Lejos, desde mi colina
A veces sólo era un llamado de arena en las ventanas,
una hierba que de pronto temblaba en la pradera quieta,
un cuerpo transparente que cruzaba los muros con blandura
dejándome en los ojos un resplandor helado,
o el ruido de una piedra recorriendo la indecible
tiniebla de la medianoche;
a veces, sólo el viento.
Reconocía en ellos distantes mensajeros
de un país abismado con el mundo bajo las altas sombras
de mi frente.
Yo los había amado, quizás, bajo otro cielo,
pero la soledad, las ruinas y el silencio eran siempre
los mismos.
Más tarde, en la creciente noche,
miraba desde arriba la cabeza inclinada de una mujer
vestida de congoja
que marchaba a través de todas sus edades como por un
jardín
antiguamente amado.
Al final del sendero, antes de comenzar la durmiente
planicie,
un brillo memorable, apenas un color pálido y cruel, la
despedía;
y más allá no conocía nada.
¿Quién eras tú, perdida entre el follaje como las
anteriores primaveras,
como alguien que retorna desde el tiempo a repetir los
llantos,
los deseos, los ademanes lentos con que antaño entreabría
sus días?
Sólo tú, alma mía.
Asomada a mi vida lo mismo que a una música remota,
para siempre envolvente,
escuchabas, suspendida quién sabe de qué muro de tierno
desamparo,
el rumor apagado de las hojas sobre la juventud
adormecida,
y elegías lo triste, lo callado, lo que nace debajo del
olvido.
¿En qué rincón de ti,
en qué desierto corredor resuenan los pasos clamorosos de
una alegre estación,
el murmullo del agua sobre alguna pradera que prolongaba
el cielo,
el canto esperanzado con que el amanecer corría a nuestro
encuentro
y también las palabras, sin duda tan ajenas al sitio
señalado,
en las que agonizaba lo imposible?
Tú no respondes nada, porque toda respuesta de ti ha sido
dada.
Acaso hayas vivido solamente
aquello que al arder no deja más que polvo de tristeza
inmortal,
lo que saluda en ti, a través del recuerdo,
una eterna morada que al recibirnos se despide.
Tú no preguntas nada, nunca, porque no hay nadie ya que
te responda.
Pero allá, sobre las colinas,
tu hermana, la memoria, con una rama joven aún entre las
manos,
relata una vez más la leyenda inconclusa de un brumoso
país.
Olga Orozco
de "Desde lejos" (1946)
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