Comentario del Libro Relatos
de poder (1975)
Relatos de poder lleva la
marca de mi caída definitiva. En la época en la que tuvieron lugar los
acontecimientos que se narran en el libro sufrí una profunda sacudida
emocional, la crisis del guerrero. Don Juan Matus abandonó este mundo dejando a
sus cuatro aprendices en él. Don Juan se dirigió a cada uno de esos aprendices
y les asignó una tarea. A mí, aquella tarea me parecía un placebo que carecía
del más mínimo significado en comparación con aquella pérdida.
El hecho de no ver nunca más a
don Juan no podía ser aliviado por ninguna pseudotarea. Naturalmente, lo
primero que hice fue suplicarle que me llevara con él.
No estás preparado todavía respondió . Seamos realistas.
Pero podría prepararme en un abrir y cerrar de
ojos, le aseguré.
No lo dudo. Estarías preparado, pero no para
mí. Yo exijo una eficacia perfecta. Exijo un intento impecable y una disciplina
impecable. Tú aún no los tienes. Los tendrás, te estás acercando; pero todavía
no has llegado.
Usted tiene el poder de llevarme, don Juan,
aunque yo no esté a punto y sea imperfecto.
Supongo que sí; pero no lo haré porque sería
un vergonzoso desperdicio. Lo perderías todo, créeme. No insistas. Insistir no
cabe en el mundo de los guerreros.
Aquella afirmación bastó para
detenerme. Pero en mi fuero interno, sin embargo, anhelaba irme con él,
aventurarme más allá de los límites de todo lo que conocía como normal y real.
Cuando llegó el momento en que
abandonó efectivamente el mundo, don Juan se convirtió en una especie de
coloreada y vaporosa luminosidad. Era pura energía, fluyendo libremente en el
universo. En ese momento mi sensación de pérdida fue tan intensa que quise
morir. Prescindí de todo lo que don Juan había dicho y, sin dudarlo, me arrojé
a un precipicio. Pensaba que si hacía eso, don Juan estaría obligado a llevarme
consigo y a salvar cualquier ápice de conciencia que me quedara, muerto y todo.
Pero por razones que me
resultan inexplicables, tanto desde las premisas de mi cognición normal como
desde la cognición del mundo de los chamanes, no morí. Me quedé solo en el
mundo cotidiano, mientras que los tres componentes de mi grupo se dispersaron
por el mundo. Era un desconocido para mí mismo, lo que hacía que mi soledad
fuera más intensa que nunca. Me veía a mí mismo como un infiltrado, como una
especie de espía que don Juan había dejado atrás impelido por oscuras razones.
Las citas tomadas del texto de
Relatos de poder muestran la cualidad desconocida del mundo; no del mundo de
los chamanes, sino del mundo de la vida cotidiana, que es, según don Juan, tan
rico y misterioso como el que más. Lo único que necesitamos para captar las
maravillas de este mundo de la vida cotidiana es tener el suficiente desapego.
Pero, más que desapego, lo que necesitamos es tener el afecto y el abandono
suficientes.
Un guerrero debe amar este mundo me había advertido don Juan , para que este
mundo que parece tan corriente se abra y revele sus maravillas.
Cuando formuló esta afirmación
nos hallábamos en el desierto de Sonora.
Es una sensación sublime dijo
estar en este desierto maravilloso, contemplando sus picos escabrosos de
aquello que parecen montañas y que, en realidad, son formaciones de lava de
volcanes desaparecidos hace largo tiempo. Es una sensación gloriosa descubrir
que algunas de esas pepitas de obsidiana se formaron a unas temperaturas tan
elevadas que todavía conservan la marca de su origen. Tienen muchísimo poder.
Es algo soberbio vagar sin rumbo por aquellos picos escarpados y encontrar
súbitamente un trozo de cuarzo capaz de captar las ondas de radio. El único
inconveniente de tan magnífico cuadro es que para penetrar en las maravillas de
este mundo, o en las maravillas de cualquier otro mundo, un hombre necesita ser
un guerrero: sereno, recogido, indiferente, templado por los embates de lo
desconocido. Tú aún no tienes ese temple. Tu deber es, por tanto, buscar esa
plenitud antes de poder siquiera hablar de aventurarte en el infinito.
He pasado treinta y cinco años
de mi vida buscando la madurez del guerrero. He ido a lugares que desafían toda
descripción, buscando esa sensación de temple ante los embates de lo
desconocido. Me fui discretamente, sin anunciarlo, y regresé del mismo modo. El
trabajo de los guerreros es silencioso y solitario, y cuando los guerreros se
van o regresan, lo hacen tan inadvertidamente que nadie repara en ello. Buscar
la madurez del guerrero de cualquier otro modo sería ostentoso y, por tanto,
inadmisible.
Las citas de Relatos de poder
me trajeron vivamente el recuerdo de que el intento de los chamanes que vivieron
en México en tiempos remotos seguía funcionando impecablemente. La rueda del
tiempo se movía inexorablemente a mi alrededor, obligándome a mirar en surcos
de los que no es posible hablar y mantener la coherencia.
Baste decir
me dijo don Juan en una ocasión
que la inmensidad del mundo, ya sea el mundo de los chamanes o el de los
hombres corrientes, es tan evidente que únicamente una aberración nos impediría
percibirla. Intentar explicar a unos seres aberrantes lo que es andar
extraviado por los surcos de la rueda del tiempo es la cosa más absurda que
podría emprender un guerrero. En consecuencia, el guerrero se asegura de que
sus viajes sean propiedad únicamente de su condición de guerrero.
Carlos Castaneda
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