ARQUETIPOS Y REPETICIÓN
EL PROBLEMA
En la mentalidad “primitiva” o arcaica, los objetos del
mundo exterior, tanto, por lo demás, como los actos humanos propiamente dichos,
no tienen valor intrínseco autónomo. Una piedra será sagrada por el hecho de
que su forma acusa una participación en un símbolo determinado, o también
porque constituye una hierofanía, posee mana, conmemora un acto mítico,
etcétera. El objeto aparece entonces como un receptáculo de una fuerza extraña
que lo diferencia de su medio y le confiere sentido y valor. Esa fuerza puede
estar en su substancia o en su forma; transmisible por medio de hierofanía o de
ritual. Esta roca se hará sagrada porque su propia existencia es una
hierofanía: incomprensible, invulnerable, es lo que el hombre no es. Resiste al
tiempo, su realidad se ve duplicada por la perennidad. He aquí una piedra de
las más vulgares:
será convertida en “preciosa”, es decir, se la impregnará
de una fuerza mágica o religiosa en virtud de su sola forma simbólica o de su
origen: “piedra de rayo”, que se supone caída del cielo; perla, porque viene
del fondo del océano. Será sagrada porque es morada de los antepasados (India,
Indonesia) o porque otrora fue el teatro de una teofanía (así, el bethel que
sirvió de lecho a Jacob) o porque un sacrificio, un juramento, la consagraron.
Pasemos ahora a los actos humanos, naturalmente a los que
no dependen del puro automatismo; su significación, su valor, no están
vinculados a su magnitud física bruta, sino a la calidad que les da el ser
reproducción de un acto primordial, repetición de un ejemplo mítico. La
nutrición no es una simple operación fisiológica; renueva una comunión.
El casamiento y la orgía colectiva nos remiten a
prototipos míticos; se reiteran porque fueron consagrados en el origen (“en
aquellos tiempos”, ab origine) por dioses, “antepasados” o héroes.
En el detalle de su comportamiento consciente, el
“primitivo”, el hombre arcaico, no conoce ningún acto que no haya sido
planteado y vivido anteriormente por otro, otro que no era un hombre. Lo que él
hace, ya se hizo. Su vida es la repetición ininterrumpida de gestas
inauguradas por otros.
Esa repetición consciente de hazañas paradigmáticas
determinadas denuncia una ontología original. El producto bruto de la
Naturaleza, el objeto hecho por la industria del hombre, no hallan su realidad,
su identidad, sino en la medida en que participan en una realidad trascendente.
El acto no obtiene sentido, realidad, sino en la medida en que renueva una
acción primordial.
Grupos de hechos tomados a través de las culturas
diversas nos ayudarán a reconocer mejor la estructura de esa ontología arcaica.
Los agruparemos bajo tres grandes títulos:
1º, los elementos cuya realidad es función de la
repetición, de la imitación de un arquetipo celeste.
2º, los elementos: ciudades, templos, casas, cuya
realidad es tributaria del simbolismo del Centro supraterrestre que los asimila
a sí mismo y los transforma en “centros del mundo”.
3º, por último los rituales y los actos profanos
significativos, que sólo poseen el sentido que se les da porque repiten
deliberadamente tales hechos planteados ab origine por dioses, héroes o
antepasados.
La revista misma de esos hechos iniciará el estudio de la
concepción ontológica subyacente que luego propondremos desentrañar, y que sólo
ella puede fundar.
Mircea Eliade de lo Sagrado y lo Profano
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