Una voz en la tierra
A Malvina Rosa Quiroga
“En un valle de rosas minúsculo pero violento.
A través de los adioses del Sol”.
Georges Schehadé
Decir Villa Dolores es convocar la ausencia del otoño
y sus ángeles en el cielo de Córdoba.
Es vestirla de angustia con tules primorosos
y nombrarla de lluvia por sentir que se nombra.
Sus flores son del aire y al aire resplandecen sabiamente
adornadas de berilos y cobres.
Voy mendigando al cerro cada juguete suyo,
hasta callar mi sangre diluída entre sus próceres.
Inconsolablemente celebro y guardo el rito
penitente y lejano, de oxidada tristeza.
La víspera fui un grillo de violín melancólico.
Hoy me duelen los labios como una herida vieja.
Dejo antiguos sedales cautelosos al río
con puertos ya extinguidos y barcas de relevo,
donde mojo estas lánguidas serpentinas azules
que les robé al olvido sin anillo y sin dueño.
Vuelvo al ocaso mágico de mis lares;
un ángelus estremece la misa de los dioses remotos.
Alamedas que zumban. Rostros que nadie toca.
Besos de lacre frío bajo un lirio de polvo.
Y aquí doblo esta médula que fosforece al viento,
y al viento de mi pueblo doy mi escudo y mi nombre.
Mis alucinaciones. Mis relojes sin péndulos.
Mi atalaya de duendes. Mi más oculta torre.
María Meleck Vivanco
De “Hemisferio de la rosa” 1ª edición:
Buenos Aires, 1973.
Impresora “Francisco A. Colombo”
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