lo más ínfimo; un orfebre de gran habilidad, había hecho un imitación perfecta de uno famoso de la princesa Enriqueta.

La noche siguiente volvieron a encontrarse .Esta vez, las sonrisas fueron más confidentes, hubo un acuerdo tácito entre ambos y de pronto se encontraron acodados en la barra tomando una copa.

Eran los reyes de la farándula, tenían seducción y argumentos suficientes para enredar al elegido. Ella fingió caer en sus redes y él con menos inteligencia creyó que trataba con una inexperta la que caería fácilmente en sus brazos. Finalmente por su sugerencia, terminaron en la habitación de un hotel por supuesto, de primera categoría porque él debía mostrar que era un magnate tal como se lo había dicho a ella aunque no sabía si los próximos días podría subsistir. En último caso pensó “¿quién me quita lo bailado?, mañana, será otro día”La pasaron bien, también en “eso” eran expertos y quedaron en verse al día siguiente. Comenzó a unirlos una pasión desenfrenada, tanta que se alarmaron, porque no era la idea enamorarse, sino timar al otro.

Hay cosas que nadie puede comprender como el hecho de enamorarse. ¿Qué motiva a dos para se, para sentir esa sensación sublime que los científicos y los poetas han tratado de definir y no han logrado esclarecer durante siglos? Vamos a suponer que es parte del amor de Dios y que alcanza a todos por igual, sin mediar tópicos preestablecidos. Y ellos entraron en ese magnetismo, no obstante, era más poderoso demostrar la sagacidad y la fullería, para ganar un juego que durante años fue la subsistencia de ambos.

Ella siempre seductora para ganar y lograr la supuesta fortuna de él y su amante para quedarse con ese anillo que lo obsesionaba.

Los días pasaron y ambos comenzaron a desesperarse porque los recursos económicos se extenuaban. Para salir del apuro firmó un documento en el hotel con la promesa de un cobro inexistente, suponía que cuando tuviera ese anillo cubriría todos los ojales que dejaba a su paso.

Sucedió lo imprevisto. Estefanía murió .Esa noche durmieron juntos y cuando despertó a la mañana, la abrazó y al querer besarla, tuvo la percepción de que abrazaba un cadáver.

Se trabó su rica inteligencia que era excelente para escamotear, pero no para actuar en casos tan insólitos como este. Luego de unos instantes de duda se levantó de la cama y llamó al conserje del hotel.

Inútil describir todo lo que sucedió a partir de ese momento. Estefanía no tenía parientes. Supo que desde hacía tiempo vivía en el hotel porque había una promesa de por medio. El que fuera dueño del albergue, tuvo un largo romance con ella, moribundo, hizo prometer a su hijo - quien quedó a cargo del establecimiento - que la protegería de por vida. Don Camilo alias “El Conde”, tuvo que hacer una serie de trámites porque ella, no tenía parientes y alguien debía hacerse “cargo del muerto”.En este caso de la muerta.

Cuando la vio dentro de la caja mortuoria, tan bella, con la misma sonrisa con que lo miraba la noche anterior, tan diosa como siempre. Lloró, sí lloró, él que se consideraba sin saña para atrapar bobos y despojarlos sin misericordia, le llenó con lágrimas las manos, mientras contemplaba ese anillo que lo obsesionaba y que por la conmiseración de los funebreros aún poseía.

El cortejo fue muy numeroso, todos los amigos de la farándula se dieron cita para despedirla, algunos derramaron abundantes lágrimas y curiosamente eran sinceras.

La depositaron en el panteón de la familia del hotel hasta que le dieran un destino definitivo. Después, la soledad, sólo el grito de las aves nocturnas en las copas de los cipreses y tal vez el espíritu de los muertos vagando entre las tumbas.

Una sombra aterrorizada con un enorme cuchillo entre las manos, saltó la tapia del cementerio y se introdujo entre la larga fila de panteones, hasta encontrar el que buscaba .Forzó la puerta que no se resistió demasiado a su esfuerzo y con una pequeña linterna de luz opaca, penetró en el mortuorio recinto. Se dirigió al féretro de Estefanía y con una palanca fue levantando la tapa hasta que después de más de una hora de transpirar abundantemente, pudo levantarla.

Le alumbró la cara con la pequeña luz y la observó, Estefanía parecía sonreír, la muerte la hacía más bella luego bajó el haz de luz hasta su mano y allí estaba el anillo, resplandeciente y magnífico.

Intentó quitárselo pero fue inútil, parecía que se había encarnado, entonces, tuvo una idea diabólica. Puso debajo del dedo un florerito de metal y levantando el brazo con el cuchillo en la mano dio el golpe para cortar el anular.

El grito fue sobrenatural y dado en el entorno fue mucho más impresionante. La mujer se sentó en el ataúd con ojos espantados y al ver el lugar donde estaba, gritó aún más, después, saltó de la caja mortuoria y con el dedo sangrando corrió por las galerías del cementerio despavorida.

Atrás quedó “El Conde”, irremediablemente muerto, encogido por el infarto y con los ojos desorbitados.

En toda la ciudad se comentó el hecho días y noches. También se decía que la diosa Estefanía, seguía frecuentando los lugares de la farándula, y que en su mano derecha, faltaba un dedo.

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